El ingreso de Rusia a la OMC

18/01/2012
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La octava reunión ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC) celebrada en Ginebra, Suiza del 12 al 17 de diciembre de 2011, terminó, como se esperaba, sin compromisos concretos en torno a la culminación de las negociaciones de la Ronda de Doha, misma que fue lanzada 10 años atrás. Pese a ello, se produjeron dos acuerdos. Uno fue para ratificar la adhesión de Rusia –por fin- a la OMC y, por otra parte, se anunció el inesperado compromiso al que se llegó en materia de compras del sector público. Por supuesto que los países participantes en la reunión destacaron el papel tan importante que está llamada a desempeñar la OMC, convocando a las naciones del orbe a mostrar voluntad política para lograr su conclusión satisfactoria, especialmente de cara a la recesión que enfrenta la economía global. El tema del acuerdo sobre compras del sector público que a todos los tomó por sorpresa y que, sin duda es una excelente noticia, será analizado en otra oportunidad. Por ahora baste analizar las implicaciones de la adhesión de Rusia a la OMC.
 
La Federación Rusa requirió de 18 años de largas negociaciones para incorporarse como miembro de pleno derecho a la OMC. Rusia era, de hecho, el único miembro del Grupo de los 20 (G20) que no formaba parte de la OMC, lo cual, a todas luces, era una aberración. Era de los pocos países “grandes” que quedaban fuera de la normatividad del organismo comercial de referencia, sobre todo porque, pese a que la guerra fría terminó en el inicio de la década de los 90 del siglo XX, lo cierto es que Occidente le siguió prodigando a Moscú el mismo trato discriminatorio y proteccionista que se le aplicó en los tiempos de la confrontación Este-Oeste.
 
Como se recordará, cuando terminó la segunda guerra mundial Europa quedó dividida en dos zonas de influencia: la de Estados Unidos y la de la Unión Soviética. El país que mejor representaba dicha división era Alemania. Hacia 1947, cuando la Gran Bretaña, que había sido la potencia hegemónica hasta antes de la citada conflagración, anunció que ya no podía seguir “protegiendo” a Grecia y Turquía de los embates soviéticos, Estados Unidos dio a conocer lo que ha dado en llamarse Doctrina Truman, mediante la cual estaría proporcionando asistencia militar a ambas naciones, con lo que contendría, de paso, las pretensiones expansionistas de Moscú en la zona –de manera análoga a lo que se observó, en el siglo XIX, en la guerra de Crimea. Asimismo, ante la debacle económica que aquejaba a los países europeos y la popularidad de que gozaban los partidos comunistas –en Italia, Francia, etcétera-, Estados Unidos decidió poner en marcha el programa de reconstrucción europea mejor conocido como Plan Marshall, el cual consistiría en préstamos con tasas blandas en beneficio de los países de Europa occidental. La URSS y los países de Europa oriental quedaron excluidos de estos apoyos, razón por la que Moscú echó a andar el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), iniciativa que no contemplaba asignar recursos económicos de parte de la Unión Soviética a los países de Europa oriental debido a la destrucción de la infraestructura física y la pérdida de millones de vidas que padeció en la segunda guerra mundial.
 
El modelo económico de la URSS que también impuso a Europa oriental era el de planificación central, donde el Estado era el actor económico fundamental. Así, la economía se organizada de conformidad con planes de todo tipo (semestrales, anuales, bianuales, quinquenales, etcétera) y se establecían objetivos de producción y desarrollo, alejados de las leyes de la oferta y la demanda, y, por supuesto de la competencia. Así, aunque sólo había, por ejemplo, una “marca” de jabón disponible, lo cierto es que todos tenían acceso al jabón. Si el jabón provocaba ronchas o comezones, esa es otra historia, pero la premisa era dotar a toda la población de los productos básicos.
 
En Occidente prevalecían los criterios de competencia, del imperio de las leyes de la oferta y la demanda y de la propiedad privada. Con todo, ante el prestigio ganado por la URSS al derrotar a Alemania en la contienda –al lado de los países aliados- los partidos comunistas de todo el mundo crecieron de manera significativa, haciéndose del poder en diversas regiones, por ejemplo en Asia, y planteando el problema, a los ojos de Occidente, de la pérdida de espacios físicos para que se llevara a cabo el proceso de acumulación y expansión del capital. De ahí que buscaran frenar las “adhesiones” de las naciones al modelo soviético no-capitalista de planificación central, a través de sanciones económicas y diversas medidas proteccionistas que evitaban, por ejemplo, que los productos de manufactura soviética y de sus aliados, incursionaran en los mercados occidentales, a la vez que se restringía el acceso de la URSS y sus compinches a las tecnologías de Estados Unidos, Europa y, eventualmente Japón.
 
En 1948, Estados Unidos inició una campaña para aplicar sanciones en contra de la URSS, mismas que tendrían una duración aproximada de 50 años. En marzo de ese año –que fue cuando Washington comenzó a enviar a Europa occidental recursos del Plan Marshall- el Departamento de Comercio de la Unión Americana estableció restricciones a las exportaciones con destino a la URSS y sus aliados. El Congreso estadunidense validó estas acciones a través del Acta de control de las exportaciones de 1949 –año en que fue creada la Organización del Tratado del Atlántico Norte u OTAN, con un cariz anti-comunista. Dicha acta buscaba evitar que países “rivales” tuvieran acceso a armas y tecnologías. El desarrollo de la guerra de Corea en la década de los 50 hizo que esas disposiciones se tornaran permanentes. Asimismo, al calor de la confrontación coreana, Estados Unidos impulsó la denominada Battle Act que implicaba que aquellos países que no efectuaran un embargo de bienes estratégicos contra la URSS; incluyendo el petróleo, serían sancionados por Washington. Las presiones de diversos aliados llevaron a que Estados Unidos flexibilizara estas disposiciones en los siguientes años.
 
Con todo, el embargo contra la URSS fue particularmente severo, no así contra Europa oriental, posiblemente porque Estados Unidos buscaba que ésta última fungiera como puente con los soviéticos. En la década de los 70, con el advenimiento de la détente, las sanciones contra la Unión Soviética y sus aliados se suavizaron y una muestra de ello fue que en 1973, cuando la URSS tuvo una cosecha terrible, las autoridades estadunidenses autorizaron a sus agricultores y empresas la venta de grandes cantidades de trigo en beneficio de aquel país. Durante la segunda guerra fría, Ronald Reagan dispuso la Directiva de decisión de seguridad nacional en 1983, mediante la cual se autorizaba el uso de presiones económicas a fin de limitar las opciones políticas y militares de los soviéticos. De hecho, los países occidentales habían creado el Comité Coordinador de Controles Multilaterales a las Exportaciones (COCOM), mediante el cual dichas naciones cerraban filas en torno a las sanciones económicas que aplicaban a la URSS y sus aliados. Sin embargo, la directiva de Reagan creó fuertes conflictos entre Estados Unidos y sus socios de Europa Occidental, especialmente en el rubro de las exportaciones de petróleo y gas.
 
Cuando la URSS se colapsó en 1991, se podría haber pensado que las sanciones contra Rusia, cesarían. Sin embargo, no fue así, y la Federación Rusa hubo de enfrentar numerosos obstáculos para incursionar en los mercados occidentales en rubros distintos del energético y la venta de armas, claro está. Esa es una de las razones por las que Rusia, en 1993, hizo una solicitud formal de ingreso al entonces Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT). Dicha solicitud siguió su curso cuando nació la OMC en 1995 y hacia la segunda mitad de la primera década del presente siglo, las negociaciones entre Moscú y los miembros de la institución entraron en una etapa decisiva. Fue justo en ese tiempo que Occidente pareció flexibilizar su postura en torno a la adhesión rusa, por considerar que ésta le permitiría al país eslavo mejorar la estabilidad y la certidumbre en su régimen de inversiones extranjeras. Para Moscú, ya se dijo, la membresía en la OMC era vista como un paso fundamental para integrar a Rusia a la economía mundial, contribuyendo al crecimiento económico interno y, además, para abrir los mercados de sus socios comerciales en beneficio de bienes y servicios rusos, además, claro está, de la posibilidad de atraer cuantiosas inversiones extranjeras.
Los gobiernos de Vladímir Putin y de Dimitri Medvedev hicieron del ingreso a la OMC una gran prioridad. Sin embargo las negociaciones se estancaron cuando en agosto de 2008 estalló la guerra entre Rusia y Georgia y ese también fue el año en el que la crisis financiera internacional se hizo sentir con crudeza en el país eslavo. Georgia, por su parte boicoteó, a manera de represalia, la adhesión rusa a la OMC por más de dos años, hasta que en 2011, Suiza logró con sus buenos oficios, convencer a los georgianos de permitir que Rusia se incorporara finalmente a la OMC.
 
¿Qué beneficios obtendrá Rusia como miembro de la OMC? De entrada, como ya se dijo, su economía podría experimentar un auge significativo toda vez que sus socios comerciales deberán eliminar numerosas barreras que le habían impuesto al país eslavo desde los tiempos de la guerra fría. La Unión Europea además, es el tercer mayor destino para las exportaciones rusas, dominadas por las ventas de petróleo y gas natural. Otro aspecto destacado por los especialistas es que Moscú se verá obligado a desarrollar ciertas reglas y regulaciones que darán certidumbre a los inversionistas extranjeros.
 
El parlamento ruso deberá ratificar el acuerdo del ingreso de su país a la OMC en el primer semestre del presente año, pero el tema ya constituye una victoria política para Putin –quien pugnó, cuando era Presidente, por la adhesión a ese foro-, cuyo futuro enfrenta a una creciente oposición a un nuevo mandato como titular del ejecutivo ruso. Asimismo, aun cuando se trata de un logro muy importante, la membresía rusa en la OMC deberá esperar a que las autoridades estadunidenses desmantelen una serie de disposiciones, como las anteriormente referidas, que datan de la guerra fría y que siguen castigando a las relaciones económicas internacionales de Rusia.
 
- María Cristina Rosas es profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la  Universidad Nacional Autónoma de México.
https://www.alainet.org/en/node/155300?language=es
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