Ban Ki-moon: cinco años más

22/06/2011
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El pasado 21 de junio del año en curso, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ratificó por unanimidad la decisión dada a conocer una semana antes por el Consejo de Seguridad de la misma institución, en el sentido de ratificar al surcoreano Ban Ki-moon como Secretario General para un segundo mandato que culminará en 2016. Junio parece muy temprano y la comunidad de naciones pudo haber esperado un par de meses más (el primer período de Ban concluye hasta el 31 de diciembre), en lugar de actuar como si se tratara de un simple trámite y, peor aún, como si su gestión mereciera un voto de confianza. Tanta urgencia por ratificar a este individuo resulta sospechosa. A todas luces la comunidad de naciones decidió apostar por la continuidad de uno de los personajes más grises en la historia de Naciones Unidas, evitando así, un desgastante proceso sucesorio que habría implicado postular candidatos, cerrar filas en torno a alguno de ellos y esto supondría desatender otros importantes temas, como, por ejemplo, la recuperación económica tras la crisis financiera de 2008, la cual sigue causando estragos en numerosos países.
 
Así, Ban Ki-moon une su nombre al de siete antecesores a la cabeza de la ONU, quienes, con la sola excepción del egipcio Boutros Boutros-Ghali, fueron reelectos para un segundo período, aun cuando en varios casos, no todos pudieron culminarlo. Como es sabido, la elección del Secretario General de la ONU recae formalmente en la Asamblea General, aunque en realidad es el Consejo de Seguridad y de manera más específica, sus cinco miembros permanentes (Estados Unidos, Rusia, Francia, Gran Bretaña y la República Popular China) quienes deciden sobre la aspiración de aquel que aspira a convertirse en el funcionario de más alto nivel de Naciones Unidas. El personaje elegido dura en el cargo cinco años, con opción a reelegirse sin límite, si bien se ha hecho costumbre sólo una reelección.
 
Las funciones del Secretario General no están explicitadas en la Carta de Naciones Unidas, por lo que la gestión depende del oficio político del funcionario en cuestión, quien le imprime un sello personal a su estadía a la cabeza de la ONU. Es así que, en función de ese estilo personal, se puede calificar la manera en que Tryve Lie, Dag Hammarsköld, U Thant, Kurt Waldheim, Javier Pérez de Cuéllar, Boutros Boutros-Ghali, Kofi Annan y, actualmente, el propio Ban Ki-moon se han desenvuelto.
 
Es evidente que el Secretario General de Naciones Unidas está llamado a hacer un poco de todo: mediar y proporcionar sus buenos oficios ante diversos conflictos que se generan en el mundo; llamar la atención del Consejo de Seguridad y también de la Asamblea General sobre algún quebrantamiento grave a la paz y la seguridad internacionales; inducir reformas que permitan que la institución sea más eficiente; promover el debate sobre temas de importancia para la comunidad internacional en los ámbitos de la seguridad, el desarrollo y los derechos humanos, entre otros, etcétera.
 
Así las cosas, del noruego Trygve Lie, primer Secretario General, se recuerda aquella célebre frase con la que puso fin a su mandato, siendo, hasta ahora, el único en presentar su renuncia, argumentando que se trataba del “trabajo más imposible del mundo” –en franca alusión al desarrollo de la guerra fría y a la manera en que la confrontación Este-Oeste paralizaba frecuentemente a Naciones Unidas. El sueco Hammarskjöld, su sucesor, enfrentó de manera frontal a ambas potencias, quienes intervenían en todas partes, complejizando conflictos, de suyo, dramáticos. Hammarskjöld se involucró significativamente en la mediación, retando abiertamente a Washington y Moscú, de manera que en el marco del proceso de independencia del Congo Belga, cuando se desplazaba para reunirse con las principales partes en conflicto, el avión en que viajaba el Secretario General se desplomó en lo que, muchos especulan, fue un atentado. Hasta hoy Hammarskjöld es el único, a ese nivel en Naciones Unidas, muerto en funciones.
 
Su sucesor, el birmano U-Thant, tuvo un perfil más conciliador. Si bien tuvo la oportunidad de reelegirse para un tercer período, decidió declinar para dar paso al ascenso del controvertido austríaco Kurt Waldheim. Este personaje, quien tuvo una gestión moderada, una vez que terminó sus dos mandatos como Secretario General y se postuló para la presidencia de Austria, desató una gran controversia cuando se dieron a conocer datos sobre su relación con los nazis en la segunda guerra mundial. Curiosamente esta información no fue revelada mientras se desempeñó como Secretario General.
 
A continuación entró a escena el, hasta ahora, único latinoamericano en presidir a la institución: el peruano Javier Pérez de Cuéllar. A él le correspondieron momentos especialmente álgidos (1982-1991), con la “segunda guerra fría” impulsada por el Presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan; las crisis en Centroamérica; la “década perdida”; y, eventualmente, el fin de la confrontación Este-Oeste.
 
En seguida tocó el turno de África, representada por el egipcio Boutros Boutros-Ghali, el único Secretario General que no se reeligió para un segundo período debido a la oposición abierta de Estados Unidos, quien argumentaba que este personaje no había desarrollado las reformas necesarias a la institución. Por eso es que su sucesor, el ghanés Kofi Annan, comenzó su mandato promoviendo diversas reformas a Naciones Unidas, aunque muchas fueron más de forma que de fondo. Durante su gestión (1997-2006) la ONU cumplió 60 años de vida (¿o agonía?), y en ese marco impulsó una agenda internacional más equilibrada entre la seguridad y el desarrollo, además del respeto y la protección de los derechos humanos.
 
Tras Annan, la estafeta debía llegar a manos de Asia, que desde los años 60 no había estado representada en la jefatura de la Secretaría General y fue así que el ex Ministro de Asuntos Exteriores de Corea del Sur, Ban Ki-moon, fue ungido como Secretario General.
 
Su llegada en 2007, a Naciones Unidas, causó sorpresa en diversos círculos, por considerar que, sobre todo después de una gestión como la de Kofi Annan, personaje versado en las artes de la diplomacia y con una estatura política ampliamente reconocida –pese al escándalo en que estuvo involucrado su hijo, a propósito del programa “Petróleo por alimentos” que Naciones Unidas creó para mitigar las sanciones amplias decretadas contra Saddam Hussein- su perfil era realmente muy bajo. Ban, en contraste, se presentaba ante la comunidad internacional, con credenciales muy escuetas, como partícipe, apenas, de las negociaciones para una eventual unificación de las Coreas –lo que parecía sugerir que el tema recibiría gran atención de parte de Naciones Unidas y de grandes potencias como Estados Unidos, Rusia y la República Popular China- y hasta ahí.
 
A manera de evaluación, vale la pena decir que a lo largo de su primer período al frente de la ONU se ha caracterizado por su tibieza, su poca visibilidad ante las crisis internacionales, su falta de iniciativas reformistas –que, en algunos casos, como en el de las operaciones de mantenimiento de la paz, vienen siendo una suerte de “refritos” de planteamientos ya existentes- y también sus escándalos por nepotismo, o al menos, por beneficiar a nacionales de su país en posiciones clave de Naciones Unidas.
 
Llama poderosamente la atención que, una vez que se confirmó su ratificación para un segundo período, todos, incluso quienes en otros momentos han criticado su gestión, se deshicieron en elogios y dieron cuenta de la “extraordinaria capacidad visionaria” con la que Ban ha guiado a Naciones Unidas para hacer del mundo un lugar menos desigual y más seguro.
 
Lo que verdaderamente sucede es que, como queda de manifiesto en el proceso sucesorio en el Fondo Monetario Internacional (FMI), resulta verdaderamente desgastante, tanto para quienes se postulan, como para quienes deben votar a favor y/o en contra, iniciar un proceso encaminado para elegir a un titular de la Secretaría General de la ONU distinto de Ban Ki-moon. A propósito del FMI, seguramente más de un líder maldijo el día en que Dominique Strauss-Kahn dio rienda suelta a sus bajas pasiones, haciéndose acreedor además a un mote que lo emparenta con los porcinos, debiendo, por tanto, renunciar y dar pie al tortuoso proceso de auscultación para designar a su sucesor, que, en este caso, será sucesora –y por cierto, quizá ya es tiempo de que Naciones Unidas ponga la muestra y elija por fin en 2016, a una mujer al frente de la Secretaría General, adecuada para una responsabilidad de esa envergadura, ello sin dejar de lado que, para entonces, tocará el turno a América Latina, así que ¿quién dice “yo”?
 
Pareciera entonces que, en el caso de Ban Ki-moon, las 192 naciones que pertenecen a Naciones Unidas, simplemente bajaron los brazos argumentando “más vale malo por conocido que…” y decididas a dejarle la Secretaría General a este caballero de la triste y gris figura optaron por abocarse a cuestiones más urgentes, como, por ejemplo, superar definitivamente la crisis financiera y/o sus secuelas.
 
Para los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, Ban Ki-moon es una figura cómoda e idónea: el Secretario General ha hecho muy poco a favor de los derechos humanos en la República Popular China, y además ha sido muy condescendiente con Estados Unidos, Rusia, Francia y la Gran Bretaña. No es ni siquiera la sombra de aquel Dag Hammarskjöld que encontró la muerte por rezongarle tanto a las potencias. Seguramente que en el caso de Ban su actitud tan pasiva y permisiva con los chinos, los rusos y/o los estadunidenses, obedeció a la búsqueda de la reelección en el cargo, aunque no deja de ser un comportamiento que raya en la complacencia y el oportunismo.
 
Pero también lo anterior es el resultado de las presiones y las necesidades de los más poderosos. ¿Para qué quiere Rusia a un Secretario General que deplore la rampante corrupción que priva en las instituciones eslavas? ¿Estaría dispuesto Estados Unidos a tener un Secretario General de la ONU que le pida una clara rendición de cuentas en materia de la lucha contra el terrorismo, especialmente ahora que Osama Ben Laden ya no existe? ¿Desea la República Popular China un Secretario General que cuestione el autoritarismo del régimen político y la situación de los derechos humanos en el gigantesco país asiático? Así que la comunidad de naciones se prepara para otros cinco años con Ban Ki-moon y en este nuevo período, por cierto, la ONU llegará a su cumpleaños número 70 (en 2015, año en que también tendrían que cumplirse los objetivos de desarrollo del milenio). No deja de ser frustrante, sin embargo, que en momentos en que el mundo está tan necesitado de líderes, el organismo internacional más importante del orbe opte por un personaje nebuloso, aparentemente más preocupado por complacer a los poderosos que por cerrar filas con quienes más lo necesitan.
 
- María Cristina Rosas es profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México
https://www.alainet.org/en/node/150703?language=es
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