Superhéroes (I)
La cultura de las máscaras
18/10/2009
- Opinión
Accidente y desdoblamiento.
Una anécdota cuenta que los inspectores de una aduana nunca pudieron descubrir qué traficaba un hombre en su carretilla porque traficaba carretillas. Semejante, la máscara del superhéroe es el símbolo visible de lo que pretende ocultar. La historia matriz del héroe, a través del desdoblamiento, enmascara la realidad de la cual deriva, es decir, la cultura hegemónica del capitalismo del último siglo.
Si vemos los héroes de la “cultura de masas”, desde Superman hasta The Terminator, veremos que sus características —la máscara y el desdoblamiento— permanecen pero también revelan un cambio en el inconsciente colectivo norteamericano.
Semejante a lo expuesto por Joseph Campbell (1949) sobre los mitos antiguos, vemos que el nacimiento del héroe moderno es una forma de renacimiento producido por una muerte simbólica, por un accidente tecnológico. Pero el “accidente” nada tiene de accidental porque cierra la fractura ideológica tanto como la realidad la abre.
Si las armas de defensa y destrucción son el resultado de una economía capitalista que se basa en la reproducción indefinida del capital, si la tecnología militar es el productos del cálculo y la reproducción en serie, si el héroe real es honrado en “la tumba del soldado desconocido” y sus guerreros son anónimos y actúan en masa como un gran mecanismo impersonal, entonces el superhéroe es presentado como un individuo único y sus armas son únicas y nunca producto de un cálculo tecnológico que pueda hacer dos. Por esta razón, es necesario recurrir una vez más al accidente. Incluso para fabricar las armas excepcionales del héroe excepcional. Es necesario que se deje constancia que el escudo de Capitán América, el héroe investido accidentalmente de superpoderes, también es producto de otro accidente: este escudo está hecho de una aleación irreproducible, creada por casualidad y no puede ser duplicada.
La realidad es precisamente la contraria: no hay accidentes creadores; hay destrucciones calculadas. No hay individuos ni hay obras originales sino lo contrario: todo es producido en serie, el pueblo es la masa y los ciudadanos son productores primero y consumidores después.
El accidente divide la vida de todos estos superhéroes en dos, el real y el superdotado, el trabajador anónimo y el consumidor de fantasías productivas.
Todos los héroes popularizados por la cultura hegemónica poseen una doble personalidad, como la práctica y el discurso. En gran medida este fenómeno podemos encontrarlo en Europa en historias más antiguas, como en los cuentos infantiles. Todas las historias de sapos príncipes, de cuentos africanos y una infinidad de mutaciones fantásticas que revelan un origen antiguo de esta dualidad psicológica (Karl G. Jung). La personalidad secreta es agresiva, violenta e irracional. La dualidad parece de forma explícita en la Inglaterra de Strange Case of Dr Jekyll and Mr Hyde (1886). El contexto era otro; otro imperio, el británico, la Revolución industrial y el positivismo científico. Tanto la Pax Británica, el progreso industrial como el positivismo racionalista se manifiestan en estos mitos como el horror a lo irracional.
Pero en la cultura angloamericana la máscara y la dualidad se radicalizan. La fuerza irracional se reivindica.
Entre Superman (1933) y la serie televisiva El Fugitivo (1967) hay una historia de cambios mundiales. En el caso de Richard Kimble, la metamorfosis es la inversa que en Clark Kent: el rostro público es el criminal mientras que el rostro ilegal es el rostro positivo, el rejuvenecido. Superman es el músculo del poder hegemónico que hace justicia. El Fugitivo es la astucia del oprimido por la justicia.
Cuando todavía no existía la criptonita y Superman no tenía ningún límite a su fuerza bruta, uno de los personajes de Superman se burla del héroe diciendo: “he may possess super strength but he was as easy to trick as a child (tal vez posee superpoderes pero fue tan fácil engañarlo como a un niño)”. Por si fuese poco, pocas veces Superman hace gala de su inteligencia. Podríamos decir que nunca: resuelve esta debilidad con más fuerza muscular.
La otra debilidad de Superman es la misma Louis Lane, quien es tan hermosa y deseada como tonta, ya que cada una de sus propias iniciativas —luego de humillar o desobedecer a Clark Kent— terminan en catástrofe y en otra buena oportunidad para la aparición de Superman a su rescate.
Pero aún en El fugitivo (Richard Kimble) la máscara y el desdoblamiento sobreviven. El accidente es doble: primero el asesinato de su esposa que cambia su vida; segundo el accidente del tren que le permite escapar y lo salva de morir en manos de una “justicia ciega” (“an innocent victim of blind justice”). El fugitivo se cambia de identidad (nueva mascara) y huye de la policía. El fugitivo es un doctor honorable/convicto, un perseguido/liberado, etc. Es decir, es el correcto ciudadano que realiza el sueño de la clandestinidad, la dualidad que está en la fundación misma de Estados Unidos: la legalidad y la desobediencia, la justicia propia e irracional del oprimido y la justicia formal, “políticamente correcta” del opresor. También así está el accidente providencial, real o imaginario, como la tormenta que cambia el rumbo y el destino de los peregrinos del Mayflower en 1620.
La creciente secularización que sigue a la revolución francesa y a la revolución industrial (Eric Hobsbawm) significó una lucha contra los poderes teocráticas que dominaron las sociedades occidentales. Pero al mismo tiempo el vacío es ocupado por una naturaleza científico-tecnológica que suplanta la antigua función de las iglesias en la articulación de un discurso mítico de las mismas sociedades. Superman siempre aparece del cielo cuando la víctima lo necesita —en ocasiones la víctima ruega su ayuda—, lo cual es un claro sustituto de Dios, sobre todo del Dios del Antiguo Testamento que promete justicia aquí en la tierra, no en el más allá de cristianos y musulmanes.
- Jorge Majfud, Lincoln University, octubre 2009.
https://www.alainet.org/en/node/137109?language=en
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