La fuerza del espíritu en Monseñor Romero
04/07/2010
- Opinión
Consideraciones previas
Pretendo aproximarme, en la medida en que esto sea posible en un breve escrito, a la forma cómo la fuerza del Espíritu Santo se hizo presente en Monseñor Romero, al menos durante los años en que fue Arzobispo de San Salvador. Para ello estructuraré mi reflexión en tres partes: primero, dejaré anotadas algunas consideraciones en torno a las dificultades y posibilidades para entender la acción, fuerza, y dinamismo del Espíritu de Dios[1]; segundo, veremos cómo Monseñor Romero entendía la presencia del Espíritu a partir de la exposición de fragmentos de algunas de sus homilías; tercero, describiré algunas valoraciones teológicas-pastorales hechas por el padre Ignacio Ellacuría[2], sobre la acción del Espíritu Santo en Monseñor Romero, durante su ministerio de pastor de la Arquidiócesis de San Salvador.
1. Reiteraciones necesarias en torno al Espíritu Santo
José María Castillo[3] plantea al menos cuatro dificultades para hablar con cierta seriedad del don del Espíritu. La primera consiste en creer que el espíritu de Dios está en el cielo, no en la tierra.Para muchos cristianos, hablar del Espíritu Santo es hablar de la tercera persona de la Santísima Trinidad. Eso y nada más que eso. El peligro que entraña ese modo de pensar es que se termina separando al Espíritu Santo de la historia. La segunda dificultad es pensar que el espíritu secontrapone a la materia (al cuerpo, a lo sensible, lo espiritual a lo material); de ahí que algunos piensan que para ser espirituales, tienen que renunciar a lo material, a lo sensible, a lo humano. La tercera, es imaginar que el espíritu actúa (en la tierra) pero sólo en el ámbito eclesiástico-jerárquico, es decir, los que piensan que el Espíritu Santo está sólo en la iglesia y actúa sólo a través de ella. Y la cuarta dificultad es reducir la presencia y acción del Espíritu a lo contemplativo (oración) y a lo extraordinario (lo que rompe con las leyes naturales); el principal peligro de esto último es eludir – por la vía de lo extraordinario – los desafíos de la realidad.
En el Antiguo Testamento, el Espíritu es fuerza de vida : es capaz de resucitar aún a los muertos. Durante el exilio (uno de los tiempos de crisis del pueblo israelita), el profeta Ezequiel proclama: “¡ Huesos secos, escuchen la palabra de Yavé! Esto dice Yavé a estos huesos: haré que entre en ustedes un espíritu, y vivirán” (Ez.37,5-6).
Según el Nuevo Testamento, por Espíritu se entiende la donación y la entrega de Dios a los seres humanos y la acción constante de Dios,presente en todos nosotros. Por tanto, cuando los cristianos hablamos del Espíritu, nos referimos a la acción de Dios en la historia, en el mundo, en la sociedad (lo que lleva a más amor, más libertad, más solidaridad). El Espíritu no tiene, ni puede tener, limitación alguna. Está presente en toda la humanidad (el espíritu no es privativo de nadie). El Nuevo Testamento enseña que existe una relación profunda entre el Espíritu de Dios y el espíritu del ser humano (Rm 1,9; 8,16). Y la caridad es el primer fruto del Espíritu, el carisma más excelente de todos (1 Cor 13,13; Gál 5, 22-25).
En Jesús de Nazaret el poder del Espíritu se advierte muy pronto en la fuerza profética de su discurso, aplicándose a sí mismo lo que dijo el profeta Isaías: “El Espíritu del Señor Yavé está sobre mí. ¡Sí, Yavé me ha ungido! Me ha enviado con un buen mensaje para los humildes, para sanar los corazones heridos, para anunciar a los desterrados su liberación, y a los presos su vuelta a la luz. Para publicar el año de la gracia de Yavé, y el día del desquite de nuestro Dios, para consolar a los que lloran y darles una corona en vez de ceniza, el aceite de los días alegres, en lugar de ropa de luto, cantos de felicidad en vez de duelo” (Is. 61, 1-3; Lc 4, 18-21).
Animado por el Espíritu de Dios, Jesús hizo de su vida una ofrenda al Padre; por eso jamás buscó poder y seguridades humanas. Era simple y pobre, servidor de Dios y de los pobres, pero con una impresionante libertad frente a los esquemas humanos, incluyendo los estereotipos de su época (la Ley y el templo). Actuaba y hablaba con autoridad nunca vista antes. Inauguró en la sociedad un nuevo modo de ser y de vivir, el Reinado de Dios, que llega como buena noticia a los pequeños, marginados y sufrientes. Los poderosos lo mataron en una cruz; pero no consiguieron eliminarlo.
Las comunidades de la Iglesia primitiva mostraban claramente el modelo de una Iglesia que vive a partir del Espíritu. Según Castillo, en el libro de los Hechos hay tres signos muy claros que nos indican dónde está el Espíritu y por dónde lleva el Espíritu a los que se dejan conducir por él:(a) Donde hay Espíritu hay comunidad, el primer fruto de la presencia del Espíritu es la formación de la comunidad (cfr cap.2), comunidad que supone estima mutua, respeto de unos a otros, sensibilidad para aliviar el sufrimiento humano y las causas que lo provocan. (b) Donde hay Espíritu hay libertad para superar las limitaciones externas e internas que nos paralizan en nuestra lucha por la justicia, la defensa de los derechos humanos y la solidaridad con los pobres. (c) Donde hay Espíritu hay audacia, es decir,valentía para defender la vida y la libertad con toda claridad, sin ambigüedades, sin eludir los conflictos necesarios.
¿Y cómo entendía Monseñor Romero la experiencia del Espíritu en la propia historia personal y colectiva? Para Monseñor la acción del Espíritu nos lleva a obrar con verdad, justicia, libertad y, sobre todo, lleva a la fe en Jesús, a reconocerlo como “Señor”, referente último y absoluto de vida (como lo concibió el apóstol Pablo). Veámoslo en algunos fragmentos de sus homilías.
2. La predicación de Monseñor Romero sobre la experiencia del Espíritu Santo
(a) El Espíritu Santo lleva la capacidad de la verdad. "Llevar la capacidad de la verdad es sufrir el tormento interior que sufrían los profetas. Porque es mucho más fácil predicar la mentira, callar la verdad, acomodarse a las situaciones para no perder ventajas, para tener siempre amistades halagadoras, para tener poder. ¡ Qué tentación más horrible la de la Iglesia! y, sin embargo, Ella, que ha recibido el Espíritu de la verdad, tiene que estar dispuesta a no traicionar la verdad; y si es necesario perder todos los privilegios, los perderá, pero dirá siempre la verdad. Y si la calumnian, sabe Ella que la calumnian por decir la verdad. Naturalmente, esto es bien difícil, porque predicar la virtud ante el vicio, es provocar conflictos con el vicio. Predicar la justicia ante las injusticias y los atropellos, es provocar conflictos. El Evangelio que la Iglesia predica siempre provocará conflictos" (homilía 22 de abril de 1979).
(b) El Espíritu Santo provoca en nosotros el ansia de justicia, de verdad y de absoluto. "La fiesta del Espíritu Santo recobra una actualidad urgente, creo que hoy cuando vemos tanta confusión, tantas voces falsas de redención, tanto materialismo, tanto egoísmo, tanto odio, tanta violencia. Es un momento precioso para sentir que esa ansia de justicia, de verdad, de absoluto, de trascendencia, corresponde a un anhelo profundo del hombre que nadie lo puede llenar si no es el Espíritu mismo de Dios (...) La verdadera promoción es aquella que eleva al hombre hasta hacerlo santo. Esta es la verdadera promoción: la santidad. El Espíritu de la Santidad, se da precisamente para arrancar a los hombres de sus pasiones, de sus idolatrías, de sus pecados, de sus desórdenes, de sus egoísmos, de sus injusticias. Denle gracias a Dios que la Iglesia cumpla este deber, y no se disgusten cuando la Iglesia señale el pecado del mundo y quiera arrancar a sus hijos de ese pecado. Cuando le dice a la fuerza política: no abusen; cuando le dice a la fuerza económica: no abusen; no se está metiendo la Iglesia más que en cumplimiento de su deber de derrocar el pecado del mundo y promover a los hombres por el verdadero camino de la promoción y de la santidad"(homilía, 3 junio de 1979).
(c) El Espíritu Santo es Cristológico . "Nadie puede decir Jesús es Señor, si no es bajo la acción del Espíritu. Claro que materialmente cualquiera puede decir: Jesús es Señor, pero lo estamos entendiendo como una profesión que lógicamente me lleve a adorar sólo a Jesús y no estar queriendo hacer adulterios en mi corazón, reconociendo a Jesús como Señor pero en cambio viviendo de otros ídolos: el dinero, las fuerzas sociales, los materialismos de la tierra. Cuántos hay que mejor no dijeran que son cristianos porque no tienen fe; tienen más fe en su dinero y en sus cosas que en el Dios que construyó las cosas y el dinero... Hay muchos que se dicen cristianos y que rezan a Cristo pero no lo conocen como Señor porque son cristianos sin fe, porque tenemos entre nosotros muchos paganos bautizados y confirmados, porque han recibido los signos pero no se han dejado invadir del Espíritu, al contrario lo han rechazado. Si algo me entristece es el rechazo, como si yo quisiera hacerles el mal y no el bien. Sólo me consuela que Cristo también, que quiso comunicar esta gran verdad, también fue incomprendido y lo llamaron revoltoso y lo sentenciaron a muerte como me han amenazado a mí en estos días" (homilía, 3 de junio/79).
(d) El Espíritu Santo es un Espíritu que nos hace personas libres. "Cuando vivimos un ambiente de temor, de tensión, de miedo, tenemos que recordar esto. No han recibido un Espíritu de esclavitud, han recibido capacidad de ser libres y, por eso, toda lucha por la libertad corresponde también a los designios de Dios... Un Espíritu de hijos adoptivos que nos hace gritar: Abba (padre)... Debemos dejarnos conducir por el Espíritu Santo para ser un colaborador de Dios, para ser artífice de paz, de amor, de justicia" (10 de junio/79).
3. El Espíritu Santo en el ministerio arzobispal de Monseñor Romero, según Ignacio Ellacuría
Para Ellacuría, el Espíritu Santo dio una dirección a la vida de Monseñor Romero, fue en ese sentido “principio” (fundamento) de su vida personal y de su ministerio. Veamos de forma resumida cómo – Ellacuría - argumenta esta valoración[4]:
(a) El Espíritu Santo se apoderó de Monseñor y le rompió todos los esquemas y perspectivas humanas. A Monseñor Romero no se lo eligiópara que fuera a ser lo quellegó a ser; se lo eligió casi para lo contrario. El asesinato del padre Grande, el primero de los sacerdotes mártires que le tocó enterrar, sacudió su conciencia. Se le rompieron los velos que le ocultaban la verdad y la nueva verdad empezó a apoderarse de todo su ser. Se le reveló lo que significaba ser apóstol en El Salvador. Significaba ser profeta ymártir. Y entonces comenzó la carrera de profeta y de mártir, no porque él la hubiese elegido, sino porque Dios lo llenó con las voces históricas del sufrimiento de su pueblo y con la voz de la sangre del primer mártir.
(b) Ese Espíritu lo llevó a historizar la fuerza salvífica del Evangelio. Su mérito y su grandeza, la causa última de su influjo sin precedentes no estuvieron en que fuera un líder político, ni un intelectual, ni un gran orador. La causa última es que se puso a anunciar y realizar el evangelio en toda su plenitud y con plena encarnación.
(c) El Espíritu lo llevó a darle un sentido nuevo a su misión. La fidelidad a esta misión acaba transformando su vida. La opción preferencial por el pueblo oprimido, hecha no en virtud de consideraciones teóricas, sino en virtud de su fidelidad al evangelio y en razón de que empieza a ver en ese pueblo oprimido al Jesús historizado que lo interpela y le exige. Comprende de una vez por todas que la misión de la Iglesia es el anuncio y realización del reino de Dios, pero comprende que el anuncio y realización del reino de Dios pasan ineludiblemente por el anuncio de la buena nueva a los pobres y de la liberación de los oprimidos. Por esa opción y por esa fidelidad vivió la calumnia, la difamación, la persecución. Se le acusó de hacer política en vez de hacer Iglesia; se le acusó de anunciar la lucha de clases en vez de anunciar el amor.
(d) El Espíritu lo llevó a mantener una actitud crítica. Monseñor Romero nunca se cansó de repetir que los procesos políticos, por muy puros e idealistas que sean, no bastan para traer la liberación integral. Por eso no dejaba de llamar a la trascendencia. Una trascendencia que no se presentaba como abandono de lo humano, como huída, sino como su superación y perfeccionamiento. Un más allá que no abandonaba el más acá, sino que lo abría y lo impulsaba hacia adelante. De ahí que mantenía una actitud crítica contra cualquier absolutización: la absolutización del poder y de la riqueza, pero también de las propias ideas (dogmatismo) y de la propia organización (sectarismo). Frente a eso propuso la justicia, el amor, la solidaridad, la verdad. El Espíritu lo llevó a ser un ejemplo de cómo la fuerza del Evangelio puede convertirse en fuerza histórica de transformación.
A modo de conclusión:
La palabra “espíritu” en la mentalidad hebrea significa viento, hálito, soplo de vida; puede significar también el modo particular de ser de cada persona, y su conciencia, su entusiasmo o dinamismo. Para la mentalidad cristiana, el seguimiento de Jesús es considerado como una vida según el Espíritu. Es decir, una vida que tiene como fundamento e inspiración el modo de ser y actuar de Jesús de Nazaret. Monseñor Romero fue una persona que vivió su vocación (humana y ministerial) según el Espíritu de Jesús.
La identidad de pastor y de cristiano, así como la misión asumida por Monseñor Romero, fueron configuradas por el Espíritu de Jesús. Según Jon Sobrino[5], de ahí venía su fuerza de profecía, es decir, de clamor y crítica frente al poder abusivamente establecido en la injusticia y en la exclusión de los más débiles. Su fuerza de propuesta, esto es, su juicio sobre los proyectos históricos a partir de los valores del Reino(la justicia, la verdad, la opción por los pobres). Su fuerza de testimonio y de entrega de sí, creyó en el Dios de Jesús y creyó como Jesús (vivió con radicalidad su fe evangélica). Su Espíritu de libertad, “no evadió la novedad de la historia, sino que hizo de esa novedad vehículo de su fe en Dios; ese espíritu de libertad lo hizo crecer, cambiar y aun convertirse” (Sobrino). Dice María López Vigil[6], “que son pocos los seres humanos que se quitan ellos mismos el suelo de debajo de los pies cuando ya son viejos. Cambiar seguridades por peligros y certezas amasadas con los años por nuevas incertidumbres, es aventura para los más jóvenes. Los viejos no cambian. Es ley de la vida”. Pero Monseñor Romero cambió a los 60 años, se quebró esa ley y la explicación desde la fe, es porque “caminaba según el Espíritu”.
Creer en el Espíritu es creer en un Dios que no puede resignarse a abandonar este mundo a su desgracia. La fuerza y la acción del Espíritu, como en Monseñor Romero, nos capacita en la esperanza. Entendida ésta como promesa (el reinado de Dios), como quehacer (dar una respuesta responsable a la propuesta de Dios) y como espera (estar atentos cuando Dios “pasa” por la historia, para colaborar con Él).
[1] Una presentación breve pero sustantiva sobre estos temas, la presenta José María Castillo en “1988, Año del Espíritu Santo”, Cuadernos Monseñor Romero No.1, Centro Monseñor Romero, UCA, San Salvador, 1988.
[2] El padre Ellacuría junto al padre Jon Sobrino, dos destacados teólogos de la teología latinoamericana, fueron amigos y cercanos colaboradores de Monseñor Romero.
[3] op.cit.,pp.5-8.
[4] Cfr. Ignacio Ellacuría, “Monseñor Romero, un enviado de Dios para salvar a su pueblo” en Escritos teológicos, v. III, UCA Editores, San Salvador, 2002, pp.93-100.
[5] Cfr. Jon, Sobrino, Monseñor Romero, UCA Editores, San Salvador, 1989, pp.207-215.
[6] Cfr. María, López Vigil, Piezas para un retrato, UCA Editores, San Salvador, 1993, pp.9-11.
https://www.alainet.org/en/node/142565
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