Alianza País y la política como simulacro

03/07/2006
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Uno de los aspectos que más llaman la atención en el liberalismo, más allá incluso de su apelación al individualismo como centro de toda regulación social, es la distancia que pone entre el verbo y la carne, entre las palabras y las cosas, entre el texto y el contexto. El mismo Habermas, criticaba esa distancia, y, apelando a las teorías de la acción de la sociología funcionalista de Parsons, habría de llamar “acción estratégica” a esa palabra que quiere disimular sus significados en sus significantes, que busca la forma utilitaria de conseguir sus propósitos independientemente de sus pretensiones éticas. Es desde esa dimensión estratégica que hay que comprender aquel requisito de presentar “planes de gobierno” para todas las candidaturas que compiten en el sistema político ecuatoriano. Requisito formal y factual al mismo tiempo, pero que es de enorme significación porque, de una manera u otra, permite comprender la matriz epistemológica y de poder en la que están insertos y a la que se corresponde la práctica política de los candidatos. He revisado los planes de gobierno de aquellos candidatos y partidos políticos que se dicen de “izquierda”, y que constan en sus respectivas páginas de Internet, es decir, son documentos públicos y de libre acceso, esperando encontrar, si no respuestas para momentos tan dramáticos como el presente, al menos indicios de que la izquierda ecuatoriana escapaba de esa acción estratégica y proponía una “acción comunicativa”, es decir, una comunidad de palabra en la que la intención corresponde a aquello que efectivamente se dice. Vana ilusión, la izquierda ecuatoriana tiene aún un largo camino por recorrer para encontrar el sentido ético a sus luchas emancipatorias. He iniciado con la lectura del Plan de Gobierno del Movimiento Alianza País, denominado: “Un primer gran paso para la transformación radical del Ecuador”, con un subtítulo que es una aliteración de la consigna del Foro Social Mundial: “Por que (sic) otro país es posible”, y que propone la candidatura del Econ. Rafael Correa, ex ministro de Economía durante la breve primavera forajida. Como es de conocimiento público, la candidatura de Alianza País ha estado transida por la posibilidad de crear una convergencia de las fuerzas de izquierda alrededor de su propio candidato presidencial, y de todas las fuerzas sociales y de izquierda, la más importante, sin duda, es aquella representada por el movimiento indígena ecuatoriano, y su brazo político el movimiento Pachakutik. Por ello, me extraña que en todo el documento de Alianza País no se mencione ni una sola vez al movimiento indígena, tampoco se menciona, ni siquiera para nombrarlo, menos aún para problematizarlo, el núcleo central de las propuestas y movilizaciones indígenas desde la década de los noventa, el Estado Plurinacional. La figura (en el sentido de gestalt), de los indios no existe en el Plan de Gobierno de Alianza País. Es una invisibilización ontológica pero también política, porque, por ejemplo, se menciona de pasada las jornadas de movilización que condujeron a la caducidad del contrato con la petrolera Oxy y la suspensión de la firma del TLC con EEUU, pero no se menciona el rol jugado por el movimiento indígena en estos procesos. Esta invisibilización de lo indio pasa por su anulación política porque Alianza País quiere convertirse en momento político fundacional: “Las elecciones de este año 2006 constituyen un primer escalón en este camino ...” (pag. 7), “... para que octubre de 2006 sea una nueva fecha histórica, de nacimiento de una nueva Patria para derrumbar las viejas estructuras, como paso previo a la construcción de una sociedad diferente” (ibid). Esta pretensión de querer convertirse en momento fundacional se entiende porque Alianza País no tiene pasado histórico, y no tienen pasado porque no representan a ningún proceso social, porque ha sido estructurado como una respuesta breve al tiempo electoral, fuera de lo electoral, Alianza País, no existe. Al no tener ningún pasado que la respalde, anulan la historia y proyectan el presente desde su propia constitución y estatus político. La historia empieza con ellos. Antes de ellos había un limbo. Solamente después de ellos, la historia empieza a ser y a existir. Por ello, la anulación a lo indio, no solo es política sino también es ontológica (y con la anulación de lo indio, también se anulan las luchas obreras de los años setenta y ochenta). De ahí que, en la única vez que se los menciona, aparecen como “organización social”, al lado de otras “organizaciones sociales” como las mujeres, los sindicatos, los emigrantes, los jóvenes, los artistas, los deportistas, los académicos, etc. (la taxonomía es literal!). Este proceso de invisibilización no habría de extrañar en una sociedad tan racista como la ecuatoriana, y que ha hecho, como lo ha demostrado Andrés Guerrero, de la raza un dispositivo del poder. La perla de este desconocimiento de lo indígena tiene una pieza de antología que es un verdadero oximoron, cuando Alianza País expresa lo siguiente: “Continuar el fortalecimiento de la educación intercultural más allá de visiones etnocentristas” (pag 37). Pero sorprende sobremanera todo esto cuando proviene de un movimiento político que busca, precisamente, una alianza electoral con el movimiento indígena. Con una intuición atávica, el movimiento indígena dijo que no a esa alianza. Dudo mucho que los dirigentes indígenas hayan tenido la oportunidad de estudiar in extenso la propuesta de Alianza País, pero creo que sus intuiciones con respecto a esta organización política tenían razones fundadas para la desconfianza. Otro aspecto que resalta del Plan de Gobierno de Alianza País, es su excesivo barroquismo cubierto de un ethos cristiano casi fundamentalista, pero no por la apelación al humanismo cristiano sino a su lado más débil, aquel de la conmiseración. Ese ethos hace aparecer a Alianza País y a su candidato como la expresión de una verdadera parusía. No sé si haya sido intencional esa construcción de la política como parusía, pero el efecto que produce al leer el texto es real: el país cambiará radicalmente una vez que su candidato sea electo presidente. Es tan evidente ese recurso que conmueve su ingenuidad en la reiteración de que el Ecuador será un país diferente cuando gane el candidato de Alianza País. Justamente por ello es parusía, porque el rol del candidato es mesiánico y porque nos convierte a todos en objeto de su mesianismo, seremos producto de su lucidez y de su conmiseración. De ahí la proliferación de la expresión “cambio radical” que aparece en todo el texto. Pero esa parusía está construida desde un uso barroco del lenguaje y de las intenciones. Esa construcción barroca del texto se explica, en realidad, por razones de marketing político. Sabemos desde Bolívar Echeverría la importancia del barroco, es decir, de lo excesivo y lo reiterativo, en nuestras sociedades. Si a ese exceso y profusión se añade la parusía electoral, el resultado es un documento hecho a la medida de los oportunismos electorales; un ejemplo del vasto repertorio barroco que, al respecto, ofrece Alianza País: “Soñamos con ese desarrollo equitativo que respete las especificidades de nuestra sociedad diversa. Soñamos en un país de manos limpias, con comportamientos públicos y privados apegados a la ética, con transparencia de información y rendición de cuentas. En un país cuya sociedad plasme el mensaje del Libertador Simón Bolívar, que “sin igualdad perecen todas las libertades, todos los derechos” (pag 9), o también: “Soñamos en un país con una economía que genera riqueza, pero articulada a procesos redistributivos, incluyentes y solidarios, que a su vez alentarán un crecimiento más sostenible y sobre todo humano. Un país donde los procesos económicos confronten al modelo de acumulación de la riqueza en pocas manos, que garanticen un sistema económico sustentado en la equidad, la libertad y la solidaridad. Un país donde exista una verdadera apropiación de la riqueza por parte de los pueblos, garantizando el desarrollo equitativo de las regiones” (Ibid). Se dice todo y nada al mismo tiempo. Abundancia y generosidad en la expresión, donde los circunloquios evitan las definiciones precisas, donde las hipérboles ocultan el mínimo espesor de las ideas y disimulan la falta de compromisos. Pongo, al efecto, dos ejemplos de los muchos existentes, el primero tiene que ver con la política laboral: “Política salarial justa e incentivadora. Ello impone la reforma del marco jurídico que deteriora el trabajo. Para ello proponemos regular el descontrol y abuso de las tercerizadoras ...”(pag 23). Alianza País no dice que eliminará el régimen de tercerización laboral, que en la práctica reduce toda capacidad de negociación y de defensa del trabajo frente al capital, sino que “regulará el descontrol y el abuso” de la tercerización, algo en lo que, por lo demás, coinciden también los candidatos de la derecha política. El segundo ejemplo tiene que ver con la política petrolera: “Es necesario combinar el estricto cumplimiento de los contratos con la revisión de aquellos contratos que a todas luces no están sirviendo al interés nacional, como reza la Constitución. Entonces, no nos contentaremos con una simple repartición de las ganancias extraordinarias, sino que, coincidiendo incluso con el espíritu de cambio de las relaciones entre el estado y las empresas petroleras a nivel latinoamericano, creemos imprescindible replantearse la distribución de toda la renta petrolera teniendo como un punto de referencia los márgenes de participación de la empresa Texaco en los años setenta y ochenta” (pag 32), es decir, no habrá nacionalización del petróleo, sino una renegociación de los contratos petroleros existentes, algo que, además, ya lo hizo el gobierno transitorio de Alfredo Palacio. Esta falta de definiciones claves se disimula en la exhuberancia del texto, en su recurrencia barroca, en su apelación a frases contundentes pero vacías de contenido político. De esta manera, la apelación a esa construcción barroca permite un sutil juego de espejos en el que existe una aparente radicalidad en la expresión pero una posición más bien acomodaticia que no se compadece con la radicalidad del discurso. La proliferación de lo barroco y la utilización estratégica de la parusía electoral en el Plan de Gobierno de Alianza País está hecha, al decir de los publicistas, para un target determinado: los jóvenes y las mujeres. Mientras que los indios no aparecen en todo el documento, la mención a los jóvenes y a las mujeres es recurrente. El documento trata de convertirse en un elemento de convencimiento y de convergencia de la población joven y de las mujeres como posibles votantes del candidato de Alianza País. Pero es un recurso fácil porque nombrar a los jóvenes no es problematizar su situación, y presentarles un documento cargado de frases altisonantes no soluciona la falta de compromiso con los problemas fundamentales de la sociedad ecuatoriana. Hay otro elemento importante de resaltar y es su excesiva referencia a lo económico y su escaso análisis político. La parte fuerte del Plan de Gobierno de Alianza País son sus propuestas económicas, que comprenden un variopinto conjunto de temas desde el apoyo a las microfinanzas, hasta la moneda única andina, pasando por un plan de vivienda, el pago de la deuda externa en función del gasto social (León Roldós, un candidato que se ha derechizado profundamente, tiene al respecto una propuesta más radical), y las consabidas críticas al modelo neoliberal. Al no existir un análisis político coherente e integrador, las propuestas económicas se convierten en un despliegue generoso de buenas intenciones y de buenas intenciones está pavimentado el camino al infierno. Pero sabemos que el problema del Ecuador no es estrictamente económico, sino político, y no porque lo político tenga que ver solamente con la institucionalidad política en crisis desde hace dos décadas, sino porque lo político hace referencia a relaciones de poder, que en el caso ecuatoriano han configurado un Estado oligárquico y neoliberal. A pesar de ello, el análisis político es casi inexistente en el Plan de Gobierno de Alianza País. Y por ello genera dudas, no solo de la viabilidad de su propuesta sino del sentido político de país que es inherente a esta candidatura y que implicaría la existencia de un proyecto cuyas verdaderas intencionalidades llaman a sospecha. No sé si Alianza País gane las elecciones, pero en el supuesto de que eso pase, el Ecuador entraría nuevamente en uno de sus periodos críticos y con muchas probabilidades de que otra vez el candidato electo no termine su periodo, porque, de lo que demuestra su Plan de Gobierno, existe una incapacidad de comprender los problemas del país, la complejidad del poder existente, y el denso entramado que lo sustenta; por ello, se piensa que con un conjunto de buenas intenciones en el ámbito económico pueden cambiarse relaciones de poder oligárquicas y un estado construido a su medida. No creo que sea solamente ingenuidad, pienso que se trata en verdad de oportunismo, que utiliza la política como un simulacro para afanes de tipo más bien personal y que, a la larga, terminan haciendo el juego al poder y acotando las posibilidades de cambio real.
https://www.alainet.org/en/node/115839
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