Nueva Zelanda busca una nueva bandera
07/01/2015
- Opinión
En medio de todos los graves problemas que aquejan al mundo, la adopción de una bandera puede parecer trivial. Sin embargo, el sentido de los símbolos patrios es la identidad nacional, de pertenencia, de diferenciar a un país o localidad respecto a otras. Es una expresión del nacionalismo en estos tiempos de la globalización donde se pretende borrar fronteras y estandarizarlo todo, los alimentos que se consumen, la ropa que se usa, las formas de entretenimiento, la manera de hacer negocios, los medios con los que las personas se comunican, los procesos electorales, etcétera. Los estándares en sí, no son malos. De no existir estándares, las personas no podrían comunicarse, los aviones se vendrían abajo, los trenes se descarrilarían, en fin. Pero una cosa son los estándares al servicio de la sociedad y otra muy diferente estandarizar a las sociedades mismas.
En este sentido es muy interesante lo que está ocurriendo en Nueva Zelanda, ese diminuto país, vecino de Australia, que se localiza en Oceanía y del que se conoce muy poco, fuera de ser el set de las exitosas sagas de “El señor de los anillos” y “El Hobbit.”
Nueva Zelanda o Aetearoa, como la llaman sus habitantes originales –los maoríes- se integra por diversas islas, pero dos, las más grandes, son las principales, la isla del norte y la isla del sur. Su capital es Wellington. Cuenta con una extensión territorial de 268 mil kilómetros cuadrados y una población de 4 millones y medio de habitantes, de los cuáles el 74 por ciento son de origen europeo, en tanto el 15 por ciento son maoríes y casi un 12 por ciento asiáticos. El país tiene un producto interno bruto (PIB) de 122 mil 198 millones de dólares y el ingreso per cápita promedio es de 30 mil dólares. Es uno de los países con mayor desarrollo humano a nivel mundial, ocupando el 7° lugar, lo que lo ubica por encima del de los principales Estados europeos.
Las principales actividades económicas del austral país son las industrias extractivas y la agricultura, si bien los servicios generan el 74 por ciento del empleo a nivel nacional. Sus principales socios comerciales son Australia, la República Popular China y Estados Unidos. Es un productor importante de vinos, siendo un ícono a nivel mundial en la producción de la uva sauvignon blanc.
El país forma parte de la Commonwealth, dado que fue colonizado por los británicos, quienes desde finales del siglo XVIII merodeaban las aguas de las ínsulas de Aotearoa. Los colonizadores británicos suscribieron con los maoríes el Tratado de Waitangi en 1840, documento que posee dos versiones, una en maorí y otra en inglés y cada versión dice cosas distintas. Así por ejemplo, la primera cláusula de la versión en inglés del tratado señala que los jefes tribales maoríes ceden a Inglaterra absolutamente y sin reservas, todos los derechos y los poderes soberanos sobre el territorio. La versión en maorí establece, en cambio, que los jefes ceden por siempre y absolutamente a la soberana británica la gestión (governance) de sus tierras. Evidentemente hay una gran diferencia entre ceder la soberanía y ceder la gestión. Al decir de los expertos, si mana i te wenua en la versión maorí hubiese sido traducida como soberanía, ningún jefe de ninguna tribu habría suscrito el Tratado de Waitangi.
Una vez suscrito el Tratado de Waitangi, los despojos de las tierras por parte de la corona británica fueron la norma. Para dar una idea de la magnitud de la pérdida de tierras, baste mencionar que mientras que en 1852 los maoríes poseían 34 millones de acres, ocho años después, es decir, en 1860, la cifra había bajado a 21 millones (hacia 1975 sólo tres millones de acres se encontraban bajo control maorí, y, según datos correspondientes a 1994, apenas tenían para ese momento un millón de acres en su poder). Esta situación propició las guerras maoríes entre los británicos y los indígenas en la década que se inició en 1860. La razón de estas confrontaciones fue un conflicto de intereses entre el imperio británico y las aspiraciones de los maoríes de mantener la jefatura y el control sobre sus territorios. Las guerras más relevantes fueron la de Taranaki en 1860 y la de Waikato en 1863.
El Tratado de Waitangi es considerado como un documento fundacional del biculturalismo, y su referencia es obligada a la hora de analizar las relaciones entre los maoríes y los colonizadores. Los maoríes asumieron al Tratado de Waitangi como un intercambio de obsequios, esto es que mientras que los colonizadores eran autorizados para asentarse en Aotearoa, los maoríes recibirían la protección y el resguardo de sus derechos. Sin embargo, más tarde descubrieron que esos derechos tendrían que ser reinterpretados políticamente tanto en términos lingüísticos como culturales, por lo que la razón de que el Tratado de Waitangi siga siendo debatido hasta ahora radica en que aún es muy difícil conciliar lo que los descendientes de los colonizadores y los maoríes desean y necesitan.
El dominio británico explica entonces las características que en Nueva Zelanda tienen los tradicionales símbolos de identidad nacional. Así, el dólar neozelandés, que es la divisa de uso corriente, en su denominación de 20 dólares muestra la efigie de la soberana del Reino Unido. Esa presencia también impera en algunas de las monedas del país. En las estrofas del himno nacional, “Dios salve a Nueva Zelanda” hay una parte que reza “Dios salve a la Reina” [del Reino Unido, por supuesto]. Y la bandera nacional es azul, con la Union Jack (símbolo británico), en el extremo superior izquierdo, y la cruz del sur a la derecha, con notables semejanzas a la bandera australiana.
El debate sobre los símbolos nacionales de Nueva Zelanda se ha exacerbado en fechas recientes. En septiembre de 2014, tras ganar las elecciones para un tercer período, John Key, líder del Partido Nacional de Nueva Zelanda -de tendencia centro-derecha-, señaló que impulsará el debate para la adopción de una nueva bandera. Bueno, en el tema de los símbolos nacionales, por algo se empieza. De ahí que hacia diciembre del presente año se estime la celebración de un primer referéndum sobre el particular. En esta consulta se espera que la población elija un diseño de un conjunto de propuestas seleccionadas por un comité de notables. A continuación habrá un segundo referéndum en 2016, ésta vez para votar entre la bandera existente y el diseño alternativo escogido en 2015.
Un aspecto importante es que si bien Key está de acuerdo en que el país mantenga su membresía en la Commonwealth, se busca que el país siga la misma ruta que Canadá, quien el 15 de febrero de 1965 creó una bandera propia con un símbolo icónico, la hoja de arce. Canadá sigue reconociendo a la soberana del Reino Unido como la jefa de Estado, aun cuando se trata de una relación simbólica, toda vez que el país es independiente. Es en ese tenor que Nueva Zelanda parecería encaminar el debate sobre la bandera nacional.
Por supuesto el tema es polémico. A favor del cambio se dicen muchas cosas, por ejemplo, que la bandera actual simboliza una época colonial y post colonial que corresponde al pasado. Se insiste igualmente en la similitud que existe con la insignia de Australia y que, en numerosas ocasiones, en visitas oficiales de los líderes políticos neozelandeses al exterior, la bandera usada en reuniones oficiales y otros eventos es la del país de los canguros, no por maldad de los anfitriones sino porque realmente se parecen mucho. Esta autora reta al lector a echar un vistazo a ambas insignias patrias, la de Australia y la de Nueva Zelanda y a identificar siete diferencias entre ellas.
En contra del cambio, voces como la de la Ministra de Asuntos Exteriores neozelandesa, Julie Bishop, postulan que tener una nueva bandera no es asunto muy debatido en el país y que hay otros temas más importantes. Asimismo hay sectores conservadores que consideran un sacrilegio adoptar otro símbolo patrio, cuando bajo el actual diversos neozelandeses han participado en contiendas y luchas en las que han dado sus vidas, por lo que una nueva bandera sería tanto como deshonrar su memoria. Se dice igualmente que con esa bandera han participado los atletas del país en los juegos olímpicos y en otras competencias internacionales, y que existe un sentimiento de orgullo en torno a ella. Otro argumento en contra de la iniciativa de Key es el costo de los dos referendos, estimado en 26 millones de dólares, cantidad que muchos preferirían se destinara a problemas más apremiantes, por ejemplo la pobreza infantil, que según la oficina del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) en el país, se ha mantenido sin grandes cambios en los últimos años.
En el fondo se piensa que el tema de la nueva bandera dará pie a una discusión más profunda: ¿debe Nueva Zelanda convertirse en una república y finiquitar los lazos político-protocolarios que mantiene con el Reino Unido? Hellen Clark, antecesora de Key en la jefatura de gobierno de Nueva Zelanda, tuvo numerosos desplantes hacia la soberana del Reino Unido, algo que muchos interpretaron como un indicio de la ruptura de los remanentes de los lazos coloniales entre Wellington y Londres.
La bandera actual fue usada por primera vez en 1869 y fue adoptada formalmente en 1902. Han transcurrido 113 años y a lo largo de ese tiempo el tema se ha mantenido en el debate, si bien no de manera prominente. Así han surgido diversas propuestas para un lábaro patrio más “autóctono” y hay numerosos diseños, algunos muy ingeniosos y otros más bien simplones, que buscan ganar el apoyo de la sociedad para materializarse. El camino se antoja sinuoso. En 1990, por ejemplo, cuando se hizo un concurso a nivel nacional en torno al diseño de una nueva bandera para Nueva Zelanda, ninguno de los diseños ponderados incluía referencias a los maoríes. Por eso es que los maoríes crearon su propia propuesta, la cual, por supuesto, no fue aceptada por el resto de la población. En este sentido se teme que el debate en torno a la nueva bandera tenga una suerte similar a lo ocurrido en 1990, y que genere tensiones sociales entre los maoríes y la mayoría de los habitantes que son de origen europeo, con serias implicaciones para la unidad nacional.
Hoy, igual que en 1990, hay desde quienes sugieren eliminar la Union Jack de la bandera y poner en su lugar las siglas “NZ” acompañadas de un helecho de plata, hasta quienes quieren únicamente la bandera de color negro con el famoso helecho de plata al centro. El helecho de plata fue un símbolo vislumbrado inicialmente como una iniciativa del entonces Ministro de Asuntos Exteriores Allan Highet en 1979, pero no provocó interés. En 1998, la entonces Primera Ministra Jenny Shipley apoyó la iniciativa de la Ministra de Cultura, Marie Hasler, de crear una nueva bandera, de la que emanó la propuesta de la bandera negra con el ya citado helecho plateado que a la fecha es izada al lado de la bandera oficial en diversos lugares del país.
Pero no a todos agrada el simplón diseño de la bandera negra con el helecho de plata y de ahí que se busque incorporar el símbolo que emplea la aerolínea Air New Zealand en la cola de sus aviones, el koru, emblema maorí que también simboliza un helecho pero que es de manufactura indígena. Otras propuestas sugieren echar mano de la fauna exótica del país, por ejemplo, el emblemático kiwi, un pájaro sin alas, que es icónico y que sólo existe ahí.
¿Ocurrirá en los referendos de este año y de 2016 lo mismo que en el pasado? En 2005 se estuvo muy cerca de tener un referéndum sobre el tema. Para ello, una fundación surgida en 2003 impulsó la consulta popular, pero entonces surgió un instituto para oponerse a la campaña conducente a realizar el plebiscito. Como resultado, no se conjuntó el apoyo necesario para seguir adelante –la ley establece que para hacer un referéndum debe haber un apoyo de al menos el 10 por ciento de los electores sobre el particular- y la iniciativa no prosperó. A 10 años de esa experiencia, el gobierno actual parece decidido a realizar los dos referenda a toda costa. ¿Tendrá éxito? ¿Nueva Zelanda finalmente adoptará otra bandera? ¿O en el segundo referéndum se impondrá el lábaro patrio vigente? Aunque un sector de la población está cansado del tema hoy se reconoce que la única manera de resolver la suerte de la bandera nacional es efectivamente, a través de un debate nacional serio. Si se pretende que el país de los kiwis pase a otros asuntos presumiblemente más importantes, será necesario entonces desahogar éste que, a todas luces, es más trascedente de lo que parece. Que Nueva Zelanda justamente ahora, en una era de globalización estandarizante quiera reafirmar su identidad no es un asunto menor y será importante seguir el debate que se desarrollará en los siguientes meses sobre el particular.
06 de enero, 2015
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