Son las liberaciones un camino a posibles negociaciones de Paz?

11/02/2011
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Esta semana culminan las liberaciones unilaterales de cinco colombianos secuestrados por las FARC (‘retenidos’ en su discurso) y que fueron decididas por esta guerrilla, a juicio de analistas, como una especie de homenaje a la ex senadora Piedad Córdoba una vez que fuera sancionada por la Procuraduría con su destitución. Y no hay duda que Piedad Córdoba merece, para un importante sector de la sociedad colombiana –más allá de si se comparten o no todas sus acciones- el reconocimiento por las persistentes tareas adelantadas a favor de la liberación de los secuestrados y por encontrar caminos para una negociación política.
 
Estas liberaciones, como las de cualquier ser humano que esté injusta e ilegalmente privado de su libertad, suscitan alegría y solidaridad con sus familias y allegados, porque se trata de recobrar un derecho fundamental del cual nunca debieron estar privados. Por ello se generan, independiente del rol que puedan jugar los medios de comunicación de masas, sentimientos proclives a soñar con la posibilidad de que puedan ser un camino hacia posibles negociaciones de paz en el corto plazo; y reivindico el soñar, porque considero que es legítimo que los colombianos que hemos vivido tantos años de enfrentamiento violento y todo lo que esto conlleva y que estamos convencidos que este tipo de conflictos armados difícilmente se resuelven exclusivamente por la acción militar de las partes, tengamos el derecho a imaginarnos una sociedad sin ese pesado fardo que nos ha acompañado por varias generaciones.
 
Sin embargo, más allá de reivindicar el derecho a los sueños y deseos, para el análisis político debemos situarnos en el campo de las realidades, porque si no corremos el riesgo de equivocarnos profundamente al confundir nuestros deseos con las posibilidades reales. Tratemos, entonces, de analizar si las posibilidades políticas del momento permiten derivar una expectativa real sobre el camino de la paz negociada.
 
El Gobierno de Juan Manuel Santos cuenta con un nivel de apoyo muy amplio en la sociedad colombiana y sin duda ha hecho un viraje en el estilo de manejo de las relaciones políticas y eso incluye, por supuesto, el tema del conflicto interno armado, frente al cual ha dejado abierta la posibilidad de una salida política para terminarlo. Pero al mismo tiempo, tanto él como su vicepresidente Angelino Garzón –ambos conocedores de los temas de las negociaciones de paz, porque han participado en el pasado de manera directa en iniciativas y esfuerzos en esa dirección-, han sido reiterativos en señalar que para que ello se hiciera realidad se requiere que las guerrillas cumplan una serie de condiciones previamente –condiciones que, sin duda, comparten la mayoría de los colombianos- dentro de las cuales están la liberación unilateral de todos los secuestrados y el cese del secuestro como recurso de ‘su guerra’, la renuncia al terrorismo, al reclutamiento de menores y un cese de hostilidades unilateral. Ahora bien, siempre existe la posibilidad que estas exigencias se flexilibilicen.
 
Ahora bien, ¿de dónde se deriva lo anterior? Del cambio del escenario estratégico del conflicto armado y de las experiencias de intentos frustrados de negociaciones del pasado. En el campo estratégico, el Estado colombiano y su Fuerza Pública, no sólo cuentan con un gran apoyo social, sino que han logrado propinarle golpes contundentes a las guerrillas, que si bien no significan su derrota ni mucho menos, sí han hecho que estas organizaciones cada vez tengan menos posibilidad de acción militar –hoy día son poco probables las acciones militares de envergadura que desarrollaron en el decenio anterior- y se sitúen en sus retaguardias históricas, con capacidad de daño, pero sin ser una amenaza real a la seguridad nacional o pública; pero sobretodo, con un gran desprestigio y aislamiento en la sociedad mayoritariamente urbana, como lo es la sociedad colombiana actual y esto sin duda es estratégico para una guerrilla que se ve a sí misma , aunque no lo sea, como una especie de ‘vanguardia’ de algunos sectores sociales; este aislamiento político igualmente se manifiesta en el ámbito internacional, incluidos allí gobiernos de izquierda democrática. No hay duda que el conflicto interno armado hoy día se caracteriza por el enfrentamiento de un Estado fortalecido y legitimado frente a unos grupos de alzados en armas en su contra, con pretensión política, pero totalmente marginales. No se trata de un enfrentamiento entre fuerzas simétricas.
 
Pero adicionalmente, los múltiples intentos de negociaciones de paz que se han intentado en el pasado –algunas exitosas, la mayoría fracasadas- han dejado experiencias que no se pueden olvidar y que sin duda gravitan en los actuales gobernantes –también con seguridad en los líderes de estas organizaciones guerrilleras-. La primera, que un escenario de negociación es un escenario político del cual se pueden derivar muchos beneficios en esa dimensión, lo que explica la propensión de las guerrillas a estar dispuestas a conversar, pero no a ir a una negociación para terminar la confrontación, es decir para que las guerrillas dejen de serlo y se transformen en otro tipo de organización dentro de la legalidad del Estado. Esto explica porque una negociación viable hoy día debe ser con una guerrilla que haya tomado la decisión de ir a una negociación para terminar la guerra y no que concurra a la misma sólo para tratar de ganar un cierto nivel de protagonismo. La segunda, que se trata de eventuales negociaciones con guerrillas que acepten un cese de hostilidades previamente y que las mismas se adelanten de manera discreta y acotada –tanto en la temporalidad, como en las pretensiones de estas organizaciones, a estas alturas de la historia no podrían pretender colocar sobre la mesa la agenda de la democracia-. La tercera, que en la realidad política del mundo contemporáneo, no se puede hacer caso omiso de la existencia de una legislación internacional sobre derechos humanos y derecho internacional humanitario, por lo tanto es improbable la posibilidad de las amnistías e indultos generalizados del pasado y por el contrario, lo que se buscaría sería encontrar algunas fórmulas novedosas para el manejo lo más benigno posible del tema penal y adicionalmente sin desconocer que el tema de reparación a las víctimas, que implica la verdad sobre lo sucedido va a gravitar sobre esas conversaciones y eventuales acuerdos.
 
Lo anterior nos lleva a la realidad de tener que seguir pensando y analizando alternativas de una hipotética negociación con estas guerrillas en el hoy y el ahora –lo que implica el procedimiento y el contenido-, que evidentemente no pueden ser simplemente una reedición de experiencias negativas del pasado; también ayudando a que las condiciones planteadas se viabilicen. Por lo tanto, no parece adecuado generar expectativas exageradas acerca de una negociación en el corto plazo, porque no hay bases para las mismas. Lo cual no significa que no se debe mantener la esperanza en que más temprano que tarde la misma se haga realidad. En el entretanto, lo más probable es que la dinámica de la confrontación será la que marque el día a día durante un período de tiempo.
 
- Alejo Vargas Velásquez es Profesor Titular Universidad Nacional
Fuente: Semanario Virtual Caja de Herramientas Nº 242, Semana del 11 al 17 de Febrero de 2011. Corporación Viva la Ciudadanía.
https://www.alainet.org/en/node/147526?language=es
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