Trampas de guerra y peligros contra la paz
17/11/2014
- Opinión
En las conversaciones de paz entre el gobierno y la insurgencia en Colombia, las trampas al proceso son intrínsecas al mismo. Están fijadas en el acuerdo inicial de hacer la guerra mientras se busca la paz. Para caer en la trampa basta ceder a las voces de la guerra por la razón que se quiera invocar. Cualquier hecho de guerra puede afectar la sensibilidad de las partes y dejarse caer en la trampa con respuestas como romper o parar las conversaciones. Negociar una guerra de cinco décadas en medio de su continuidad es una trampa que con el menor descuido puede debilitar o des-estructurar todo el andamiaje de acuerdos alcanzados.
Es el Estado el que está en la negociación. Los poderes públicos de un lado y las FARC del otro los que la adelantan, y en la que también han participado las víctimas y partes de la sociedad alentando conclusiones y debates. El presidente Santos lo hace en calidad de jefe del Estado, comandante supremo de las fuerzas militares y jefe del poder ejecutivo y fue ratificado en las urnas para representar al Estado. Por esta razón no resulta consecuente que asuma temporalmente representaciones específicas, bien sea para saciar la prepotencia de sus adversarios políticos del Centro Democrático, rebajar la temeridad militar, responder a prejuicios de los sectores económicos o caer en chantajes de partido para apoyar iniciativas del gobierno.
La trampa de dialogar en medio de la guerra, está disponible para ser usada por cualquiera de las partes, pero con mayor ventaja para el Estado ante cualquier contratiempo valorado con elevada significación. Sin embargo, como en toda guerra, la que padece Colombia tiene diariamente muertes, prisioneros de guerra, víctimas, rehenes, destrucción, dolor, sufrimiento, destierro, violaciones a derechos y pérdida del sentido de la vida humana del otro, el enemigo. Es probable también que haya combates y hostigamientos en los que los contendientes se enfrentan con menos intención de hacerse daño por efecto del ambiente que crean los acuerdos. En todo caso, con la guerra se disputa poder, se ponen en juego estrategias para ganar legitimidad o posiciones de control territorial, poblacional y de riquezas. Hacer la guerra cuesta dinero y para el sector que no cesa de impulsarla y empujar hacia ella produce dinero, mucho dinero.
Estar en medio de la guerra define todavía la realidad nacional cotidiana que aunque tienda a mejorar se mantiene. Se siguen produciendo numerosas víctimas diarias, los riesgos humanitarios están ahí. Desplazamientos forzados, asesinatos selectivos de defensores de tierras y de derechos humanos, amenazas a líderes populares, ejecuciones extrajudiciales, espionaje a líderes y opositores y al proceso mismo, bombardeos a campamentos insurgentes y altos costos del presupuesto nacional arrancados a las políticas sociales, a la educación, la salud, las infraestructuras. Todo ocurre mientras se discute para alcanzar acuerdos orientados a cerrarle el camino al uso de las armas como herramienta política y a eliminar con ella sus actos de barbarie, crueldad y dolor. Justamente se negocia para salir de la guerra, para pactar con el enemigo, con el contrario que una vez reconocido por el gobierno le permitió al Estado aceptarlo como insurgencia y en igualdad entrar en dialogo con él.
Negociar en medio de la guerra define el marco de estas conversaciones. Ese fue el principio pactado y que el presidente, sus ministros y la canciller exponen ante el mundo, al que le cuentan la historia y reciben apoyo, réditos publicitarios, económicos, felicitaciones y menciones especiales. El otro principio de que nada está acordado hasta que todo este acordado, ojala no pretenda ser usado como segunda trampa mortal. Las trampas están disponibles para las dos partes que podrían invocar las mismas justificaciones basadas en actos de guerra, sin embargo la madurez de lo avanzado tendrá que regular o dejar al descubierto otras fragilidades del proceso.
Renunciar a continuar conversando, como anunció el presidente ante un acto de guerra propio de la guerra por haber tomado prisionero a un militar de alto rango en ejercicio de su función militar y en campo de guerra, es inoportuno y desesperanzador. El presidente Santos fue reelegido para remover obstáculos y cerrar el conflicto armado. Para promover el cambio de la lógica de muerte por una lógica de dialogo. No resulta explicable que dos años después de estar conversando le trate de imponer las conductas de guerra a su enemigo al que combate a diario. La excusa de un acto de guerra en contra del Estado, resulta peligrosa porque implica volver a sobreponer la guerra como centro de la agenda política y social e influenciar negativamente la percepción y ambiente de paz ganado. El único llamado aceptable es a cerrar el paso a la guerra y sus acciones con un alto del fuego entre las partes y una construcción de salidas paralelas contra la violencia en todas sus manifestaciones. Las mismas voces del estado repetidas muchas veces no pueden cambiar el ritmo de las cosas, son las voces de la sociedad las que deben ser respetadas y oídas en su clamor y expresiones de paz sin vacilaciones ni temores.
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