El FMI busca nuevo director

28/05/2011
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La caída de Strauss-Kahn abre la disputa por el FMI: Estados Unidos busca hacer valer su poder, los países emergentes buscan nuevos espacios y Europa mantener el control del organismo. Pero no hay proyectos para los problemas globales.
 
Tras el escándalo mundial que han suscitado las acusaciones por acoso sexual contra el ex Director Gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Dominique Strauss-Kahn, la mesa está puesta para buscar a su sucesor. El pasado 19 de mayo el francés dimitió al cargo que hoy de manera interina es ocupado por el estadounidense John Lipsky. Es la primera ocasión en la historia del FMI que se produce una crisis sucesoria por el “mal comportamiento” de su titular, toda vez que la dimisión del germano Horst Köhler, ocurrida en marzo de 2004, obedeció a su postulación para la Presidencia de Alemania, cargo que ocupó hasta mayo de 2010 (por cierto, Köhler fue sucedido, de manera interina, por la que hasta ahora es la única mujer en llegar a la jefatura del FMI, aun cuando fuera sólo por un período de tres meses: la economista estadunidense Anne Osborn Krueger).
 
Una revisión de los personajes que han fungido como directores del FMI desde su creación en 1944 revela una regla no escrita en torno al proceso para su designación: todos son europeos, con la excepción de los interinatos cubiertos por los estadunidenses Lipsky y Krueger. El origen de esta disposición se remonta a los tiempos cuando la Segunda Guerra Mundial se encontraba en su etapa terminal, con el declive económico y político de Gran Bretaña, lo que evidenció la necesidad de establecer un orden económico internacional ante la nueva correlación de fuerzas que emergía de cara a la primacía de Estados Unidos (EU).
 
Entre Keynes y White
 
Tras el desembarco aliado en Normandía, que marcó el inicio de la entrada directa de EU en la contienda, en la Conferencia de Bretton Woods, celebrada del primero al 22 de julio de 1944 en New Hampshire, se afirmaba que se procuraría que los Estados buscaran mecanismos que permitieran alcanzar el desarrollo del comercio internacional y la regularización de los intercambios de mercancías con un precio equitativo para la producción y el consumo. Se preveía también un acuerdo para permitir la armonización de las economías nacionales. No hay que perder de vista que antes de esta conflagración el sistema capitalista sufrió una severa crisis, combatida con una decisiva intervención del Estado en la economía, incluyendo altos impuestos a las importaciones. Algunos de los planteamientos más importantes para hacer frente a la Gran Depresión capitalista fueron esbozados por el célebre economista inglés John Maynard Keynes, quien, por cierto, presentó una propuesta de instituciones económicas y financieras internacionales para la posguerra en Bretton Woods: la creación de la International Clearing Union, organismo basado en compensaciones, según el cual los países con excedentes financiarían a los países deficitarios vía una transferencia de sus recursos superavitarios. Así se impulsaría el aumento de la demanda en el mundo, lo que evitaría, al mismo tiempo, la deflación. Sin embargo, EU no estaba de acuerdo con esta propuesta, dado que en esos momentos tenía en su poder 80 por ciento de las reservas internacionales de oro y era un país acreedor, por lo que no quería usar sus excedentes para financiar a los países deudores. De ahí que el plan a seguir sería el del economista estadunidense Harry Dexter White, quien preveía la creación de dos instituciones: un Fondo Internacional de Estabilización —posteriormente FMI— y un Banco para la Reconstrucción de las Naciones Unidas y Asociadas —después denominado Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, o bien Banco Mundial (BM). El BM tendría la responsabilidad de proveer el capital para la reconstrucción de posguerra con créditos a mediano y largo plazo, en tanto que el FMI se ocuparía de los problemas de los países miembros que enfrentaban crisis de divisas y balanza de pagos, con créditos a corto plazo.
 
En la Conferencia de Bretton Woods, en la que participaron 44 países, EU ejerció fuertes presiones entre los participantes para garantizar la aprobación del Plan White. Ese país designó a Keynes como presidente de la segunda de las tres comisiones en que se dividió el trabajo de la reunión, y que era la que estaba a cargo de la propuesta sobre el BM. Así, aunque Keynes pudo, gracias a su posición, influir en las características de esta institución, no logró influir en la formación del FMI, dado que el propio White encabezaba la comisión respectiva. Esto marcó una distinción enorme entre el BM y el FMI, dado que el primero, por el tipo de actividades que realiza, está en contacto directo con los problemas del desarrollo y es una institución más sensible —hasta cierto punto— al desafío de la pobreza en el mundo, lo que frecuentemente le genera fricciones con el FMI.
 
Revisión de cuotas y poder de decisión
 
Un tema central en lo que concierne al proceso para tomar decisiones en el FMI es el de las cuotas, o el monto que paga un país cuando se convierte en miembro. En el directorio de la institución el país recibe una cantidad de votos proporcional a su cuota. El miembro, quien informa periódicamente al FMI sobre su situación económica, puede solicitar financiamiento hasta por un 200 por ciento de su cuota aportada, si es por primera vez, y hasta del 600 por ciento en ocasiones posteriores. Este sistema, criticado fuertemente por los países en desarrollo, significa que quien aporte más cuotas tendrá más votos. La asignación de cuotas es revisada, por lo menos, cada cinco años, y ello ha derivado en ajustes a las mismas; el mundo de hoy no es como el de 1944, cuando gran parte de los países en desarrollo se encontraban bajo dominio colonial y no podían influir en la arquitectura financiera internacional. Europa, por su parte, estaba destruida y limitada política y económicamente para tomar decisiones a su favor frente a la agenda de EU.
 
Cuando tuvo lugar la crisis financiera de México en 1994-1995, muchos países se pronunciaron por una reforma al sistema de cuotas del FMI, dado que éste no contaba con los recursos suficientes para acudir al rescate de la economía mexicana ni de otras en América Latina que se tambalearon ante el llamado “efecto tequila”. Otro factor a favor de este argumento es que la creciente importancia económica de algunas de las llamadas “economías emergentes” ha llevado a modificar sustancialmente la estructura de las cuotas en las pasadas dos décadas: para la siguiente revisión, que tendrá lugar en 2015, las economías emergentes desean que sus divisas sean tomadas en cuenta a fin de mejorar su influencia en el FMI.
 
Las cuotas tienen una denominación en los llamados derechos especiales de giro (DEG), que es la unidad contable del FMI. Cada país miembro tiene 250 votos básicos, más un voto adicional por cada 100 mil DEG de cuota. EU, con una cuota de 37 mil millones de DEG (equivalentes a unos 58 mil 200 millones de dólares), es el país miembro con el mayor número de votos. Palau, con una cuota de 3.1 millones de DEG (unos 4.9 millones de dólares), es el que tiene el menor número de votos. Japón, por sus aportaciones, tiene el seis por ciento de los votos, seguido de Alemania, con el 5.9 por ciento, y Reino Unido y Francia con 4.8 por ciento cada uno. Otros países de los considerados como emergentes presentan la siguiente situación: Brasil tiene una cuota de tres mil 36 millones de DEG y 1.38 por ciento de los votos; México tiene una cuota de tres mil 152 millones de DEG y el 1.43 por ciento de los votos, mientras que la República Popular China tiene una cuota de ocho mil 91 millones de DEG y el 3.65 por ciento de los votos.
 
¿Cómo se vota en el FMI? Las principales decisiones requieren una supermayoría de 85 por ciento de los votos. Dado el porcentaje de votos que controla EU, es el único país que puede oponerse a la supermayoría, aun cuando los 186 miembros restantes del FMI se pusieran de acuerdo en torno a algún tema. Lo anterior revela lo difícil que es, no sólo para los países desarrollados sino, sobre todo, para los países en desarrollo, incidir en la toma de decisiones de este importante organismo.
 
La difícil elección
 
Nombrar al Director Gerente del FMI no es una tarea sencilla. Como se sugería anteriormente, en los tiempos en que ese organismo fue creado, la Gran Bretaña y buena parte de los países europeos no pudieron ocultar su disgusto por el dominio de EU sobre esa institución y el BM, ambos con sede en Washington DC. Para calmar los ánimos, los estadunidenses estuvieron de acuerdo en que el titular del FMI fuera un ciudadano europeo, siempre que el Presidente del BM fuera estadunidense. Esa regla no escrita impera hasta ahora, a pesar de que las instituciones de Bretton Woods ya tienen casi 67 años de vida y la realidad mundial ha cambiado significativamente.
 
El proceso para suceder a Strauss-Kahn comenzó el pasado lunes 23 de mayo y culminará el próximo 10 de junio. El nuevo Director Gerente del FMI deberá ser dado a conocer el 30 de junio y, en teoría, todos los países y regiones que lo deseen puede nominar a quien consideren que cumple con el perfil para encabezar a la institución. En el momento de escribir estas líneas, Christine Lagarde, Ministra de Asuntos Económicos, Finanzas e Industria de Francia; Didier Reynders, Ministro de Finanzas de Bélgica; Grigori Marchenko, jefe del Banco Nacional de Kazajstán, y Agustín Carstens, Gobernador del Banco de México, son los cuatro aspirantes más citados.
 
En el caso de Carstens, el gobierno mexicano ya lo ha postulado oficialmente al cargo, pese a que en los estatutos del Banco de México no se contempla la renuncia de su titular en el caso hipotético de que tuviera que irse por cualquier razón. Asimismo, un problema claro que enfrenta su candidatura es el rechazo de Brasil, quien ha señalado que esperará a ver la lista de aspirantes antes de tomar una decisión, con lo que se diluye la posibilidad de que el mexicano sea postulado por la comunidad latinoamericana de naciones, situación que merma sensiblemente sus aspiraciones. Para poner las cosas en peores términos, Chile anunció que está considerando la posibilidad de proponer a su propio candidato, mientras que Colombia ha señalado que va a meditar en torno a la pertinencia de apoyar a Carstens. Otro aspecto en contra del Gobernador del Banco de México es que, al ser postulado por el gobierno de Felipe Calderón, es percibido como un candidato velado de los EU, y que no representa, en modo alguno, los deseos de democratizar al FMI y menos de dar nuevos espacios a las economías emergentes. Lo que resulta también muy cierto es que a los europeos tampoco les hace gracia la candidatura del mexicano, porque se interpone en sus aspiraciones de mantener el monopolio sobre la jefatura de la institución.
 
El caso de Christine Lagarde merece mucha atención, no sólo por las impecables credenciales de esta economista nacida en París, sino por el apoyo abierto sobre su posible candidatura manifestada ya por los gobiernos de Alemania y Gran Bretaña —quienes controlan un porcentaje importante de los votos en el FMI—, amén de otras figuras políticas europeas. Hasta el mexicano José Ángel Gurría, titular de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, no ha dejado de elogiarla y de afirmar que sería lo mejor que podría pasarle al FMI. Por supuesto hay un innegable plus de Lagarde frente a los otros aspirantes: su condición de mujer en un ambiente considerado como exclusivo para los hombres. Ella es la primera mujer en el seno del Grupo de los Ocho en ocupar el Ministerio de Economía. Como abogada especializada en Derecho Laboral y Antitrust, hizo historia al convertirse en la primera fémina en encabezar la prestigiada firma de abogados Baker and McKenzie, amén de que se le considera la mejor ministra de finanzas de la zona euro y, por si fuera poco, la revista Forbes la ubica en la posición 17 entre las mujeres más poderosas del mundo. A los ojos de muchos, sería políticamente correcto que una mujer con esas características presidiera el FMI. Claro que en su contra tiene el hecho de que Strauss-Kahn es ciudadano francés, y no faltará quien impugne el deseo de dominio por parte de Francia sobre los organismos internacionales. Lagarde actuó inicialmente con notable mesura, pero el 25 de mayo oficializó ya su candidatura a presidir al FMI.
 
Grigori Marchenko es ya un abierto contendiente por la jefatura del FMI. Respaldado por Rusia y los demás miembros de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), Marchenko ya hizo pública su aspiración, y llama mucho la atención su postura en torno al proceso sucesorio, ya que pugna por un candidato de consenso, bajo el argumento de que entre menos postulaciones existan, más oportunidades habrá para que surja, entre ellos, el próximo Director Gerente de la institución. Con estudios en el Instituto de Relaciones Internacionales de Moscú y en la Universidad de Georgetown, Marchenko es una figura política considerada como muy cercana a Rusia: se cuenta que a principios del presente siglo, el presidente Vladimir Putin le propuso una alto cargo en el Banco Central ruso. Contra su candidatura operan el papel marginal de Kazajstán en la gobernabilidad financiera global, su ya referida cercanía con los rusos y el hecho de que no es una figura tan conocida como los otros aspirantes al cargo por parte de la comunidad internacional.
 
Didier Reynders, actual ministro de Finanzas de Bélgica, parece el aspirante más débil de los cuatro, aunque algunos consideran que podría ser el “caballo negro” de los europeos en recambio a una negativa general a la candidatura de Lagarde.
 
¿Y los problemas económicos globales?
 
La idea para llevar adelante el proceso de designación del próximo Director Gerente del FMI es integrar una terna. Si hubiera más postulaciones, entonces el proceso se resolvería a través de negociaciones discretas con los 187 miembros de la institución, hasta que pueda conformarse la terna descartando a otros aspirantes. Habrá también que decidir si el sucesor de Strauss-Kahn sólo es electo para concluir el periodo de este personaje —es decir, un año más— o para un quinquenio completo con opción a reelegirse —tema, por cierto, muy espinoso.
 
La pregunta obligada, sin embargo, es: ¿qué plan de trabajo se puede esperar de los hasta ahora aspirantes, oficiales o no, a la jefatura del FMI, tomando en cuenta la crisis financiera global y la existencia de numerosos problemas que afectan a los países no sólo en desarrollo, sino también, como ya es costumbre, a los desarrollados —Irlanda, Portugal, Grecia, etcétera?
 
Ya Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía, hacía notar en su célebre libro La globalización y sus desilusiones que ante las diversas crisis financieras que se han producido en distintos países, muchos de los cuales aplicaron a rajatabla las “recomendaciones” del Consenso de Washington, el FMI cometió graves errores al exigir recortes a los déficits presupuestales y aumentos en las tasas de interés por parte de los gobiernos en crisis. Para Stiglitz, la lógica adoptada por el FMI de que las tasas de interés más altas y niveles más bajos de déficit contribuyen a restaurar la calma financiera en los países en crisis al volverlos más atractivos a los ojos de los inversionistas, no se sostiene y, en cambio, dichas políticas causan recesiones que en muchos casos empeoran y, por lo tanto, aumentan las probabilidades de que los inversionistas huyan de esos países.
 
Se critica también la insistencia del FMI en acotar el papel del Estado ante situaciones de crisis, sobre todo porque parece evidente que el libre juego de las fuerzas del mercado no provee bienestar social, fundamentalmente porque su interés es otro. El FMI está muy preocupado por controlar la inflación, pero no enfatiza en la creación de empleos. Sus recomendaciones, en tiempos de crisis, reflejan un entendimiento muy limitado de los mercados, que en muchos casos necesitan políticas monetarias y fiscales relajadas. Lo más escandaloso es que ésta parece una receta destinada a los países en desarrollo y a buena parte de las economías emergentes, porque en EU, por ejemplo, la Reserva Federal tiene el mandato de proteger tanto los precios como el empleo —por cierto, con una intervención fuerte del Estado.
 
Bretton Woods, además, entró en crisis hace mucho tiempo. Sin embargo, la falta de voluntad política de parte de muchos gobiernos, y el interés de otros tantos por mantener el statu quo, han impedido la creación de un nuevo orden financiero internacional acorde con las características de la economía global contemporánea. Esta situación no dista de ser irónica: en el mundo de hoy, buena parte de los países tienen instituciones democráticas, ciertamente como parte de una exigencia internacional y, por supuesto, por los reclamos, cada vez más organizados, de las sociedades. Pero esa democratización no se ha reproducido en los mismos términos en organismos como el FMI, donde la manera en que se toman las decisiones revela la preeminencia de los intereses de los más poderosos a costa de las mayorías.
 
Por eso el proceso sucesorio en el FMI despierta tanto recelo, en especial en los países en desarrollo. Europa querrá hacer valer la tradición de seguir presidiendo ese organismo internacional, por lo que parece consecuente la candidatura de Lagarde. Si no sucede otra cosa, ella podría ocupar su flamante nueva oficina en Washington DC el próximo primero de julio. Sin embargo, los problemas de fondo de la institución en particular, y de la gobernabilidad financiera global en general serán ignorados una vez más.
 
- María Cristina Rosas es profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México.
 
https://www.alainet.org/en/node/150050?language=es
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