La muerte de Osama Ben Laden

01/05/2011
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Cuando Morgan Spurlock, el creador de Super Size Me (Súper engórdame), dio a conocer su nuevo documental Where In The World Is Osama Ben Laden? (¿En qué lugar del mundo está Osama Ben Laden?) en 2008, muchos fruncieron el ceño y mostraron su desaprobación por el tratamiento que el conocido cineasta y comediante dio a un tema tan sensible en el imaginario popular estadounidense. En el documental, Spurlock se propone encontrar a Osama Ben Laden, para lo cual desarrolla una travesía que lo lleva a Egipto, Marruecos, Israel, los territorios palestinos, Jordania, Saudia Arabia, Afganistán y Pakistán. A medida que desarrolla este singular recorrido, se menciona con frecuencia en el documental –por parte de los lugareños a quienes entrevista Spurlock- que Ben Laden “muy probablemente se esconde en Pakistán.” Hacia el final del film, Spurlock desiste de ir a la zona fronteriza entre Afganistán y Pakistán, donde presumiblemente está Ben Laden, porque decide que hay cosas más importantes en la vida, por ejemplo, presenciar el nacimiento de su hijo –y al final del documental aparece Spurlock con su bebé y su mujer ya de regreso en Estados Unidos.
 
La experiencia de Spurlock en el recorrido de referencia es un ejercicio interesante: su motivación inicial, la búsqueda de Ben Laden, parecía pensada para cuestionar que los servicios de inteligencia mejor financiados del planeta –los estadunidenses- no hayan podido dar con el paradero del personaje al que se atribuye la autoría intelectual de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en las ciudades estadounidenses de Nueva York, Washington D. C. y Pensilvania. Quien esto escribe, alguna vez en una visita guiada en la National Security Agency (NSA) en Fort Meade, Maryland, escuchó, como parte del “tour”, una conversación telefónica en un idioma que resultó ser árabe. El guía preguntó a los presentes: “¿adivinan de quién es la voz masculina que escuchan? ¿y la voz femenina?” Resultó que esa conversación telefónica se había desarrollado entre Ben Laden y su señora madre y los servicios de inteligencia estadounidenses, pudieron interceptarla. La pregunta obvia, siguiendo con el razonamiento de Spurlock es: si fue posible interceptar una conversación telefónica entre el hombre más buscado y su progenitora, ¿no bastaba con rastrear más llamadas para tener la ubicación exacta de Ben Laden?
 
El anuncio que millones de seres humanos escucharon en todo el mundo de la voz del Presidente estadounidense Barack Obama el 1° de mayo, se esperaba hace mucho tiempo. Curiosamente se produce luego de que se anunciara por fin –dado que los rumores han estado presentes por meses- el retiro de Robert Gates al frente del Pentágono, siendo su reemplazo el hasta ahora titular de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), Leon Panetta, y la investidura del General David Petraeus –quien, entre otras funciones, ha estado a cargo del Comando Central (CENTCOM)- en su lugar. ¿Existe alguna relación entre ambos sucesos, esto es, la muerte de Ben Laden y el cambio de funcionarios a cargo de carteras tan sensibles para la seguridad nacional de Estados Unidos como el Departamento de Defensa y la CIA? ¿Supone la captura de Ben Laden, que ahora sí los servicios de inteligencia están haciendo “su chamba”? La ironía de esta situación es que la famosa Comisión del 11 de septiembre del Congreso, encontró que los ataques terroristas contra Estados Unidos se produjeron, en buena medida, debido a los errores de los servicios de inteligencia y seguridad estadounidenses. ¿Será que éstos, por fin, enmendaron el camino? Es decir: el operativo para abatir a Osama Ben Laden ¿forma parte de una estrategia de reivindicación de los servicios de inteligencia y de las acciones de contra-insurgencia de la Unión American? De esto se hablará en otra oportunidad.
 
Por ahora, es importante valorar el significado de la muerte de Ben Laden para la seguridad internacional y, claro, la seguridad nacional estadounidense. El próximo 11 de septiembre se cumplirán 10 años de los ataques terroristas contra objetivos estadounidenses. Desde entonces, el terrorismo fue elevado a la categoría de principal amenaza a la seguridad internacional. Así, la seguridad ha sido puesta, inclusive, por encima y por delante de las libertades individuales y los derechos humanos, como se puede observar en las medidas de seguridad reforzadas en puertos y aeropuertos, misiones diplomáticas, hoteles, etcétera en todo el planeta. Pero además del divorcio entre seguridad y libertad y/o seguridad y derechos humanos, la seguridad también ha recibido la mayoría de reflectores en detrimento de la agenda de desarrollo, pese a la relación simbiótica que debería existir entre una y otra. Por lo tanto, a raíz de la tan esperada noticia sobre el deceso de Ben Laden cabe preguntar: ¿finalmente el terrorismo cederá su protagonismo a favor de otra serie de tópicos que al no ser atendidos debidamente, pueden resultar tanto o más letales para la seguridad? No parece que vaya a ser el caso.
 
Una característica de las organizaciones criminales en estos tiempos de globalización y de revolución de las comunicaciones y de las tecnologías de la información, es su capacidad para aprovechar las oportunidades que genera la “conectividad” en el planeta. Así, agrupaciones como al-Qaeda, que se estructura como una red, cuenta con varios nodos, de manera que aun cuando alguno de los líderes sea eliminado, la red puede seguir funcionando. Es decir, no porque Osama Ben Laden –de quien, se dice, ya estaba muerto políticamente- haya sido emboscado y asesinado, al-Qaeda desaparecerá, o mejor aún, el terrorismo dejará de existir. El mayor éxito de al-Qaeda estriba en haber logrado destruir la credibilidad y el liderazgo de Estados Unidos en el mundo del nuevo siglo, al transmitir el mensaje de que el país más poderoso del orbe no pudo ni siquiera cuidarse a sí mismo esa fatídica mañana del 11 de septiembre de 2011. Naturalmente esa acción de al-Qaeda inspira a otras organizaciones a seguir sus pasos, por lo que subsiste el riesgo de ataques terroristas contra objetivos estadounidenses, y no solamente de parte de al-Qaeda.
 
En segundo lugar, la muerte de Osama Ben Laden no restaura de manera automática el liderazgo ni la credibilidad de Estados Unidos en el mundo. La crisis económica global pone en evidencia la incapacidad de la Unión Americana para conducir a la comunidad de naciones por senderos de prosperidad. Las empresas e instituciones financieras responsables de la crisis no han pagado sus facturas y no parece que ni el gobierno de Estados Unidos ni ningún otro las vaya a llamar a cuentas ni a castigar por su comportamiento. A final de cuentas, en el momento actual, Estados Unidos tiende a ser cada vez más un país ordinario que requiere del apoyo de otras naciones para garantizar un cierto orden internacional.
 
Siguiendo con el liderazgo y la credibilidad, Estados Unidos señaló tras los sucesos del 11 de septiembre de 2001, que Osama Ben Laden, un millonario saudí-árabe a quien Washington apoyó fuertemente en los tiempos de la invasión soviética a Afganistán, era el autor intelectual de los atentados. Ben Laden, por cierto, tardó mucho tiempo en reivindicar los ataques del 11 de septiembre. A lo largo de ese período, surgieron muchas especulaciones e hipótesis, por lo que la autoría intelectual de Ben Laden fue puesta en duda. A 10 años de esos acontecimientos, Estados Unidos afirma haber emboscado a Ben Laden y tener, inicialmente, bajo custodia su cuerpo, para anunciar, unas horas después que los restos mortales del hombre más buscado del universo fueron románticamente “arrojados al mar” en “cumplimiento de las tradiciones musulmanas.” Caray, sorprende tanto respeto por las “tradiciones musulmanas”, sobre todo considerando que Occidente y Estados Unidos en particular, no han sido particularmente “respetuosos” en el pasado –como ejemplo vale la pena recordar las diversas atrocidades perpetradas por soldados estadunidenses en Irak. Así que a menos que el Presidente Barack Obama presente evidencias contundentes de la muerte de Ben Laden, la credibilidad de Estados Unidos seguirá tan en duda hoy como cuando George W. Bush anunció que el 11 de septiembre de 2001 fue obra de Ben Laden sin mostrar mayores pruebas sobre el particular.
 
En tercer lugar, la situación de Pakistán –vecino de Afganistán- en todo este proceso, es delicada. Mientras que numerosos analistas en Washington insisten en considerar a ese país un Estado fallido, otros advierten la abierta simpatía y el apoyo brindado por los pakistaníes a todos los niveles –gubernamental y de la sociedad- a los talibanes. No se olvide que Pakistán es un país políticamente inestable y que, además, posee armas nucleares. El lugar donde Ben Laden fue presuntamente emboscado, Abbottabad, es una localidad que se encuentra a unos 100 kilómetros de Islamabad y donde residen diversas academias e instalaciones militares pakistaníes, lo que corrobora la percepción de que Ben Laden se encontraba ahí no sólo con el pleno conocimiento de las autoridades castrenses y políticas de Pakistán, sino que inclusive, se beneficiaba, hasta cierto punto, de su protección. Todo parece indicar entonces, que Ben Laden fue abatido en Abbottabad tras diversas negociaciones entre autoridades estadounidenses y pakistaníes ¿o no? Según información recogida por el diario La Jornada, ninguna autoridad pakistaní confirmó ni autorizó el operativo. En cualquier caso, para el régimen de Asif Zardari, subsiste el riesgo de revueltas populares en Pakistán por haber cedido ante las presiones de Washington, dando la espalda a los talibanes.
 
En cuarto lugar, la muerte de Ben Laden constituye, en principio, una victoria política para la administración del Presidente Obama. El pasado 4 de abril, el mandatario anunció su intención de buscar la reelección en los comicios de 2012. Con todo, falta todavía bastante tiempo, y entre hoy y noviembre del próximo año pueden ocurrir muchas cosas, por ejemplo, que el electorado, preocupado por cuestiones más terrenales como el desempleo, la crisis económica, etcétera, se olvide de este gran “logro.” Así, no está garantizado que quienes fueron a “festejar” en los alrededores de la Casa Blanca y en la “zona cero” en Nueva York la muerte de Ben Laden, le otorguen su voto al Presidente Obama en noviembre de 2012 de manera automática. La memoria política del electorado, no se olvide, es de corta duración.
 
Y por último: ¿cuándo se irá Estados Unidos –con sus aliados- de Afganistán? Las autoridades estadounidenses han hecho saber que seguirán luchando contra los talibanes, por lo que no parece que vayan a abandonar el territorio afgano que, por cierto, es un verdadero polvorín. Sin embargo, la justificación para permanecer ahí por más tiempo se ve severamente mermada por la muerte de Ben Laden, y a la administración del Presidente Obama le costará mucho trabajo explicarle a la opinión pública de su país –y del mundo- por qué hay que seguir luchando contra el terrorismo y por qué debe continuar la lucha de Estados Unidos y sus aliados en Afganistán. Inclusive, si esta situación se prolonga por más meses, tendría un enorme costo para el Presidente Obama, y el éxito de hoy, podría transformarse en su sepultura política en noviembre de 2012. Así que, a final de cuentas, tal vez, al igual que Morgan Spurlock, el Presidente Obama debería, a partir de hoy, dedicarse a cosas verdaderamente importantes.
 
- María Cristina Rosas es Profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México
 
etcétera, 2 de mayo, 2011
 
https://www.alainet.org/en/node/149386
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