Mujeres agricultoras: Gestoras de soberanía alimentaria
- Opinión
La alimentación, que es indisociable de la supervivencia humana, se ha desarrollado mediante un largo proceso de descubrimientos e investigación, que históricamente ha sido encabezado por las mujeres. Desde la invención de la agricultura, pieza clave en esta materia, ellas han experimentado, han hibridado semillas, han seleccionado lo comestible y lo no comestible. También han preservado alimentos e inventado y refinado la dietética, la culinaria y sus instrumentos. A través de esto, han generado uno de los más importantes referentes de cada una de las culturas y sociedades; y no es poco decir: ellas han alimentado al mundo.
Gracias a ello, la humanidad ha sobrevivido a los subsecuentes modelos concentradores de los bienes, que han alterado los preceptos previsores de producción para el sustento y los han reemplazado por tratos de lucro, entre cuyas consecuencias figura el hambre, que atañe a unos 816 millones de personas y se incrementa cada año en cuatro millones más, según cifras de la FAO[1]. Unos 40 países enfrentan un estado de emergencia alimenticia y una de cada seis personas padecen de desnutrición en los países en desarrollo[2], al punto que cada 3,6 segundos alguien, por lo general una niña, muere de inanición.
Mientras tanto, con una cifra de negocios de unos 3.5 billones de dólares, el comercio de los alimentos procesados es actualmente uno de los filones más rentables que existen, solo que la clientela para comprarlos no es universal, pues más de un billón de personas viven con un ingreso de 1 dólar US o menos por día y 2,7 billones con menos de $2. (Ver anexo). En estas circunstancias, lograr el propósito de resolver el problema del hambre y la alimentación a través de los mecanismos mercantiles es bastante improbable. Pues al mantener las diferencias estructurales y la mala distribución intactas, nada indica que los ingresos potenciales de los consumidores vayan a mejorar.
Lo que sí se puede vaticinar es que las mujeres continuarán alimentando a la humanidad, pues sin ninguna duda, las prácticas de producción de alimentos que aún se conservan en sus manos continúan teniendo un sentido de previsión. Y, tal como están las cosas, ellas abastecen ya entre el 60 y el 80% de la producción alimenticia de los países más pobres y alrededor del 50% a escala mundial.
Los huertos domésticos que ellas mantienen “...son, muchas veces, verdaderos laboratorios experimentales informales, al interior de los cuales ellas transfieren, favorecen y cuidan las especies autóctonas, experimentándolas a fondo y adoptándolas para lograr productos específicos y si es posible variados, que ellas están en capacidad de producir. Un estudio reciente realizado en Asia ha mostrado que 60 huertos de un mismo pueblo contenían unas 230 especies vegetales diferentes. La diversidad de cada huerto era de
Gracias al acumulado de conocimientos relativos a la práctica agrícola, a la previsión productiva, al procesamiento y distribución, las mujeres, aún en contextos de pobreza extrema, alimentan a la humanidad y mantienen patrones de consumo congruentes con el cuidado de la tierra y la colectividad. Sin embargo, al momento de definir las políticas agrícolas y alimenticias, esta es una consideración de último rango, pues en el mundo del rey mercado, ellas apenas mantienen el dominio del 1% de las tierras agrícolas.
El sesgo patriarcal presente en las políticas y medidas internacionales, se manifiesta igualmente en el ámbito nacional y en las prácticas locales. Las desigualdades de género en el mundo rural han sido señaladas entre las más crudas de las relaciones sociales que afectan a la sociedad y en especial a las mujeres[5], cuya invisibilidad histórica llevó a que su propia existencia como sujetos tan solo empezara a ser reconocida en el último cuarto del siglo pasado. Hasta ahora, aunque han sido adoptadas significativas políticas en distintas esferas, en la práctica, la discriminación en el mundo campesino y en el de la alimentación se mantiene casi intacta, especialmente porque las mujeres no son consideradas aún ni actoras económicas, ni productoras de conocimientos, ni sujetos sociopolíticos integrales.
Más bien, en sentido contrario, mientras los conocimientos y prácticas agrícolas son privatizados, patentados y monopolizados por las grandes corporaciones, lo producido por ellas, que involucra a casi todo lo que se mueve en este universo, es considerado como materia bruta, sin valor. Sus conocimientos en materia de semillas: recolección, clasificación, identificación de propiedades, almacenamiento, cualidades dietéticas y culinarias, la complementación entre ellas para prevenir enfermedades, entre otros, siguen casi inadvertidos y devaluados social y económicamente.
Peor aún, el dominio de lo alimentario sólo ha ganado valor y preponderancia con la irrupción de los capitales y sus dinámicas en la gestión. Tan sólo
Con este tipo de indicios comerciales las posibilidades de control planetario de las corporaciones se multiplican y, a la vez, las relaciones de poder patriarcales y capitalistas adquieren nuevos matices. Pues ya no se trata sólo del acaparamiento de los recursos de la tierra, el agua y los réditos sobre el trabajo de las personas, sino del control absoluto del mercado sobre las dinámicas sociales y hasta de la apropiación de la vida misma.
Así, si el cúmulo de injusticias históricas que pesan sobre las productoras y creadoras es ya abundante, la expropiación de sus conocimientos y de los medios para producir de manera autónoma, potenciada por esta fase de ascendencia del capital, en una época en la que justamente el conocimiento es consubstancial al valor, constituye una alienación sin precedentes.
Esto puede percibirse en las dinámicas que generan instrumentos tales como el Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio –ADPIC-[7], que prescribe la patentación de todos los recursos genéticos, cuya aplicación actúa como un principio dictatorial que aniquila los conocimientos de las campesinas y las posibilidades de desarrollarlos. Pues además de la expoliación directa de éstos, que son pirateados, patentados y por lo general expatriados por el sector privado, también ellas mismas son expulsadas de sus ámbitos de vida. Bajo los regímenes del agronegocio y sus secuelas de trabajo agrícola y alimentario precario, muchas son empujadas, además, a la migración.
La pérdida del contexto de producción campesina redunda en la privación del escenario y del potencial de desarrollar y/o mantener conocimientos. Mientras que las transnacionales dan prioridad al desenvolvimiento y monopolio de estos últimos.
Adicionalmente, la patentación de las creaciones de las mujeres las obliga desde ya a comprar franquicias a los dueños de las patentes, para poder continuar ejerciendo con sus propios inventos: la agricultura, el procesamiento de alimentos, la salud tradicional y otros. Esto conspira contra las estrategias de supervivencia que ellas han desarrollado, contra sus prácticas productivas y distributivas.
Aquellas que producen y comercializan cereales, derivados agrícolas, y hasta platos típicos, sólo podrán hacerlo, bajo la obtención de franquicias, compradas a los dueños de las patentes, de sendas invenciones que ellas mismas han creado[9]. En términos concretos esto significa el aniquilamiento de las redes de distribución alimentaria urbana y rural, que abastece a las mayorías empobrecidas del planeta. En tanto que la importancia y poderío de los conglomerados de alimentación barata está en pleno auge.
En España, por ejemplo, las empresas de comida rápida figuran entre las primeras de las 100 de mayor facturación. Según la guía de Franquicias y Oportunidades de Negocio 2006 de Tormo & Asociados, el número de estas redes se ha multiplicado: en dos años han pasado de
Según
Las leyes de mercado; los acuerdos de libre comercio; el poder de las transnacionales y la carta blanca para sus negocios otorgada por las normativas de
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Anexo:
Los pilares de la crisis alimentaria
Las diferencias estructurales inherentes al capitalismo y la falta de distribución justa de los recursos alimenticios, aparecen, a todas luces, como los pilares sobre los cuales se levanta la crisis alimentaria que afecta al mundo.
Según cifras de
Paradójicamente,
Según esta entidad, en sus proyecciones hasta el 2030 basadas en un hipotético crecimiento que generaría el mercado: “Al aumentar los ingresos, el acceso a los alimentos debe hacerse más igual. Esto es debido a que las personas con ingresos bajos gastan una elevada proporción del aumento de sus ingresos en alimentos, mientras que existe un límite máximo para la cantidad de alimentos que las personas ricas están dispuestas a consumir. Esta mayor igualdad tendrá un efecto importante en el número de personas desnutridas. Por ejemplo, en los 44 países cuya ingesta media de alimentos será superior a 2 700 kcal/día en 2015, se espera que el número de personas desnutridas sea de 295 millones. Pero si la desigualdad en el acceso a los alimentos se mantuviera constante al nivel actual, este número aumentaría hasta 400 millones” [13].
No obstante, esta misma entidad reconoce que: “El crecimiento económico no será suficientemente rápido. En Níger, por ejemplo, 3,3 millones de personas (o el 41 por ciento de la población) padecían desnutrición en 1990-92. Para alcanzar el objetivo de
En un escenario caracterizado por el acaparamiento transnacional de la agricultura y la alimentación, y por la irrupción del juego de los capitales financieros especulativos en el sector, las tendencias apuntan sólo hacia una mayor polarización.
De hecho, estas dinámicas no sólo son el principal impedimento para el mantenimiento y desarrollo de las prácticas de autosustento alimentario, sino que la misma vida campesina como entidad social, cultural y económica, está en riesgo de desaparecer ante el surgimiento de monumentales fábricas de alimentos procesados y transgénicos, que, al implantarse, inhabilitan los elementos constitutivos de la vida campesina.
* Este texto es un extracto editado de un capítulo para la publicación sobre mujeres y soberanía alimentaria, que será editada próximamente por Entrepueblos y la Vía Campesina.
[1] ¿Cumpliremos con el objetivo de reducir el hambre?, FAO, octubre 2006, http://www.fao.org/newsroom/es/news/2006/1000428/index.html
[2] FAO, Agricultura mundial: hacia los años 2015/2030. Informe resumido..., 2006, http://www.fao.org/docrep/004/y3557s/y3557s00.HTM Ver Anexo 1
[3] Sally Bunning and Catherine Hill, Farmemrs' Rights in the Conservation and Use of Plant Genetic Resources: Who are the Farmers?, Women in Development Service (SDWW) FAO Women and Population Division, www.fao.org
[4] Vandana Shiva, “La masculinización de la agricultura: Monocultivos, monopolios y mitos”, Octubre de 1998, www.grain.org/sp/publications/biodiv172-sp.cfm
[5] Movimento de Trabalhadores Rurales Sem Terra, A Questao da Mulher no MST, Brasil, 1996, pp1
[6] Enildo Iglesias, Sobre la responsabilidad social corporativa de Nestle,
[7] Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio, http://www.wto.org/spanish/docs_s/legal_s/27-trips.pdf, define un marco legal internacional referente a la protección de la duración de patentes, a la materia patentable, así como a los mecanismos de sanción, incluso sanciones de comercio.
[8] Idem 10
[9] Irene León, De Mujeres, vida y semillas, in Sementes, patrimonio dos povos, Vía Campesina Brasil, 2005
[11] Fast facts: The face of poverity, Millenium Project, United Nations, 2001
[12] Francisco Javier Toro Sánchez, Giuliaserena Gagliardini,
[13] Idem ii
[14] Idem ii
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