Cumbre de las Américas: crónica de un fracaso anunciado
17/04/2012
- Opinión
En abril de 2009 tuvo lugar la V Cumbre de las Américas, la primera presidida por el mandatario de Estados Unidos Barack Obama, quien recién había arribado al cargo tres meses atrás. La reunión que tuvo lugar en Trinidad y Tobago, fue considerada por algunos como “histórica”, dado que el nuevo residente de la Casa Blanca, en su esperado discurso, extendía la mano a la región, afirmando que había llegado el momento de desarrollar una relación entre iguales, insistiendo asimismo en que la atención que recibirían los países latinoamericanos y caribeños a lo largo de su administración, sería prioritaria y se mantendría así, al menos hasta que concluyera su mandato.
En los siguientes años, sin embargo, América Latina se reveló, una vez más, como una región periférica en las prioridades internacionales de Washington. Parte de la explicación estriba, por supuesto, en la crisis económica de 2008 y sus efectos dentro del país en el que se originó. Como es sabido, la economía de Estados Unidos, al igual que las de la Europa comunitaria padece de tasas de desempleo altas y persistentes, del tambaleo de la confianza de los consumidores y de las expectativas empresariales, así como de la continua fragilidad del sector financiero. Esta situación se ha mantenido a lo largo de la administración de Barack Obama y lo que es más: en agosto de 2011 se temía que el estancamiento en la gestión de parte de las autoridades estadunidenses podría haber llegado al punto de un potencial incumplimiento de las obligaciones de deuda de esa nación.
Podría argumentarse, sin embargo, que Estados Unidos bajo el gobierno de Obama, no ha dejado de dar prioridad a la región de Medio Oriente, en particular Irán, o más al norte, Afganistán. Tampoco ha abandonado las críticas al comportamiento de Corea del Norte. De hecho, a partir de los ejemplos citados, pareciera que Estados Unidos sólo le prodiga atención a las regiones y países que le crean problemas, lo cual podría significar que América Latina y el Caribe constituyen una zona relativamente pacífica, al menos desde la óptica estadunidense. Sin embargo, esta percepción no le hace un gran favor a las relaciones interamericanas.
El pasado 25 de julio de 2011, unas cuantas semanas después de la captura y muerte de Osama Ben Laden, Estados Unidos dio a conocer su Estrategia para el combate del crimen organizado transnacional, que incluye disposiciones para debilitar el poder económico de diversos grupos delincuenciales, entre ellos el de los Zetas. Con la citada estrategia se aprobó la aplicación de sanciones contra las personas, empresas, y entidades que ayuden a los grupos delictivos de los Zetas en México; el Círculo de los Hermanos en Moscú; la Camorra en Italia y los Yakuza en Japón.
Para muchos, la estrategia de referencia viene a colocar al crimen organizado transnacional en la cúspide de las prioridades internacionales de Estados Unidos, superando, aparentemente, a la amenaza terrorista. Por lo tanto, pareciera como si en la reciente VI Cumbre de las Américas celebrada en Colombia, Washington buscara el aval de las naciones del continente americano para colocar al crimen organizado transnacional en el nivel de “máxima prioridad”, algo que, evidentemente, cayó muy mal entre los países asistentes a la reunión, por considerar que hay otra serie de problemas que son importantes para ellos, pero que no reciben la atención debida de parte de Estados Unidos. Una muestra clara de esta situación fue la partida anticipada de la Presidente de Argentina, Cristina Fernández, quien voló de vuelta a su país antes de la culminación de este foro, porque un tema que deseaba ventilar en la reunión –la situación de las islas Malvinas- no mereció la atención ni de Estados Unidos, ni de otras naciones participantes. Y que conste que el resbalón de Shakira, al interpretar el himno nacional colombiano en el acto inaugural, es el menor de los problemas que se manifestaron en ese foro. Así, la VI Cumbre de las Américas transcurrió sin consensos y culminó sin una declaración final, lo que parece vaticinar el fracaso definitivo de este mecanismo de diálogo creado en diciembre de 1994 por el entonces Presidente estadunidense William Clinton en Miami, y en el que originalmente se había vislumbrado la creación de un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) -propuesta que, por cierto fracasó ante la crisis financiera de México (1994-1995) y la creciente oposición de países como Brasil y Venezuela.
Por lo tanto, una vez más, las promesas de un Presidente estadunidense hacia América Latina y el Caribe, no se cumplieron. La conducta de Washington ante diversos desafíos que han enfrentado los países de la región entre 2009 y el momento actual ha sido tibia, errática y la única claridad observable es la que tiene que ver con el fomento de la militarización en el área, situación que plantea desafíos a las instituciones civiles y democráticas de las naciones.
No es posible encontrar, ni en el discurso del Presidente Obama presentado en Trinidad y Tobago, ni en el que pronunció en Santiago de Chile en marzo de 2011, ni en el más reciente que presentó en Colombia, los lineamientos de una política definida de parte de Estados Unidos hacia América Latina y el Caribe. Para muchos, Estados Unidos tiende a perder influencia y liderazgo en la región, algo que están aprovechando países como la República Popular China, Rusia e, inclusive, Irán, quienes auspician iniciativas de cooperación en diversos ámbitos con las naciones latinoamericanas y caribeñas. Otros más señalan que para la Unión Americana lo anterior no es sino reflejo del agotamiento y de una incapacidad para liderar en el mundo, mientras que diversos países y regiones se van fortaleciendo y ascendiendo. Lo cierto es que si ambas situaciones, o, al menos, una de ellas es cierta, entonces se esperaría que América Latina y el Caribe asumieran una actitud menos receptiva y más proactiva, sobre todo porque, pese al tratamiento residual que recibe la región de parte de Washington, el Presidente Obama parece muy resuelto a escuchar, y esa no es una situación tan frecuente en la Casa Blanca, al menos en gran parte de las administraciones que ha tenido ese país en décadas recientes. Además, la opinión pública en América Latina y el Caribe, tiene una percepción positiva del mandatario estadunidense, aun cuando no parece existir correspondencia entre ese hecho y el poco interés mostrado por su administración en la región ni en sus problemas –salvo contadísimas excepciones.
Entre las contradicciones de la administración Obama de cara a la región, destacan la tibieza con que reaccionó ante el golpe de Estado en Honduras del 28 de junio de 2009; su insistencia en la importancia de los acuerdos de libre comercio con Panamá y Colombia, pese a que no ha logrado presentar ante su Congreso la petición para ratificarlos y echarlos a andar; ha insistido en que la región es democrática, aun cuando simultáneamente destina recursos a las esfera militar y de la defensa, fortaleciendo así a las instituciones castrenses, etcétera. Acaso la asistencia brindada a Haití con motivo del terremoto de enero de 2010, ha sido una de las pocas acciones en que el Presidente Obama ha mostrado liderazgo en la región. Sin embargo, una valoración conjunta de su política exterior hacia América Latina y el Caribe en el período de referencia, destaca la falta de interés, compromiso y cooperación de parte de Washington. ¿Será que esta parte del mundo debe tornarse fuertemente inestable para recibir atención de Estados Unidos? Tal vez una opción más realista sería que los países latinoamericanos y caribeños estrechen las relaciones entre ellos en las condiciones actuales, dado que las naciones más desarrolladas están demasiado agobiadas por la crisis y muy obsesionadas en torno a sus problemas internos y, eventualmente, otras regiones. Valga entonces, la siguiente consideración: en un escenario muy parecido, aunque a finales de los años 80, fue que Argentina y Brasil decidieron emprender un camino integracionista que derivaría en el nacimiento del Mercado Común del Sur (MERCOSUR).
María Cristina Rosas es profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México
https://www.alainet.org/en/node/157268?language=es
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