Oriente y Occidente
10/12/2010
- Opinión
Pocas paradojas existen como esta de dividir el planeta tierra entre Oriente y Occidente. Es un planteamiento eurocentrista que pudo tener su vigencia hasta el pasado siglo, pero que hace décadas que perdió su sentido, si es que alguna vez lo tuvo. Una vez más, la cuestión radica en dónde te sitúes. Todos somos uno y otro, máxime en una sociedad globalizada e intercomunicada como jamás lo había estado.
Ante los desbarajustes sociales y económicos, producidos por un modelo de desarrollo que idolatra al mercado, muchos se preguntan si el caos no viene precedido por la decadencia de Occidente. Pero tal decadencia no existe, lo que ha dejado de existir es el Occidente como realidad, y aún como concepto. Todos estamos interrelacionados y somos responsables unos de otros, y no sólo dependientes.
No es nuevo el imperialismo económico que Estados Unidos trata de convertir en político con su retirada de los Tratados Internacionales y su violación de los derechos fundamentales para todos como sistema despreciando la soberanía de los Estados que condena como hostiles a su política de forma arbitraria.
El arbitrio del Príncipe como fuente de Ley fue constante en la historia de la humanidad. Fue la conducta de los sátrapas orientales, de los emperadores occidentales, de los Papas autócratas y de todos aquellos que no consideraron al pueblo como auténtica base de la soberanía que delegaba el poder temporalmente para actuar en beneficio de la sociedad.
La política nace en Atenas cuando Pericles era el alma de Grecia. La participación de los ciudadanos era la clave del sistema. Roma decayó moralmente cuando abandonó las instituciones republicanas para reforzar el poder del Imperator y ser más eficaces en la conquista del orbe.
No fue extraño que la concepción teocrática del poder en que sucumbió el mensaje cristiano de la fraternidad universal, degradase las conquistas de la mente reflejadas en el derecho para equipararse a la política teocrática de los Califas para extender el Islam. Su concepción del mundo ha sido el paradigma de los halcones de Washington: concebían el mundo dividido en dhar al Islam y dhar al Harb, “mundo sometido” y “mundo para conquistar”. Bush dividió al mundo en Orbe Americano y Orbe de las demás Tierras (Orbis romanus et Orbis terrarum).
El concepto de mundialización es tan antiguo como la razón de la fuerza sobre la fuerza de la razón. Si pobre es el que codicia demasiado, bárbaro es el que no tiene noción de la mesura: desde los bárbaros mongoles o las acometidas tártaras hasta los imperios que siguieron a la absurda teoría del derecho divino de los reyes.
El concepto de mundialización, en cada época se corresponde con su concepción del mundo y con el alcance de su fuerza apoyada en las tecnologías del momento para acaparar materias primas, recursos y más locura en su carrera hacia la desintegración del sistema, por alienación de los ciudadanos. Es la desazón de la velocidad dentro de un laberinto.
Pero el pueblo no sufre eternamente. Al poderío hegemónico de romanos, musulmanes, eslavos, germanos, francos, españoles, turcos, anglos y norteamericanos sucederá una verdadera convulsión cuyos signos analizan los estudiosos de la enajenación de los actuales imperantes. Ante el ensordecedor silencio de sus ciudadanos embobados por el panis et circenses; cuando no lo era por el alienante concepto de una recompensa ultraterrena, más lacerante cuando no iba apoyada en la justicia, en el amor y en la felicidad de saberse responsables solidarios unos de otros.
Los auténticos sabios de las más grandes tradiciones coinciden en que el sentido del vivir es la plenitud de saberse universo en una gota de rocío. De ahí el ser nosotros mismos, no dejar escapar el instante, estar a lo que estamos, hasta la suprema sabiduría de poder expresar con nuestra palabra o con nuestro silencio, “Sancho, yo sé quién soy”.
De ahí que el imperialismo que padecen miles de millones de seres, no aporte más novedad que los avances tecnológicos. La enajenación por el poder del tener sobre la conciencia de ser se anuncia como una implosión regeneradora, porque ha alcanzado la linde del no-retorno. Cuando se ha perdido el sentido de la vida y se entiende que no hay nada que perder, muchas personas se hacen bomba que camina y se arrojan en el terror como expresión de su protesta.
No es el desastroso imperialismo de los actuales sátrapas que acogotan a millones de personas con hambre, enfermedad, guerra, marginación, soledad y desarraigo lo que constituye la clave de esta bóveda que agobia. Es el nuevo concepto de Imperio como un magma de poder difuso cuyo centro está en todas partes, pero su circunferencia en ninguna.
Para quienes apostamos por otra mundialización alternativa, sostenida por una conciencia planetaria, se vislumbra la luz generadora de un nuevo amanecer, más humano, más justo y armonioso con la riqueza de convertir el tiempo en un espacio que definimos con nuestra presencia. De ahí que la ética mundial exija una nueva mentalidad, una conciencia planetaria que nos haga recuperar el sentido de las cosas, de las personas y de nosotros mismos. La llamaremos armonía, justicia y solidaridad, dentro de una experiencia general de libertad.
- José Carlos García Fajardo es Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del CCS
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