La insurrección árabe
26/02/2011
- Opinión
En estos días la partera de la historia está muy ocupada. Túnez, Egipto, Libia, Bahrain, Yemen y parece que en los próximos días la insurrección se alumbrará en Kuwait. Hasta el reino de los Saudí y otros “estables” reinados y regimenes árabes parecen estar en la lista de los partos anunciados. Hay que atar cabos para tratar de descubrir de dónde viene esta racha de “inseminación insurreccional”, y hasta dónde llegará..
Mohammed Kahn, un analista político basado en los Estados Árabes Unidos, escribe en Al-Jazeera que el desenvolvimiento de este “Proyecto de un Nuevo Siglo Árabe” -del cual los tunecinos escribieron la introducción al hacer caer el régimen de Zine El Abiudine Ben Ali y los egipcios completaron el definitorio primer capítulo al derrocar el régimen de Hosni Mubarak- en los últimos dos meses es el producto del “Proyecto de un Nuevo Siglo Estadunidense” (The New American Century) ideado por los ideólogos que sustentaron la “doctrina neoconservadora” del ex presidente George W. Bush, destinada a apropiarse por todos los medios disponibles –militares, políticos, económicos y hasta académicos- del Oriente Medio. El analista recuerda que los pueblos árabes estaban destinados a ser el “receptor final” del masivo poder del complejo militaro-industrial estadunidense destinado a “crear un nuevo Oriente Medio, uno que fuera obediente a los intereses y objetivos de Estados Unidos (EEUU). El foco central de la doctrina neoconservadora era la preservación de la superioridad de Israel y la utilización del poder destructor estadunidense para eliminar cualquier eventual amenaza que se presentara”. Los “benignos motivos subyacentes” de esta política, según Bush, eran la necesidad de expandir la democracia en toda la región, porque “las democracias no se libran a la guerra entre ellas”.
Khan recuerda que después de invadir y sembrar el pánico en Irak, para supuestamente establecer la democracia, los palestinos de Gaza fueron colectivamente aprisionados por tener la audacia de votar por Hamas; que para destruir al Hezbolá el Líbano fue brutalizado por Israel con el tácito apoyo de EEUU; que Irán se convirtió en el nuevo enemigo público número uno (); que en nombre de la estabilidad los Estados del Golfo se fueron armando sin hacer ruido y también en nombre de la estabilidad los dictadores del Norte de África recibieron la luz verde para combatir el ‘islamismo’ () La destrucción que se abatió sobre la región durante este período era aparentemente el necesario ‘dolor del parto’ de un nuevo Oriente Medio, según los neoconservadores de Bush.
Lo cierto, analiza Kahn, es que muchos otros capítulos de estas rebeliones populares “serán escritos antes de que se aclare la bruma política”, y que se puede decir con seguridad que los dolores del parto de este nuevo Oriente Medio no son necesariamente los que muchos extranjeros imaginaron (1).
Son muchos los analistas de la región que ven en estas rebeliones o insurrecciones en el mundo árabe el comienzo de una nueva y por primera vez original vía política para poner el cierre definitivo al neocolonialismo instaurado desde finales de la segunda Guerra Mundial por las grandes potencias en esa región del mundo.
¡La política tradicional ha muerto! ¡Viva la política!
Este parto histórico parece ser un “borrón y cuenta nueva” de la política.
Un aspecto esencial de este “reguero de pólvora” insurreccional es la ausencia de papel preponderante de los partidos políticos tradicionales de la oposición en la formulación de los objetivos e ideas que movilizan a las masas, y de la capacidad de frenar o imponerse frente a las masas en rebelión por parte de las oligarquías que controlan los partidos o movimientos políticos tradicionales que aparentemente sustentaban los regimenes dictatoriales o autocráticos.
Pero este no es un problema exclusivo del “mundo árabe”. Basta mirar críticamente la realidad política en EEUU para darse cuenta que la oligarquía en ese país controla los dos partidos políticos que se alternan en el poder, Republicanos y Demócratas, y que para la gran mayoría del pueblo estadunidense ambos partidos han dejado de ser una alternativa de cambio político. Las importantes manifestaciones que desde hace una semana efectúan los empleados públicos, estudiantes y ciudadanos en el estado de Wisconsin contra la política antisindical del gobernador Republicano, y que se han propagado a otros estados –entre ellos Indiana, Ohio y New Jersey- es un signo anunciador de un “¡basta ya!” dirigido contra las políticas neoliberales que favorecen, como se ha visto en el caso de Wisconsin (2), a los súper-ricos que controlan el sistema político estadunidense.
Como dijo Warren Buffett, el “oráculo de Omaha” y presidente-director ejecutivo de Berkshire Hathaway, poseedor de una fortuna evaluada en 52 mil millones de dólares, “la guerra de clases existe, es un hecho, pero es mi clase, los ricos, que lleva a cabo esta guerra y la estamos ganando”. Afirmación crítica o cínica, pero acertada cuando se trata de definir la realidad actual (4). No hay que pensar mucho para entender lo que dijo Buffett. Mubarak tiene una fortuna (robada) más o menos similar. Ben Ali se fue con una fortuna (robada) de unos 10 mil millones de dólares, y después de someter a su pueblo a un baño de sangre el coronel Muammar al-Gaddafi se irá o será ido de Libia con una fortuna que sin duda será superior a la de Mubarak o de Buffett.
La impotencia o caducidad del sistema político tradicional y al servicio del neoliberalismo no solo es evidente en los países árabes sino en la mayoría de las potencias occidentales, sea con el surgimiento político de fuerzas de extrema derecha como el Tea Party en EEUU, o con los partidos neofascistas en casi todos los países de la Unión Europea (UE). El columnista Bob Hepburn escribe en el diario canadiense Toronto Star (3) que la deserción de los ciudadanos de los partidos políticos tradicionales es ”otro signo de que los partidos políticos canadienses están en una espiral de la muerte”, y cita un trabajo de los politólogos William Cross y Lisa Young sobre la caída de la participación y afiliación política, y que finalmente esto pone en tela de juicio “el futuro de nuestra democracia”. Los partidos políticos tradicionales, como dicen los jóvenes canadienses citados por Hepburn, son “navíos vacíos” al servicio de los muy ricos que forman lo que muchos definen actualmente como una plutocracia, el gobierno de los ricos para los ricos.
Esta capitulación de los partidos políticos ante la “dictadura de los mercados financieros” –y por lo tanto el abandono de la defensa de intereses de las clases sociales que representaban- se manifiesta en la subordinación de los sistemas parlamentarios al sistema Ejecutivo. Este es el caso de varios países y en particular el de Canadá, con el primer ministro Stephen Harper dirigiendo un gobierno conservador minoritario que, empero, gobierna a su antojo y sin el menor respeto hacia la mayoría legislativa, aprovechándose de la capitulación política de los Liberales, y del oportunismo de los Socialdemócratas. Y lo mismo puede ser dicho de países de sistema republicano donde los gobiernos ignoran sin empacho a la opinión y a la movilización de la mayoría del pueblo.
Símbolo de los tiempos de rebelión es la popularidad creciente en términos globales del visionario escrito titulado “Indignez-vous” (Indignaos) del diplomático, luchador contra el nazismo durante la segunda Guerra Mundial y escritor francés Stéphane Frédéric Hessel (5). En ese libro de 32 páginas y publicado a finales del 2010, Hessel afirma que hay muchas razones para indignarse hoy día, aun cuando las cosas “puedan parecer menos nítidas que en la época del nazismo”. Pero quien busca encuentra y las razones para indignarse –según Hessel- son la brecha creciente entre los muy ricos y los muy pobres, entre la calamitosa situación ambiental del planeta, el consumerismo, el sistema económico subordinado a la dictadura de los mercados financieros, el desmantelamiento de los programas sociales, todas estas razones válidas para una “insurrección pacífica” del pueblo.
El intervencionismo en marcha
Poco importa bajo la dictadura de los mercados financieros que la insurrección sea pacífica. Lo que importa son los intereses en juego y la reacción de quienes serán afectados. Un despacho de la corresponsalía de la agencia AFP en Washington del 14 de febrero pasado informa que el gobierno estadunidense “estudia los diferentes precedentes” que permitan esclarecer hacia dónde se dirige la “revolución egipcia”. O sea, como encaminar favorablemente a los intereses de Washington el proceso de la rebelión popular egipcia. La Casa Blanca estudia los ejemplos de cambios políticos bruscos en los años 80 del siglo pasado, como en Filipinas después de la caída del dictador Ferdinand Marcos, la salida bajo presión popular del dictador Augusto Pinochet en Chile y el derrumbe de la dictadura militar surcoreana, y los casos de la transición pos-comunista en Europa Central, especialmente en Polonia. Los expertos estadunidenses, según el despacho, saben que “una transición política está muy seguido sembrada de emboscadas”, y que tiene más posibilidades de ser un éxito (para EEUU, como fueron las transiciones en Filipinas, Chile y Corea del Sur) cuando esa transición “asocia el mayor número posible de tendencias políticas”.
Citando a un alto funcionario estadunidense AFP informa que “lo importante es impedir que una tendencia política se sienta excluida del proceso. Porque entonces hay riesgo de ir a la confrontación con una oposición radical”, a lo cual agrega que la historia también demuestra que es preferible en un primer momento ‘”imitar la amplitud de los cambios” para evitar que “la unidad nacional no se quiebre frente a una evolución muy rápida de la sociedad”. O sea recurrir a la receta del “gatopardismo”: hacer los cambios necesarios para no alterar el orden que reinaba antes de las rebeliones populares.
Como escribe el analista Robert Dreyfuss en su articulo “US, UK Meddling in Cairo” (The Nation), la visita imprevista del primer ministro conservador británico David Cameron a el cairo, la semana pasada, fue ultrajante. El primer ministro de la antigua potencia colonial en Egipto llegó acompañado con una delegación de 36 empresarios, entre ellos los principales fabricantes y vendedores de armamentos, y se reunió con el general Tantawi, ministro de Defensa y jefe del Consejo militar, el gobierno de transición desde el derrocamiento de Mubarak. Le ofreció venderle armamentos.
Y también estuvo en el Cairo el número dos del Departamento de Estado, William Burns, quien se reunió con Amr Moussa, el saliente Secretario general de la Liga Árabe y potencial candidato a la presidencia en las elecciones presidenciales a venir. Burns fue a prevenir cambios radicales en Egipto. Dreyfuss también recuerda que el Jefe de la Junta de Jefes del Estado Mayor de EEUU, el almirante “Mike” Mullen, está haciendo una gira por todo el Oriente Medio, particularmente enfocada a los Estados del Golfo.
Pero esta semana, cuando la crisis insurreccional llegó con mayor fuerza a Libia, país con las mayores reservas probadas de petróleo y gas natural del continente africano, la cuestión de una intervención de otra naturaleza que política y diplomática apareció claramente en Francia, donde el presidente Nicolás Sarkozy pidió la imposición del control del espacio aéreo libio (no-fly zone) por la OTAN, posición que comparten algunos países europeos pero no Gran Bretaña. El presidente Barack Obama pidió al personal de la Casa Blanca “que revisaran posibles acciones unilaterales de EEUU en respuesta a los esfuerzos sangrientos del gobierno libio para suprimir la revuelta nacional”, pero sin incluir la “no-fly zone”, algo que según el Secretario de Defensa de EEUU, Robert Gates, debería caer bajo la responsabilidad de Francia e Italia, dos países de la OTAN que una vez en acción pueden reclamar el apoyo de esa alianza.
El control del espacio aéreo libio puede ser el primer paso hacia una intervención que no excluiría la ocupación de los centros neurálgicos de ese país. Esta posición tiene apoyos entre los halcones republicanos y demócratas de Washington. Como en el cado del control del espacio aéreo iraquí entre 1991 al 2003, la aplicación de tal política estaría a cargo de EEUU y su socio menor, Gran Bretaña. Una acción de este tipo significa una guerra porque es una medida sin valor a menos que EEUU esté preparado a aplicarla con una fuerza militar aplastante, según Dreyfuss.
Las terribles matanzas que al-Gaddafi está cometiendo contra su propio pueblo para mantenerse en el poder pueden ser la excusa buscada para que el imperio estadunidense y sus aliados, las antiguas potencias coloniales en el Oriente Medio –Gran Bretaña, Italia y Francia- intervengan militarmente y ocupen Libia, país estratégico porque dispone de enormes recursos petroleros. Una “justificable” intervención militar en Libia serviría también de advertencia y para frenar los ardores insurreccionales en las oprimidas poblaciones de la rica región petrolera de los países árabes del Golfo Pérsico, y en países menos ricos pero estratégicos por su posición geográfica, como Yemen.
- Alberto Rabilotta, La Vèrdiere, Francia.
Notas:
- Ver http://www.thenation.com/blog/158804/scott-walker-koch-caller-thanks-all-support , sobre la comunicación telefónica entre el multimillonario David Koch, que financia el Tea Party y los grupos de presión pro-Israel, con el gobernador Scott Walker de Wisconsin.
Death spiral of our political parties, 24 de febrero 2011, Toronto Star.
(5)http://indigene-editions.blogspot.com/2010/10/indignez-vous-par-stephane-hessel.html El libro de 32 paginas de Hessel, que es una especie de manifiesto de la indignación frente al neoliberalismo y sus consecuencias políticas, sociales, económicas y ambientales es el mayor best-sellers de Francia en las últimas décadas.
https://www.alainet.org/en/node/147903
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