Le vi, flanqueado por Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, sin suponer siquiera yo cuánto dolor podría sentir en su corazón de soldado herido inesperadamente en la batalla. De inmediato, experimenté, lo confieso, un nudo en la garganta, y una profunda tristeza me invadió. Hugo Chávez, devenido en paradigma de los pobres de toda nuestra América, anunciaba la continuación de su tenaz batalla contra el cáncer. Si la desazón me agobió, él mismo me impregnó de optimismo y me hizo corroborar que este hombre humano, bendecido mil veces por la admiración de nosotros, es un ser especial. De ese tipo de hombre que tanto necesitamos en nuestras trincheras y en nuestros combates por el futuro.
Supe, entonces, que poco le importaba a él su suerte personal, el destino que inesperadamente pueda depararle la vida. Había algo más importante para él que sobrevivir a la dolencia cruel, y no le vi temor ni vacilación, ni tan siquiera una queja al hablar de ella y de los riesgos que pueda enfrentar. Por encima de él, estaba en su pensamiento el destino de su amada Venezuela, de su pueblo digno que tantas lecciones nos ha dado.
Si pudiera compararle con alguien, inevitablemente, lo haría con nuestro Fidel. Y es que América ha parido hombres de esta envergadura cuando más necesita que aparezcan. Eso los hace, ciertamente, imprescindibles.
Chávez es imprescindible aunque, entiéndase, no me refiero en el sentido estricto y semántico de la palabra, ya que Chávez no es exclusivamente ese ser humano, batallador y tenaz, que tanto nos ha inculcado y tanto ejemplo ha diseminado por doquier. Chávez es, como Fidel, parte de nosotros mismos, de nuestra forma de ver la vida, de la manera en la que debemos comportarnos ante las adversidades. Chávez es el reto que llevamos dentro de nosotros para ser mejores cada día y más útiles para la Patria que amamos por encima de nuestras propias ambiciones y anhelos personales.
Estoy seguro que, como Bolívar, Chávez batallará, corajudamente, lleno de fe, por vencer este nuevo reto. Tiene para ello un incentivo nada despreciable: el eterno amor a su pueblo. Y cada uno de nosotros, piense o no en un Dios, orarará respetuosamente porque salga vencedor.
Recuerdo que hace uno cercano tiempo tuve la oportunidad de hablarle a varios hermanos venezolanos en mi condición de viejo luchador latinoamericano. En esencia, les dije, les reclamé cara a cara, admirado por su bella gente y mi amor eterno a Venezuela, que era necesario que cada uno recapacitara sobre cuánto era necesario cambiar cada uno para serle más útil a la Patria, para ser aún más digno compañero de trinchera de Chávez. Entonces no sabía que la premonición de mis palabras, su urgencia, cobrarían más importancia e inmediatez.
Aprendamos de Chávez, como hemos aprendido de Fidel. Hoy, mientras él libra estoicamente su batalla humana, nosotros debemos librar la nuestra con entera dignidad. No hacerlo, sería traicionarle y traicionar, de paso, el bello sueño de una Venezuela mejor y más digna. Ser fiel a Chávez, como él lo dijo es, primero que todo, ser patriotas.
Estar más unidos y firmes para las nuevas batallas constitucionales que se avecinan, no importa cuál sea el contexto político en que debamos de librarlas, es la mejor forma de honrar a ese ser devenido en gigantesca masa de pueblo. Dejar a un lado todo aquello que nos envenena la pureza del alma, los anhelos personales, el malsano afán de protagonismo, la duda hueca y sin motivo, el resquemor que daña nuestras convicciones, nuestras indebidas actuaciones que siembran recelos en las masas, es la única fórmula para honrar a nuestros mártires, a Chávez y a la libre Venezuela con la que soñamos.
Nosotros, los latinoamericanos que orgullosamente nos sentimos, sin pedirle permiso a nadie, también entrañablemente venezolanos, reclamamos a ese maravilloso pueblo, a los cuadros del PSUV, a los partidos y fuerzas de izquierda con heroica tradición de lucha, a los miembros de las izquierdas que avanzan por equivocados derroteros, al contrincante político no viciado por el entreguismo al sucio amo extranjero, a estar más unidos que nunca en este momento singular para Venezuela. La Patria debe estar por encima de todos como madre agradecida.
Nicolás Maduro y la generación de cuadros emergentes dentro de la Revolución Bolivariana tienen clara la enorme responsabilidad que asumen para continuar la obra de Chávez. Ellos merecen nuestra confianza y apoyo. Ellos deben forjar la unidad y la organización necesaria para que la Patria camine, airosa y pletórica de dignidad, hacia el mañana. Ellos sabrán ser inclusivos, siempre que no se ponga en peligro en destino de la Venezuela que anhelamos. Ellos deben saber enfrentar los retos políticos que se avecinan.
No sé realmente, y nadie lo puede predecir, si Chávez saldrá airoso de este enorme reto por la vida. Yo, particularmente, confío en su condición de batallador. De lo que si estoy enteramente seguro, es que Chávez está vivo y estará vivo siempre en su pueblo. Su obra emancipadora e inclusiva, nunca podrá ser borrada de la historia de Venezuela, pues él, como Bolívar y Miranda, marcaron hitos de gloria en la misma. Chávez vivirá eternamente en nosotros.
Ratifico, pues, su decisión y admiro su inimitable patriotismo. Seguiré dispuesto siempre para servirle a mi amada Venezuela, como a mi Cuba amada, como a mi América toda. Hoy no hay espacio para el desánimo y el dolor. La espada de Bolívar nos reclama optimismo y fe en la victoria. El 16-D debe vernos como vencedores.