Lecciones de Argentina para Grecia
28/07/2011
- Opinión
El rescate de los acreedores que se intenta en Grecia es análogo al ensayado en Argentina y genera la misma catástrofe social. Los acreedores repiten la transferencia de papeles desvalorizados a los estados, pero la crisis actual es más explosiva por la magnitud de los desbalances, la fragilidad de los bancos y el endeudamiento público crítico del Primer Mundo.
Los agravios contra Grecia ocultan la apropiación de excedentes que consumaron las economías más avanzadas y la salida deflacionaria repite el mismo círculo vicioso del ajuste que padeció Argentina. Las refinanciaciones que ponderan los keynesianos complementan ese ahogo.
La experiencia del Cono Sur confirma la conveniencia de una moratoria unilateral y la necesidad de una auditoria. Indica que se debe nacionalizar los bancos y proteger las reservas, antes de cualquier viraje de la política económica. El crecimiento de Argentina obedece a condiciones muy específicas, pero Grecia podría inaugurar otro rumbo de recuperación. La insubordinación popular es el principal rasgo en común de ambas experiencias.
Ya son incontables las comparaciones del antecedente argentino con el desmoronamiento de Grecia. Los analistas intentan discernir si las medidas adoptadas por el primer país aliviarían o agravarían la situación del segundo. Esta evaluación se extiende habitualmente a otras naciones de la periferia europea, como Portugal e Irlanda. En los movimientos sociales predomina otra preocupación: ¿qué enseñanzas brinda la experiencia sudamericana para la batalla contra el ajuste?
Rescates semejantes
Grecia enfrenta el mismo drama que padeció Argentina a mitad del 2001. El gobierno de la Alianza preservaba la política neoliberal de Menem y el explosivo endeudamiento del estado empujaba al país hacia la cesación de pagos. En los años 90 estos compromisos saltaron de 84.000 a 147.000 millones de dólares y el pago de los intereses asfixiaba las finanzas públicas. Estos desembolsos triplicaban los gastos corrientes, superaban en seis veces las erogaciones de la asistencia social y eran 23 veces mayores a los recursos destinados a los planes de empleo.
Periódicamente se improvisaban refinanciaciones de emergencia para evitar el default. Los vencimientos se reciclaban con créditos a tasas usurarias (“blindaje”) y con desesperados intercambios de títulos para posponer los pagos (“mega-canje”). Los acreedores descontaban la inviabilidad de estas operaciones y la tasa de “riesgo-país” -que medía la vulnerabilidad del deudor- se mantenía en niveles exorbitantes[1].
Grecia se desliza hacia el mismo precipicio. Arrastra un endeudamiento total semejante al argentino de esa época y recurre a los mismos planes para socorrer a los acreedores. Aceptó hace un año un rescate para escapar al ahogo de iliquidez y afronta ahora una crisis mayúscula de insolvencia.
Este contexto condujo hace una década a la catástrofe social de Argentina (54% de pobres, 35% de desempleo, hambruna de los más humildes). La degradación se acentuaba con cada agresión que ensayaba el gobierno para exhibir capacidad de pago. Se redujeron los sueldos y se aumentaron los impuestos indirectos, junto a varias disminuciones del presupuesto educativo y sucesivas prolongaciones de la edad jubilatoria.
Estos mismos atropellos repiten los gobernantes griegos, que en el último año recortaron un 20% el empleo público, amputaron el 10% de las pensiones, incrementaron el impuesto al valor agregado y destruyeron sin ningún miramiento la educación y la salud.
Hace diez años el gobierno argentino ya habían consumado las principales privatizaciones de los bienes públicos (petróleo, electricidad, telefonía, gas) y prometía acelerar los traspasos pendientes (Banco Nación, empresas provinciales, lotería, universidades).
En Grecia se ultiman ahora los detalles de un remate masivo de las propiedades del estado (correo, puertos, empresas de agua). Sólo la Acrópolis ha quedado excluida de esa venta general, que algunos capitalistas alemanes pretenden extender a varias islas.
Los mismos funcionarios del FMI que actualmente redactan los memorándums para Grecia, hace una década dirigían inspecciones periódicas en el Cono Sur y seleccionaban los activos a entregar a los acreedores. También eran usuales las mismas sesiones de urgencia del Parlamento para aprobar ajustes y hasta se ensayó una agencia colonial análoga para supervisar la recaudación de impuestos.
La estrategia de los acreedores se ajusta al mismo libreto. Han buscado recaudar todo lo posible, exprimiendo a la población y transfiriendo papeles desvalorizados a los estados. De esta forma limpian sus balances y reducen las pérdidas ocasionadas por la imposibilidad de cobro.
Esta succión se consumó en Argentina a lo largo de varios años, mediante ciclos de interrupción y reanudación de los pagos. Mientras negociaban con los gobiernos, los bancos obtenían fuertes flujos de efectivo a través de la fuga ilegal de capitales. Desde esa época los fondos expatriados superan con creces a la deuda pública del país.
Los financistas lograron cuantiosas ganancias durante el proceso de refinanciación. Lucraron especialmente con dos iniciativas del gobierno estadounidense para recomponer el perfil de los títulos latinoamericanos. Primero utilizaron el plan Baker para aligerar la carga de los bancos comerciales más expuestos. Luego aprovecharon el Plan Brady para completar esa limpieza, asociando a los Fondos de Inversión a la gestación de un mercado secundario para los títulos con problemas. Los bancos restauraron sus ganancias computando en sus balances los bonos degradados a su valor original y traspasando los pagarés más incobrables a los tenedores marginales,
Esta misma estrategia de reestructuración ensayan ahora las entidades del Viejo Continente. En mayo del 2010 se creó un Fondo de Estabilización (FEEF), que el Banco Central Europeo (BCE) utiliza para recomprar los títulos morosos a los bancos, con fuertes subsidios de las tasas de interés.
Algunos expertos argentinos que siguieron de cerca este mismo proceso hace una década confirman la semejanza entre ambos operativos. Pero también estiman que la situación actual de los bancos es mucho más grave[2].
Impactos diferentes
La crisis griega es más explosiva que su antecedente argentino por la magnitud de los desbalances. Con porcentajes similares de pasivos totales, el déficit fiscal del primer país alcanza el 10,5% frente al 3,2% que tenía el segundo.
Más significativas son las diferencias en la situación del bloque acreedor. Mientras que los prestamistas de Argentina tuvieron varios años para reacomodarse, los bancos europeos trabajan contra reloj para rehacer su patrimonio. Cuando se declaró el default en el Cono Sur la mayor parte de los bancos ya había traspasado sus acreencias. Por esta razón, el FMI toleraba la cesación de pagos. En cambio el BCE rechaza esta salida, puesto que las entidades alemanes y franceses que colocaron dinero en Grecia continúan liando con el problema en sus carteras[3].
Existe, además, una llamativa desigualdad en el manejo de ambas crisis. La deuda argentina era gestionada por un comando del FMI bajo estricta supervisión estadounidense. El pasivo griego es supervisado, en cambio, por directivos de un Banco Europeo con poca experiencia en este tipo de estallidos. La Comisión Política que monitorea este proceso tiene escasa autoridad y no actúa al frente de un estado unificado. Ha demostrado poca capacidad de arbitraje para zanjar, por ejemplo, las discrepancias que enfrentan a Alemania con Francia[4].
Ambas potencias estuvieron inicialmente de acuerdo en auxiliar a todas las entidades a costa del erario público y en establecer solo un límite temporal para la conclusión del traspaso (año 2013). Pero el vertiginoso ritmo de la crisis obliga a acelerar la absorción estatal de las pérdidas y a introducir una penalización parcial de los bancos. Alemania percibe que la simple continuidad del socorro estatal crea un horizonte de colapso fiscal y reclama una participación de las entidades en los rescates (con sus propios recursos). Francia se opone a esta punición, alegando el peligro que entraña una descapitalización de esas instituciones.
Después de muchas escaramuzas finalmente se llegó a nueva tregua y a cierto acuerdo para financiar el segundo paquete de Grecia. Este programa supone un frágil compromiso de los bancos para procesar algunas pérdidas (a través de un prolongado cronograma de canjes voluntarios de títulos), junto a una nueva ampliación del fondo estatal de socorro (FEEF). Con esa intervención se solventarán las nuevas operaciones diseñadas para revalorizar los títulos griegos (recompras, garantías, créditos).
Pero el quebranto permanece sin resolución y las pulseadas para definir quién pagará los platos rotos se procesan a través de los chantajes que los bancos publicitan, a través de las calificadoras de riesgo. Las disputas en juego se extienden al propio ámbito de los acreedores entre los grupos más expuestos (que aceptan la introducción de algún impuesto general para paliar los desbalances) y los financistas menos afectados (que rechazan esa contribución).
La crisis argentina nunca presentó ese nivel de dramatismo. Esta diferencia es tomada en cuenta por los analistas que rememoran el shock del “corralito” y evalúan su posible repetición actual. En el cenit del desplome del 2001, los bancos sufrieron un retiro masivo de fondos que el gobierno contrarrestó confiscando a los pequeños ahorristas. Esa expropiación desató una gran conmoción, pero no desbordó las fronteras nacionales.
La deuda griega se encuentra por el contrario muy enlazada al sistema financiero europeo y está nominada en la moneda de toda la comunidad. Por esta razón una corrida de depósitos podría tener alcance continental inmediato. Los bancos del Viejo Continente no sólo cargan con la pesadilla de la deuda pública, sino que afrontan graves insolvencias de empresas. Este peligro no ha quedado disipado por las “pruebas de resistencia” que recientemente se realizaron para simular situaciones de quebranto. Esta situación preocupa a muchos expertos del FMI, que comparan el escenario en curso con el precedente argentino[5].
El trasfondo del problema radica en que la crisis griega se desenvuelve en un contexto de endeudamiento estatal crítico en todo el Primero Mundo. Los pasivos de Francia (81% del PBI), Alemania (80%), Japón (220%) y Estados Unidos (91%) impiden gestionar la deuda de la periferia, con la misma tranquilidad que se manejó el estallido de Argentina. En ese momento la deuda era una braza caliente de las economías dependientes y en la actualidad es una bomba de tiempo en el centro del capitalismo.
El círculo vicioso del ajuste
Tal como ocurrió con Argentina en el 2001, llueven los insultos de los gobernantes derechistas contra los griegos. Presentan a esta comunidad como un conglomerado de haraganes que engañaron a los bancos, dilapidando los cuantiosos créditos que recibieron por la buena voluntad de los prestatarios. Esta misma fábula difundían los funcionarios norteamericanos de la administración Bush, cuándo descalificaban a los argentinos.
Los medios de comunicación dominantes encabezan esta campaña, propagando la absurda creencia que los griegos disfrutan de un envidiable nivel de vida, a costa del norte de Europa. Este mito no resiste la menor corroboración, puesto que todos los indicadores sociales desfavorecen a la periferia de la región[6].
Con esa inversión de la realidad, los mensajes reaccionarios pretenden demostrar que la refinanciación de la deuda griega constituye una “ayuda de la comunidad internacional” al socio descarriado. Lo mismo decían hace diez años del caso argentino. Quiénes solventan con desempleo, pobreza y degradación salarial la supervivencia de los financistas son presentados como beneficiarios de la caridad mundial.
Estos planteos también ocultan cómo los gobiernos auxilian a los capitalistas franceses y alemanes, que durante las últimas décadas lucraron con la apropiación de los excedentes generados en Europa del Sur. El mismo tipo de ganancias obtenían las grandes empresas extranjeras que operaban en Argentina, en el periodo de mayor reorganización neoliberal. Primero debilitaron la industria nacional a través de la apertura comercial y luego se apoderaron de crecientes porciones del mercado local.
Grecia sufrió una degradación semejante luego de adoptar el euro e ingresar en la Unión Europea. Una economía frágil quedó a merced de la apabullante competitividad alemana y del consiguiente déficit comercial financiado con endeudamiento[7].
En realidad, ningún país de la periferia europea pudo resistir la arrolladora superioridad de economías más avanzadas, que aprovecharon la creación de un mercado continental unificado para afianzar su hegemonía. La explosión de deudas privadas, los desbordes consumistas y las burbujas inmobiliarias que afectaron a los socios más vulnerables fueron alimentados por los excedentes industriales, que descargaron las economías más poderosas. Como la moneda común facilitó especialmente los negocios de los industriales germanos, este sector promueve actualmente la permanencia de Grecia en el euro e incluso alienta algún tipo de “Plan Marshall” para financiar futuras importaciones.
Si estas asimetrías concluyen provocando una fractura de la eurozona, se repetirá lo ocurrido con Argentina (y otras economías latinoamericanas), que padecieron en carne propia los típicos desequilibrios de la relación centro-periferia.
Los neoliberales omiten estas desigualdades cuando exigen mayores sacrificios a los griegos. Afirman que esos padecimientos permitirán “recuperar la confianza inversora” y reencauzar la economía. Merkel repite este augurio todos los días, sin aclarar cuando concluiría el ajuste. Sus economistas sólo prevén que Grecia saldrá a flote en algún momento, si mantiene el corset del euro y acepta los sacrificios deflacionarios.
También esta visión rememora lo ocurrido en Argentina. Hace diez años la economía se encontraba estrictamente atada a un régimen de convertibilidad con el dólar, que obligaba a deprimir los ingresos para asegurar el pago de la deuda. Cuando ese sistema estalló los ultra-liberales propusieron reforzarlo mediante una dolarización completa (como en Ecuador o Panamá). Se anulaba la moneda nacional, quitándole al estado el último recurso vigente para contrarrestar el ajuste deflacionario.
Los partidarios de esta contracción esgrimían los mismos argumentos que actualmente circulan en Grecia, para mantener a cualquier precio el sometimiento al euro. Afirmaban que la dolarización aseguraba la confiabilidad de la moneda y la consiguiente afluencia de los capitales externos requeridos para refinanciar la deuda. Con el desmoronamiento de la convertibilidad esa fantasía pasó al olvido.
Es evidente que la política deflacionaria empuja a cualquier país al abismo. El PBI de Grecia se ha desmoronado desde el inicio de la crisis y registró un nuevo desplome del 5,5% en el primer trimestre del año. Es muy oportuno recordar, que la recesión argentina se prolongó durante cuatro años y el producto industrial llegó a decrecer un 11%, bajo el peso de agobiantes tasas de interés que frustraban cada asomo de reactivación.
Los neoliberales no pueden presentar actualmente ningún imaginario de salida de la crisis, puesto que todos sus modelos se encuentran en terapia intensiva. Ya nadie se acuerda de los elogios que prodigaban a la Argentina en los años 90, pero están muy frescas sus ponderaciones del esquema irlandés. Este ensayó transitó por todos los calvarios que actualmente se promueven para Grecia.
En Irlanda se privatizó desde la energía hasta las telecomunicaciones, se introdujeron todas las desregulaciones promovidas por la ortodoxia económica y los efectos finales están a la vista: quiebras de bancos, socorros estatales, déficit fiscal y una nueva secuencia de supresión de empleos, caídas del salario e incrementos de los impuestos indirectos[8].
También Portugal se encamina hacia el mismo desfiladero, a medida que un gobierno conservador intenta galanterías con los banqueros, subiendo la apuesta de los atropellos sociales. Ya recibió un rescate, se quedó sin reservas y negocia los vencimientos con la soga al cuello que le han colocado los financistas[9].
Otro caso extremo de apretón deflacionario se observa en Letonia, una economía situada fuera del circuito del euro. Desde el estallido de la crisis en el 2009 el desempleo trepó hasta el 23%, el PBI cayó 25%, los salarios del sector público fueron reducidos en un 30% y el 75% de trabajadores sufrieron recortes de ingresos. En un clima de cierre de escuelas y hospitales la emigración se ha masificado[10]. Estos escenarios no dejan ninguna duda sobre el carácter demoledor que genera el círculo vicioso del ajuste.
Inutilidad de las refinanciaciones
La política deflacionaria es frecuentemente contrapuesta a la continuidad de las refinanciaciones. Se convoca a sostener al deudor con nuevas emisiones de bonos, en la expectativa de aligerar la carga futura de la hipoteca. Una variante de este tipo promueven los partidarios de emular la experiencia latinoamericana, con un “Plan Brady Europeo” de títulos a 20 años supervisados por el BCE[11].
Aunque aparentan mayor contemplación hacia los deudores, estas iniciativas avalan las mismas exigencias de privatización, recorte de gastos sociales y achatamiento de las jubilaciones. Lejos de reducir el agobio financiero, estos programas eternizan el tributo de Grecia a los bancos.
Es equivocado suponer que esa refinanciación será más digerible, si se efectiviza junto a medidas de regulación financiera, control de la especulación o eliminación de los paraísos fiscales. Grecia tampoco logrará un respiro por la simple reducción de las tasas de interés, si persisten los pagos a los acreedores. La deuda es tan monumental que ni siquiera con un crecimiento continuado del 8% anual durante 20 años, lograría disminuir su pasivo a los parámetros iniciales de la Unión Europea[12].
La experiencia argentina no deja ninguna duda sobre la inutilidad de las refinanciaciones. Todas las versiones que se ensayaron en el país para mantener a flote el barco de la convertibilidad naufragaron en el 2001. Al prorrogar los compromisos de pago, esos parches sólo pospusieron la declaración formal de insolvencia. Este mismo escenario tiende a reaparecer en Grecia[13].
La refinanciación -que ponderan los keynesianos- no se contrapone con la deflación, que postulan los ortodoxos. Son dos variantes del mismo sostén a los bancos. Mientras que la primera opción busca potenciar los auxilios para evitar un tsunami de quebrantos, la segunda alternativa alerta contra el deterioro fiscal que genera ese salvataje. El gobierno norteamericano enfrentó esta misma disyuntiva, cuando un día decidió cerrar Lehman Brothers y a la jornada siguiente recurrió al financiamiento ilimitado de las entidades colapsadas.
Los políticos socialdemócratas actúan como voceros de los préstamos continuos frente a sus pares conservadores, que alzan la voz contra la flexibilidad crediticia. Ambas posturas sólo divergen en la caracterización del mal menor para el capitalismo.
En los momentos de crisis aguda los socialdemócratas buscan escapatorias y tratan de disfrazar su alineamiento explícito junto a los bancos y contra los pueblos. En la coyuntura europea esa mascara está cayendo y los brutales atropellos contra los trabajadores se aplican sin ninguna anestesia.
Tres enseñanzas
La cesación de pagos de Argentina se prolongó durante más de tres años. Afectó a los acreedores privados, pero no a los organismos multilaterales (el FMI consiguió la cancelación anticipada de todos sus préstamos). Las negociaciones con los tenedores de títulos se realizaron en varias rondas. En el 2005 se instrumentó un canje con tres opciones de quita entre el 50 y el 60% del valor original. Un porcentaje minoritario de acreedores no aceptó esta propuesta y fue convocado a un segundo intercambio de papeles, que culminó recientemente.
El monto total de la deuda argentina se redujo significativamente en comparación a las exportaciones y el producto (48% del PBI). Se atenuó el horizonte inmediato de compromisos y la mitad del pasivo quedó nominada en moneda nacional (con una significativa porción de las obligaciones dentro del propio sector público)[14].
Lo ocurrido con Argentina indica que la suspensión de pagos es factible y conveniente, para cualquier deudor empujado a una situación de asfixia. El cese parcial de las erogaciones oxigenó a la economía nacional, durante el crítico período de recuperación que siguió al default. Este alivio permitió negociar en mejores condiciones financieras el canje de la deuda.
El resultado de esta operación desinfló todos los fantasmas propagados por los banqueros para atemorizar a los deudores. El país no quedó “fuera del mundo”, no perdió mercados, ni se transformó en un “paria de la comunidad internacional”. Los bienes del país en el exterior tampoco sufrieron confiscaciones. Todas las advertencias que esgrimían los financistas se diluyeron sin pena, ni gloria.
Ciertamente el pueblo argentino padeció una terrible degradación del nivel de vida. Pero esos sufrimientos fueron previos al default y motivados por el cumplimiento forzoso de las exigencias de los banqueros. La cesación de pagos no añadió ningún padecimiento adicional a la sangría de ese período.
Muchos economistas del establishment sostienen que el camino “agresivo” seguido por Argentina generó más adversidades, que el sendero “amigable” transitado por otras naciones latinoamericanas (como Brasil, Uruguay o Jamaica)[15].
Pero esta afirmación no tiene ningún asidero. América Latina atravesó por muchas experiencias de moratoria e incluso Argentina vivió varios interregnos de cesación concertada de los pagos (por ejemplo entre 1988 y 1992). Ningún dato sugiere la conveniencia de este curso. La negociación del default o su imposición de hecho, no reduce de por sí las restricciones que soporta el pueblo.
La historia económica contemporánea registra, además, una incontable variedad de crisis de pago, con procesos negociados igualmente dolorosos. Incluso casos muy acordados (como Alemania en 1953 o Indonesia en 1971) exigieron importantes contrapartidas a los acreedores.
En los debates sobre estas peripecias conviene retener las tres grandes lecciones de Argentina para Grecia. Esa experiencia indicó en primer lugar la incuestionable conveniencia de frenar el desangre del deudor, mediante una suspensión unilateral de los pagos. También esclareció la importancia de elegir el momento más conveniente para esa ruptura.
Argentina declaró el default en forma involuntaria, cuando el país se quedó sin fondos. Grecia podría consumar esta acción antes de perder sus recursos. Tiene la posibilidad de anticiparse y actuar mientras los acreedores afrontan el gran lastre de títulos incobrables, que acumulan en sus carteras. No hay que darle tiempo a los financistas para que transformen esos papeles en obligaciones ajenas.
En segundo lugar es indispensable poner en práctica de inmediato la auditoria de la deuda. En Argentina se discutió mucho esa iniciativa, ante las abrumadoras denuncias que existían sobre el carácter fraudulento del pasivo. La deuda se acrecentó con compromisos inexistentes que financiaron la fuga de capitales, con una espiral de los intereses y con una gran absorción estatal de quebrantos privados.
Estas comprobadas irregularidades quedaron impunes. El lobby de los banqueros bloqueó todos los intentos de investigación y paralizó varios proyectos parlamentarios de revisión de los pasivos. Las consecuencias de este silenciamiento salieron a flote en todos los debates posteriores de la deuda. En este terreno Argentina quedó muy por detrás de Ecuador, que implementó una esclarecedora investigación.
En Grecia existe actualmente la posibilidad de llevar a cabo la auditoria. Esta acción permitiría anular la porción ilegitima de los pasivos y facilitaría la constitución de un registro de los propietarios de los títulos. Esta identificación sería indispensable para determinar los derechos de cobro. Ya existe una importante iniciativa para desenvolver esa investigación[16].
La tercera lección de Argentina es la necesidad de nacionalizar los bancos y establecer un control total sobre los movimientos de divisas y capitales. Estas medidas deberían adoptarse antes de suspender el pago de la deuda (o modificar el tipo de cambio). Grecia se encuentra a tiempo para preservar con estas acciones los recursos del país.
Algunos economistas consideran indispensable romper de inmediato con la adscripción al euro. Pero la recuperación de la moneda nacional requiere primero asegurar las reservas, impidiendo la frenética fuga de dinero que acompañaría a cualquier viraje económico. Sólo con la intervención de los bancos (y su nacionalización posterior) y mediante un estricto control de cambios resultaría posible contrarrestar el vaciamiento de divisas, que rodearía a la búsqueda de una nueva soberanía monetaria.
En Argentina no se adoptaron esas medidas y el resultado fue un caótico colapso de la convertibilidad, en medio de la inflación y el empobrecimiento popular. En lugar de expropiar a los bancos se estafó a los ahorristas y se dilapidaron cuantiosos fondos (equivalentes a 12-14 puntos del PBI), en el socorro de los financistas.
Es indudable que cualquier política radical de choque con acreedores generaría costos y entrañaría riesgos. En el caso griego es vital considerar cómo se solventarían las importaciones, se garantizaría la continuidad del turismo y se preservaría la actividad naviera. Pero hay que encarar esta evaluación, sin olvidar que el pago de la deuda augura un horizonte muy superior de padecimientos.
Algunos economistas omiten evaluar los resguardos que se necesitan para optar por otro curso económico. Aconsejan devaluar y salir del euro, sin mencionar la protección de las reservas y la necesaria conversión de los bancos en entidades públicas. Esta actitud conduce a un remedio que empeora la enfermedad. Basta observar lo que ya ocurre en los países que instrumentan políticas capitalistas fuera del radio del euro. Argentina es una buena referencia para analizar lo se puede hacer y lo que se necesita evitar, para reconstruir la economía griega.
Senderos de recuperación
Luego de tocar fondo, la economía argentina inició un sostenido proceso de crecimiento. Este reflote se apoya en la ampliación de las exportaciones y en la restauración del consumo interno.
La fractura social de la demanda, la elevada inflación, la continuada fuga de capitales y la baja inversión obstruyen este repunte y abren serios interrogantes sobre su consistencia. Pero es indudable que la era post-default está signada por un ciclo de reanimación, que induce a muchos economistas a presentar al país como un modelo a seguir por la periferia europea.
En esta tentación de imitación se suele olvidar que la recuperación argentina obedece a tres razones específicas: la restauración de la tasa de ganancia, la valorización internacional de las exportaciones y el ancho margen para aplicar políticas económicas expansivas.
El primer determinante apareció al cabo del brutal ajuste generado por la mega-devaluación. Esa cirugía depuró capitales, abarató salarios y como suele ocurrir en ciertas coyunturas del ciclo capitalista, facilitó la recomposición del beneficio.
Este repunte se afianzó por la reacción del sector externo. Una economía parcialmente autónoma de los flujos internacionales de capital pudo mantener cierta desconexión del financiamiento internacional. El quinto exportador mundial de alimentos gozó, además, de los mejores precios internacionales de las últimas décadas para las ventas de soja.
Argentina se ha transformado en un proveedor privilegiado de las ascendentes economías asiáticas, mientras multiplicó sus intercambios con Brasil y diversificó su comercio. Gran parte de las enormes rentas captadas por el estado durante los últimos años fueron utilizadas para reanimar la demanda interna. Por esa vía se sustituyó la escasa inversión privada y se ensayó un esquema neo-desarrollista de mayor fomento a la industria y menor espacio para la valorización financiera[17].
¿Si Grecia ingresa en una cesación de pagos podría repetir esta trayectoria? Es evidente que la economía mediterránea no cuenta con los recursos naturales, ni el tipo de inserción internacional que permitieron la recuperación argentina. Pero nadie imaginó hace una década que la economía austral ingresaría en una fase ascendente luego del default. Más bien se suponía que ese episodio conduciría a un desplome apocalíptico. Se ha corroborado que los vaivenes de la coyuntura internacional son relativamente impredecibles y no aportan argumentos definitivos para optar por una u otra política económica.
Es evidente que Grecia se encuentra más conectada al curso general de Europa, que Argentina al devenir de América Latina. La primera región opera como un motor auto-suficiente y la segunda mantiene su tradicional atadura a los principales centros de la economía global.
Por esta elevada conexión con sus socios europeos. Grecia necesita complementar una eventual moratoria, con acciones regionales colectivas. El éxito de una política radical exigiría medidas comunes con los vecinos de la periferia europea. La batalla contra los acreedores requería obtener un acompañamiento de Portugal, Irlanda, Islandia y otros países penalizados por banqueros.
Durante la década pasada este tipo de iniciativas conjuntas se discutía en América Latina, evaluando a la propuesta de conformar un “club de deudores”. El propósito era forjar un bloque de afectados para doblegar el poder de los financistas. Pero en el 2001 esta campaña había perdido impulso y predominaba una gran dispersión de las naciones golpeadas por el saqueo de la deuda. La situación europea actual difiere de ese período latinoamericano por el alto grado de asociación comunitaria, que se verifica en el Viejo Continente[18].
Otra diferencia importante es la inexistencia de una frontera nítida, entre situaciones de colapso en la periferia y coyunturas de prosperidad en el centro europeo. Las economías intermedias de España o Italia comienzan por ejemplo a padecer la misma amenaza de desmoronamiento fiscal, que afecta a Grecia o Irlanda. Por esa razón, el principal temor del momento es la eventual extensión de la crisis a esos países.
En este marco la batalla por asociar a los deudores presenta otras modalidades. Pero estas características sólo podrán develarse, si algún país se pone de pie frente los banqueros y propone la constitución de una red de solidaridad. Grecia reúne muchas condiciones para liderar ese proceso.
Sólo la moratoria unilateral abriría la posibilidad de negociar con los bancos, sin afectar el nivel de vida popular. Para establecer un estricto límite de pagos, implementar políticas de inversión en áreas sociales y recomponer la capacidad adquisitiva popular hay que poner en práctica medidas más audaces, que las adoptadas por Argentina hace una década.
La misma sublevación
La principal analogía entre Grecia y Argentina se verifica en el terreno de la insubordinación popular. Ambos países cuentan con un rico historial de luchas sociales. El levantamiento de diciembre 2001fue heredero del Cordobazo (1969), la huelga general (1975), los paros contra la inflación (años 80) y las movilizaciones contra el desempleo (década del 90). En las batallas que libran el pueblo griego está presente el legado de la guerra civil (1944-49), la resistencia contra dictadura (1973) y los acciones de la juventud (2008)[19].
Luego de once paros e incontables manifestaciones se observa en las últimas semanas una nueva irrupción masiva. Se multiplican las ocupaciones de las plazas, los enfrentamientos con la policía y el desborde de las direcciones sindicales. Como hace diez años en Buenos Aires, los militantes de Atenas organizan acampes, resisten los desalojos y lideran asambleas populares. La juventud converge con los trabajadores, forjando el mismo reencuentro que tuvieron en América del Sur, los piquetes de los desocupados con las cacerolas de la clase media.
También se asemejan las consignas (“que se vayan los ladrones”) o los reclamos (“no debemos, no pagamos, no vendemos”) y existe el mismo rechazo a los contubernios entre el oficialismo y la oposición conservadora.
El despertar popular salió a flote en Argentina cuando se desmoronó la prédica neoliberal, que auguraba un inminente “ingreso al Primer Mundo”. La misma ira estalló entre los griegos, cuando se disiparon las expectativas creadas con la incorporación a la Unión Europea. Todos los analistas coinciden en caracterizar que la crisis ya desbordó por completo la esfera financiera y se dirime en las calles[20].
Hace diez años la rebelión argentina frenó el ajuste, frustró el programa deflacionario y bloqueó la dolarización. También obligó a implementar un proyecto político que combina restauración del poder de los dominadores con otorgamiento de concesiones democráticas y sociales. La sublevación confirmó la utilidad de la lucha para revertir relaciones de fuerzas desfavorables, brindar legitimidad a los movimientos sociales y legalizar las huelgas. Permitió frenar la represión brutal (que persiste en Colombia o México) y contrarrestó la resignación de los movimientos sociales (que se observa en Uruguay o Brasil).
La rebelión argentina se quedó a mitad de camino. No expulsó a los políticos corruptos, ni erradicó el lastre del bipartidismo. Tampoco impidió el enriquecimiento de los mismos capitalistas que lucraron con la convertibilidad. Pero condicionó toda la política exterior e indujo a un manejo la deuda, que limitó las apetencias de los acreedores durante el canje. Es importante tener en cuenta estos resultados a la hora de trazar comparaciones internacionales[21].
La batalla popular que se libra actualmente en Grecia presenta un carácter más continental. La rebelión argentina formó parte de un ciclo sudamericano de lucha, pero no estalló junto a las sublevaciones de Venezuela, Ecuador o Bolivia. Las movilizaciones griegas coinciden en cambio con una crisis general del Viejo Continente, que tiende a desatar reacciones simultáneas en varios puntos de esa región.
Esas respuestas comienzan a romper el aislamiento de las resistencias nacionales y permitirían superar el desconcierto que prevaleció en el debut de la recesión. La generalización de la acción popular es el mejor antídoto contra la pasividad que alienta la social-democracia y contra las campañas racistas que promueve la derecha.
La reciente protesta de los indignados españoles puede marcar un punto de giro en esta intervención. El movimiento gana masividad a medida que sus demandas políticas (“democracia de verdad”) y económicas (fin del socorro a los bancos) conquistan mayor legitimidad y acompañamiento[22].
La presencia dominante de la juventud en estos movimientos –y la novedosa utilización de las redes sociales como instrumento de contra-información- incentiva el contagio continental. Esta generalización puede repetir el efecto dominó, que singularizó a los levantamientos del mundo árabe.
La chispa juvenil recalienta además las energías de los trabajadores, tanto en los países que mantiene una gran movilización social (Francia), como en las naciones que sufrieron prolongados reflujos (Gran Bretaña). Si reaparece la confianza en la resistencia se podrá visualizar la forma de generalizar la batalla contra acreedores, que ya comenzaron algunos países como Islandia.
En síntesis, la llamarada de los griegos se extiende por Europa y ese impacto definirá quién carga con las consecuencias de la crisis. Este proceso es seguido con enorme atención en América Latina. Muy pocas noticias se aguardan con tanta esperanza, como una victoria popular en Europa.
24 -7-2011
- Claudio Katzes Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es: www.lahaine.org/katz
[1] Una descripción detallada de esta coyuntura en Economistas de Izquierda, “Propuestas socialistas para superar la crisis nacional”, julio 2002, Ediciones Herramienta. Economistas de Izquierda, “Propuestas de reconstrucción popular de la economía”, noviembre 2002.
[2] Blejer Mario, “Una quita mayor que la Argentina”, La Nación, 10-7-2011.
[3] Esta asimetría es resaltada por los economistas del establishment argentino Redrado Martin, Prat Gay Alfonso, Marx Daniel, “Lo que Grecia puede aprender de Argentina, La Nación, 6-7-2011.
[4] Un análisis en: Toussaint Eric, ¿Se está resquebrajando la UE? También Toussaint Eric, “Ocho propuestas para otra Europa”www.cadtm.org, abril 2011.
[5] Ver Oviedo Jorge, “En el caso griego la solución argentina sería una catástrofe”, La Nación, 24-6-2011. “El default argentino, eje de un debate con Krugman”, La Nación, 24-6-2011.También Machinea José Luis, “Actuar antes que sea tarde”, La Nación, 20-7-2011.
[6] Una contundente comparación presenta Navarro Vicenc, “Qué pasa en Irlanda y los otros PIGS”, Revista Digital Sistema, 26-11-2010.
[7] Lapavitsas Constantinos, “Grecia se parece cada vez más a la Argentina”, www.socialismo-o-barbarie.org, 1-7-2011, “Callejón sin salida”, Página 12, 12-6-2011.
[8]El modelo irlandés también fue reivindicado en Argentina durante los 90. Ver crítica en Telechea Rubén, “Imitemos el milagro irlandés”, Pagina12, 10-1-2001.
[10] Ver Hudson Michel, “Huelgas contra un golpe de estado financiero”, Sin Permiso, 10-10-2010.
[11] Attali Jacques, “La solución es un tesoro europeo”, Clarín, 17-12-201. Roubini Nouriel, Mihm Stephen, “Los rescates no impedirán cuatro defaults europeos”, La Nación, 29-5-2011.
[12] Las propuestas de refinanciación en: Nair Sami, “Para Onde vai a Europa”, El País 16-12-11 y Krugman Paul, “El fantasma de Argentina en la crisis europea”, La Nación, 13-1-2011. El cálculo de la gravedad del endeudamiento en: Vidal Folch Xavier, “Los mitos se derrumban”, El País, 22-7-2011.
[14] Lucita Eduardo, “Ciclos de acumulación y dinámica de la deuda”, Seminario CADTM AYNA- Propuestas soberanas y alternativas sociales frente a la deuda”, Buenos Aires, 16- 17-9- 2010.
[15] Davis Bob, “Las lecciones que Europa puede aprender de América Latina”, La Nación, 6-12-10.
[17] Katz Claudio, “Los nuevos desequilibrios de la economía argentina”, Anuario EDI, n 5, septiembre 2010. Establecimos una primera comparación con el caso griego en: Katz Claudio, “Grecia 2010, Argentina 2001”, 21-10-2010,www.combate.info.
[18] Este contexto es subrayado por Weisbrot Mark, “Euro, el fin de un sueño”, Página 12,
[20]Rodrik Dani, “La duda es si Grecia evitará la senda argentina”, La Nación, 19-6-2011, Garton Ash Timothy, “La claves es Alemania”, El País, 20-6-2011. Friedman Thomas, “El choque de generaciones” La Nación, 18-7-2011.
[21] Katz Claudio,-“De la rebelión popular al nacimiento de la nueva izquierda”, Tercer Foro Nacional de Educación para el Cambio Social, Buenos Aires, 3 de junio 2011.
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