El último producto de exportación de México y el camino a Cancún

22/12/2010
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Pregunten a cualquiera en México cuáles son los productos de exportación más famosos en estos días y la respuesta probablemente estará acompañada de una sonrisa irónica y un movimiento de ojos señalando el norte: gente y drogas
 
Hoy el país tiene un nuevo producto de exportación, que es también legado del neoliberalismo y del hábito de los países del norte de externalizar sus problemas en el Sur global: los derechos de contaminación
 
Desde 2006, México ha estado embarcando derechos de contaminación con destino a España, el Reino Unido, Suiza, Francia, Japón y Holanda. Las empresas que compran estos derechos –productoras de energía como Iberdrola o Electrabel, por ejemplo, o fábricas de cemento como CEMEX- se ven liberadas de sus obligaciones legales de reducir su contaminación con dióxido de carbono en el marco de la legislación del clima japonesa o europea. Como los derechos de contaminación que vende México son baratos, las empresas ahorran millones y logran diferir su acción contra el calentamiento global por años.
 
Los derechos de contaminación de México también son una commodity de moda en los mercados financieros. Los bancos privados como BNP Paribas y Credit Suisse y otros intermediarios y empresas de comercio exterior como Cargill, AgCert y Gazprom Marketing & Trading, compran los derechos de contaminación de México para especular con ellos y venderlos a terceros. ¿Y por qué no? Los precios son volátiles, se puede hacer mucho dinero. Y si el mercado mundial de derechos de contaminación con gases de efecto invernadero se vuelve tan grande como algunos creen (billones de dólares) ningún operador de Wall Street o de otros centros financieros puede permitirse quedar fuera.
 
¿Cómo funciona el comercio? La idea es simple. Si en el marco de la legislación europea o japonesa se deben reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y los países industrializados no quieren pagar los costos que esto implica, ¿por qué no hacer reducciones donde es más barato, en los países como China o México? Las industrias en esos países pueden hacer dinero entonces vendiendo las reducciones al Norte.
 
¿Quién se beneficia en México? Bueno, si usted es una industria sucia, tendrá muchas emisiones para reducir y puede hacer mucho dinero. Así que no sorprende que dos decenas de gigantescas granjas porcinas operadas por Granjas Carroll de México, una filial de Smithfield Farms de Estados Unidos, obtengan ganancias extras capturando el metano que produce el excremento de cerdo, y quemándolo. Y como el metano es un gas de efecto invernadero mucho más peligroso que el dióxido de carbono, la quema de apenas una tonelada de metano en Puebla o Veracruz habilita a que se vendan derechos de contaminación que permiten liberar 20 toneladas de CO2 en Europa.
 
Si por casualidad, usted produce una sustancia que es un gas de efecto invernadero aún más potente, usted -y los consultores provenientes de Estados Unidos, Europa o Japón que uno contrata- puede ganar aún más dinero. Tomemos por ejemplo a Quimobásicos de Nueva León, el mayor exportador de derechos de contaminación de México. Simplemente destruyendo unos pocos miles de toneladas de un subproducto gaseoso denominado HFC-23, Quimobásicos está listo para vender derechos de contaminación por más de 30 millones de toneladas de CO2 a Goldman Sachs, EcoSecurities y la empresa generadora de electricidad japonesa J-Power. Esto le cuesta a la empresa algo así como 3 pesos por tonelada de CO2 “equivalente”, que con los precios actuales le puede significar -a la empresa o al intermediario al cual le vende- una colocación final de 200 pesos por tonelada.
 
No es entonces de asombrar que las empresas y los países en todo el mundo intenten encontrar la forma de ser sucios, para luego hacer dinero limpiando. Tampoco es de asombrarse que el nuevo mercado no beneficie justamente a los que son verdaderamente “verdes”. Las comunidades que viven con estilos de vida bajos en carbono, o que luchan para mantener a las empresas contaminantes o industrias extractivas fuera de sus territorios, no son lo suficientemente sucias como para poder sacar ganancias del comercio. Tampoco tienen el dinero para aceitar los engranajes del aparato regulatorio y contratar costosos consultores, tan necesarios para hacerse un lugar en el nuevo mercado.
 
En los hechos, el Mercado de derechos de contaminación, por el contrario, perjudica a esas comunidades. En el istmo de Tehuantepec, muchas comunidades indígenas han entregado sus tierras a empresas constructoras de granjas eólicas provenientes de España y México por poco dinero, sin saber que esas empresas probablemente harán muchos millones, no solo con la generación eléctrica, sino además utilizando o vendiendo derechos de contaminación en Europa.
 
¿Qué papel le cabe a la próxima cumbre del clima de Naciones Unidas en Cancún en todo esto? No esperemos que sean muchos los gobiernos que se sumen al llamado a poner fin a este comercio de contaminación tan destructivo. Después de todo las Naciones Unidas, ayudaron a crear este mercado en 1997 en Kioto, y son muchos los que obtienen ganancias con él.
 
En realidad, es posible que las negociaciones de Cancún empeoren incluso la situación, al permitir que se venda carbono de los bosques nativos en el mercado de contaminación. Esto podría generar lo una red de Pueblos Indígenas calificó como “potencialmente el acaparamiento de tierras más grande de la historia”.
 
Habiendo tanto en juego, las protestas que converjan en Cancún en diciembre se vuelven aún más importantes. Estemos atentos.
 
* Larry Lohmann trabaja con The Corner House, una organización de solidaridad e investigación con sede en Reino Unido, y colaboró en el libro El Mercado de Emisiones: cómo funciona y por qué fracasa.
 
 
 
Fuente: Enfoque sobre Comercio No. 154, noviembre 2010
https://www.alainet.org/en/node/146384
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