Debilitar a la mafia haciendo lo correcto
17/12/2014
- Opinión
De las entrañas de la mafia no hay retorno, no hay retiro, no se puede salir. El vínculo de lealtad es su principio mortal. La mafia funciona con un sistema de justicia privada tan vigente como la ley de la gravedad y tan frecuente como la impunidad. La mafia insiste en que la palabra empeñada es la regla pero la fuerza es su única ley, al que traiciona lo mata pero antes lo tortura para recordar las reglas. Para la mafia los otros humanos no cuentan, solo cuentan los negocios. El mafioso es el mejor expositor de la integración entre el mercado capitalista y la moral cristiana más refractaria. El mafioso dispone, compra y vende inclusive la vida del otro como si fuera una mercancía. El mafioso es un abyecto, vil, comercia con los derechos de los débiles, negocia sus decisiones, sus necesidades, sus pasiones, sus votos políticos, se apropia de los recursos públicos, del lenguaje político, de las instituciones, de la democracia.
La mafia está en el comercio, la política, el gobierno, el poder. Impera como herramienta útil al imperio. Genera un Producto Criminal Bruto (PCB) altamente significativo para que los mercados y el poder funcionen. En 1986 la mafia produjo más de 800.000 millones de dólares, según un estudio de Jean Maullar, superior a las economías de España y Canadá. La mafia actúa como un estado global que ocupa uno de los 10 primeros lugares por el valor de sus bienes finales.
Los grandes negocios de la mafia son transversales, tienen tentáculos por todas partes, están en sociedades y estados y afectan las cadenas de producción, distribución, cambio y consumo de drogas para cubrir una demanda potencial de 4 a 6% de la población mundial; el tráfico de armas para mantener guerras a cuya sombra se despoja ilegalmente y se explotan legalmente recursos y riquezas, de las armas se desprenden multiplicidad de remuneraciones y vínculos asociadas a servicios de seguridad, ejércitos, financistas, juristas, políticos y contables entre otros, que componen la maquina criminal que abarca desde la organización del crimen, hasta la legalización y protección de capitales, de los cuales una parte sirve a la privatización de las empresas estatales. A 2010 las cifras habían crecido, representaban como economía mafiosa entre el 5 y el 20% del mercado mundial, entre otras razones por la efectiva presencia directa de los intereses mafiosos en los escenarios de decisión del poder y la toma del control de los estados.
La mafia no tiene fronteras, sus límites los fijan los negocios. Para ella la ética es una palabra hueca, como la filosofía o la poesía, es cínica, disfruta haciendo sufrir o recibiendo halagos y condecoraciones. La mafia justifica su barbarie con juicios morales, discriminaciones, exclusiones. Conoce las trampas a la ley para impedir la justicia y sostener impunes sus atrocidades. No le importa el otro o que el otro respire, no entiende que el otro también importa, que el otro siente, que el otro es distinto y diferenciado, le interesa someter, aconductar, controlar, homogeneizar. Saca plusvalía del sexo forzado o la sangre de sus víctimas, esclaviza, enajena. No le importa el entorno, la cultura ni el sentido de humanidad. En la mafia hay escalas, rangos, su estructura es invariable. Cada mafioso es una pieza del sistema y ocupa un lugar en permanente competencia y emulación al capo protegido por un férreo modelo de organización jerarquizada.
La mafia impone el espíritu mafioso y la estética mafiosa, sus gustos y gestos de machos, de patriarcas, de hombres de acero, de gentes sin escrúpulos, de exitosos negociantes, mezclan arquitecturas y texturas siguiendo lógicas de culto a la personalidad, disfrutan la fama y las oportunidades mediáticas. La mafia mantiene vivo el miedo señalando que cada otro puede aparecer muerto en el camino, violentado, torturado, desaparecido. Impone mitos, prejuicios, estigmas, diseña amenazas, enemigos, rumores y temores. Compone realidades políticas a la medida de sus negocios, hace retroceder conquistas individuales y colectivas de derechos, invade, usurpa, aniquila. Hace valer sus intereses por encima de todo lo demás.
Matar al otro en individual y en colectivo, destruirlo físicamente o ponerlo en retirada hace parte de pasiones que combinan con el futbol, las peleas de hombres o de gallos o el trote de caballos pura sangre y vitorean a la patria y a la muerte en cada jugada victoriosa. La mafia es la mejor expresión contemporánea del fascismo, forja sus líderes y caudillos, esconde su miseria en supuestos altruismos, se basa en lealtades de adhesión al capo, se orienta con el triángulo de tradición, familia y propiedad, mezcla su discurso de derechas con frases de cajón y sentimientos de compasión para acomodarse socialmente y mantener la guerra, la acumulación despiadada y el exterminio de seres humanos.
A la mafia quizá se le puede debilitar haciendo lo correcto, con una política distinta desafiliada de intereses y privilegios particulares, sin cálculos de poder para oprimir, con más límites éticos que normas de control, con franqueza, con sentido de humanidad, demostrando que no todo es corruptible, comprable, ni útil al poder. Repasando las palabras de resistencia de Unamuno de que la fuerza vence pero no convence, dichas al fascista que en el recinto universitario quiso imponer su ley de muerte y terror. Donde la conciencia se niega a ser comprada la mafia es derrotada, se desquicia, se obsesiona, se descontrola, se aniquila. Los mafiosos dicen estupideces todo el tiempo, hacen fiesta y se emborrachan para celebrar la derrota o la muerte de sus víctimas, por eso hay que negarse a ir a sus fiestas, dejar de celebrar su estupidez. La sociedad podrá debilitar a la mafia y eliminar el espíritu mafioso haciendo lo correcto, y mirando de frente el rostro podrido de los mafiosos que como todo lo mundano se descompone y llega a su fin.
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