Programar la ejecución del programa
- Opinión
El año se despide en el sur del continente con la esperada triple victoria que el domingo pasado terminó de consumarse en Uruguay con el balotaje. El cuadro político sudamericano continúa fijándose con sucesivas capas de denso óleo progresista y variados cromatismos según la ubicación, historia y capacidad de absorción de la tela. Le otorgan al conjunto de la región una tonalidad que -aún con indefiniciones y hasta importantes contradicciones- ratifica un rumbo opuesto al del resto del mundo, tanto hegemónico como de buena parte del subalterno. Mientras unos se estancan, los otros crecen. Mientras unos concentran la riqueza y repelen el empleo, otros la distribuyen aún tímidamente y crean fuentes de ocupación laboral. Mientras unos se enfrascan en guerras, ocupaciones y matanzas, otros las condenan e intentan integrarse en paz. Mientras unos expulsan refugiados y recogen cadáveres por mar y tierra, otros ofrecen asilo y esfuerzos solidarios. Obviamente existen excepciones aquí y allá, pero a grandes brochazos, simplificadamente y de conjunto, el presente encuentra a Sudamérica en un momento excepcional e inédito de su historia, en franco contraste con el resto del mundo. Potenciar y consolidar esta tendencia, debería ser un objetivo irrenunciable de las cancillerías de los países en los que el progresismo se viene consolidando.
En la reciente VIII Cumbre de Presidentes de Unasur, con la excusa de inaugurar la imponente sede en Quito y traspasar la presidencia del organismo a Uruguay en Guayaquil, se ratificaron algunas líneas directrices institucionales, tanto como se formularon críticas y propusieron futuras medidas de acción. El presidente Correa, por ejemplo, cuestionó el enlentecimiento del proceso integrador, o a la obligatoriedad de que las decisiones se adopten por consenso, lo que otorga virtualmente poder de veto a cualquiera de sus 12 integrantes. Obviamente las resoluciones importantes deberían requerir de mayorías calificadas, pero en un escenario histórica, ideológica y políticamente tan heterogéneo, no puede comprometerse la eficiencia en nombre de una supuesta mayor democraticidad ya que culmina inevitablemente en el entorpecimiento y la imprevisión. Rescató además los viejos proyectos del Banco del Sur y Fondo del Sur proponiendo además la adopción de un sistema de pagos como el Sucre que utilizan los países del ALBA. Tan o más ambiciosa y atractiva aún es la iniciativa señalada por el secretario general del bloque, Ernesto Samper, de avanzar hacia una ciudadanía sudamericana a fin de que cualquiera de sus más de 450 millones de habitantes pueda trabajar, estudiar y tener salud gratuita, en suma, ser sujeto de derecho en cualquiera de los países de la región, cuyo primer paso será la emisión de un pasaporte único sudamericano.
El discurso de asunción de la presidencia pro-tempore por parte del presidente Mujica, merece algún párrafo aparte. Porque por un lado convalida en el sur el extendido interés internacional que ha despertado su figura y actitudes. Por otro, por la propia naturaleza crítica de su intervención, que contribuyó a alentar una perspectiva antineoliberal y antiimperialista para la región basada en la integración. Sostuvo por ejemplo que “estamos llegando muy tarde al tiempo del desarrollo. Hemos estado en la fila de las cenicientas, de los dependientes. La integración nos toca construirla. Se trata de crear una realidad tangible y fuerte, y nunca hemos sido capaces de dar un abrazo definitivo de esa magnitud. Tenemos que aprender de nuestro pasado y de nuestros errores. De nuestros héroes y las cárceles. No habrá integración sin el compromiso de luchar. El pasado sigue apretando. Porque la realidad de nuestras economías, en un mundo globalizado, nos obliga a unirnos”.
Tal como acostumbra cuando elabora discursos, a diferencia de sus grageas improvisadas frente a micrófonos de noteros en los que en ocasiones profiere verdaderos disparates, Mujica fustigó al consumismo, llamó a darle sentido a la vida, distribuir la riqueza a costa de los que más tienen y sentenció: “decir que no hay plata en este mundo es no tener vergüenza”, para luego recordar el escándalo de la magnitud de los gastos militares en el mundo. Un discurso memorable, como el que formuló ante las Naciones Unidas. Quedará por responder por qué la política de defensa uruguaya ha sido hasta ahora tan conservadora y parasitaria, cosa que el adelanto del próximo gabinete hecho por el futuro presidente Tabaré Vázquez evidentemente ratifica. O por qué las admirables y sinceras muestras de austeridad y desinterés personal de Mujica, que tanta atención despiertan en el mundo, no ha merecido debate institucional alguno, siquiera para limitar el boato y la desigualdad de la clase política uruguaya. Los salarios de legisladores y jerarcas del poder ejecutivo continúan siendo escandalosos, respecto a la media salarial del país. La historia no se cambia sólo con personajes, sino con medidas para torcerla. Inversamente, la mera construcción del personaje, la devoción a los gestos personales, carentes de conclusiones reformistas, desalienta la construcción política misma.
Una vez electo, Tabaré Vázquez ha sido enfático en sus discursos públicos y reportajes televisivos respecto al apego al programa de su fuerza política, el Frente Amplio. Y en los festejos por la victoria, le pidió al pueblo frentista que no lo dejen solo y que le indiquen las correcciones de rumbo que juzguen necesarias. Es bueno tener presente este compromiso, del mismo modo que tomamos aquel de Mujica, quién al asumir la presidencia recordó el origen etimológico de la palabra mandatario, aludiendo al mandato. Aún sin lazos institucionalizados de exigencias precisas, permite reverberaciones éticas y políticas que sujetan parcialmente el rumbo. Y no resulta menor que el anclaje sea sobre el programa.
En primer lugar por razones procedimentales. El FA ha sido la única fuerza política uruguaya que dedicó un año a la elaboración colectiva de su programa, en el cual participaron miles de militantes de todas las latitudes y formaciones profesionales en comisiones específicas, foros virtuales y asambleas de comités. Luego ese borrador (de más de 300.000 caracteres) fue discutido en un plenario realizado en un estadio, por más de 1.200 delegados, con posibilidades igualitarias de intervención de cada participante. No refleja anhelos abstractos o meros deseos de los participantes sino pasos precisos a dar, a partir de un diagnóstico de la situación, de la evaluación de las posibilidades y de las correlaciones de fuerzas al interior del diverso espectro ideológico y político frentista. En algunos rubros generó decepciones de partes integrantes, cuanto en otros, satisfacciones, según el éxito o fracaso que tuvieran las propias iniciativas. El FA es la única alternativa que ha asegurado hasta ahora la contención de la restauración derechista. No hay en la vida política uruguaya otra opción avizorable. No es poco en absoluto. Así como la historia no se escribe con personajes, tampoco con esqueletos ideales, carentes de encarnadura organizativa y militante.
El propósito del futuro presidente Vázquez de comenzar a prepararse con su equipo para la transición y asunción del nuevo gobierno resulta encomiable, aunque el anuncio del nuevo gabinete genere dudas respecto a la posibilidad de ejecución programática, tal el objetivo explícito. Por un lado, rompe con la tradición distributiva de cargos por cuota política, calculada según los resultados electorales internos de cada sublema, lo que no está nada mal, pero presenta un equipo particularmente envejecido al que, desagregadamente, se dificulta en varios casos apreciar la vinculación de trayectorias personales con los objetivos programáticos a alcanzar. Nada de esto merece reparos absolutos, sino algunas dudas que la experiencia podrá despejar.
Pero en lo que a la temática principal de este artículo refiere, la designación como canciller del ex vicepresidente Nin Novoa, dirigente del interior de origen blanco, de inclinaciones ideológicas moderadas y escasos antecedentes en política internacional, profundiza interrogantes respecto a la prioridad de estímulo a la integración sudamericana y a la profundización de una estrategia antimperialista en la región que no sólo es un claro énfasis programático sino una posibilidad concreta de la que esta última cumbre es exponente, como he intentado reflejar aquí. En cualquier caso, poco importan los ejecutores sino sólo las políticas implementadas.
En otros términos, todos tendrán que programarse según el programa.
- Emilio Cafassi es Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@sociales.uba.ar. Editorial del diario La República, 7 de diciembre de 2014
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