La era de los drones
26/01/2012
- Opinión
El primer mandato del presidente Obama quizá pase a la Historia, dejando aparte los méritos propios que el transcurso del tiempo le atribuya, por la aparición y el extendido empleo de un nuevo instrumento de guerra en el arsenal de los ejércitos. En la historia de las guerras, esta época podría ser denominada como la “era de los drones”.
La palabra inglesa drone tiene varios significados aunque en su origen se refiere a los zánganos de las colmenas y al monótono zumbido que emiten. Esta raíz sonora del vocablo hizo llamar drones a los aviones teledirigidos por el ruido que se escucha en tierra cuando vuelan a cierta altura. La Artillería española utilizó ya hace años estos aparatos, recibidos como parte de la ayuda militar norteamericana.
En noviembre de 1957 participé en el lanzamiento de los primeros “aviones-blanco”, empleados como blanco para las nuevas baterías antiaéreas. Desplegadas éstas junto al cuartel de Fuencarral, nos veíamos obligados a aprovechar los lejanos y ocasionales aviones que despegaban de Barajas, para poder practicar con los radares de exploración y tiro. Los aviones teledirigidos dieron más realismo a las prácticas de tiro simulado. Uno de aquellos primeros vuelos concluyó en accidente al estrellarse el avión cerca del antiguo colegio-asilo de San. El oficial de guardia de la vecina Academia de Artillería recibió una angustiosa llamada telefónica de una monja del colegio, solicitando ayuda para “poder salvar con vida al piloto”, que parecía no ser capaz de abandonar la aeronave siniestrada, de la que salía un humo sospechoso. Tan extraño parecía entonces que existieran aviones “sin piloto” y con capacidad de vuelo aparentemente ilimitada.
Desde aquellos pequeños aparatos de apenas dos metros de envergadura hasta los modernos drones utilizados militarmente por Estados Unidos, Israel y Turquía y por otros países con propósitos civiles, la tecnología de los aviones teledirigidos ha progresado aceleradamente. Su empleo en acciones de combate es cada vez más frecuente. Desde más de 60 bases al servicio de Estados Unidos despegan y aterrizan los aviones teledirigidos de tipo Sentinel, Predator o Reaper, capaces no solo de vigilar y observar con increíble detalle todo tipo de objetivos terrestres, sino de atacarlos con precisión y mediante armas diversas aunque estén en movimiento.
Hace días, unos drones estadounidenses bombardearon en territorio pakistaní un edificio que albergaba supuestos “insurgentes”, creando un nuevo problema diplomático entre ambos países. Como consecuencia de un ataque anterior, el Gobierno de Islamabad había exigido el cierre de la base desde la que se dirigían los aviones. Pero el más notorio incidente protagonizado por estos aparatos se produjo a principios de diciembre pasado, cuando cayó en Irán uno de los más modernos aviones teledirigidos, un Sentinel RQ-170, diseñado para ser invisible al radar y dotado de complejos dispositivos informáticos. Se supone que el aparato, manejado por la CIA, efectuaba operaciones de reconocimiento sobre Irán.
Las pérdidas de drones no son raras. Trece de ellos se estrellaron en 2011; en su mayoría habían despegado en Afganistán o en el Estado africano de Yibuti, desde donde operan sobre Somalia y Yemen. Los 31 accidentes registrados en los tres últimos años se han debido casi siempre a errores mecánicos o humanos, pero nunca han sido derribados por fuego enemigo.
El uso habitual de aviones teledirigidos inducirá cambios en las tácticas ofensivas. Tras las experiencias en Irak, Afganistán y Libia, donde solo se atacó desde el aire, en Estados Unidos se aprecia una deriva hacia guerras con menor implicación de la Infantería ocupando el terreno y con más empleo de medios aéreos -incluyendo drones- y selectas fuerzas de operaciones especiales, capaces de penetrar en cualquier lugar y retirarse con rapidez tras ejecutar la misión.
No se trata de armas milagrosas. Controladas desde lejos, a veces a miles de kilómetros, distinguen mal entre combatientes y población civil; su uso para asesinatos selectivos suele violar la legislación internacional; los frecuentes errores y la multiplicación de víctimas inocentes provocan la indignación de la población local.
Tras el inicial entusiasmo que suscitó en el Pentágono el aparente éxito de estas nuevas armas, sus efectos negativos van saliendo a la luz y obligarán a reflexionar sobre si la guerra robótica tiene ventajas sobre la guerra tradicional o, por el contrario, sólo aumenta el horror que siempre acompaña a ésta.
- Alberto Piris es General de Artillería en Reserva
https://www.alainet.org/en/node/155487?language=es
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