Las tres dimensiones de la crisis
04/05/2010
- Opinión
Desde el estallido bancario del 2008 han aparecido muchos signos de una crisis sistémica del capitalismo. Esta convulsión no expresa solo el agotamiento de un régimen de acumulación o el estallido de la financiarización. Ha salido a flote una crisis múltiple de gran alcance social, geopolítico y ambiental. ¿Pero cuáles son los vínculos entre estos diversos impactos? ¿Cómo se relacionan los variados desequilibrios en curso?
En los cinco artículos que presentamos a continuación se busca clarificar estas conexiones, partiendo de una distinción entre niveles coyunturales, estructurales e históricos de la conmoción. Esta diferenciación apunta a resaltar la existencia de varios tipos de crisis que han emergido en forma mixturada.
En el primer texto se analizan las causas inmediatas del temblor, indagando como han influido la hipertrofia financiera, la sobreproducción de mercancías y los desbalances comerciales en las tensiones de corto plazo.
El segundo artículo complementa esta caracterización estudiando los efectos geopolíticos de la crisis. Se evalúan las distintas reacciones de las grandes potencias, el nuevo papel de las economías intermedias y los padecimientos de los países periféricos. En este apartado se analiza, además, el alcance y las perspectivas de las resistencias sociales contra el ajuste.
El tercer texto aborda las causas estructurales de la crisis, en función de las transformaciones registradas durante la etapa neoliberal de los últimos veinte años. Se considera que los cambios operados bajo el capitalismo durante este período han dado lugar a desequilibrios singulares, en la esfera de la demanda y en el comportamiento de la tasa de ganancia.
El cuarto artículo analiza varias hipótesis de desemboque de la crisis. Describe las condiciones para un desenlace o una prórroga de las contradicciones estructurales, puntualizando las diferencias entre un marco deflacionario y otro inflacionario. Aquí se polemiza, además, con las interpretaciones neoliberales y keynesianas de la convulsión.
El último texto investiga el alcance histórico de la crisis, subrayando las dramáticas consecuencias de la degradación ambiental. Se explica por qué razón el calentamiento global plantea una amenaza civilizatoria, comparable a otras tendencias destructivas del capitalismo. También se describe la forma en que este fenómeno se desenvuelve en trayectorias temporales autónomas del ciclo corto y de las fluctuaciones largas. El estudio concluye analizando las perspectivas de un nuevo proyecto popular anticapitalista.
I. Coyuntura Económica
La crisis actual irrumpió en la órbita financiera estadounidense a mitad del 2007, cuando se verificaron grandes dificultades de pago de los créditos subprime. Los préstamos otorgados a los deudores poco solventes engrosaron primero la lista de operaciones de alto riesgo y desataron posteriormente una bola de nieve de alta morosidad. Los agujeros que aparecieron en los pequeños bancos norteamericanos pasaron a las grandes entidades y finalmente hicieron temblar a todo el sistema internacional.
A fines del 2008 el quebranto de Lehman Brothers desató un colapso de envergadura, que generalizó una sensación de inminente desmoronamiento. Esta impresión se atenuó durante el año pasado, por el monumental socorro que los estados otorgaron a las entidades quebradas. Como ese alivio ha continuado en el 2010 y la distensión perdura, algunos economistas ya proclaman el fin del terremoto.
Pero muchos datos indican la continuidad de un temblor, que en el plano coyuntural obedece a las tensiones generadas por los capitales sobre-acumulados, las mercancías sobre-producidas y los intercambios desproporcionados.
RESURGE EL FESTIVAL FINANCIERO
El rescate de los bancos socializó las pérdidas, transfiriendo la bancarrota del sector privado a las finanzas estatales. Este respiro ha creado un enorme déficit en las tesorerías de los países avanzados.
El grueso de los recursos públicos ha sido destinado a recomponer la rentabilidad de los grandes bancos. El Citigroup o el Bank of America que hace pocos meses se encontraban fundidos, ahora exhiben altos lucros en sus balances. Parecería que Wall Street comienza a salir del marasmo con el sostén del estado.
Pero ese auxilio ha resucitado un festival de especulación en las Bolsas y en los mercados de títulos sofisticados. Mientras la recuperación de los depósitos es lenta y no regenera el crédito productivo hay numerosas burbujas en gestación. No solo comienzan a rebotar los precios de las materias primas y los bienes raíces. También las monedas y los títulos de las economías intermedias están en la mira de los grandes financistas. La deuda pública de varios países se ha convertido en una presa muy apetecida por los intermediarios financieros.
Este reinicio de la especulación ha sido también incentivado por los nuevos pagos de multimillonarias bonificaciones a los directivos de los bancos. Los cuestionamientos a esos premios que afloraron durante el cenit del colapso han pasado a segundo plano.
Los banqueros aprovechan el clima de alivio para imponer un congelamiento de las iniciativas de control financiero. Los paraísos fiscales han sido maquillados y la penalización de los movimientos cambiarios quedó pospuesta. Tampoco la supresión del secreto bancario se mantiene en la agenda de los debates. Los micro-países que encubren transacciones sospechosas (como Gibraltar, Andorra o Mónaco), solo deberán en el futuro transparentar informaciones de escasa relevancia.
Las distintas iniciativas de supervisión de las transacciones financieras internacionales se mantienen en suspenso. Todos esperan los cambios que introducirá Estados Unidos en su normativa bancaria interna, para extender estas modificaciones al plano global. Con su típica impronta neoliberal, el FMI ha recuperado el manejo de los grandes temas.
Pero los problemas que detonaron el estallido financiero persisten sin variantes, creando la posibilidad de otro temblor. El gigantismo de las entidades ha sido potenciando con nuevas oleadas de fusiones. Los bancos rescatados del naufragio porque “eran muy grandes para caer”, ahora protagonizan unas nueva secuencia de concentración financiera y centralización de las decisiones en un puñado de ejecutivos[1].
REAPARECE EL DESCONTROL DEL RIESGO
Luego de la pausa impuesta por la crisis están resurgiendo las operaciones financieras desbocadas. El principal indicador de este florecimiento son los contratos de protección a transacciones con títulos frágiles o amenazados por la cesación de pagos de los emisores (CDS). En los últimos meses se dispararon los precios y los volúmenes de estas negociaciones[2]
La desaprensión por el riesgo vuelve a escena, a pesar de la creciente difusión de los malabarismos contables que realizan los bancos para ocultar sus quebrantos. Ya se sabe que Lehman Brothers disfrazó en sus balances 50.000 millones de dólares de activos con problemas, durante los meses que precedieron a su colapso. Este disfraz ha sido también un hábito de muchos gobiernos, para vulnerar las restricciones del endeudamiento mediante contabilidades duplicadas.
Grecia eludió por ejemplo los controles de la Unión Europea, utilizando desde el 2001creditos con derivados provistos por Goldman Sachs y Portugal recurrió entre 1998 y 2003 a las mismas trampas contables, para tomar préstamos del Deutsche Bank. Otro canal frecuentado para eludir los registros ha sido un indescifrable endeudamiento con distintas monedas y variados seguros de riesgo cambiario.
Los fraudes que salen a la superficie ya no involucran solo préstamos abusivos o distorsiones en el manejo de los créditos. Ahora se sabe que los bancos de inversión pusieron en práctica estafas premeditadas, lanzando bonos que deformaban los datos para embaucar a los tenedores. Mediante el ocultamiento de esa información indujeron a una desvalorización de esos títulos, para engrosar sus ganancias de intermediación.
Pero la crisis ha demostrado cuán virulento es el estallido que corona estas prácticas especulativas. Los mercados realmente existentes son ajenos a las fantasías de equilibrio, racionalidad y mesura, que proclaman los manuales de economía convencional. Cuando estalla un crack, los financistas se alistan en la primera fila de los prófugos que abandonan los papeles y las monedas en riesgo, para buscar alguna protección salvadora del estado.
Estas pesadillas han sobrevolado nuevamente los mercados en los primeros meses del 2010. La cesación de pagos de una gran empresa de puertos e inmuebles localizada en Medio Oriente (Dubai World) pareció reiniciar la tormenta. En ese pequeño Mónaco del mundo árabe se concentran los despilfarros de jeques multimillonarios, que participan en todas las apuestas del momento.
El monumental default que se avecinaba pudo ser contenido, pero encendió una luz de alarma sobre situaciones semejantes en grandes firmas. Las principales preocupaciones de los expertos están actualmente concentradas en el estado contable de varias compañías de primer nivel, que afrontarían dificultades para saldar fuertes vencimientos[3].
UN BAZAR DE TÍTULOS
La vertiginosa reaparición de las operaciones especulativas ilustra el desarrollo que alcanzó la titularización de la mayoría de las transacciones. En últimos años los grandes bancos se desprendieron de acreencias dudosas, creando un gran mercado de certificados empaquetados con riesgos diversificados (CDO). Esta masiva distribución de papeles ha potenciado el desconocimiento de los montos en circulación y de sus consiguientes posibilidades de cobro.
La enorme variedad de bonos que inundan los mercados tiene incorporados seguros para hacer frente a esa ceguera. Como los financistas apalancaron sus transacciones -utilizando poco capital propio en comparación a la magnitud de los riesgos asumidos- se ha creado un incontrolable bazar de títulos. Las emisiones se han multiplicado a un ritmo sin precedentes y la ignorancia sobre los débitos y los créditos en juego es mayúscula.
Los grandes bancos continúan lucrando con este incentivo a ignorar el riesgo, que generó la flexibilización de las normas bancarias. Esa desregulación permitió repartir los préstamos en una cadena infinitas de tenedores de títulos, socavando la preocupación por la cobranza. Esta desaprensión fue acentuada por la complicidad de las agencias verificadoras, que hicieron su propio negocio otorgando altas calificaciones a las entidades insolventes. Por esta vía se avaló la circulación de bonos sin respaldo y se precipitó un caos que salió a la superficie en el 2008.
El creciente desconocimiento del riesgo crediticio es un resultado directo de las transacciones con títulos derivados. Con esos instrumentos se buscó orientar la inversión, mediante estimaciones comparadas de las probabilidades de cobro de los distintos bonos. Se supuso que esta evaluación mejoraría la gestión del riesgo, olvidando que esos cálculos se realizan en un frenesí de compras, ventas y apuestas, crecientemente combinadas y diversificadas.
La propia especulación con los nuevos títulos socavó la consistencia de todas las evaluaciones. En lugar de ordenar y proteger los mercados, la introducción de esas sofisticadas operaciones multiplicó las jugadas y deterioró la administración del riesgo. Nuevamente se ha confirmado que la competencia entre los banqueros neutraliza cualquier perfeccionamiento del cálculo financiero. La tentación por obtener mayores beneficios potencia el manejo desaprensivo de los créditos.
La crisis ha corroborado, por lo tanto, la presencia de otra hipertrofia financiera, resultante de la emisión de bonos sobre bonos, en un sistema de préstamos desbordado por la expansión autónoma de las finanzas. Este tipo de coyunturas configura una situación de sobre-acumulación de capital, que repite lo ocurrido en las últimas décadas. Ya hubo mega-préstamos a los gobiernos del Tercer Mundo (1975-82), comercialización especulativa con títulos variados (desde 1980) y un boom de transacciones bursátiles asentadas en exigencias de rentabilidad de corto plazo (desde 1994).
Cada uno de estos ciclos desembocó en alguna crisis de envergadura. El aumento de las tasas de interés (1978) concluyó con el generalizado crack de las acciones (1987) y la etapa de enriquecimiento bursátil de los 90 fue cerrada con el colapso de las punto.com (2001). La conmoción en curso es un resultado de la euforia con derivados y transacciones inmobiliarias de los últimos años[4].
Pero el actual estallido es más grave que las conmociones precedentes por su carácter global y por su preeminente localización en las economías avanzadas. A diferencia de lo ocurrido en México (1982 y 1994), el Sudeste Asiático (1997), Rusia (1998) o Argentina (2001), el epicentro del reciente temblor se ubicó en Estados Unidos. Además, el alcance de la convulsión en ese país superó los efectos de las últimas cuatro crisis (1974-75, 1980-84, 1987-92 y 2001-03). Como esta misma gravedad se observa en Europa y Japón, hay muchos indicios de continuidad de la tensión financiera[5].
DEL SOCORRO AL AJUSTE
Las consecuencias del rescate bancario sobre las finanzas públicas de las economías avanzadas son enormes. En Estados Unidos la deuda pública saltaría de 62% del PBI (2007) a108% (en 2014) por la multimillonaria inyección de dólares, emitidos para salvar a más de 700 bancos, compañías de seguros y empresas. Por esta razón el déficit fiscal ya se ubica en 11% del PBI y todas las proyecciones confirman que se mantendrá en altos niveles, durante la próxima década.
El mismo panorama se verifica en la Eurozona, dónde los desbalances fiscales pasaron del 2% (2008) al 6,4% (2009) y luego al 7% (2010). La situación más crítica se verifica en Grecia (12,7%), España (11%) y Portugal (9,3%), no tanto por el porcentaje del agujero fiscal sino por las dificultades para financiarlo. Italia debe lidiar con magnitudes igualmente desbordantes, pero mayoritariamente concentradas en bancos locales y el déficit de Gran Bretaña (12,8%) sería inmanejable si el país no fuera un centro financiero mundial. Tampoco el desequilibrio de Francia (12%) es tranquilizador. Una mirada general indica que la mitad de los países de la Eurozona están actualmente amenazados por algún fantasma de default de sus pasivos estatales[6].
Una situación semejante se vislumbra en otras partes del planeta. La deuda pública de Japón se ubica al tope del rojo en el ranking de los países industrializados, con porcentajes que oscilan entre el 170% y el 200% del PBI. Al cabo de muchos años de recesión, el nivel de actividad económica ha sido sostenido con una canilla de gastos que ha vaciado la tesorería nipona.
Este despegue del gasto público en todos los países avanzados está alcanzando un techo que los acreedores cuestionan duramente. Los mismos bancos que provocaron el reciente colapso ahora reclaman un ajuste, que asegure la cobranza de los títulos emitidos por el estado. La influencia de estos sectores se expresa en la creciente gravitación de los republicanos estadounidenses y los conservadores europeos.
Pero existe un gran debate en el establishment sobre el efecto que tendría un brusco recorte del sostén estatal a la economía, cuando la recesión no ha concluido y la recuperación apenas despunta. Nadie duda que en algún momento sobre-vendrá el ajuste. Pero si el apriete es aplicado a destiempo, su impacto sobre la producción, el consumo y la inversión sería fatal.
Hasta el momento predomina la política de mantener el socorro, ya que todas las economías se mueven al compás de los recursos aportados por el tesoro. En las cumbres del Grupo de los 7 prevalece una corriente favorable a continuar el auxilio y posponer cualquier ajuste inmediato que pudiera precipitar un freno severo del PBI.
La mayoría de los economistas propone evitar la contención anticipada del nivel de actividad, que se produjo en Estados Unidos en la entre-guerra (1937) o en Japón durante la década pasada (1993). Pero otros consideran que la demora en iniciar el ajuste tornará inviable su manejo posterior y convocan a comenzar cuanto antes el viraje hacia la austeridad[7].
Un ensayo de la restricción será experimentado en los próximos meses en la periferia de Europa. El apretón que exigen los banqueros ya comenzó en Irlanda, Islandia y Letonia y se prepara en Grecia, Portugal y España. Allí se aplicará una reducción sin anestesia del déficit, con brutales medidas de despidos, reducción de los salarios, recortes del gasto social y contracción de la inversión pública. Los gobernantes y los acaudalados del planeta seguirán con atención el resultado de esta prueba, para definir los pasos siguientes.
EL IMPACTO PRODUCTIVO
Solo una fuerte reactivación inmediata (en V) -apenas mediada por alguna recaída (en W)- evitaría una aplicación del ajuste. Pero los principales datos de la coyuntura indican la preeminencia de un período de bajo crecimiento (en L). Hasta ahora la socialización de pérdidas no ha inducido una recuperación sólida del consumo o la inversión privada, en ninguna economía desarrollada[8].
La crisis actual desató la recesión global más importante de las últimas décadas, con enormes frenos en la producción de Estados Unidos, Europa y Japón. Esta regresión encontró un piso a mitad del año pasado, pero el rebote hacia la recuperación no se ha consumado plenamente.
El deslizamiento hacia la depresión que se verificaba en las principales potencias ha sido reemplazado por una situación inestable de la actividad productiva. El crédito no resurge, el consumo se mantiene contraído y persiste la ausencia de inversiones. Esta coyuntura se refleja en un comentario muy popular: “Wall Street salió a flote, pero la gente común continúa en el pozo”[9].
Durante el 2009 se registró en Estados Unidos la mayor caída del PBI de los últimos sesenta años (2,4%). Este desplome ya encontró un piso y hay síntomas de reposición de inventarios y cierta reanimación del gasto privado. Pero el mercado inmobiliario continúa afectado y la inmovilidad del crédito obstaculiza la recuperación efectiva del consumo, que representa el 70% del PBI. Los alivios en la esfera financiera no se trasladan a la vida actividad económica y las expectativas en mayores exportaciones -como canal de salida de la crisis- no se han verificado en los hechos.
La economía japonesa sigue estancada y los indicios de recuperación observados a fin del año pasado (repunte del 1,1% del PBI), no remontan el gran bajón que se arrastra desde los 90. Los signos deflacionarios ilustran la gravedad de esta paralización, mientras China continúa capturando mercados nipones y se dispone a desplazar a su rival del segundo lugar en la economía mundial.
Pero es indudable que el área más crítica del mundo desarrollado se ubica en Europa, dónde la moderada recuperación del motor alemán, no se extiende al resto la región. El Viejo Continente ha soportado en el 2009 la mayor retracción desde la segunda guerra (4% del PBI) y padeció un desmoronamiento aterrador de su producción industrial El leve repunte que actualmente se observa en Estados Unidos y Japón no se prolonga a Europa, que mantiene cifras de aguda crisis en todos los indicadores de empleo, venta y consumo.
La marcha general de la economía mundial continúa determinada por la evolución de las tres regiones centrales que concentran dos tercios del PBI global. Los números de los países periféricos más pobres y dependientes de África, Asia o América Latina tienen escasa incidencia sobre el nivel general de la actividad productiva. Estas naciones han sido nuevamente sacudidas por una eclosión proveniente del exterior y con dramáticos impactos internos.
Esas zonas padecen el recorte de las exportaciones, la reducción de las remesas y la disminución de la ayuda internacional. Pero lo más impactante es la magnitud de ciertas tragedias sociales, como la expansión del hambre que produjo el encarecimiento de los alimentos.
La principal novedad de la crisis es la irrupción de un tercer bloque de países, que comienzan a oscilar entre los dos polos tradicionales del centro y la periferia. Por la magnitud de los recursos demográficos, naturales y militares que controlan o por su experiencia de dominación geopolítica han quedado situados en ese terreno intermedio.
Los datos del 2008-10 confirman este ascenso de las economías semiperiféricas, encabezadas por el grupo de los BRICs. El menor impacto del estallido financiero sobre estos países ha renovado el debate sobre los acoples, desacoples o re-acoples de estas regiones a la oleada descendente. En las denominadas economías emergentes se concentran los principales indicadores de una eventual recuperación. Han logrado sustraerse del vendaval, pero no podrían sustituir a las economías avanzadas como motor del PBI global.
La atención general está centrada en el futuro de China. La nueva potencia asiática se mantuvo a flote durante la crisis, aunque con tasas de crecimiento inferiores a su media de los últimos tiempos. Preserva un nivel actividad que le permite continuar duplicando su producto cada ocho años. Pero habrá que ver si logra consumar el presagiado giro hacia un mayor consumo interno, en desmedro de las exportaciones. Muchos autores anticipan este ese éxito[10].
Sin embargo el proceso de restauración capitalista ha creado en China desequilibrios agrícolas, sociales y demográficos de enorme envergadura. Particularmente chocante es la sustitución de la vieja pobreza absoluta del agro por una nueva polarización social en las ciudades, que ya alcanza porcentajes latinoamericanos.
Al compás de las privatizaciones y desregulaciones, el ranking de la desigualdad trepó en el gigante oriental, hasta situarse en el segundo lugar de los 22 países de Sudeste Asiático. Hay una nueva clase de multimillonarios que gana poder, junto a la consolidación de formas de explotación asentadas en el desempleo, la pérdida de derechos sindicales y la degradación de las condiciones de trabajo (especialmente entre los emigrantes internos)[11].
En el comienzo del 2010 la crisis global ha desembocado en una situación productiva muy desigual e inestable. Se frenó un desmoronamiento, sin dar lugar a la recuperación generalizada de los países centrales, aumentan las desventuras del Tercer Mundo y las economías intermedias se mantienen en carrera, sin sustituir la función motriz de la Triada (Estados Unidos, Europa y Japón).
DESEMPLEO Y SOBREPRODUCCIÓN
La gravedad de la crisis se verifica en la desocupación. La destrucción de puestos de trabajo persiste a un ritmo feroz en todas las economías avanzadas y la OIT estima que solo en un escenario de gran crecimiento global, el nivel de empleo comenzaría a recuperarse en el 2013.
Por primera vez en 26 años la tasa de desocupación alcanzó en Estados Unidos dos dígitos y en algunos países europeos como España ya bordea el 20%. Estos niveles de paro limitan la reactivación, erosionan el poder de compra y aplastan la “confianza del consumidor”, en economías sostenidas por el crédito.
Repitiendo lo ocurrido en las últimas recesiones, la reciente caída del PBI tiende a aniquilar más empleos que los generados en la recuperación subsiguiente. La furibunda multiplicación de los despidos preanuncia que el nivel de parados será muy superior al total de contratados, en la eventual reactivación.
La tasa de crecimiento en Estados Unidos durante el año en curso debería alcanzar un inesperado 5% del PBI para bajar apenas un punto el índice de desempleo. Para volver al promedio precedente de parados se necesitaría un ritmo de actividad que nadie avizora. Luego de la última recaída (2001-03) transcurrieron cuatro años hasta alcanzar la media anterior.
Un problema subyacente es el impacto de la flexibilización laboral y la segmentación del mercado de trabajo. Estas regresivas transformaciones han generalizado una despiadada competencia por empleos de mala calidad. Esta degradación constituye el aspecto más nefasto de una crisis, que amplifica la pobreza de los sectores sumergidos de la sociedad norteamericana.
La misma falta de empleos ya alcanzó en Europa un dramático promedio de 10% de parados. La falta de trabajo ha irrumpido, además, como la gran novedad en Japón, que mantuvo durante décadas un nivel de ocupación superior a la media de la OCDE.
El desempleo es un efecto directo de la superproducción imperante en la actual fase contractiva del ciclo capitalista. La masa de productos lanzados al mercado supera ampliamente su nivel de adquisición. Este tipo de sobrantes irrumpe en todas las crisis periódicas de un sistema asentado en la competencia por el beneficio. Los desempleados son las primeras víctimas de este desequilibrio, puesto que la carencia de puestos de trabajo se expande junto al volumen de productos sin vender.
Esa masa de excedentes determina un alto nivel de ociosidad de la estructura fabril, que a su vez recrea el paro. La tasa de utilización de la industria estadounidense se ubicó durante el año pasado en 68%, es decir el nivel más bajo desde 1948. Los sobrantes afectan especialmente al sector de la vivienda, a varias ramas de la industria (máquinas, edificios, fibra óptica) y a sus equivalentes de todos los servicios (hoteles, turismo)[12].
Lo ocurrido en la industria automotriz es muy representativo del alcance global de la sobreproducción. Los stocks invendibles se han multiplicado significativamente, en una rama que registró significativos incrementos de su capacidad productiva en las últimas décadas. La incorporación de nuevas compañías asiáticas a la competencia que libran las firmas estadounidenses y europeas ha potenciado esta explosión de sobrantes[13].
El volumen actual de excedentes supera el registrado durante el estallido del Sudeste Asiático de 1997. En esa oportunidad la sobreproducción de computadoras, chips y fibra óptica condujo a virulentas devaluaciones. Pero la desvalorización monetaria -como recurso de atenuación de los sobrantes- ha quedado limitada por el carácter global de la crisis.
La plétora de mercancías que se observa en los mercados es un efecto de la competencia global por fabricar masas crecientes de productos con bajos salarios y menores costos. En la alocada carrera por introducir nuevos bienes, la oferta se ha desgajado de la demanda provocando fuertes desajustes. Hay una frenética búsqueda de consumidores que choca con infranqueables barreras de absorción.
Los drásticos procesos de privatización, desregulación y apertura de las últimas tres décadas han potenciado este atosigamiento de mercancías invendibles. El incremento del comercio mundial por encima de la producción refuerza la competencia global y el aumento de la productividad por arriba de cualquier compensación salarial dificulta la colocación de los bienes.
Solo una vigorosa recuperación de los ingresos y del consumo permitiría la digestión pausada de estos excedentes. Pero este escenario no está a la vista. La actual reanimación frágil, lenta y desigual no desagotará sin traumas esos sobrantes.
LOS DESBALANCES MUNDIALES I
La crisis actual incluye un novedoso desequilibrio en la relación entre Estados Unidos y China. El sobre-consumo, el sub-ahorro y la sub-inversión del primer país coexisten con el bajo consumo, el sobre-ahorro y la sobre-inversión de la segunda economía. Un polo importa y digiere gran parte de los bienes que su contraparte fabrica y exporta.
Al cabo de un vertiginoso proceso de reestructuración productiva, expansión de las empresas transnacionales y liberalización comercial, Estados Unidos se ha convertido en un gran mercado de productos elaborados en Asia. Los efectos de este desbalance se verifican en tres hemorragias de la principal economía del planeta: déficit comercial, expulsión de empleos hacia el exterior y predilección de los capitales nativos por la inversión foránea[14].
La contrapartida china de estos desequilibrios es un bajo nivel de consumo interior, en comparación a la magnitud de la inversión. El país ha podido preservar una elevada tasa de crecimiento en medio del vendaval global. Controla sus finanzas públicas, evita la convertibilidad de su moneda, acota el apalancamiento de los bancos y limita el endeudamiento familiar. Pero estos escudos en el plano financiero no se extienden al área comercial, donde predomina una alta dependencia de la demanda foránea.
Por esta razón la sobreproducción se traduce en una elevada sobrecapacidad de la industria china, que ha sido estructurada en las últimas décadas en torno a las exportaciones. Mientras que el promedio salarial se mantiene estancado, la altísima tasa de inversión -que bordea el 40% del PBI- ha sido modelada en función de las ventas externas[15].
Toda la dinámica que asumió la economía mundial en los últimos años acentuó las asimetrías creadas por el déficit comercial norteamericano (y sus baches crediticios), frente a los excedentes exportables de China (con sus consiguientes capitales sobrantes). Las familias estadounidenses se han endeudado para consumir productos fabricados (y financiados) por el socio chino, en un circuito alimentado por las empresas transnacionales. Estas compañías han cumplido un papel de mediación estratégica entre ambos mercados y ahora afrontan las consecuencias de un modelo dañado. Los desequilibrios macroeconómicos globales que generaron los desbalances entre las dos potencias han sido determinantes de la crisis.
Estos desniveles comenzaron a proyectarse también al interior del bloque asiático, desde que China se transformó en el principal contratista de la región. Opera de hecho como un taller de ensamble de partes fabricadas en los países vecinos, en muchos rubros de la actividad fabril (electrónica, maquinaria, telecomunicaciones). Por esta razón el superávit comercial de la potencia asiática con sus socios de Occidente coexiste con cierto déficit, en los intercambios con sus abastecedores de la zona.
China ha incrementado estas ventajas con la reciente suscripción de un tratado de libre comercio con sus socios de Asia Oriental. Está reproduciendo una división desigual del trabajo en la compra de insumos básicos y en la venta de manufacturas, mientras absorbe el grueso de la inversión extranjera externa y favorece (con subsidios y regulaciones) a sus propios capitalistas, en desmedro de los competidores foráneos. Por esta vía se refuerza la dependencia de todas las economías menores de la región, que ya perdieron significativos márgenes de autonomía monetaria y cambiaria durante la crisis del 1997[16].
Pero este tipo de desbalances se verifica también en otras partes del mundo. Al interior de la Unión Europea son muy visibles desequilibrios semejantes. El proceso de unificación del viejo continente estuvo caracterizado por una preeminencia exportadora de Alemania, cuyos efectos emergen a la superficie.
La crisis actual permite notar como la conformación del euro sirvió para procesar la gran reconversión de la vieja industria alemana, que renovó su perfil hasta convertirse en una arrolladora máquina de generar excedentes (las ventas externas pasaron del 20% del PBI en 1990 al 47% en el 2009)
Mientras que un anillo de economías vecinas quedó asociado a este nuevo status (Francia, Bélgica, Holanda), el grueso del continente padece los efectos de la dependencia comercial. Los más afectados por esta reestructuración (España, Grecia, Portugal) han quedado incluso sometidos a las brutales exigencias de ajuste de su socio. Mientras comienza a orientarse hacia negocios extra-continentales, Alemania exige la inmediata cobranza de sus acreencias.
La crisis ha puesto de relieve la polarización existente entre países europeos comercialmente excedentarios y deficitarios. Esta fractura estuvo inicialmente amortiguada por el ingreso al euro con devaluaciones anticipadas. Por esa vía ciertas economías pudieron contar con ciertas reservas de competitividad durante varios años. Pero un desnivel que ilustra la gran heterogeneidad de la Unión Europea ya no puede enmascarase[17].
LOS DESBALANCES MUNDIALES II
Los grandes desequilibrios en el comercio y las finanzas ya incidieron en la crisis mexicana (1994), brasileña (1999), rusa (1998), argentina (2001) y precipitaron la gran escalada de devaluaciones y ajustes comerciales que siguió a la convulsión del Sudeste Asiático (1997). La desconfianza de los acreedores hacia las economías que financian sus compras externas con alto endeudamiento público o privado precipita periódicas corridas contra los títulos y las monedas de los países deficitarios.
Pero la gran novedad actual es la extensión de estas tensiones a Estados Unidos y a los países europeos, que acumularon grandes desbalances en los últimos años. Todos afrontan ahora el dilema de encontrar caminos para zanjar esas tensiones.
La economía capitalista siempre opera con desequilibrios sectoriales, regionales y mundiales. Hay trastornos de abastecimientos, precios o volúmenes de fabricación, entre las distintas ramas de la producción y en múltiples esferas del consumo a escala nacional. Estas tensiones se tornan más significativas en las compras y ventas entre países que comercian con niveles de productividad muy diferenciados. Bajo el imperio de la competencia estas divergencias imponen periódicos ajustes, que son solventados por las clases oprimidas.
En la crisis actual los principales desbalances afectan a las grandes potencias y exigirán sacrificios de los pueblos de estas regiones. Pero la gravedad de los desequilibrios acumulados y el entrelazamiento mundial de capitales distinto origen, tornan muy complicada la atenuación de esos desniveles.
Los economistas del establishment discuten varias alternativas, pero enfrentan un dilema semejante al recorte del socorro estatal a la economía. El problema no radica sólo en dónde ajustar, sino también cuándo hacerlo. Hasta ahora predominan genéricas convocatorias a reducir las desproporciones comerciales y financieras entre países, mediante el “rebalanceo” de las cuentas mundiales.
El punto de partida de esta solución sería un aumento simultáneo del ahorro estadounidense y del consumo chino, para frenar la adición norteamericana al consumo desmesurado e incentivar el retraído gasto asiático. El debilitamiento de dólar y el fortalecimiento del yuan permitirían acelerar esta corrección[18].
Pero no es sencillo resolver este desequilibrio en los hechos. Las ganancias que aportó a las empresas transnacionales el desenvolvimiento de la mundialización neoliberal se han basado en estos intercambios desproporcionados. Mientras que el alto consumo interior facilitó la recuperación hegemónica de Estados Unidos, la pujanza exportadora sostuvo el reingreso de China al capitalismo. Un giro norteamericano hacia el ahorro y un viraje asiático hacia el gasto interno pondrían en serios aprietos a este esquema.
La superación de los desbalances globales va mucho más allá de un ajuste de políticas comerciales o financieras. Involucra cambios político-estratégicos, que son resistidos por los principales actores de la economía mundial. Aunque el modelo de consumo norteamericano financiado por vendedores chinos ha quedado seriamente afectado por la crisis, no hay alternativas claras a este esquema.
En el escenario actual Estados Unidos no puede retrotraerse hacia el ahorro interno, sin afectar su liderazgo y China no puede sustituir a la primera potencia, como motor del consumo global. El gigante norteamericano ya no está en condiciones de dictarle a su principal socio los términos de un rebalanceo, pero tampoco su contraparte tiene fuerza suficiente para imponer su agenda.
Esta contradicción determina la sucesión de conflictos que los economistas convencionales reducen a desavenencias de aranceles, tipos de cambio o tasas de interés. No relacionan estos desbalances económicos con las desigualdades sociales que benefician a los capitalistas de ambos polos.
Un análisis de los desbalances comerciales en función de las tasas de explotación vigentes en China y de los bajos salarios predominantes en Estados Unidos exige incluir la órbita política en el análisis de la crisis. En esta caracterización hay que prestar atención a dos indicadores centrales de la convulsión actual: la cohesión por arriba y la resistencia por abajo.
II. Coyuntura político-social
La reacción de las distintas potencias frente al estallido financiero ha sido muy desigual. Esta intervención puso de relieve tanto la posición económica de cada país en el orden mundial, como su lugar político-militar en esa estructura. A medida que la crisis avanza se profundiza un reordenamiento de las relaciones de poder, entre los protagonistas de ese dispositivo.
SUPREMACÍA IMPERIAL
En el momento más álgido del desplome bancario prevaleció la coordinación y el socorro mutuo entre Estados Unidos, Japón y Europa. Se multiplicaron las cumbres presidenciales y predominó la decisión compartida de salvar a los bancos con gasto público e intervención del estado. Nadie actuó por las suyas violando esta agenda conjunta. Frente a una crisis de proporciones mayúsculas, la reacción de los poderosos fue intentar una respuesta internacional común. En las circunstancias más peligrosas de la convulsión se apeló al auxilio ilimitado y en los respiros se implementaron políticas anti-cíclicas relativamente consensuadas.
Esta conducta reflejó el mayor entrelazamiento del capital a escala mundial y la creciente gravitación de las empresas transnacionales. Pero reacciones de este tipo solo irrumpen en los momentos de crack. Posteriormente reaparecen los intereses contrapuestos que enfrentan a las principales potencias.
Lo más llamativo de los sucesos del 2007-2010 ha sido el papel predominante que ha jugado Estados Unidos. Afrontó con mayor capacidad de respuesta una crisis originada en su territorio. Esta reacción expresa, en primer lugar, la gravitación que mantiene su economía. A pesar de las posiciones perdidas en las últimas décadas, el gigante del Norte continúa manejando las mayores empresas transnacionales y el principal centro financiero del planeta[19].
Esta incidencia explica parcialmente la predilección por el dólar y los Bonos del Tesoro como refugios frente al desmoronamiento de los bancos. También esclarece el papel de Reserva Federal que actuó de hecho como un Banco Central global, orientando todas las variables monetarias de los mercados. Esta función contrastó con el comportamiento de las entidades japonesas que volvieron a exhibir sometimiento al padrino estadounidense y del Banco Central Europeo, que fue incapaz de adoptar alguna medida significativa.
Pero la reacción norteamericana también se explica por la magnitud del aparato estatal y de la estructura político-militar que detenta la primera potencia. Este liderazgo en el dispositivo imperialista se puso de manifiesto nuevamente en la reciente cumbre de 47 países, que discutió en Washington la agenda nuclear que estableció el anfitrión.
Como Estados Unidos ya no afronta una perspectiva de guerra con la URSS, sino el peligroso descontrol del comercio de armas atómicas, exige la supervisión ese intercambio. El Pentágono se atribuye la última palabra para definir quién accede al mortífero club, mediante una doctrina que cataloga a Irán y a Corea del Norte como amenazas, a Israel como custodio de la paz y a India o Pakistán como participes maduros del juego de la disuasión.
En Washington se definió blanquear los arsenales atómicos para impedir transferencias indeseadas e instaurar un control del stock de plutonio y uranio enriquecido, bajo el riguroso escrutinio estadounidense. Esta supervisión es exigida, además, por el Departamento de Estado ante la reactivación general del desarrollo nuclear, como fuente de energía alternativa al petróleo.
Sin gran demora en el cónclave se dispuso colocar una importante porción de todo el material dudoso bajo la supervisión norteamericana en solo cuatro años. Los más obedientes ya se anticiparon a entregar esos recursos (Chile, Canadá, Ucrania, México). En la medida que asegure su control del ajedrez nuclear, Estados Unidos podrá desarrollar los nuevos armamentos convencionales, que constituyen su apuesta estratégica para el próximo período[20]
La otra definición que impuso el Pentágono fue un nuevo ultimátum a Irán. Repitiendo el chantaje de Bush a Irak, las Naciones Unidas exigirán el desarme del enemigo del momento, mientras se mantiene abierta la carta de un bombardeo israelí contra las instalaciones persas, que ya espiaron los agentes del Departamento Estado. El objetivo es garantizar la supremacía nuclear de ejército sionista en esa región.
Europa y Japón continúan aceptado la primacía militar norteamericana en su propio interés. El Pentágono actúa como garante de un orden capitalista global, que los protege frente a los dislocamientos geopolíticos y los brotes de insurgencia popular.
Este aval fue muy visible en la Cumbre de la OTAN de Estrasburgo (2009), que convalidó todos los operativos de terrorismo de estado que implementa la CIA. La Unión Europea brinda su espacio aéreo para las operaciones encubiertas de los militares yanquis. Las principales potencias del Viejo Continente aportan tropas a las invasiones de Medio Oriente y apuntalan el intervencionismo que desarrolla la OTAN desde la guerra de Yugoslavia (1999).
EL PANTANO MILITARISTA
En plena conmoción financiera, Estados Unidos aprovechó el sostén de sus aliados para reforzar su ocupación de Irak, acentuar el despliegue de tropas en Afganistán y redoblar la presión sobre Irán. Obama se ha embarcado en una guerra infinita contra el mundo islámico, extendiendo el despliegue de efectivos, saltando de un país a otro, con operaciones crecientemente costosas y prolongadas.
En Afganistán aumentó la presencia de soldados y agencias de seguridad que desenvuelven sus propias batallas y negocios. El nivel de corrupción generado por el tráfico privado de armas y heroína bate todos los récords. En Irak la tranquilidad de los cementerios es periódicamente quebrada por nuevas masacres contra la población civil, mientras la ocupación se eterniza con incursiones hacia el Yemen y Pakistán. Reproduciendo la ampliación de la guerra de Vietnam a Laos y Camboya, toda una región ha quedado involucrada en las acciones sin fronteras, que desenvuelven los marines[21].
La hegemonía de la primera potencia no está amenazada en el corto plazo por ningún candidato a tomar el comando imperial. Pero esta primacía tiende a ser socavada por la resistencia popular que desatan los brutales operativos del imperialismo.
El odio popular que se acumula frente a las masacres y ocupaciones de los marines crece día a día. El Pentágono se ha metido en un pozo de invasiones, que cuando dan respiro en Irak se agravan en Afganistán y cuándo se alivian en Palestina, irrumpen en Pakistán. Los ocupantes tapan un bache y abren otro agujero. Logran transitorios controles de los centros urbanos, perdiendo el manejo de las zonas alejadas y se recuestan en gobiernos aislados.
Pero lo más grave son las heridas creadas por las matanzas de civiles y por las catástrofes humanitarias que padecen los refugiados. La degradación moral de los invasores y sus mercenarios se acrecienta sin pausa. Los medios de comunicación encubren estas aberraciones, que toman estado público con los relatos de los retornados del frente.
Obama abandono todas sus promesas de acotar este salvajismo. Mantiene una rigurosa censura de imágenes de las brutalidades cometidas por sus tropas, avala la continuidad de las torturas, preserva los asesinatos selectivos en el exterior y mantiene la indefinición judicial de los secuestrados en Guantánamo. Además, recurre a los mismos fantasmas de Bin Laden que desplegó Bush, para crear miedo y justificar el curso belicista.
Solo la profesionalización de la guerra ha permitido a Estados Unidos silenciar la creciente oposición interna a esta acción imperial. El uso de contratistas y sofisticados pertrechos ha mantenido hasta ahora el número de bajas muy lejos del promedio de Vietnam. Pero este reemplazo de conscriptos por equipamiento y contratistas torna muy costosas las guerras de una potencia, que acapara el 48% del gasto militar mundial. Estos desembolsos consumen el 54% del presupuesto estadounidense contra el 6,2% de educación y 5,3% de salud[22].
Estos compromisos belicistas bloquean la implementación de reformas sociales significativas dentro de Estados Unidos. El plan de salud finalmente aprobado, no es ni la sombra de lo que se había prometido. Millones de personas continúan sin seguro de enfermedad y deben adquirir costosas pólizas individuales que aseguran los negocios del lobby farmacéutico. Los republicanos esperan lucrar con los efectos políticos de estas frustraciones en el plano interno[23].
SOMETIMIENTOS Y TENSIONES
Es importante notar que el aval de la Triada al liderazgo imperial norteamericano se ha mantenido sin cambios durante la conmoción financiera. Ciertamente el gigante del Norte ya no actúa con la soberbia unipolar de los años de Bush. Han aparecido muchas grietas en esa dominación. Pero esas tensiones no son novedosas. Ahora Turquía se distancia de Israel y Alemania o Japón objetan los abusos de las tropas norteamericanas en sus territorios. Pero en el pasado Francia se negaba a participar de la OTAN y muchos subordinados al Pentágono ejercitaban una diplomacia pendular[24].
Con las espaldas cubiertas por el apoyo de sus socios, Estados Unidos encara la negociación más compleja con sus dos grandes adversarios en el terreno geopolítico: Rusia y China. Con el competidor eslavo suscribió un nuevo tratado de racionalización del armamento nuclear obsoleto, que no introduce ningún ingrediente de pacificación mundial. Simplemente se han retomado los acuerdos para aliviar el arsenal mutuo ya inutilizable, mientras se perfecciona una nueva generación de armas atómicas[25].
Para alcanzar este convenio Estados Unidos debió posponer el escudo anti-misiles, que estaba desplegando en sus nuevos satélites de Europa del Este. La prioridad del momento es comprometer a Rusia en el cerco de Irán y en el control de las trasferencias atómicas a terceros países. Con este objetivo el Departamento de Estado encubre en forma descarada, todas las masacres que perpetran las tropas rusas en las republicas autónomas del Cáucaso. Estas matanzas ya alcanzan niveles terroríficos en caso de los chechenos. El reciente estallido de Kirguistán es otro indicio de la explosiva situación que se ha creado en en los corredores de Asia Central.
La misma política de convivencia geopolítica ensayada con Rusia se extiende a China. La estrategia norteamericana apunta a contener negociando a su gran rival de Oriente. Esta política persiste a pesar de las tensiones registradas últimamente (venta de armas a Taiwán, recepción al Dalai Lama, críticas a la censura informativa de Google)[26].
La primacía militar del imperialismo norteamericano se nutre, a su vez, del comportamiento conciliador que exhiben las economías intermedias. Esta actitud se puso de relieve durante la crisis financiera, mediante la cooptación de estos países a la gestión global (extensión de las viejas cumbres del G 7 al nuevo G 20). Esta articulación ha sido indispensable para sostener el socorro a los bancos, asegurar el rol ordenador de la FED y apuntalar el resurgimiento del FMI ante la potencial flaqueza del dólar durante el diluvio.
En ciertos planos la performance que asumen los BRICs parece desentonar con esta política que privilegia la asociación. La cumbre nuclear de Washington fue por ejemplo seguida de una reunión autónoma en Brasilia. El encuentro ratificó por un lado la existencia del grupo, pero también evidenció cuán lejos se encuentra de conformar un bloque.
En el cónclave no hubo acuerdo en el tema central de Irán, ya que Rusia y China tienen sus propios intereses sub-imperiales en la zona y no quieren lidiar con la presencia de un ejército persa dotado de armas nucleares. Por estas razones, no avanza demasiado el intento de Brasil de crearse un lugar diplomático internacional, como intermediario de grandes conflictos.
En lugar de plantear algún desafío a la estrategia belicista norteamericana, los BRICs acordaron ensayar el mismo rol que jugaron Francia y Alemania frente al Irak en el 2001-2003. Complementarán un ablande de Teherán por medios diplomáticos, mientras el imperialismo multiplica sus amenazas.
Habrá que ver si el nuevo alineamiento de las economías intermedias logra consensos estratégicos o por el contrario sufre una abrupta erosión. Todos los miembros de ese núcleo sufren tentadoras ofertas de alianza bilateral por parte de Estados Unidos. Es muy significativo que durante los momentos más problemáticos de la crisis financiera, China no dudara en priorizar su relación comercial-financiera con el gigante norteamericano.
ALUVIONES EN LA EUROZONA
Al comienzo del 2010 el epicentro de la crisis se ha trasladado a Europa. Si Japón fue la potencia más afectada por el contexto económico de los 90, el viejo continente se perfila como la principal víctima de la convulsión en curso. Esta desventura no obedece a episodios coyunturales, desbalances fiscales o desaciertos financieros. Europa ha perdido posiciones en la reestructuración global frente a sus competidores. Este retroceso se verifica en numerosos indicadores de largo plazo.
El crecimiento de su productividad se ubica dos tercios por debajo de Estados Unidos y la inversión en investigación y desarrollo se ha situado por detrás de la primera potencia (y de Japón). Mientras que la participación europea en el comercio internacional se reduce año tras año, el envejecimiento de la población se acelera a un ritmo preocupante. En el año 2020 los mayores de 60 años duplicarán el porcentual vigente en la actualidad[27].
Estos datos explican en parte la manifiesta impotencia que ha exhibido la Unión Europea frente a la crisis global. En esta convulsión se verificó la precariedad política y la profunda heterogeneidad de la asociación. En los momentos más críticos cada estado salió a defender a sus propios grupos capitalistas, expresando la ausencia de un capital genuinamente continental y la inconsistencia de los funcionarios que promueven esa articulación. La propia conformación de la Unión estuvo siempre afectada por la estrategia de grandes empresas, que internacionalizaron su actividad a una escala más global que regional.
La impotencia del Viejo Continente para lidiar con la crisis ha reforzado el discurso habitual de los neoliberales contra la “euro-esclerosis”, que atribuyen a la subsistencia del estado de bienestar. Con este mensaje oscurecen la involución en curso hacia la desregulación laboral que se está registrando en la zona, al compás del desempleo y el aumento de la pobreza. La instrumentación de estas agresiones quita actualidad a la vieja queja ortodoxa contra el “exceso de protección social”.
La principal preocupación de la construcción neoliberal europea ha sido justamente eliminar esas conquistas mediante la flexibilización del mercado laboral, la reforma del sistema de pensiones y el pago de salarios atados a la competencia con trabajadores extranjeros.
Los socialdemócratas y keynesianos han hecho la vista gorda frente a esta involución, en su mítica defensa del modelo europeo frente al esquema liberal anglosajón. Han quedado desconcertados por la virulencia que presenta la crisis en el propio corazón de la sociedad que idolatran. Ante la imposibilidad de explicar este impacto, concentran todas sus explicaciones en las dificultades coyunturales de la unificación.
Afirman que la moneda común fue adoptada en forma prematura, es decir antes de alcanzar equilibrios productivos entre los países miembros. También objetan que el euro fuera introducido sin contar con una estructura de sostenimiento del nuevo signo. Señalan que la suscripción del tratado de integración se realizó a destiempo, con asociaciones monetarias adelantadas a la convergencia de políticas fiscales y estructuras laborales[28].
Otras caracterizaciones semejantes ponen el acento en la “política dogmática del Banco Central Europeo”, que forzó una alta cotización del euro. Destacan los múltiples inconvenientes creados por la vigencia de elevadas tasas de interés, que impidieron contrarrestar el desplome productivo inducido por la crisis. Explican estos desaciertos por la preeminencia de una elite de banqueros, reacia a tolerar el aumento de la demanda con mayor gasto público[29].
Pero al explicar la fragilidad de la respuesta europea por equívocos de política económica, errores de coordinación fiscal o excesos de ajuste financiero, se omite caracterizar las causas subyacentes de estos desequilibrios. Europa apenas intenta construir lo que Estados Unidos ya detenta desde hace varios siglos: una clase dominante homogénea y consolidada al frente de un estado común. Solo esta configuración permite a los poderosos actuar ante grandes crisis y desenvolver operativos imperialistas en el exterior. En un período de aguda competencia global, el Viejo Continente solo construye la estructura que su competidor ya tiene aceitada.
En este marco la crisis ha servido para refutar la imagen benevolente del capitalismo europeo, como un sistema solidario con los humildes y contemplativo con los sufrimientos populares. La reacción de los líderes de la Unión frente a los países más golpeados por la convulsión, no se diferencia en nada de las brutalidades que ha exhibido siempre el neoliberalismo anglosajón. Especialmente Alemania ha planteado exigencias de ajuste, en los mismos términos que utiliza el Fondo Monetario para lidiar con el Tercer Mundo.
La agresión germana se concentra actualmente en las economías del sur europeo. Todas las miradas de los dominadores se concentran en un atropello, que marcará el tono de las próximas andanadas contra otros miembros de la Unión. Con un ajuste ejemplar se intenta evitar la contaminación de la crisis, forzando drásticos recortes de los gastos y una gran limpieza de capital. Pero la implementación de esta cirugía genera múltiples interrogantes.
DILEMAS FRENTE A PRÓXIMOS COLAPSOS
El atropello que se vislumbra en Grecia ilustra el alcance del recorte en marcha. Repitiendo la receta aplicada tantas veces en América Latina se prepara una inmediata reducción de los salarios (20%), aumentos de la edad de jubilación, introducción de un sistema privado de pensiones e incrementos de los impuestos indirectos (electricidad, combustible). Con esta confiscación se busca asegurar el pago de intereses de una deuda descomunal, en un país que ya arrastra una tasa promedio de desempleo de 11% (25% entre jóvenes o mujeres) y una tasa de pobreza del 21% (que subiría durante el año al 29%).
Para justificar esta agresión al nivel de vida popular se recurre a los argumentos de siempre. Los acaudalados culpabilizan a los empleados públicos, a la corrupción y al gasto público de todos los males que sufre el país. Pero olvidan aclarar que suprimiendo las exenciones impositivas, reduciendo la evasión y estableciendo gravámenes a las principales fuentes de recaudación (flete marítimo, comercio y turismo), el quebranto fiscal se reduciría abruptamente[30].
También España figura entre los principales candidatos al próximo ajuste. El FMI ya realizó un explicito llamado a recortar los salarios y debilitar los sindicatos. El país afronta una enorme deuda pública, sujeta al chantaje de pagos puntuales que imponen las calificadoras. Además, arrastra una burbuja inmobiliaria de mayor dimensión relativa que su equivalente norteamericana. Una economía que apenas araña la decima parte de Estados Unidos, carga con la misma cantidad de viviendas sin vender.
Desde el nacimiento de Euro, España fue un imán para los inversores inmobiliarios atraídos por la baratura de la tierra y las oportunidades de la construcción. Esta oleada condujo a un sobrante de viviendas que no encuentra desahogo. Para colmo, los bancos están muy apalancados y el endeudamiento de los consumidores no guarda proporción con la escasa solidez productiva del país. El gobierno ya comenzó el ajuste retirando el socorro crediticio que había puesto en circulación al comienzo de la crisis. Pero esta medida es apenas un prolegómeno de los próximos recortes[31].
También Portugal ha sido ubicado en la cola de las víctimas por las calificadoras, que redujeron abruptamente el status de su deuda. El gobierno aceptó esta presión y prometió duras medidas de achicamiento del déficit fiscal, que caería de 9,3% a 2,8% en solo tres años.
Pero las clases dominantes del Viejo Continente carecen de un soporte continental confiable para implementar estos atropellos. La Unión Europea no cuenta con respaldo político, ni legalidad o autoridad suficiente para sostener las medidas que adopta cada gobierno. Ni siquiera tiene fuerza para exigir dureza a cambio de financiación. Por esta razón el Banco Central Europeo vacila en lanzar el plan que instrumentó hace dos décadas Estados Unidos, ante desplome latinoamericano (Plan Brady). Tampoco se atreve a repetir el auxilio que otorgó la FED a los bancos afectados por la cesación de pago de México en los años 80 y 90.
La Unión Europea está corroída, además, por los intereses financieros divergentes de sus miembros. En los momentos críticos cada potencia prioriza el salvataje de sus propios deudores. Los bancos franceses y suizos con alta exposición en Grecia chocan con los británicos afectados por los pasivos de Irlanda y con los alemanes golpeados por la deuda de España[32].
Pero todos afrontan el dilema de salvar al deudor o ser arrastrados por su quebranto. Si optan por el socorro aumentarían su propia exposición, pero si los dejan caer podrían quedar sumergidos en un naufragio general. Solo el paso del tiempo brindará respuestas a estas disyuntivas.
La Unión Europea debe lidiar con decisiones que involucran también a su futuro geopolítico. Según opte por abandonar a los ahorcados o por rescatarlos con fondos comunitarios y compartidos con el FMI, la asociación quedará fortalecida, debilitada o dislocada. El comportamiento del euro seguramente anticipará cuál de estas alternativas predominará.
En lo inmediato las distintas opciones se juegan en la reacción frente al colapso griego. Mientras que un grupo de bancos y países (encabezados por Francia) pugna por refinanciar la deuda con créditos emitidos por la propia Unión (en la perspectiva de un fondo de estabilización europeo), Alemania (con el sostén de Italia, Holanda y Finlandia) tiende a imponer una asociación con el FMI.
El objetivo germano es aligerar el monto de la carga financiera y utilizar toda la experiencia auditora que tiene el gran ajustador mundial de los países colapsados. Esta preferencia por el FMI es muy ilustrativa de la predilección alemana por una asociación con Estados Unidos, en desmedro del proyecto más autónomo que propone Francia[33].
El euro seguirá a los tumbos mientras se procesen las distintas alternativas y predomine una furiosa especulación contra los títulos públicos próximos al default. Las economías que no resistan el torbellino de los próximos meses podrían ser empujadas a devaluar y a quedar fuera de la Eurozona.
Pero como lo demuestra el caso de Letonia, un ajuste en los bordes de esa asociación es tan atroz como dentro de esa estructura. La pequeña economía del Báltico -que no había ingresado a la moneda común- recurrió a una devaluación monitoreada por el FMI. El resultado fue un derrumbe del 25% del PBI y un desmoronamiento nunca visto de los salarios.
Un desastre parecido se ha vivido en Hungría tras un desplome del PBI (6,3% el año pasado), que indujo a solicitar auxilios al FMI a cambio de durísimos recortes del gasto público. Otros países que aún no definieron si se sumarán al euro (Polonia, República Checa, Bulgaria y Rumania), observan de cerca cual de los dos ajustes sería más traumático[34].
RESISTENCIA POPULAR
La tormenta global se ha situado en un continente con gran acervo histórico de luchas sociales. Ese legado se pondrá en juego en la batalla contra los proyectos capitalistas. Las clases dominantes apuestan a imponer sus atropellos, para relanzar otra fase de neoliberalismo.
Durante el año pasado la reacción popular fue limitada por la sorpresa que generó la crisis, entre asalariados acostumbrados a la gestión negociada de las turbulencias económicas. La expectativa de frenar la ofensiva capitalista con tratativas de los sindicatos arbitradas por los estados contuvo el inicio de la protesta, en el agobiante contexto creado por el desempleo.
Pero también influyen en las vacilaciones populares varias décadas de preeminencia ideológica conservadora. Como esta gravitación generalizó la simplificada identificación de la crisis con desgracias exclusivas del Tercer Mundo, el estallido financiero fue recibido en las economías avanzadas con estupor. Este desconcierto se reforzó posteriormente con el trato despectivo que los grandes medios de comunicación propinaron a los países más endeudados. La denominación burlona de PIGS ya no está destinada a naciones de África o Latinoamérica, sino a España, Grecia, Irlanda y Portugal.
También el clima de respiro financiero que acompañó al socorro de los bancos permitió contener la respuesta popular. Pero el ajuste que inicialmente se pospuso finalmente ha llegado y comienza a desatar el furor en las calles de Grecia.
En un país con gran tradición de izquierda, poderosos sindicatos y movimientos radicales se han realizado desde febrero tres huelgas generales y enormes manifestaciones de repudio al atropello capitalista. También en España comienzan a extenderse las protestas y los trabajadores de Francia impulsan la resistencia con paros y movilizaciones.
Estas respuestas no se ubican todavía a la altura de la agresión patronal. Marcan un primer paso, cuyo desarrollo también dependerá del cuadro político vigente en la región. La derecha en el gobierno de Alemania o Italia no disimula su decisión de atropellar a los trabajadores, pero en otras zonas ha recibido fuertes palizas electorales (Francia). La socialdemocracia que administra los países más golpeados por la crisis, repite su viejo rol sustituto de los conservadores. Grecia es el ejemplo más nítido de ese reemplazo. Por tercera vez en la historia del país, un miembro de la dinastía Papandreu es protagonista de un viraje regresivo[35].
También en España un gobierno socialdemócrata acepta el ultimátum de los banqueros y negocia un pacto social para aumentar la edad jubilatoria, flexibilizar más el empleo e imponer la austeridad contra los trabajadores. En Portugal sus colegas ya han lanzado un programa de recorte del gasto público afín a las demandas de los financistas. Este tipo de medidas conduce a la confrontación de clases.
Lo ocurrido en Islandia podría anticipar el rumbo de la reacción popular. En un plebiscito masivo se rechazó el pago de la deuda con indemnizaciones a los acreedores británicos y holandeses. Se cuestionó compensar a los clientes extranjeros de tres entidades quebradas por un monto equivalente a un tercio del producto anual de la isla.
Ese convenio ha sido impuesto por el FMI, mientras Gran Bretaña amenaza con duras represalias si persiste la negativa popular a asumir esos pasivos. Pero la resistencia a esta infame imposición ha puesto en jaque todo el sistema de bancos desregulados, que convirtió a Islandia en un refugio de la inversión extraterritorial.
La gravitación de la periferia europea aumentará a medida que se aproxime el desenlace de la crisis. Frente a situaciones de próximo default, algunos bancos exigen mayores ajustes y resguardan sus negocios liquidando los títulos públicos de los países más acosados.
En esta dramática coyuntura los neoliberales presentan el recorte deflacionario, como la única opción para administrar la crisis. Señalan que el otro camino -devaluación y abandono del euro- provocará disloques mayores. Este libreto es repetido por todos los gobiernos, que refinancian los pasivos estatales mendigando créditos a los banqueros.
Pero un vistazo a lo ocurrido en América Latina en situaciones semejantes durante la década pasada, permite reconocer la existencia de alternativas a esa extorsión. Se puede recurrir a una ruptura de negociaciones con el FMI (y sus acólitos de la UE), a moratorias de la deuda, a la suspensión de los pagos, a la introducción de impuestos progresivos y a la nacionalización de los bancos.
Este tipo de iniciativas están inscriptas en todos los programas de los movimientos sociales de Argentina, Venezuela, Bolivia o Ecuador. Luego de padecer los brutales efectos de la crisis, los pueblos de estos países lideraron la confrontación con los financistas.
En distintos análisis de la crisis financiera europea se comienza a considerar estas opciones radicales. Estas medidas son indispensables para canalizar en forma progresiva la desesperación de la población. En ausencia de esta alternativa podría exacerbarse el predicamento de la xenofobia ultraderechista, que culpabiliza a los inmigrantes del desastre social.
Varios programas de izquierda proponen refundar la construcción europea con distintas iniciativas para bloquear la especulación financiera, prohibir las operaciones con títulos sofisticados y sustituir el endeudamiento en los mercados financieros por créditos directos de los Bancos Centrales. También se propone la creación de un fondo continental para realizar la convergencia hacia arriba de los derechos sociales, instaurando impuestos unificados al capital y creando empleos en forma directa, mediante la reducción de jornada de trabajo[36].
La experiencia latinoamericana podría resultar muy provechosa para los movimientos que encabezan la protesta en Europa. En el Nuevo Mundo los pueblos ya atravesaron por la dramática situación que hoy enfrentan los trabajadores del Viejo Continente. Hay un legado de formas de acción y proyectos alternativos que contribuirían a desenvolver la resistencia. Pero esta movilización también dependerá de las tendencias más estructurales que han aflorado con la crisis.
III. Etapa y contradicciones
La crisis actual asume otra escala si su estudio es abordado considerando todo el período neoliberal. En este caso los desajustes coyunturales que provocan los capitales sobre-acumulados, las mercancías sobre-producidas y los bienes intercambiados en forma desproporcional, quedan inscriptos en desequilibrios estructurales más significativos.
Estas contradicciones determinan las causas subyacentes de la crisis, que han sido generadas por las tensiones acumuladas durante dos décadas. Estos desequilibrios se procesan en la esfera de la demanda y en el comportamiento de la tasa de ganancia, en una nueva etapa del capitalismo.
OTRO PERÍODO, OTRAS CRISIS
Desde la mitad de los años 80 la mundialización neoliberal introdujo cambios significativos en el funcionamiento del sistema, basados en la ofensiva que perpetraron los poderosos contra las conquistas sociales. Este ataque condujo al deterioro de las condiciones de trabajo en los países avanzados y al empobrecimiento de la periferia, en un marco de expansión del capital hacia nuevos sectores (privatizaciones, educación, salud, pensiones) y nuevos territorios (ex países socialistas).
El capitalismo comenzó a operar en un contexto de creciente mundialización comercial, financiera y productiva. Esta mutación fue favorecida por el desenvolvimiento de una revolución informática, que generalizó el uso de las computadoras en la actividad económica, modificando los patrones de fabricación, venta y consumo de los bienes. La misma innovación brindó a los bancos un nuevo soporte para gestionar las finanzas.
Es importante subrayar que estas transformaciones fueron implementadas en un contexto político de repliegue de los sindicatos y reflujo de las ideas anticapitalistas. La ideología neoliberal -propagada por los medios de comunicación que maneja el establishment- alcanzó una inédita difusión[37].
Otras caracterizaciones del mismo proceso resaltan la centralidad de la ofensiva patronal y distinguen la influencia económica de la globalización del impacto político e ideológico del neoliberalismo. Describen como las grandes corporaciones aprovecharon la existencia de fuertes diferencias internacionales de empleos y salarios, para acrecentar sus lucros. Estas desigualdades fueron utilizadas para introducir nuevas formas de control patronal en el proceso de trabajo, que los empresarios imponen amenazando desplazar sus firmas a otros países[38].
Este diagnóstico es objetado, a veces, señalando que el nuevo modelo no ha logrado suscitar aumentos significativos de la productividad y es muy vulnerable a las burbujas financieras. Se afirma que la gravitación lograda por las empresas transnacionales está socavada por su desmesurada concentración y por la inestabilidad que genera su absorción de recursos del resto de la economía. Otro cuestionamiento plantea que el neoliberalismo no consiguió impulsar un crecimiento sostenido, por la erosión que introdujo en los mecanismos de regulación estatal[39].
Pero ninguno de estos planteos desmiente la existencia de un nuevo período. Se debate su grado de consistencia, pero no la vigencia de una etapa diferenciada. Quiénes consideran que el modelo actual es más inestable que su antecesor, no cuestionan la preeminencia que ha logrado.
Estas coincidencias son mucho más importantes que las controversias sobre el grado de coherencia o el tipo de contradicciones que presenta el esquema actual. Cualesquiera sean las evaluaciones sobre su futuro, es evidente que el neoliberalismo ha consumado un cambio sustancial en la dinámica del capitalismo. La aceptación de estas mutaciones permite analizar su correlato en el terreno de la crisis.
Los nuevos desequilibrios presentan una fisonomía diferente a sus equivalentes del siglo XX. Estas convulsiones incluían hipertrofia financiera, pero no los mecanismos de titularización, derivados o apalancamientos creados durante dos décadas de internacionalización de las finanzas, desregulación bancaria y gestión bursátil de las grandes firmas.
Lo mismo ocurre con la sobreproducción de mercancías. A diferencia de la norma anterior, los excedentes actuales presentan un carácter global, resultante de la competencia por abaratar costos localizando plantas en países con bajos salarios y alta explotación de la fuerza de trabajo.
También las desproporcionalidades entre China y Estados Unidos constituyen peculiaridades de un período muy distinto a la etapa clásica de posguerra (1945-73) y a la ruptura de este esquema (1973-82), que anticipó el período en curso (1982- ).¿Cómo se deberían analizar las contradicciones de la nueva etapa?
ENFATIZAR LO CUALITATIVO
Muchos analistas han tratado de esclarecer los desequilibrios actuales dirimiendo si se ha consumado o no, una nueva onda larga de crecimiento económico. Algunos estiman que este movimiento ascendente se verifica desde los años 90. Presentan como indicios de este curso, las elevadas tasas de crecimiento en las actividades lideradas por las empresas transnacionales, en distintos sectores productivos y zonas geográficas[40].
La tesis opuesta rechaza este diagnóstico presentando datos de bajo crecimiento en el promedio mundial, junto a evaluaciones políticas de desorden global y falta de liderazgo hegemónico. De esa caracterización deducen la continuidad de una onda descendente, que ya arrastraría más de cuarenta años[41].
Pero en estos términos el debate se empantana, ya que resulta tan difícil demostrar la reaparición del floreciente período de posguerra, como corroborar la simple continuidad de una etapa declinante. Los signos de la onda ascendente contrastan con la intensidad y reiteración de las crisis coyunturales en las últimas décadas. Pero la tesis opuesta de persistente declive, eterniza esa caída y desconoce el impacto del neoliberalismo en la reestructuración del capital.
La discusión es más conceptual que empírica, ya que no existe un dato universalmente indicativo del perfil que asume un período. Un promedio de crecimiento elevado no tiene la misma validez para fines del siglo XX, que para la mitad de la centuria siguiente o el debut del siglo en curso. Lo mismo rige para las distintas zonas. El incremento del 5% anual del PBI, que se considera elevado para Estados Unidos es muy bajo para China.
Una distinción que hemos introducido entre los conceptos de etapa y fase podría contribuir a esclarecer el problema. Identificamos la primera noción con el funcionamiento diferenciado del sistema y la segunda con el predominio de una tónica de crecimiento o estancamiento económico en el mediano plazo[42]
En lugar de asociar estrictamente ambos fenómenos con ondas largas, destacamos que la existencia de una nueva etapa no tiene un correlato directo en el crecimiento productivo. Con este criterio puede afirmarse que la era de posguerra ha sido totalmente sustituida, sin dar lugar a otro período general de pujanza económica. Lo importante es la existencia de una dinámica cualitativamente diferenciada y no el predominio de elevados niveles de actividad.
La vigencia de una etapa neoliberal es parcialmente independiente del ritmo de la producción. En las últimas dos décadas la dinámica de la acumulación se alteró en forma sustancial, sin configurar un patrón nítido de evolución del PBI. Se ha creado un contexto muy heterogéneo, con fuertes desigualdades regionales y sectoriales, que mixturan prosperidad y estancamiento. Las formas que adoptan las crisis están esencialmente determinadas por este inédito marco.
Los desequilibrios del período neoliberal difieren de las tensiones que afloraron en los años 60 y 70 con el agotamiento del estado de bienestar. Son contradicciones resultantes de los nuevos problemas y no arrastres de las tensiones precedentes. Quiénes interpretan al estallido del 2008-10, como otro peldaño de una larga turbulencia de cuatro décadas, observan continuidades dónde hubo rupturas. No registran que la crisis del modelo keynesiano fue cerrada con el ascenso neoliberal, que inauguró otro esquema con otros desajustes.
Es importante notar estas singularidades para evitar la simplificadora identificación del neoliberalismo con el estancamiento. El modelo en curso ha generado nuevas turbulencias porque también cobijó el resurgimiento parcial de la acumulación. Si el sistema hubiera languidecido los desajustes presentarían otro tenor.
Las nuevas contradicciones estructurales se procesan en dos esferas: la realización del valor de las mercancías y la valorización del capital. Este impacto implica una afectación simultánea de la demanda y la rentabilidad, a una escala que supera los periódicos sacudones de la coyuntura.
CRISIS DE REALIZACIÓN
Los desequilibrios en la esfera del consumo son claramente perceptibles. Al recortar los salarios, expandir el desempleo y multiplicar la pobreza, el neoliberalismo provocó un deterioro de los ingresos populares, que afectó el poder de compra de los trabajadores. Por esta vía se generaron obstrucciones a la materialización del valor de las mercancías y reaparecieron las dificultades para realizar en los circuitos de venta, la plusvalía que los capitalistas extraen a los asalariados.
Numerosos autores ilustran como se expandido esta contradicción durante el neoliberalismo. Estiman que un modelo de permanente atropello al nivel de vida de las masas, necesariamente desemboca en asfixias de la demanda. Los beneficios que los capitalistas consumaron reduciendo costos han deteriorado del poder de compra[43].
Otros analistas detallan en qué aspectos este desequilibrio distingue al capitalismo actual de su precedente. Mientras que el modelo fordista incluía significativas compensaciones salariales al incremento de la productividad, el esquema neoliberal se basa en priorizar la competencia por reducir los costos salariales, creando una fuerte brecha entre el incremento de la producción y la capacidad de consumo[44].
En las últimas dos décadas esta fractura se ha verificado en forma dramática en la miseria del Tercer Mundo y en el flagelo del hambre. En las regiones más expoliadas del planeta, la degradación de los ingresos populares tuvo efectos devastadores. Esta regresión golpea a los subalimentados de África, Asia o América Latina.
El hambre aumentó sin pausa en las últimas dos décadas y en la actualidad afecta a 1.200 millones de personas. El capitalismo neoliberal amputa la fuente básica de subsistencia de una sexta parte de la población mundial. Según estimaciones del FMI solo por efecto de la crisis financiera actual otras 53 millones de personas caerán en la pobreza extrema, provocando la muerte de 1,2 millones de niños[45]
Pero esta limitación del consumo no ha sido el dato dominante en el resto del mundo, ni la característica central del modelo vigente. Este esquema contrarrestó mediante diversos mecanismos la compresión de la demanda.
En primer lugar incentivó el consumo de las capas altas y medias de los países desarrollados. Los protagonistas de estas adquisiciones no solo fueron sectores enriquecidos con el sufrimiento popular. También hubo importante participación de segmentos adicionales, que desplegaron sofisticadas corrientes de compra de bienes prescindibles.
Este consumismo difiere del consumo de masas que amplió la canasta de los bienes necesarios durante el boom de la posguerra. El nuevo paquete de compras reemplazó las viejas adquisiciones indispensables por un gasto más voluble y adaptado al acortamiento del ciclo de vida de los productos.
La competencia neoliberal reforzó la producción de bienes sujetos a la obsolescencia acelerada de los procesos de fabricación. Con enormes dispendios publicitarios, los consumidores son inducidos a desechar los productos adquiridos antes de su utilización plena. Esta compulsión torna más vulnerable la demanda, que pierde los rasgos de mayor estabilidad que tuvo el consumo fordista.
El nuevo esquema de compras se ha expandido junto al extraordinario incremento de la polarización social (especialmente en Estados Unidos). En lugar asociar el incremento de la demanda con mejoras del ingreso popular, el nivel de compras ahora se encadena al volumen del endeudamiento.
Este nuevo patrón de consumo frecuentemente presenta también un sustento patrimonial. En este caso las compras son inducidas por la riqueza acumulada por las familias bajo la forma de inversiones en bonos o acciones. Los precios de estos papeles son más determinantes del consumo que la evolución del ingreso salarial.
Por esta razón los factores que inciden en la “confianza del consumidor” han quedado tan enlazados al vaivén de los distintos mercados financieros. Las adquisiciones de bienes se expanden junto a los ciclos de apreciación bursátil e inmobiliaria y se retraen en los períodos de pérdidas o pánico financiero. Esta relación explica el gran impacto que ha tenido el reciente estallido financiero sobre la conducta del consumidor norteamericano[46].
La crisis de realización que generó el neoliberalismo fue contenida con endeudamiento familiar. Este contrapeso permitió mantener el poder adquisitivo, a pesar del estancamiento de los salarios, el aumento del trabajo precario y la extensión del desempleo. Los trabajadores recurrieron al auxilio crediticio y con este flujo de préstamos se frenó la caída potencial del consumo.
Pero como este incremento de los pasivos alcanzó cifras astronómicas, los asalariados han quedado transformados en clientes acosados por deudas. El agobio que generan los vencimientos financieros coexiste con los padecimientos que impone la explotación laboral. Mediante estos mecanismos compensatorios se mantuvo activa la demanda, en un cuadro de contracción de los ingresos populares.
Este esquema de consumo se asienta, además, en una estructura distributiva altamente polarizada a nivel global. El 5% más rico de la población mundial acapara actualmente un volumen de ingresos 114 veces superior al 5% más pobre. Son muy representativos de este mapa los gastos de publicidad, que en un 75% se concentran en 8 países de Norteamérica y Europa (2003). La exigua participación del 80% de los habitantes del planeta en el 14% del consumo privado total, ilustra también esa fractura de la demanda[47].
Esa brecha es un rasgo central del esquema imperante en las últimas décadas. Mientras que la mundialización generalizó la producción excedentaria de bienes y la sobre-abundancia de capitales, el neoliberalismo ha reforzado las disparidades geográfico-sociales. Esta polarización global profundizó la segmentación del consumo, acentuando la intensidad potencial de los desequilibrios de realización.
Pero estas fracturas fueron también compensadas por distintos caminos. En las últimas décadas se registró una expansión de la demanda, junto a la penetración del capital en los ex “países socialistas” y en las economías intermedias. Por esa vía importantes segmentos de la población saltaron un peldaño en la escalera del consumo, superando su vieja condición de adquirientes de productos básicos. En ciertos países muy poblados (como China e India) se forjó incluso una nueva clase media, que comienza a absorber mercancías de cierta sofisticación.
De la misma forma que la producción de bienes de capital neutralizaba los ciclos de sub-consumo durante el siglo XIX, las nuevas formas de compra han morigerado la fragilidad potencial de la demanda que introdujo el neoliberalismo. Los mecanismos de endeudamiento, financiarización y consumismo cumplen un rol compensatorio, semejante al jugado por los mercados de equipamiento durante el capitalismo naciente. Estos contrapesos han impedido hasta ahora el estallido de los desequilibrios de realización.
CRISIS DE VALORIZACIÓN
El comportamiento de la tasa beneficio constituye otra contradicción estructural del esquema actual. La evolución de esta variable ha sido potencialmente socavada en las últimas décadas por la generalización de nuevas tecnologías, que disminuyen la gravitación porcentual del trabajo vivo, en que se sustenta la generación de la plusvalía apropiada por los capitalistas.
Este proceso reproduce una tendencia intrínseca de la acumulación a deteriorar la tasa de beneficio, a medida que la inversión reduce la proporción del trabajo inmediato incorporado a las mercancías, en comparación al trabajo muerto ya objetivado en fábricas, maquinarias o materias primas. Este curso de la acumulación determina un aumento de la composición orgánica del capital, que a su vez contrae tendencialmente la tasa de ganancia, asentada en la plusvalía confiscada a los asalariados. Varios autores han subrayado este origen de la crisis en desequilibrios de valorización, que el neoliberalismo ha recreado[48].
Hay tres indicios de este incremento de la composición orgánica del capital durante las últimas décadas. En primer lugar la inversión aumentó en forma muy significativa en las economías asiáticas, que se transformaron en el nuevo taller global de la industria contemporánea. Las altas tasas de explotación alimentadas por los bajos salarios (especialmente de los trabajadores emigrantes de las zonas rurales) situaron el nivel de inversión promedio de China en elevadísimos porcentuales. Este grado de capitalización explica por qué razón afloran con tanta fuerza las situaciones de sobre-capacidad industrial en ese país, cuándo se contrae el comercio mundial[49].
El mismo incremento de la proporción de maquinarias en relación a la mano de obra se ha verificado, en segundo lugar, en todas las regiones y sectores asociados con la actividad de empresas transnacionales. Estas compañías han liderado el aumento de la productividad, especialmente a través de una intensa informatización del proceso productivo.
Esta revolución tecnológica introdujo crecientes turbulencias y precipitó severas crisis (como el descalabro bursátil de las punto.com a principios de la década). El impacto de la informática sobre la tasa media de productividad de las principales economías ha suscitado fuertes discusiones entre los economistas. Pero cualquiera sea el alcance de esa transformación es indudable que induce una reducción de la plusvalía directamente generada por el trabajo vivo.
El tercer indicio de este proceso es la destrucción de empleos que genera la creciente incorporación de tecnologías capital-intensivas. El virulento incremento de la desocupación es la manifestación visible de este cambio. A medida que se expande la automatización, la pérdida de empleos supera en cada recesión la creación posterior de puestos de trabajo. Con las nuevas tecnologías, la contratación de trabajadores por unidad de capital invertido es invariablemente menor.
En todos los análisis de la desocupación norteamericana se destaca este componente estructural, que determina exigencias crecientes de incrementos del PBI para preservar el ritmo de creación de empleos. Algunas estimaciones destacan que no solo la recesión ha causado el desmoronamiento laboral. También la automatización hizo desaparecer 5,6 millones de puestos de trabajo desde el año 2000 y el crecimiento de la productividad ha bloqueado el ingreso de nuevos asalariados a la actividad corriente de las fábricas[50].
Los tres procesos en curso de alta inversión externa de empresas transnacionales, revolución informática y desempleo estructural han aumentado la composición orgánica del capital y el consiguiente deterioro porcentual de la tasa de ganancia. Sin embargo, numerosas investigaciones coinciden en subrayar que este nivel de rentabilidad se ha mantenido elevado desde mitad de los años 80[51].
Otros estudios ilustran cómo esta recomposición ha sido más significativa en las empresas que operan a escala transnacional, en comparación a las firmas que actúan solo a nivel nacional. La tasa de ganancia se elevó y se bifurcó, con márgenes diferenciados en ambos tipos de corporaciones[52]
Estas evaluaciones indican que la recuperación de la tasa de beneficio que acompaña al neoliberalismo se ha mantenido, a pesar de todos los procesos internos de la acumulación que empujan hacia la caída de esa variable. Tal como ha ocurrido con los desequilibrios de realización, las fuerzas que contrarrestan el deterioro de la valorización del capital han frenado esa declinación. Otra contradicción central de modelo actual continúa gestándose sin llegar a la superficie.
Este contrapeso fue logrado, ante todo, mediante el incremento de la tasa de explotación. Hubo un contundente estancamiento de los salarios impuesto por la flexibilización laboral, la presión del desempleo y la pobreza de amplios segmentos de la población. La esencia del neoliberalismo radica en este atropello y las evidencias de esta agresión son abrumadoras.
El abaratamiento de materias primas ha sido otro factor compensatorio de la caída de la tasa de ganancia, que tuvo una evolución más contradictoria. Durante la mayor parte de la etapa neoliberal esta depreciación fue significativa, pero tendió a revertirse en el último quinquenio.
También ha registrado un comportamiento disímil la desvalorización de capitales obsoletos, que constituye el principal factor de contrapeso a la disminución tendencial de la tasa de beneficio. Bajo el neoliberalismo operó un proceso contrapuesto de socorro estatal a los empresarios en quiebra y reorganización de las firmas menos competitivas. En general, se verificó una importante limpieza de capitales, que dio lugar a depreciaciones de capital constante y a depuraciones de empresas obsoletas.
La secuencia de bancarrotas y fusiones son ilustrativos de esta cirugía. A diferencia del capitalismo clásico, en la época actual el estado interviene directamente en el proceso de depuración de las empresas. Muchas firmas son estatizadas y reorganizadas, antes de ser nuevamente privatizadas. La secuencia de valorización-revalorización del capital se consuma a través de esta mediación estatal. Es muy discutible cuál ha sido la magnitud de este proceso, pero todo indica que ha sido suficiente para preservar la recuperación el lucro empresario durante las últimas dos décadas[53].
Este ascenso también confirma, que todas las burbujas financieras registradas durante esta etapa se nutrieron de mejoras reales del beneficio patronal. La crisis del 2008-09 ha provocado un desplome de esas ganancias y las pérdidas sufridas por los bancos y las Bolsas anticipan rojos en los balances de las empresas.
Pero este tipo de caídas de corto plazo acompañó hasta ahora a todos los ciclos del período neoliberal, sin afectar la recuperación estructural de rentabilidad. La gran incógnita de la crisis actual es si pondrá fin a esos contrapesos. La respuesta a este interrogante requiere evaluar distintos escenarios.
IV. Escenarios y alternativas
Resulta muy difícil predecir cuánto tiempo podrá el neoliberalismo posponer el estallido de sus contradicciones estructurales. Pero la prorroga de estos desenlaces seguramente conducirá a conmociones más severas. Existen varias posibilidades para el desemboque de la crisis.
OTRO RECICLAJE
Al comienzo del 2010 el ajuste comienza a reemplazar al socorro, en la gestión de la crisis. La socialización de pérdidas a cuenta del estado tiende a ser sustituida por ataques más directos a las condiciones de vida de los trabajadores. Con distinta intensidad y temporalidad, en varios países se ha puesto en marcha este giro hacia el atropello. El recorte capitalista exige depurar bancos, eliminar firmas poco competitivas, achicar el financiamiento público e introducir reestructuraciones globales, para compensar las desbalances comerciales y monetarios.
Este proceso de desvalorización de capitales obsoletos siempre se ha instrumentado con sufrimiento popular. Lo que se dirimirá en próximo período es la magnitudde una cirugía que multiplicará el desempleo, la pobreza y la caída del salario. Una hipótesis es la consumación de esta agresión repitiendo lo ocurrido en las últimas dos décadas. En este período los ajustes provocaron enormes conmociones en distintas economías, sin desembocar en una eclosión generalizada y sin modificar la tónica de la etapa.
Al cabo de serios padecimientos populares, estas sacudidas financieras concluyeron con una descompresión del temblor en los países de origen y con irrupciones en nuevas zonas. Esta trayectoria siguieron los estallidos que conmovieron a Estados Unidos (1987, 1991, 2001), Europa (1987), Rusia (1998), Japón (1993), el Sudeste Asiático (1997) y América Latina (México 1994, Brasil 1999, Argentina 2001).
Si la convulsión actual reitera esta secuencia, la reorganización de los bancos más comprometidos y de las empresas más endeudadas se consumará con transferencias de ingresos, limpiezas de pasivos y licuaciones de las deudas, solventadas en la degradación del nivel de vida popular. De esta reorganización surgiría un interregno preparatorio de nuevos desplomes. El ritmo de estos colapsos se ha intensificado desde mediados de los años 80, potenciando las turbulencias que entre 1970 y el 2007 derivaron en 124 crisis bancarias, 208 crisis cambiarias y 63 crisis de deuda soberana[54].
Pero un escenario de este tipo exigiría también dilatar las crisisde realización y valorización del capital, mediante los mismos mecanismos que permitieron sobrellevar estos desequilibrios durante veinte años. Requeriría la permanencia de ajustes competitivos en los momentos de alivio y socorros estatales en las situaciones críticas.
La regeneración del modelo actual exigiría posponer los desequilibrios de la demanda, con otra sobrevida del consumo financiarizado fuera de Estados Unidos, ya que la convulsión actual ha golpeado como nunca a los consumidores de la primera potencia (y de otros países que abusaron del modelo crediticio, como España y Gran Bretaña). Se necesitaría incorporar al consumo financiarizado a nuevos segmentos de la clase media de la semiperferia, recurriendo a políticas económicas neo-desarrollistas[55].
Esta expansión de la demanda en China, India, Brasil o Rusia podría compensar, pero no sustituir al volumen consumo del Primer Mundo. Aunque en los últimos meses se avizoran cierto cambios de roles en la economía mundial, con mayores exportaciones de los países centrales y crecientes importaciones de las economías semiperiféricas, los grandes mercados internos están localizados en el primer segmento y las posibilidades de fabricar con bajos costos se ubican en el segundo grupo.
La supervivencia de la etapa neoliberal necesitaría cimentarse también en un continuado repunte de la tasa de ganancia. Una vez superada la erosión de beneficios que generará el desplome recesivo del 2008-10, los mecanismos para sostener esa rentabilidad no diferirían de los utilizados en las últimas décadas. Pero exigirían profundizar ciertos cursos.
Un aumento de la tasa de explotación sería el principal instrumento para preservar la valorización del capital. Ya sobran indicios de esta tendencia con la arremetida reaccionaria en Grecia, España y Portugal. En estos países se procesa el gran test de un atropello, que las clases dominantes han tomado como hoja de ruta.
Otro instrumento de esta batalla serán los recortes de los convenios laborales que prepararan las grandes corporaciones, siguiendo el modelo establecido por General Motors. Una empresa quebrada es actualmente monitoreada por los delegados de un gobierno, que invirtió 50.000 millones de dólares en el rescate y ha tomado a su cargo el 60% de las acciones de la compañía. Este manejo orienta la recuperación de la rentabilidad a costa de los trabajadores. Los despidos, el deterioro de las condiciones laborales y la pérdida de las conquistas sociales se financian con fondos públicos.
La posibilidad de sostener la tasa de ganancia con mayor abaratamiento de las materias primas presenta, en cambio, mayores dificultades. Estos insumos se han encarecido en el último quinquenio como reacción cíclica a la desvalorización precedente, Como existe, además, un contexto de escasez de los productos básicos demandados por las economías intermedias es improbable un retorno a las bajas cotizaciones de los años 90.
Tampoco es nítido el nivel que alcanzaría la depuración de empresas. Los procesos de fusión y concentración de firmas coexisten con socorros estatales, que a veces reciclan el dinamismo inversor y en otros casos deterioran los patrones de competitividad que instauró el neoliberalismo.
CONTEXTO DE DESENLACE
Otro escenario de la crisis es un agravamiento sin respiro de todos los desequilibrios, con pocas compensaciones y virulentas definiciones. En este caso, tendería a producirse una confluencia de los desarreglos coyunturales del 2008-10, con las crisis de realización y valorización de las últimas décadas. Este empalme sería factible por la magnitud de una conmoción que afectó en forma simultánea a las economías desarrolladas, introdujo un contagio global y desató recesiones más acentuadas.
En este escenario la crisis asumiría una intensidad mayúscula, que podría emular lo ocurrido durante la depresión del 30 o asemejarse a la stanflation de los años 70. La deflación constituiría el rasgo típico del primer sendero. Supondría una virulenta caída del poder adquisitivo, junto a la masificación del desempleo en las economías centrales. Esta declinación de los precios introduciría un mecanismo de ajuste para desvalorizar la fuerza de trabajo y depurar los capitales. Un desemboque inflacionario conduciría por otro camino, a esa misma adaptación de los precios a los nuevos valores de las mercancías[56].
Las tendencias más recientes de Europa y Asia parecen indicar cierta preeminencia del recorrido inflacionario, que en todo caso será anticipado por las políticas económicas de los gobiernos. En Estados Unidos ha comenzado una discusión sobre la forma de reducir la deuda pública y muchos economistas se inclinan por repetir su licuación, mediante el mismo aumento de los precios que se registró en la posguerra. Pero ese procedimiento requeriría, además, una elevada tasa de crecimiento que resulta muy improbable[57].
También podría irrumpir una combinación de ambas variantes, adaptada a la actual etapa de capitalismo mundializado. Pero cualquiera de estas alternativas conduciría a colapsos mayúsculos. Lo ocurrido en los años 30 y 70 demuestra, además, que este tipo de crisis puede desembocar en giros cualitativos de la dinámica del sistema, que en la actualidad tendrían connotaciones planetarias[58].
Resulta imposible anticipar cuál será el desenlace final de la eclosión del 2008-10. En los primeros meses de la crisis parecía inminente un desplome mayor, pero el alivio del 2009 moderó esta impresión. Entre los marxistas existen distintos presagios sobre la envergadura de esta eclosión[59].
ORTODOXOS Y HETERODOXOS
Los debates sobre la crisis han concentrado la atención de todos los economistas. Los neoliberales ya dejaron atrás su desconcierto inicial y recitan nuevamente la mitología del capitalismo eterno. Consideran que este sistema retomará su marcha floreciente, luego de corregir las imperfecciones que desencadenaron el transitorio desplome financiero del 2008-10[60].
Pero este tipo de fábulas han perdido credibilidad. Es evidente que la magia del mercado no remonta espontáneamente las crecientes recaídas de la economía. Además, ya no es tan fácil encubrir los terribles padecimientos sociales que rodean a esas convulsiones. A medida que los ajustes se tornan más virulentos, el mensaje neoliberal pierde argumentos, encuentra menor auditorio y se torna más pragmático.
También los heterodoxos exoneran al capitalismo, con sus propuestas de regulación financiera y supervisión de los bancos. Atribuyen exclusivamente la crisis al descontrol de las finanzas y proponen enmendar esta inoperancia con reglamentos y puniciones a los movimientos especulativos. Estiman que estas normas permitirán encarrilar la economía, si se reinstalan segmentaciones operativas en la actividad financiera con cierta primacía de la banca pública. Otras propuestas añaden el desmantelamiento de los grandes bancos y una restricción de operaciones que reduzca la gravitación de los inversores institucionales, en los mecanismos del capitalismo patrimonial[61].
En los momentos más álgidos de la crisis, estas medidas fueron discutidas en las cumbres presidenciales. Allí se consideró reformar el FMI para reafirmar su rol supervisor del capital financiero internacional. También se ha evaluado la introducción de una tasa Tobin, para acotar los trastornos que genera la vertiginosa movilidad de los fondos circulantes[62].
Pero con el alivio que siguió al socorro estatal, estas propuestas han perdido predicamento en las cúpulas del poder. Las convocatorias a la regulación siguen en carpeta, pero nadie obstruye la continuada preeminencia del liberalismo financiero. La prohibición de los paraísos bancarios ha pasado a segundo plano, junto a la prometida supresión de las bonificaciones a los directivos. La reforma de entidades que promueve Obama es una versión tan light de la iniciativa original, como la tasa Tobin que propone Brown en Inglaterra.
Sin embargo la sola intención de introducir ciertas restricciones a la actividad de los bancos ha desatado una fuerte presión de Wall Street, que mantiene bloqueado un proyecto para limitar el tamaño de las entidades y transparentar los riesgos involucrados en las operaciones con títulos complejos. También se propone introducir alguna protección a los pequeños tenedores de bonos y otorgar poder a los accionistas para limitar los premios de los ejecutivos.
Pero hasta ahora existe poca predisposición del establishment norteamericano para implementar estos cambios. Algunos teóricos heterodoxos cuestionan la impotencia gubernamental frente a estas presiones. Despotrican contra la insensibilidad de Wall Street y la corrupción de Washington, pero no indagan las razones que condujeron a reemplazar el añorado modelo de posguerra por la desreglamentación liberal.
Especialmente ignoran el papel que asumió la propia competencia entre los bancos, en la primacía de este curso. Esa rivalidad es una característica del capitalismo, que invariablemente socava las regulaciones estatales. La propia expansión de los negocios incentiva este deterioro, a medida que aumenta la búsqueda de nuevas fuentes de provisión crediticia.
Los determinantes capitalistas de la hipertrofia bancaria son desconocidos por todos los analistas que fetichizan las regulaciones y desconocen el basamento social de estas normas. Como suponen que el estado es una institución neutra al servicio de la sociedad (y no de las clases dominantes), vislumbran a los reglamentos como un equitativo paraguas que cubre a la comunidad (sin favorecer a los poderosos).
En los genéricos elogios a futuras regulaciones financieras nunca se aclara quién será beneficiado y afectado por estas reglas. Se omite explicar, que si favorecen a los banqueros no implicarán cambios significativos y si apuntalan a otros sectores (como los industriales), abrirán una pugna competitiva para la recomposición ulterior del poder financiero.
Los keynesianos más afamados y amoldados al poder se han resignado al funcionamiento regresivo del capitalismo. No solo convalidan la gravitación de los banqueros, sino que aceptan la tormentosa expansión del desempleo. Esta actitud los sitúa muy lejos de la “eutanasia del rentista” y muy cerca de las posturas conservadoras. Su apoyo al socorro estatal de los bancos es un ejemplo de esa adaptación.
Esta orientación actualiza el patrón de estrategias macro-económicas, que en la postguerra adoptaron en común los keynesianos y los neoclásicos. Esas convergencias se repitieron posteriormente, mediante regulaciones adaptadas a los principios del libre-mercado y políticas anti-cíclicas amoldadas a los criterios neoliberales.
¿CAPITALISMO HUMANO?
Otras vertientes heterodoxas discrepan con esa confluencia y proponen una remodelación progresiva del capitalismo, mediante la reducción de la desigualdad. Convocan a revertir el modelo anglosajón a favor de un esquema socialdemócrata para sustituir el neoliberalismo financiero por algún relanzamiento productivo.
Ciertas versiones de este enfoque sugieren introducir de inmediato medidas de protección de los grupos más afectados por la crisis (frenar desalojos, aumentar el seguro de desempleo, introducir un ingreso mínimo universal), junto a reformas sociales (especialmente en salud y educación) que permitan restablecer el destruido estado de bienestar. Otros postulan recrear el espíritu del laborismo y la estrategia de la economía mixta[63].
Estas visiones no ocultan su nostalgia por el esquema que naufragó en los años 70. Pero convocan a resucitarlo sin explicar las causas de su hundimiento. Cuestionan en forma simultánea al liberalismo y a la gestión colectivista, destacando el carácter fallido de ambos experimentos. Pero olvidan agregar que la estrategia socialdemócrata fue ensayada en mayor escala durante gran parte del siglo XX. No se entiende por qué razón exceptúan a ese esquema de las grandes frustraciones de la centuria pasada.
Muchas de estas vertientes comparten la expectativa de humanizar al capitalismo. Consideran que este sistema perderá su impronta brutal, a medida que las reformas sensibilicen a las elites que comandan el sistema[64].
Pero este tipo de llamados nunca encuentra eco entre los altos funcionarios de los estados. Estos directivos suelen amoldar el sistema a las cambiantes necesidades de las clases dominantes. Propician acotadas mejoras sociales en los momentos de gran descontento popular y anulan estas reformas en los períodos de reflujo de la resistencia. Lo mismo ocurre con las regulaciones financieras. El capitalismo incorpora ciertos controles que abandona cuando se diluyen las tensiones.
Lo que torna imposible la gestación de un “capitalismo humano” es la continuada rivalidad por el beneficio. La búsqueda de este inalcanzable objetivo conduce a la dilapidar las energías transformadoras de la población. Un sistema asentado en la explotación del hombre por el hombre no puede ser humanizado, ya que vulnera el principio básico de la convivencia entre individuos. Mientras que la competencia por la ganancia impide generar relaciones de cooperación, la ambición por el lucro impone una despiadada cultura de arribismo, egoísmo y darwinismo social
Estos pilares del sistema explican también la periódica recreación de esquemas regulados y liberales. Cuando el principio de la rentabilidad es afectado por el primer curso se abre una traumática sustitución hacia el segundo y en condiciones inversas opera la tendencia complementaria.
La compulsión de los dominadores a agredir a los trabajadores constituye un rasgo intrínseco del capitalismo y no un defecto exclusivo del modelo anglosajón. La conducta conservadora que adoptan los socialdemócratas cuando asumen el gobierno es una prueba contundente de esta dinámica. Lo único que puede limitar los atropellos de los dominadores es la resistencia social de los oprimidos y la gestación de estrategias políticas anticapitalistas.
UN NUEVO TIPO DE SOCIALISMO
La visión heterodoxa convencional es impugnada por muchos analistas radicales, que cuestionan los remiendos superficiales a la misma estructura de dominación. Resaltan la profundidad de la crisis actual, destacando la multiplicidad de sus impactos y objetando la simple apelación a las regulaciones. Consideran que el estallido del 2008-10 ha puesto contra las cuerdas a todo elrégimen de acumulación instaurado por el neoliberalismo[65].
Este enfoque evalúa acertadamente la magnitud del temblor, pero no explicita las conexiones existentes entre este esquema y sus pilares capitalistas. La convulsión actual presenta un doble alcance: afecta las estructuras del neoliberalismo, pero socava al mismo tiempo sus cimientos capitalistas.
Es un error divorciar ambas facetas, aludiendo de forma genérica al carácter sistémico de la crisis, sin precisar su naturaleza capitalista. Hay que subrayar cuál es el modo de producción corroído por esa eclosión. Si se recurre a múltiples términos y calificaciones sin mencionar a este sistema, resulta imposible comprender el sentido de la crisis.
La principal implicancia de esta caracterización es su corolario. Cuándo se resalta el carácter capitalista de la crisis se pone también sobre la mesa la necesidad de una opción socialista. El capitalismo no es una variante de las relaciones entre la sociedad civil y el estado, que podría mejorarse perfeccionando una u otra entidad. Es un régimen asentado en la propiedad privada de los medios de producción y en la explotación del trabajo asalariado, que solo puede erradicarse con iniciativas de construcción socialista.
El significado de esta meta ha generado muchos interrogantes desde el colapso del denominado “socialismo real”. Este desplome introdujo gran desconfianza en la posibilidad de gestar una sociedad que supere las desgracias del capitalismo. Pero la reaparición de la crisis vuelve a poner en debate esta opción.
Hasta los fanáticos defensores del orden vigente, reconocen en la actualidad, que el capitalismo ha perdido la atracción que reconquistó luego de la implosión de la URSS. En otros textos hemos explicado por qué razón ese derrumbe coronó el fracaso de una experiencia incompatible con un genuino proyecto socialista. También señalamos en qué medida resulta indispensable reconstituir esta meta sobre nuevos pilares democráticos y revolucionarios[66].
Un horizonte de este tipo presupone propuestas anticapitalistas, también ajenas al “socialismo de mercado”, que planteó inicialmente la irrupción de China en el escenario global. Las referencias a ese proyecto han declinado en los últimos años, con la consolidación de una clase dominante que afianza la conversión de ese país en una típica potencia capitalista. Este acelerado viraje torna particularmente ilusorias las expectativas de forjar un “consenso de Pekín” progresista y favorable, en contraposición al regresivo “consenso de Washington”[67].
Ningún dato de la política internacional de China avala esta creencia. Al contrario, todas las iniciativas que adopta el gigante oriental en Asia, África o América Latina están guiadas por cálculos de rentabilidad y ambiciones de dominación. En los tratados comerciales, en los convenios de inversión y en las definiciones geopolíticas, no existen diferencias significativas entre Chinay Estados Unidos, Europa o Japón.
El socialismo es un proyecto a recrear desde abajo, con experiencias que abran horizontes anticapitalistas. En estas acciones comenzarían a vislumbrarse los contornos de un futuro de igualdad, democracia y libertad. Se han propuesto muchos términos para definir ese porvenir, pero el socialismo continúa aportando la denominación más certera. El desafío es adaptar esa meta a un nuevo tipo de cataclismo, que amenaza a la sociedad contemporánea.
V. Civilización y medio ambiente.
Durante el año pasado proliferaron las cumbres presidenciales para lidiar con la crisis. Hubo encuentros para coordinar el socorro de los bancos (Londres), reuniones para compatibilizar las acciones militares (Estrasburgo) y convites para tratar el cambio climático (Copenhague). Por primera vez la temática ambiental quedó equiparada en la agenda mundial con otros problemas prioritarios.
Esta relevancia confirma la gravitación que tiene el trastorno ecológico. Numerosas reflexiones vinculan la crisis económica global con el desarreglo climático, pero pocos análisis resaltan el origen capitalista de ambas convulsiones y el alcance histórico que presenta la destrucción de la naturaleza.
LA DEGRADACIÓN AMBIENTAL
El desastre climático desborda los desequilibrios corrientes del capitalismo. El dramático impacto del calentamiento global ya es incluso reconocido por los escépticos, que durante años relativizaron la gravedad del problema. La contaminación ha obligado a presidentes, ministros y ejecutivos a discutir cómo se reduce la emisión de gases y de qué forma se reemplaza a los combustibles fósiles[68].
El tema es abordado por las clases dominantes ante el agravamiento de las sequías, los tsunamis, las inundaciones, los ciclones y el aumento del caudal de los ríos. La propia noción de cambio climático -que evoca una transformación gradual del medio ambiente- no expresa la vertiginosa destrucción de la biodiversidad.
En los últimos años el deshielo de los glaciares del Ártico y el incremento del nivel agua en las costas del Sudeste Asia provocaron una brusca aceleración del deterioro ambiental. Existe gran coincidencia en pronosticar que traspasado cierto punto, estas trasformaciones tendrían un efecto irreversible[69].
La emisión de dióxido de carbono se consuma a un ritmo que supera en un 44%, el volumen de gases que el planeta puede reabsorber. Esta desproporción va forjando una huella ecológica de creciente dimensión. La cantidad de recursos que se necesita para reproducir la vida reabsorbiendo los desechos se incrementó al doble entre 1961 y 2005. En la actualidad equivale a 1,2 planetas y en el 2030 supondría dos planetas. Otros cálculos de esta biocapacidad para reproducir las condiciones de la vida presentan resultados más alarmantes[70].
Es completamente falso atribuir este deterioro a la “irresponsabilidad de los hombres”, “al olvido de la naturaleza” o a las “manipulaciones de la ciencia”. La crisis ambiental es consecuencia de un sistema social asentado en el apetito por el lucro. Durante más de 200 años la competencia por la ganancia provocó la aniquilación de los recursos naturales, sin alterar la continuidad de la acumulación. Esta reproducción ha quedado amenazada en la actualidad.
El desarrollo capitalista se basa en una matriz energética de combustión de los recursos no renovables (primero carbón, luego el petróleo), que junto a la deforestación y la emisión de gases han desencadenado el recalentamiento global. La utilización del medio ambiente natural como un simple insumo de la acumulación ha conducido a la demolición progresiva de ese entorno.
El patrón de rentabilidad indujo también a descartar un desarrollo de la energía solar, que hubiera protegido a la naturaleza. Cuándo el carbón y el petróleo empezaron a escasear se desenvolvió el sustituto nuclear con efectos potencialmente más catastróficos.
En las últimas décadas el neoliberalismo acentúo estos descalabros, al propiciar una sobreproducción de mercancías basada en la utilización creciente de materias primas. La liberalización de los intercambios, la mundialización del transporte, la producción just in time y el incremento de la urbanización han acentuado el sobreuso de los recursos naturales. Particularmente nocivos son los agro-fertilizantes y los agro-carburantes.
El neoliberalismo oxigenó al capitalismo socavando los pilares materiales del sistema. Este deterioro se consumó en la carrera por aumentar la productividad reduciendo costos, incrementando la velocidad de circulación del capital y acortando el ciclo de vida de los productos[71].
La propia dinámica de la valorización conduce a vulnerar los límites de la naturaleza. El capitalismo se desenvuelve como una fuerza devoradora. Promueve un crecimiento ilimitado que desconoce las restricciones energéticas y materiales. Esta depredación ha sido muy visible en la utilización del petróleo. En tan solo un siglo (1930-2030) se ha dilapidado el grueso de las reservas de ese combustible.
El capitalismo trata a la naturaleza como una externalidad cuyo costo debe ser reducido sin reparar las consecuencias del drenaje. Absorbe crecientes cantidades de todos recursos omitiendo su escasez potencial. Pero como no puede desenvolverse sin sustentos materiales esa destrucción afecta su propia continuidad[72].
COMPROMISOS BLOQUEADOS
Los principales gobiernos discuten desde hace años alguna salida al deterioro ecológico. Pero todas las posibilidades de acuerdos han sido bloqueadas por la invariable negativa de las potencias a cargar con el costo de atenuar el desastre. No logran conciliar la meta de reducir el calentamiento (evitar un aumento de la temperatura de 0,7 a 2 grados centígrados por encima de 1850). Al ritmo actual de emisiones podrían incluso irrumpir escenarios más dramáticos (4 o 6 grados), si no se suscribe algún compromiso para disminuir la generación de los gases corrosivos.
El impacto recesivo de la crisis global es visto por muchos economistas como una oportunidad para comenzar esa reducción, aprovechando la caída del nivel de actividad. Pero nadie encuentra la forma de concertar un acuerdo entre los países avanzados, que provocan el 70% de la contaminación y cargan con la responsabilidad histórica de la degradación ambiental.
Para rescatar a los bancos las principales potencias acordaron rápidos auxilios, pero para salvar al planeta no exhiben la misma urgencia. La dimensión de las contradicciones en juego determina estas diferencias. Existe una vasta experiencia de intervencionismo estatal para lidiar con las crisis financieras, pero nadie sabe qué hacer frente a la convulsión climática. En este terreno solo predominan los interrogantes.
La reunión de Copenhague fue un retrato de este impasse. Concluyó peor de lo esperado, con total ausencia de objetivos o cronogramas para reducir las emisiones. Tampoco se definió como se distribuiría, financiaría o controlaría un eventual acuerdo. Solo se consensuaron mecanismos de intercambio de información. El gran problema de esta parálisis radica en que la permanencia por debajo de los 2 grados del calentamiento, no se improvisa. Se requieren iniciativas que ningún gobierno está dispuesto a instrumentar[73].
Estados Unidos sigue apostando a trasladar el descalabro a la periferia, potenciando la injusticia climática. El mayor impacto del desastre ambiental recae desde hace años sobre los pueblos con menor responsabilidad en el problema. Las grandes sequías y contaminaciones azotan a los países que tienen escasa incidencia en la combustión global.
Pero como se demostró durante la catástrofe del Katrina el desastre también golpea en las puertas de los países desarrollados, afectando especialmente a la población más humilde. La política imperial de trasladar a la periferia un problema planetario tiene poca viabilidad.
Estados Unidos bloquea cualquier tratado global por una simple razón: con el 5% de la población mundial utiliza el 25% de los recursos petroleros. No acepta cargar con el ajuste que le correspondería. Frustró las conferencias de la ONU (1992) y se negó a ratificar el primer convenio de restricción de las emisiones (Kyoto 1997). Los voceros de la primera potencia suelen enunciar vagas promesas de futuras auto-limitaciones, mientras impulsan los agro-carburantes, las plantas nucleares y las manipulaciones genéticas.
El gigante del Norte tiende a establecer a veces alianzas con Europa y Japón contra las economías intermedias y en otras ocasiones tantea acuerdos inversos. Obama parece empeñado en recuperar el terreno que perdió Bush frente a sus rivales de la tríada, en la carrera por desenvolver tecnologías verdes. Como tarde o temprano habrá que poner en práctica alguna iniciativa, Estados Unidos se prepara para ejercer el arbitraje global.
La forma en que Obama encara las tratativas ilustra el grado de continuidad que mantiene con su predecesor. Abandonó el coqueteo con varias iniciativas ecológicas y volvió a darle oxigeno al lobby de los 25 estados norteamericanos que producen carbón. A diferencia de la Unión Europea, ni siquiera restringe el incremento de las emisiones.
Pero no será gratuito seguir pateando para adelante alguna solución. El problema se agrava día a día, especialmente desde que las negociaciones desbordaron a la Tríada. China se ha convertido en un emisor del mismo porte que Estados Unidos (cada uno es responsable del 22 % del total de gases) y se resiste a limitar su crecimiento o a considerar controles externos sobre sus emisiones. También Rusia e India son partícipes importantes de la contaminación (5% cada uno) y Brasil pesa como gran absorbente potencial del calentamiento.
La incorporación del problema ambiental al ajedrez geopolítico internacional fue muy visible en Copenhague, cuándo Estados Unidos relegó a Europa, buscó una negociación directa con China y rompió el bloque de los países subdesarrollados.
Pero todo indica que el tema permanecerá en total irresolución, hasta que alguna devastación mayor impacte sobre los centros imperiales. El Katrina ya situó a una localidad estadounidense, en el nivel de tragedia que se vive desde años en el Océano Pacífico, Birmania o Bangla Desh. Sin embargo esta advertencia ha sido insuficiente.
Para fijar un techo al incremento anual de las emisiones se requieren drásticas medidas de limitación de la competencia capitalista y de moderación del derroche consumista. Solo un desmoronamiento ambiental más virulento induciría a la adopción de esas iniciativas.
CAPITALISMO VERDE
La calamidad ambiental ha sido tradicionalmente ignorada por los economistas ortodoxos, que están incapacitados para comprender estos trastornos. A diferencia de los científicos que han seguido detalladamente la evolución del problema, oscilan entre la negación y el escepticismo. No pueden percibir el deterioro del medio ambiente desde el momento que excluyen a la naturaleza de su abordaje de la economía.
Los teóricos neoclásicos consideran que ese cimiento opera como sustento de una ilimitada circulación de flujos mercantiles. Por eso desconocen la existencia de un conflicto entre la valorización del capital y su soporte material. En lugar de reconocer las contradicciones que oponen a estas dos dimensiones, imaginan una compatibilidad espontánea que permitiría el crecimiento irrestricto.
Los ortodoxos suponen que el mercado puede resolver cualquier anomalía de la ecología y como razonan en horizontes de corto plazo se despreocupan por las perturbaciones del futuro. También ignoran los temas ambientales por simple insensibilidad ética frente a las tragedias humanas de la periferia[74].
Los neoliberales afrontan la degradación ambiental con el optimismo vulgar que han mostrado frente a la crisis financiera. Suponen que ambos procesos son pasajeros y serán espontáneamente superados por algún equilibrio de la oferta con la demanda. Pero si el entrecruzamiento de estas dos variables no alcanza para remontar las recaídas de la economía, no se entiende como podrían aportar algún remedio al descalabro ambiental.
El grueso de los economistas heterodoxos espera soluciones de algún logro tecnológico. Las principales expectativas están puestas en los nuevos usos de la energía nuclear y en los alimentos genéticamente modificados. Con argumentos malthussianos, atribuyen la degradación ecológica al incremento de la población o a erróneos modelos de industrialización[75].
Una versión muy popular de este enfoque apuesta a la disipación de la contaminación, mediante la reconversión automotriz eléctrica, olvidando el agravamiento del problema que genera la propia fabricación de esos vehículos[76].
La carrera que ha comenzado por la búsqueda de tecnologías verdes opera como un factor de contaminación. Esta competencia incentiva, además, la multiplicación de aprendices de brujo que experimentan con innovaciones riesgosas. Esta improvisación introduce amenazas suplementarias, al terrible costo de mantener el sistema social que origina el colapso ambiental.
Los keynesianos coinciden con sus adversarios neoliberales en el intentar de salir del laberinto ecológico con proyectos de capitalismo verde. El principal mecanismo que avizoran es un mercado de emisiones, que penalizaría a los contaminadores y premiaría a los protectores del medio ambiente. Las versiones más ingenuas de esta propuesta estiman que su implementación será gratuita. Suponen que no exigirá inversiones desmedidas, ni reducirá el crecimiento. Los más cautelosos condicionan en cambio este éxito, a la superación de los desacuerdos entre potencias que impiden la instrumentación de los bonos eclógicos[77].
La aparición de estas iniciativas confirma que la degradación ambiental no será superada con leves impuestos al uso del petróleo o el carbón, ni con proyectos aventureros de captura e inyección del carbono en sitios de almacenamiento. También corrobora que las salidas individuales son inefectivas. Es obvio que no tiene sentido promover el uso bicicletas, mientras se acelera la construcción de autopistas. A medida que los efectos de la contaminación se acentúan, decrece el margen para instrumentar paliativos (como limitar la deforestación) y aumenta la necesidad de reducir drásticamente la emisión de gases.
Los proyectos de capitalismo verde rehúyen estas exigencias con ilusiones mercantiles. Los ejemplos más corrientes de esta ensoñación son las campañas conservacionistas (estilo Gore), que impulsa el ambientalismo capitalista. Intentan demostrar que la polución será superada, transformando a la ecología en un gran negocio para el “desarrollo sustentable”. Especialmente las grandes empresas transnacionales están empeñadas en publicitar ahorros de energía, comidas orgánicas y experimentos con fuentes solares. Con estos mensajes buscan mercantilizar cualquier abordaje del descalabro climático[78].
Pero solo con fanática idolatría por el régimen vigente se puede suponer que el capitalismo verde resolverá los desequilibrios ambientales, mediante energía limpia, vehículos ecológicos o bonos de contaminación.
Es evidente que un mercado de créditos de ese tipo incrementaría la polarización mundial. Si cada país intercambia compromisos de preservación ambiental en proporción a sus espaldas financieras, las economías desarrolladas tenderán a desentenderse del problema, descargándolo sobre la periferia. Este propósito de los capitalistas de la Tríada coexiste con su intención de frenar la industrialización de ciertos países dependientes, para convertirlos en un campo de deshechos de las fábricas metropolitanas.
La concreción efectiva de cualquier proyecto de capitalismo ambiental enfrenta otros obstáculos mayúsculos. Se requeriría cierta organización global de la inversión, para penalizar las ramas consumidoras de energía en favor de los sectores ahorradores y se necesitaría reorientar las finanzas hacia el crédito en tecnologías verdes. También habría que introducir una política impositiva internacional de eco-tasas, para favorecer la transición hacia alguna norma de consumo que reemplace los hábitos actuales por alguna selectividad verde.
Las barreras que bloquean la implementación de estas estrategias son incontables. El impedimento más obvio es la ausencia de un poder global, capaz de imponer estas políticas de concertación a las empresas rivales de las principales potencias. Tampoco es sencillo generar las condiciones de rentabilidad requeridas para el shock inversor de semejante reconversión. El capitalismo ha registrado varias mutaciones de gran alcance en el pasado, pero no se avizoran por el momento las condiciones para un viraje de este tipo[79].
CRISIS DE CIVILIZACIÓN
El colapso ambiental presenta una dimensión superior a los temblores coyunturales (típicos de la acumulación) y a las crisis estructurales (específicas de cada etapa del capitalismo). Por esta razón no se equipara con la eclosión financiera del 2008-10, ni con los desequilibrios que generó el neoliberalismo en las últimas dos décadas.
El alcance histórico del desastre ambiental se mide por su impacto sobre el futuro de la sociedad humana. Si el calentamiento global continúa profundizando la huella ecológica, podría desatar un descalabro que dejaría atrás todas las convulsiones conocidas. La devastación de la naturaleza no genera simplemente otro deterioro social. Introduce una forma de corrosión que puede demoler los pilares de la vida colectiva.
Todo proceso de valorización es intrínsecamente depredador del medio ambiente y afecta los basamentos materiales de la reproducción económica. La compulsión competitiva vulnera siempre los límites del entorno, pero nunca amenazó tanto al patrón crecimiento vigente desde hace dos centurias. Los cimientos de este esquema han quedado severamente cuestionados.
El desastre ambiental tiende a quebrar los equilibrios ancestrales, que permitieron construir sociedades basadas en el intercambio del hombre con la naturaleza. Acompaña la irrupción de otros fenómenos que rompen estructuras inmemoriales de convivencia humana. La urbanizacióncontemporánea es un ejemplo de estos cataclismos. Por primera vez en la historia, más del 50% de la población mundial ha quedado aglomerada en atosigados e ingobernables centros ciudadanos.
La envergadura de la conmoción ambiental ha tornado muy corriente su identificación con una crisis de época o de civilización. Ambos términos aluden a dos rasgos del problema: su magnitud y multiplicidad. Cuándo se realza las potenciales consecuencias del desastre, predomina el primer sentido y cuándo se destaca la convergencia del trastorno climático con el temblor financiero (o la tragedia alimentaria), prevalece el segundo significado.
Las distintas caracterizaciones de la crisis civilizatoria suelen enfatizar uno u otro plano. Pero todas resaltan la amenaza que afecta a la propia supervivencia de la especie humana. En este sentido la debacle ambiental presenta semejanzas con el escenario de demolición humana, que irrumpió con la aparición de las armas nucleares.
El desastre ecológico es civilizatorio, desde el momento que involucra contradicciones seculares. Expresa, además, tendencias destructivas que escapan al control de los beneficiarios del régimen actual. Los propios capitalistas no pueden manejar los efectos que genera la primacía de la ganancia sobre cualquier otro parámetro social. Este comportamiento “zombie” ilustra como las monstruosidades del sistema agobian a sus propios creadores. La continuidad del capitalismo puede desembocar en un desastre sin retorno[80].
Las crisis históricas siempre han implicado enormes destrucciones de recursos. El capitalismo nació demoliendo a las civilizaciones circundantes y nunca pudo sustraerse a los grandes cataclismos. Se gestó durante los siglos XVII y XVIII con el pillaje de la acumulación primitiva y la expropiación de los campesinos. Introdujo un terrible nivel de devastación entre las poblaciones originarias, que sufrieron la apetencia de músculos, sangre y oro de los conquistadores. En esa época se registró la mayor masacre demográfica de la historia.
Durante la era colonial el sistema se expandió con el crimen de la esclavitud, que impuso la involución del continente africano y bloqueó el desarrollo endógeno de todas las regiones subordinadas a las metrópolis. Finalmente el capitalismo maduró en la centuria pasada con la tragedia de dos guerras mundiales, que ocasionaron la muerte de millones de individuos, en la mayor carnicería organizada que ha sufrido el género humano.
La debacle ambiental puede inscribirse en esta secuencia de colapsos mayúsculos, que han rodearon a cada período del capitalismo. Nadie sabe cuál es la escala del peligro actual, como tampoco eran previsibles las distintas tragedias del pasado. Pero tomando en cuenta esos precedentes, no son exageradas las advertencias de una posible hecatombe ambiental[81].
TEMPORALIDADES DISCORDANTES.
La crisis histórico-ecológica está enlazadacon el estallido financiero coyuntural y con las tensiones estructurales del neoliberalismo, pero sigue una trayectoria temporal autónoma. Procesa desequilibrios que no están sujetos a la periodicidad del ciclo corto o a las fluctuaciones largas. Únicamente en su maduración, las tensiones ecológicas podrían conectarse en forma directa con los desajustes inmediatos de la acumulación o con las tensiones de la etapa.
Pero ciertos vínculos ya cobran forma a través de dos efectos de la mundialización neoliberal: la sobreproducción de mercancías y la sub-producción de los insumos, requeridos para sostener la nueva escala de productividad global. La penuria de abastecimientos comienza a verificarse en numerosas ramas y refleja la depredación acumulativa que ha sufrido el medio ambiente. La escala de este ahogo es por el momento desconocida, pero el agotamiento de los recursos naturales generado por la producción sobrante, ya es indicativo de la gravedad del desarreglo actual.
Esta combinación de producción excedente y recursos faltantes introduce una fractura de consecuencias imprevisibles sobre la dinámica de la acumulación. Los desequilibrios clásicos de realización y valorización, comienzan a operar sobre una plataforma natural seriamente dañada.
Pero estos cruces entre la crisis coyuntural, estructural e histórica no diluyen la dinámica diferenciada de estos desequilibrios y su procesamiento en ritmos discordantes. La convulsión del capitalismo es múltiple y sus diversas aristas no se han amalgamado. Es cierto que la eclosión financiera expresa una quiebra del capital, entrelazada con signos de debacle ambiental. Sin embargo este proceso se desenvuelve como una tendencia, que no se tradujo hasta ahora en convergencia temporal de las tres conmociones. ¿El temblor financiero del 2008-2010 marcará el inicio de esta confluencia?
Por el momento ese empalme constituye solo una hipótesis.La catástrofe ambiental continúa asediando al capitalismo como una amenaza en ciernes. Mantiene una discordancia paralela a los trastornos coyunturales de las finanzas, la producción y el comercio, que no han hecho eclosionar los desequilibrios estructurales del neoliberalismo. El capitalismo contemporáneo está afectado por una sucesión variada de conmociones, que se desenvuelven sin fusionarse en una crisis convergente[82].
La tendencia a este empalme es un ingrediente explosivo de todas las conmociones de las últimas décadas. Pero como esa imbricación no se ha consumado, el capitalismo encuentra formas de recreación periódica, al cabo de grandes trastornos.
Una fusión de estos puntos críticos se concretaría, por ejemplo, si la actual recesión se prolonga, no solo bloqueando las distintas salidas al desmoronamiento financiero, sino desembocando también en una sepultura del neoliberalismo. Otra convergencia de mayor alcance se consumaría, si un gran desastre ambiental –como el descongelamiento del casquete polar del Ártico- impacta de lleno sobre el ritmo de la actividad económica.
ECO-SOCIALISMO
La resolución del problema ambiental con distintas variantes de capitalismo verde es el único horizonte avizorado por los neoliberales, los keynesianos y muchas corrientes del ecologismo militante.
Estas últimas vertientes aspiran a sensibilizar a los capitalistas, para inducirlos a proteger el medio ambiente en su propia conveniencia. Suponen que los grandes empresarios y banqueros terminarán comprendiendo que el respeto a la naturaleza es indispensable para la continuidad de sus empresas. Con esa expectativa, muchas ONGs ambientalistas endulzan el negocio verde, sin cuestionar la incompatibilidad existente entre la protección ambiental y el reinado de la ganancia.
Esta postura impide encarar una lucha consecuente por la defensa de la naturaleza, ya que la súplica al capital conduce al auto-engaño. Los dueños del mundo no necesitan consejos de sus víctimas para gestionar su dominación. Es inútil solicitarle que sean más razonables y tomen conciencia de sus intereses de largo plazo. La depredación de la naturaleza no proviene de esa ignorancia. Simplemente obedece a la destrucción objetiva que impone un sistema guiado por la competencia de beneficios surgidos de la explotación.
En lugar de atender las peticiones del reformismo ecologista, las clases dominantes encaran el problema con los mismos criterios que afrontan cualquier inconveniente surgido de la acumulación. Buscan transferir la cuenta a los trabajadores y exigen sacrificios al resto de la sociedad, como si no tuvieran ninguna responsabilidad en el desastre.
El principal mensaje de los economistas ortodoxos frente al descalabro ambiental es un llamado general al ajuste, para costear con más desempleo (y quizás menor producción) una reconversión a las tecnologías verdes. Exigen buena letra para que los patrones introduzcan las inversiones requeridas para ese cambio. Pero estas medidas presuponen que los beneficios no se tocan y que las soluciones surgirán de utilizar las mismas recetas que provocaron la contaminación.
Otros defensores del orden vigente proponen inducir el decrecimiento económico y la contracción absoluta del consumo, para frenar la devastación de la naturaleza. Pero omiten la existencia de alternativas progresistas. Es perfectamente factible desenvolver modelos de crecimiento selectivo, que jerarquicen la generación bienes sociales en desmedro de las mercancías prescindibles. Este proceso permitiría, además, sustituir paulatinamente los combustibles no renovables por la energía solar.
Este viraje podría incluso comenzar reduciendo la fabricación de los productos que agreden al medio ambiente y retrayendo el consumismo privado. El ejemplo más evidente de este giro sería un progresivo reemplazo del automóvil individual por formas de transporte colectivo.
Las propuestas más interesantes son impulsadas por los teóricos del eco-socialismo. Han demostrado que no existe ninguna necesidad de reducir el nivel de vida de población si se redefine el significado de los bienes, diferenciando los productos necesarios de los prescindibles y creando sistemas de información que reemplacen a la publicidad. Estas iniciativas se enmarcan en la perspectiva de creciente control social de los recursos y selección popular de alternativas de producción y consumo, junto al establecimiento de formas de planificación democrática a escala global. Son ideas que contemplan un horizonte socialista de respuestas al desastre ambiental[83].
Este enfoque se opone también a los planteos neo-desarrollistas, que en las economías intermedias relativizan la gravedad del tema ecológico, presentándolo como un problema de los países centrales. Sus voceros rechazan cualquier limitación de la minería extractiva, la siembra con agro-tóxicos o la industrialización contaminante. Intentan hacer la vista gorda frente a calamidades que provocan estas actividades en los segmentos más humildes de la población.
Varios autores críticos han comenzado a difundir la necesidad de un cambio radical de las concepciones imperantes, para sustituir el utilitarismo antropocéntrico por una visión biocéntrica, que reconozca los derechos de la naturaleza. Fundamentan su visión en el concepto del “buen vivir”, que desarrollaron los pueblos originarios del continente[84].
Pero es importante situar estos planteos en el contexto de la crisis histórica del capitalismo, ya que cualquier disociación de este pilar impide comprender el origen de los peligros actuales y sus eventuales soluciones. Por esta razón es decisiva la conciencia anticapitalista que comienza a ganar influencia en las movilizaciones del ambientalismo.
En la cumbre de Copenhague más de 100.000 personas se movilizaron demandando la adopción de medidas de defensa de la naturaleza. Las marchas contaron con gran participación de jóvenes de todos los países e incluyeron cuestionamientos frontales al socorro de los financistas. “Si el clima fuera un banco, ya lo hubieran rescatado”, gritaron los concurrentes a esas manifestaciones[85].
Este tono anticapitalista es el dato más prometedor de la batalla actual. Planteos de este tipo han presidido la reciente cumbre de Cochabamba (Bolivia), que reunió un importante número de militantes de 42 países. Se resolvió exigir una drástica reducción de las emisiones (50% entre 2013 y 2020), crear un Tribunal Internacional de Justicia Climática, implementar un referéndum mundial en defensa de la naturaleza y demandar transferencias de los países desarrollados hacia la periferia para saldar la deuda climática. La perspectiva eco-socialista comienza a corporizarse en movimientos populares y propuestas políticas.
- Claudio Katz es Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es: www.lahaine.org/katz
BIBLIOGRAFIA ADICIONAL
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-Fine Ben, “Looking at the crisis through Marx”, International Socialist Review, March April 2009
-Geier Joel, “Capitalism´s worst crisis since the 1930s”, International Socialist Review, November-December 2008.
-Howard, M.C., King J.E. A history of marxian economics, vol II, Princenton 1992 (cap 1 y 16)
-Husson Michel, “Is the theory of long waves still valid? Conditions for a new long-term cycle of growth, International Seminar: Marxist analyses of the global crisis, 2-4 October 2009, IIRE, Amsterdam
-Kratke Michael, “Crisis y catarsis”, Memoria 234, febrero-marzo 2009.
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-Martínez Alier Joan, “La crisis económica”, Memoria 234, febrero-marzo 2009
-Martínez Osvaldo, “La crisis, una vez más”, XI Encuentro Internacional sobre Globalización y problemas del Desarrollo, La Habana, 2-6 marzo 2009.
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-Smith Murray, “Causes and consequences of the global economic crisis: a Marxist Socialist analysis”, Lecture, Brock University, Canada, 12-11-08
-Thompson Noel, “Socialist political economies and the grow of mass consumption” . Review of Radical Political Economics, vol 39, n 2, spring 2007
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-Valenzuela Feijoo José, “La crisis: algunas consideraciones”, Memoria 234, enero-marzo 2009.
[1]Esa paradoja es analizada por Fitoussi Jean Paul, “El sistema financiera vive un círculo vicioso”, Clarín, 22-12-09.
[2]Hace siete años se comercializaban 3 billones de dólares en contratos CDS y en actualidad este mercado supera los 25 billones, Wall Street Journal-La Nación, 5-2-10.
[3]Un panorama de esta coyuntura han descripto los analistas del Wall Street Journal, La Nación, 2-12-09.
[4]La dinámica de estos ciclos es descripta por Chesnais Francois, “La recesión mundial: el momento, las interpretaciones y lo que se juega en la crisis”, Herramienta n 40, marzo 2009, Buenos Aires. También Fernández Steinko Armando, “Neoliberalismo: auge y miseria de una lámpara maravillosa”, El Viejo Topo n 253, Madrid, 2009.
[5]La mayor envergadura de la crisis actual en comparación a sus precedentes dentro de Estados Unidos es analizada por O´Hara Phillip, “The global securitized subprime market crisis”, Review of Radical Political Economics, vol 41, n 3, summer 2009.
[6]Las distintas magnitudes de estos desequilibrios son retratadas por el Wall Street Journal- La Nación, 29-12-09.
[7] Krugman Paul sostiene la opinión mayoritaria y Roubini Nouriel tiende a ubicarse en el segundo campo. Ver La Nación 21-3-10 y The Economist- La Nación, 13-2-10.
[8]Josuha presenta los datos de esta fragilidad. Joshua Isaac, “Crisis económica: se acerca la hora de la verdad”, Viento Sur, 2-2010, Madrid.
[9]Es la descripción que desarrolla Robert Reich, Clarín 21-1-10.
[10] Por ejemplo: Llach Juan, “Preocupaciones globales”, La Nación 17-3-10.
[11] El 52% de la industria ya ha sido privatizada y el porcentaje de mercancías reguladas por precios de mercado saltó de 3% (1978) a 98% (2003). El número de billonarios pasó de 0 (2003) a 260 (2009). Ver: Hart-Landsberg Martín, “China, capitalist accumulation and the world crisis”, XII International Conference of Economist on Globalization, La Havana, march 2010.
[12]Una descripción de esta situación presenta: Mc Nally David, “From financial crisis to world slump”, Historical Materialism Conference, London, november 2008.
[13]Ver Vessillier Jean Claude, “Automobile. La fin d´un cycle”, Inprecor 545-546 janvier-fevrier 2009, Paris.
[14] Son los puntos críticos que subraya: Palley Thomas, “The limits of Minsky´s financial instability hypothesis as an explanation of the crisis”, New American Foundation, Washington, 19 November 2009.
[15] Los efectos de este desequilibrio son expuestos por: Yu Au Loong, “Fin d´un modele ou naissance d´un nouveau modele”, Inprecor 555, november 2009, Paris.
[16]Ver: Jetin Bruno, “The crisis in Asia: An over-dependence on international trade or reflection of “labour repression-led” growth regime?”, International Seminar: Marxist analyses of the global crisis, 2-4 October 2009, IIRE, Amsterdam. También: Bello Waldem, “O neocolonialismo chines, IPS, 10-3-2010. Seongin Jeong, Página 12-Cash, 19-10-08.
[17]Un análisis general de los desbalances intra-europeos presenta: Önaran, Ozlem, “Specificity of the crisis in Europe: Will national stimulus plans be enough in the absence of an EU coordinated response?”, International Seminar: Marxist analyses of the global crisis, 2-4 October 2009, IIRE, Amsterdam. También Husson Michel, “Refundación o caos”, Viento Sur, marzo 2010 y Castro Jorge, “Alemania cada vez más inclinada hacia la demanda extra-europea” Clarín 14-3-10.
[18]Es la propuesta que exponen: Ferguson Niall, “El matrimonio entre China y EEUU no podía durar”, Clarín, 28-12-09 y Krugman Paul, “El peligroso juego que practican los chinos”, Clarín, 17-11-09.
[19]Hemos expuesto ciertos datos de esta influencia en Katz Claudio, “Crisis global II: Las tendencias de la etapa”, lahaine.org, 24-11-2009
[20]Un análisis de este giro estratégico en: Weltz Richard, “Obama entre el desarme y la supremacía atómica, Clarín, 11-4-10
[21]Una completa cobertura de este proceso presentan los artículos de Gelman Juan, Página 12, 13-5-09, 26-11-09, 6-12-09, 11-4-10, 7-1-10.
[22]Página 12, 2-4-09.
[23]Los partidarios del presidente ya están muy alarmados por estas consecuencias. Ver Stiglitz Joseph, “Obama ignora cómo ayudar a su clase media”, Clarín, 11-3-10.
[24] Esta subordinación al liderazgo imperial norteamericano no es percibida por los análisis que solo enfatizan las tensiones entre potencias. Un ejemplo en: Zibechi Raúl, “Grietas en el bloque occidental”, ALAI, 20-3-10.
[25]Se reducen las ojivas obsoletas desplegadas sin disminuir sus equivalentes almacenados, mientras avanza el proyecto de nuevo vectores X51 que alcanzarán a cualquier país en menos de una hora. También se está construyendo un nuevo submarino que transportará 6 bombas nucleares de gran impacto. Almeyra Guillermo, “El desarme nuclear de Obama”, La Jornada, 18-4-10.
[26]En oposición a los partidarios de estrategias más belicosas, Kissigner continúa promoviendo una asociación privilegiada con China. Kissinger Henry, “China y EEUU deben aprender a caminar juntos y al mismo ritmo”, Clarín, 1-2-10.
[27]Clarín, 14-2-10.
[28]Krugman Paul, Sin Permiso, 8-2-10, Krugman Paul, Clarín, 16-2-10, Cohen Daniel, La Nación, 17-2-10.
[29]Baker Dean, “Para dejar de llamar a esto crisis financiera”, Sin Permiso, 14-3-2010.
[30]Los argumentos neoliberales y su refutación pueden verse en Arriazu Ricardo, “Perjuicios de gastar por encima de las posibilidades”, Clarín, 21-2-10 y Kontogiannis Sortis, En Lucha, 10-3-2010.
[31]Un diagnóstico de la gravedad de esta crisis presenta: Suarez Jorge, Clarín, 20-12-09.
[32]Un informe de estas divergencias en: Wall Street Journal-La Nación, 8-2-10.
[33]Soros George argumenta a favor del camino francés y Roubini Nouriel defiende el alemán, Clarín 23-2-10, La Nación, 27-2-10.
[34]Ver evaluación de Wilder Rebecca, “Final de partida en la Unión Europea”, Sin Permiso, 14-3-10.
[35]En 1944 George Papandreu se asoció con los británicos para desarmar a los partisanos antifascistas, en 1981 Andreas Papandreu dio la espalda al mandato popular manteniendo las bases de la OTAN y restaurando los negocios capitalistas. Actualmente George Papandreu Junior se hace cargo del ajuste. Ver: Petras James: “Greece: The curse of three generations of Papandreu´s“, Lahaine 21-3-2010
[36]Ver Husson Michel, “Refundación o caos”, Viento Sur 2010. También: Lapavitsas Costas, “Eurozone crisis”, RMF occasional report, march 2010
[37]Hemos expuesto este enfoque en: Katz Claudio, “Capitalismo contemporáneo: etapa, fase y crisis”. Ensayos de Economía, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, vol 13, n 22, septiembre 2003, Medellín
[38]Mc Donough Terence, “Social structures of accumulation theory: the state of art”, Review of Radical Political Economics, vol 40, n 2, spring 2008. Mc Donough Terrence, “What does long wave theory have to contribute to the debate on globalization”?, Review of Radical Political Economics, vol 35, n 3, summer 2003.
[39]La primera objection es de O´ Hara y la segunda de Kotz. O´Hara Phillip, “A new financial social structure of accumulation in the US for long wave upswing?”, Review of radical political economy, vol 34, n 3, summer 2002. O´Hara Phillip, “A new transnational corporate social structure of accumulation for long wave upswing in the world economy?”, Review of Radical Political Economics, vol 36, n 3, summer 2004. Kotz David, “Neoliberalism and the Social Structure of Accumulation”, Review of Radical Political Economics, vol 35, n 3, summer 2003.
[40]Martins Carlos Eduardo, “Los impasses de la hegemonía de Estados Unidos”, Crisis de hegemonía de Estados Unidos, CLACSO Siglo XXI 2007. Dos Santos Theotonio. “El renacimiento del desarrollo”. OIKOS, n 1, año 9, 1er semestre 2005.
[41]Wallerstein Immanuel Capitalismo histórico y movimientos anti-sistémicos: un análisis de sistemas -mundo, 2004, Akal, Madrid, (cap 28).
[43] Esta tesis postulan: Wolfson Martin, “Neoliberalism and the social structure of Accumulation”, Review of Radical Political Economics, vol 35, n 3, summer 2003. Kotz David, “Contradictions of economic growth in the neoliberal era”, Review of Radical Political Economics, vol 40, n 2, spring 2008.
[44]Navarro Vicenc, “Las causas de la crisis mundial actual”, Sistema Digital, 3-1-2010www.redescristianas.net
[45] La Nación, 24-4-10
[46]Esta relación es analizada por: Johsua Isaac, “Capitalism: fin d´epoque?”, Contretemps, n 1, 1 er trimestre 2009, Paris.
[47] Migone Andrea, “Hedonistic consumerism”, Review of Radical Political Economics, vol 39, n 2, spring 2007.
[48] Explicaciones con este fundamento en: Carchedi Guglielmo, “The return from the grave, or Marx and the present crisis”, 7-7-09,www.isj.org.uk. Harman Chris, “The slump of the 1930, and the crisis today”, International Socialism n 121, London, January 2009.
[49]Hart-Landsberg Martín, “China, capitalist accumulation and the world crisis”, XII International Conference of Economist on Globalization, La Havana, march 2010
[50] Aversa Jeanine, “Por qué es tan difícil reducir el desempleo”, Clarín, 2-2-10. Goodman Peter, “La pesadilla americana de vivir sin trabajo por años”, New York Times-Clarín, 22-2-10
[51]Estimaciones contundentes de esa recuperación presentan por ejemplo, Moseley Fred, “The U.S. economic crisis, causes and solutions”, International Socialist Review, March-April 2009. Valle Baeza, “Una explicación de la gravedad de la actual crisis estadounidense, XI Encuentro Internacional sobre Globalización y problemas del Desarrollo, La Habana, 2-6 marzo 2009. Husson Michel, “Le dogmatisme n’est pas un marxisme”, www NPA 2009.org
[52] Los datos de este proceso son presentados por Caputo Orlando, “La crisis actual de la economía mundial: una nueva interpretación teórica e histórica”, XI Encuentro Internacional sobre Globalización y problemas del Desarrollo, La Habana, 2-6 marzo 2009.
[53]Ver: Post Charlie, “Crisis theory”, Solidarity, New York, October 19, 2008.
[54]Ver: Le Monde, 30-3-10.
[55] Escenarios de este tipo son evaluados por analistas como: Yeldan Erinc, “On the nature and causes of the collapse of wealth of nations”, Working Series n 197, PERI, Amherst, 2009.
[56]La diferencia entre ambas variantes es parcialmente expuesta por Arrighi Giovanni, “The winding paths of capital”, New Left Review 56, March April 2009.
[57]Entre 1946 y 1956 la deuda pública del país pasó de 271.000 millones de dólares a 274.000, pero como el PBI se duplicó y se registró una inflación del 40%, la deuda quedó reducida en forma drástica. La repetición de este esquema enfrenta enormes obstáculos en la actualidad. Ver: Krugman Paul, “La deuda de Grecia, una espiral mortal hacia el default”, Clarín, 10-4-10.
[58]Esta nueva proyección espacial es analizada por Harvey David. Los límites del capitalismo y la teoría marxista, Editorial Fondo de Cultura Económica; 1990 (cap 13- Punto 6 y cap 10).
[59]Pantich estima que tendrá un alcance limitado y Brenner que producirá un desmoronamiento mayúsculo. Panitch Leo, Konings Martijn, “US Financial power in crisis”, Historical Materialism, vol 16, Issue 4, 2008 Brenner Robert, “Un análisis histórico-económico de la actual crisis”, Sin Permiso, 22-2-09.
[60]Una apología de este tipo plantea: Sorman Guy, “El sistema capitalista no muere, siempre rebota”, Clarín, 28-10-09
[61]Esta visión es expuesta por:Orlean André, “La crise moteur du capitalisme”, Le Monde, 30-3-10. También Ghymers Christian, “Una visión europea”, XI Encuentro Internacional sobre Globalización y problemas del Desarrollo, La Habana, 2-6 marzo 2009. D´Arista Jane, “Limitar el apalancamiento”, Página 12, 26-5-09.
[62] Estos planteos han sido formulados por Krugman Paul, “Es hora de reflotar la tasa Tobin”, Clarín, 28-11-09 Krugman Paul, “Los dilemas de nacionalizar”, Clarín, 7-3-09. También: Stiglitz Joseph, “Un nuevo sistema de crédito es vital para frenar esta crisis”, Clarín, 11-4-09. Lavagna Roberto, “La crisis global reclama reformas no cosméticas”, Clarín, 24-2-09.
[63]Blackburn Robin, “La crisis de las hipotecas subprime”, New Left Review, n 50, 2008.
Boyer Robert, “Hoy el estado está en mejor posición para definir el futuro”, Página 12, 29-12-08. Hobsbawn Eric, “Si el socialismo colapsó y el capitalismo está en bancarrota: ¿qué viene después”. 29-9- 2008www.kaosenlared.net
[64]Una proyecto de este tipo expone: Ricupero Rubens, “De la crisis global surgirá un capitalismo mucho más humano”, La Nación, 3-6-09.
[65]Ver por ejemplo: Guillen Arturo, “En la encrucijada de la crisis global”, ALAI, 18-6-09
También Kregel Jan, “Regulaciones para después de la crisis”, Página 12, 26-5-09. Kregel, Jan, “Taming the bond market vigilantes: gaining policy space”, XI Encuentro Internacional sobre Globalización y problemas del Desarrollo, La Habana, 2-6 marzo 2009.
[66]Katz Claudio El porvenir del socialismo. Primera edición: Editorial. Herramienta e Imago Mundi, Buenos Aires, 2004. Segunda edición: Monte Avila, Caracas, 2006
[67]Esta tesis Arrighi Giovanni, Adam Smith en Pekín, Akal Madrid, 2007 (epílogo).
[68]Un ejemplo de este giro del escepticismo a la preocupación expresa: Fridman Thomas, “Un ataque preventivo vale la pena”, La Nación 16-12-09.
[69]Dos análisis completos de este impacto pueden consultarse en Tanuro Daniel: “Rapport sur le changement climatique et les taches anticapitalistes”, Inprecor n 551-552, juillet-aout 2009-08. Foster John Bellamy, “The vulnerable planet fifteen years” Monthly Review n 7, vol 61, december 2009.
[70] Una medición en hectáreas globales indica la existencia de una regresión de 2,7 gha (13,2 billones de global-hectáreas dividido 6,3 billones de habitantes) en 1990, a 2,1 gha en la actualidad. Esta medida es utilizada para mensurar el grado de destrucción del planeta. Amin Samir, “Capitalism and the ecological footprint” Monthly Review n 6, vol 61, november 2009 También: La Nación, 24-11-09.
[71]Ver: Chesnais Francois, “Orígenes comunes de la crisis económica y la crisis ecológica” Herramienta n 41, julio 2009. Dierckxsens Wim, “Política económica en la transición al socialismo del siglo XXI”, Foro Social Mundial, Nairobi 2007.
[72]Esta caracterización desarrollan: Vega Cantor Renan, “Crisis civilizatoria”, Herramienta n 42, octubre 2009. Antunes Ricardo, “Introducción”, La crisis estructural del capital, Ministerio del Poder Popular, Caracas, 2009.
[73]Un balance de la reunión de Copenhague exponen: Tanuro Daniel “Derrota en la cumbre, victoria en la base”, Viento Sur, 24-12-09. Vivas Esther, “El clima en jaque”, Diagonal 13-11-09.
[74] Ver: Foster John Bellamy, “Capitalism in wonderland”, Monthly Review n 1, vol 61, may 2009
[75]Es la tesis de Gray John, “Planeta en riesgo”, La Nación, 15-11-09.
[76]Ver: Sachs Jeffrey, “Está naciendo un nuevo modelo de capitalismo”, Clarín, 14-2-09.
[77]Krguman sostiene la primera postura y Stiglitz la segunda. Krugman Paul, “Solución a la vista”, La Nación, 8-12-09. Stiglitz Joseph, “Seguimos sin un acuerdo para salvar el planeta”, Clarín, 8-1-10. Otra variante de la misma propuesta en Giddens Anthony, “El clima definirá otra economía”, Clarín, 17-3-09.
[78]Es la evaluación crítica de Kempf Hervé, “Por primera vez la humanidad se topa con el límite de los recursos naturales”, Página 12, 11-1-10. También: Wallis Victor, “Capitalist and socialist responses to the ecological crisis” Monthly Review n 6, vol 60, november 2008
[79]Es la evaluación de Husson Michel, “Un capitalisme vert est-il posible?”, Contretemps, n 1, 1 er trimestre 2009, Paris.
[80]Harman Chris Zombie capitalism, Bookmarks, 2009, Klein Naomi, “Capitalismo estilo Sara Palin”, La Nación, 4-11-09
[81]Un ejemplo de estas advertencias en: Chesnais Francois, “Socialismo o barbarie: las nuevas dimensiones de una alternativa”, Herramienta n 42, octubre 2009.
[82]La discordancia temporal entre las distintas contradicciones que corroen al capitalismo fue conceptualizada por Bensaid, Daniel. Les discordance des temps. Les editions de la Passion, Paris, 1995.
[83]Ver especialmente los trabajos de Lowy Michael, “Changement climatique: Contribution au débat”, septembre-octobre 2009 n°553-554.
[84]Ver:Acosta Alberto, “Hacia la declaración universal de los derechos de la naturaleza”, Alainet n 454, 5-4-10.
[85]Una crónica en: Castedo Antia, Garacía Bernat, “Perder la calle, ganar el discurso”, El País
https://www.alainet.org/en/node/141158
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