Relatos de la guerra económica: el Dólar (fuerte) y el Peso (pícaro) contra el pobre Bolívar
- Opinión
Pensando escribir este artículo me asaltaba la idea del suicidio monetario. Veía al mapa de Venezuela ahorcado con una cadena de monedas, sobre una hoguera de petróleo que derretía barrotes de oro como esperanzas y alas de colibríes.
Unas “mariposas amarillas” me cuentan que en la alcabala del rio Limón en el municipio Mara del Zulia, cada camión paga dos mil bolívares de coima al guardia de turno para ir a Paraguaipoa, municipio Guajira, a vender cada veinte litros (“punto”) de gasolina en setecientos bolos. Treinta y cinco el litro. En promedio estos carros vacían cinco “puntos”, es decir le sacan siete mil a cada viaje.
Grupos de jóvenes huyen de los liceos tras la captura de fortunas fortuitas; persiguen al eterno Dorado dejando una peste a combustible por donde pasan.
La Troncal Caribe es una arteria atrofiada por hipercolesterolemia, por donde transcurre el terror de la chatarra y la indolencia.
Una nueva acumulación de capital nace del contrabando de combustible venezolano. Colombia tiene leyes que lo estimulan. Es muy provechoso, le ha permitido (re) exportar más derivados petroleros que nosotros.
Nuestros ministros dicen que subsidiamos gasolina por doce mil millones de dólares. Eso es suicidio por aturdimiento. Más los que botamos vía Cadivi, Cencoex, Sidme, pasan las reservas internacionales.
En toda la frontera los venezolanos creen que el peso colombiano vale más que el bolívar fuerte. Tremenda dominación psicológica. Hoy el cambio oficial del Banco Republica de Colombia es de 410 pesos por bolívar, pero en las “casas de cambio” callejeras de Cúcuta o Maicao (¿con que poder?) cambian la tasa de cambio a diez pesos por bolívar. El gobierno en Bogotá no sabe nada, no sean mal pensados.
La sobrevaluación forzosa del peso “paraco” es de cuarenta y un veces, es decir, del cuatro mil por ciento. Pesitos que trocados a productos subsidiados en Venezuela y vendidos en aquel mercado neoliberal, se multiplican por un “n” que tiende a infinito. La mafia monetaria colombiana es experta en progresión geométrica.
¿Y nosotros qué? ¿Tenemos las manos atadas? ¿Hay agenda binacional que ponga el tema en la mesa? Hasta las medicinas compradas con dólares regalados a seis treinta van a Colombia, incluso antes de entrar al territorio venezolano. En la pesadilla aparecemos estoicos, por decir lo menos.
Los barcos de la eliminada pesca de arrastre de Paraguana se usan como cargueros de diesel desde hace diez años. ¿Quién los llena?
¿Quién invento la repartidera de dólares para las “socialistas” tarjetas de crédito? ¿Dónde están los funcionarios que desaparecieron los dólares del petróleo con importaciones chimbas y empresas de maletín?
Una revolución se hace con revolucionarios y con vigilancia revolucionaria. La cultura bachaquera, raspacupo y chupadolares permitida y aupada por erróneas políticas públicas, entre ellas la más liberal burguesa de “dejar hacer, dejar pasar”, nos han colocado en mala situación para poder cumplir los dos primeros Objetivos Históricos del Plan de la Patria.
Y para quienes gustan mucho citar refranes religiosos, “el tiempo perdido hasta los santos lo lloran”.
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