Facundo Cabral pagó los platos rotos…
10/07/2011
- Opinión
La muerte nunca puede ser buena noticia. En Guatemala, lamentablemente, la muerte por hechos de violencia es noticia cotidiana. Tan es así con sus 15 muertes diarias por causas violentas que el hecho pasó a ser normal, natural. ¿Cómo se puede haber llegado a esto?
Los 15 muertos diarios conmueven, sin dudas, pero ya pasaron a ser parte del paisaje habitual. Cuando muere alguien connotado, como el cantautor argentino Facundo Cabral, en todo caso se disparan las alarmas.
Quizá –no podemos estar seguros– se investigue exhaustivamente el caso y se logre encontrar, juzgar y condenar a los autores, quizá más los materiales que los intelectuales. Aunque tal vez, recordando que el mismo Ministerio Público reconoce que el 98% de los crímenes queda impune, ni siquiera se llegue a eso. Así todo, por tratarse del asesinato de un afamado internacionalmente, el tema ocupará la cartelera por varios días y hasta movilizará al servicio diplomático. Otros muertos menos famosos no correrán la misma suerte. Y ni hablar de los muertos que no mueren asesinados aparatosamente: los que mueren de hambre, por falta de recursos básicos, olvidados y en el anonimato.
Como dijo Rafael Cuevas “Guatemala está pagando el precio de su anacronismo y Facundo Cabral es una más de sus víctimas”. Es decir: en el país se siguen viviendo injusticias y asimetrías históricas que fueron las que llevaron a una guerra fratricida que costó un cuarto de millón de muertos. Es porque esas causas siguen presentes –y no por los gobiernos de turno– que la violencia aún campea impune. Si la mitad de la población vive en pobreza sin más futuro que irse de “mojado” al Norte, la violencia ya ahí está presente.
El año en que aquí se firmaba el Acuerdo de Paz Firme y Duradera, 1996, Cabral era declarado Mensajero Mundial de la Paz por la UNESCO. Pero por lo que vemos, ninguna de las dos acciones ha servido mucho para la verdadera solidificación de la paz. Porque, sin ningún lugar a dudas, la paz no es sólo la ausencia de guerra, o una declaración pomposa. Una sociedad donde la muerte, el autoritarismo y la impunidad están entronizados, jamás vivirá en paz.
Pasaron distintas administraciones desde el final oficial de la guerra, y la paz nunca llegó. Si ahora alguien quiere hacer leña del árbol caído y achacar esta nueva muerte –tan condenable como la de todos los que a diario mueren– al gobierno de turno, se equivoca. O es malintencionado. Y de hecho, eso ya está pasando en medio de una acalorada campaña política.
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