Ser inmigrante ¿es un destino fatal e irreversible?

El derecho al arraigo

29/06/2006
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Aunque las migraciones hayan constituido históricamente un incesante fluir de seres humanos a través de las fronteras, desafiando escollos geográficos y políticos, en la consideración y el análisis de estos procesos siempre ha primado su caracterización como factores de movilidad socio-económicos que como dice Dirk Hoerder[1] son interpretados “como una pérdida de capital humano para las sociedades de origen y ganancia de mano de obra e intelecto para las sociedades receptoras”. Pero nunca o casi nunca el tema de las migraciones ha sido analizado desde el punto de vista del ser humano individual o de los grupos humanos impulsados a migrar, cuyo alejamiento forzoso del solar nativo, de los afectos cotidianos, de su cultura tradicional agrega un componente dramáticamente doloroso e inhumano que se suma al ya de por sí inquietante de emprender un camino hacia un destino desconocido e incierto.

Me estoy refiriendo específicamente a las migraciones espontáneas, no violentamente compulsivas como las que generaron el desplazamiento forzado hacia América de 15 millones de esclavos africanos entre los siglos XVI a XIX o las provocadas por las guerras de conquista, las persecuciones raciales o religiosas, etc. es decir al tipo de migraciones nacidas de la miseria, de la falta de fuentes de trabajo y sobre todo de perspectivas de desarrollo que empujan a individuos, familias y hasta comunidades enteras a buscar elementales medios de subsistencia lejos de su propia tierra.

Por otra parte y hasta no hace mucho tiempo resultaba hasta normal que aquellos sectores más deprimidos fueran los protagonistas mayoritarios de las migraciones pero actualmente son los profesionales los individuos mas preparados los que se han sumado a este fenómeno cada vez más agudizado de la inmigración.

Se diría, parafraseando a Atilio Borón[2] que la idea de una única respuesta posible a la inmigración “ es la pasiva sumisión con que hombres y mujeres aceptan resignados las catástrofes naturales”.

Estas crecientes olas migratorias tienen sin duda su origen en nuestro país en la falta, espontánea o inducida de políticas, que estimulen la permanencia de los habitantes en sus regiones de origen, ya sea mediante apoyos estatales a la producción agrícola, a su diversificación o a la generación de fuentes de empleo locales orientados a la industrialización de dicha producción y a su consiguiente inserción comercial en los circuitos de distribución internos y externos.

Sin embargo en Europa, y el caso de Francia es paradigmático, las políticas tendientes a que el campesino permaneciera en el área rural fueron totalmente contraproducentes debido a que se pretendió que el productor rural desarrollara sus actividades sobre el modelo industrial: intensificación, especialización de las explotaciones, racionalización, segmentación del trabajo y estandardización de los productos, transformando al sector agrícola en un formidable mercado para la incorporación de tecnologías mecánicas, mayor consumo de energía no renovable y de insumos como fertilizantes, pesticidas, alimentos para el ganado, productos veterinarios,etc. denigrando las viejas técnicas de rotación de cultivos, alimentos forrajeros, pasturas naturales, lo que también trastocó las tradicionales estructuras del sector. Pero “ a diferencia de la industria y del comercio, se creyó que esto se podía conciliar con el objetivo social y cultural de mantener la explotación familiar”[3] Esto no sucedió y contrariamente el crédito y las subvenciones francesas solo favorecieron al modelo de producción industrial lo que también derivó en la desaparición de las pequeñas explotaciones y en una mayor concentración de tierras reduciendo la cantidad de pequeños agricultores. De modo que tampoco aquí la política estuvo al servicio del campesinado sino de las empresas movilizadas por un cambio fundamental en la orientación de la producción que trata no ya de asegurar la soberanía alimentaria de los países sino de producir para exportar aún a riesgo de destruir los patrones sociales de base de la población rural.

OTRAS CAUSAS

Las corrientes intercontinentales desplazaron, desde mediados del siglo XIX hasta la Segunda Guerra mundial a más de 60 millones de europeos hacia América. La oleada hacia la Europa industrializada a comienzos de los 60 fue en el caso de España de dos millones y medio de españoles que se vieron forzados a cruzar los Pirineos en busca de un bienestar que no podían encontrar en su tierra. Este último proceso se ha visto progresivamente revertido, sobre todo en Grecia, España y Portugal desde que la Comunidad Europea comprendió que era preciso derivar recursos hacia los países europeos más pobres, conformando un Fondo de ayuda cuyo objeto fuese equilibrar las diferencias y obtener una mayor homogeneidad entre sus miembros en la convicción de que era necesario que, como dice Mario Bunge[4] “todos llegasen a estar en un pié de igualdad” ya que “la libertad ya sea de comercio o de cualquier otro tipo, solo es alcanzable y sostenible entre iguales”

En consecuencia entre las principales causas del fenómeno migratorio es preciso destacar la persistencia y en ocasiones la profundización del abismo entre las áreas desarrolladas del Norte y las del Sur en vías de desarrollo, generadora de cada vez mayores y más persistentes desigualdades.

Así es como la miseria, la falta de recursos económicos y sociales, las condiciones políticas y la falta de perspectivas de desarrollo y en casos muchos más graves, la violencia y la guerra, son siempre los motivos que fuerzan a individuos y familias enteras a buscar medios de subsistencia lejos de su propia tierra.

La novedad de las migraciones actuales” dice Gianfausto Rossoli[5] “consiste en su difusión en todo el mundo, en manifestarse de manera cada vez más mutable e imprevisible, sobre todo en las regiones pobres o conmovidas por la guerra en la creciente disparidad entre países ricos y pobres y también en el aumento del costo social de la inmigración” corroborando lo anteriormente expresado.

CONSECUENCIAS

Las olas migratorias crean dificultades para la acogida y la convivencia de los inmigrantes con los nativos en los países de destino. Generalmente son víctimas del desprecio, la intolerancia y la violencia, el recelo y el temor del país receptor de perder la propia identidad nacional, cultural y religiosa. Muchos pasan a integrar la economía sumergida olvidando su dignidad y sus derechos.

Crecen el racismo y la xenofobia. Las mayorías se sienten amenazadas pero las minorías reclaman vivir en esa sociedad en que también se sienten amenazadas y para lograrlo suelen tejer redes de reciprocidad que reemplazan a cualquier, existente o potencial, política de acogida. No otra cosa son los centros de residentes, que por país de origen, región y hasta ciudad o pueblo, proliferan en muchas aglomeraciones urbanas.

Cuando se hace necesario establecer controles y cupos para regular la cantidad de inmigrantes que se pueden recibir estos no debieran basarse exclusivamente en la defensa del propio bienestar de la comunidad receptora sin tener en cuenta las necesidades de quienes se ven dramáticamente obligados a pedir hospitalidad. Un principio de solidaridad, lamentablemente bastante menoscabado, debería regir esas decisiones

En estos últimos decenios la emigración ha sido consecuencia del aprovechamiento de los recursos materiales y de las materia primas de los países pobres por parte de los ricos. La condición de desarraigo y la resistencia con el que el ambiente de los países o de las regiones de acogida reacciona hacia los inmigrantes tienden a relegarlos de hecho a los márgenes de la sociedad.

La Iglesia, tradicionalmente sensible a esta problemática, sostiene que “se debe salir al encuentro de quienes proceden de otros países y culturas con actitud de comprensión y amor, compartiendo su situación con espíritu evangélico ofreciéndoles la esperanza cristiana o favoreciendo la posibilidad de practicar su propia fé a fin de que puedan orientar sus vidas desde la luz, el ejemplo y el amor de Jesucristo”[6]

NUEVAS MIGRACIONES

Gran cantidad de hijos y nietos de, principalmente españoles e italianos que construyeron su vida y las de sus descendientes en Latinoamérica, especialmente en Argentina y Venezuela, están emigrando al país de origen de sus antepasados o a otros países que les ofrecen perspectivas de trabajo y de progreso.

Hasta ahora, como dijimos anteriormente, parecía normal “que todos los favorecidos en las escalas sociales y económicas de países deprimidos orienten sus pasos hacia naciones que les ofrecen expectativas de una vida mejor, pero nos resulta altamente preocupante que sectores jóvenes y bien preparados de una sociedad enfrenten las inmensas barreras que se anteponen a sus expectativas de familia y trabajo. Cientos de miles han emigrado al Estado de Florida, 5000 a Australia y 20000 los que se han establecido en Canadá”[7]

Según recientes declaraciones del presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi Europa necesita un millón y medio de inmigrantes, pero sobre todo especialistas en tecnologías informáticas, declaraciones que oficiales o no vienen incentivando el éxodo de profesionales. Esto se contradice sin embargo con una propuesta de Gran Bretaña de cerrar "la fortaleza europea" y coordinar una política común de inmigración entre los 15 aliados del continente, con el objeto de cerrar aún más el ingreso de inmigrantes a la comunidad. Lo que sin duda añade un nuevo margen de inseguridad para quienes buscan en su inserción en las economías de la Comunidad la solución a la falta de perspectivas laborales en sus países de origen.

Sus argumentos pasan por considerar que los aspirantes a refugiados políticos son en su mayoría inmigrantes económicos disfrazados, sosteniendo que se debe combatir el incremento de la criminalidad organizada basada en el tráfico, de varias veces nefastas consecuencias, del tráfico humano. Y aunque este último objetivo no puede dejar de ser una urgente necesidad también está disfrazando las intenciones del viejo imperio y poniendo el acento en las consecuencias y no en las verdaderas causas del problema, del cual por siglos ha sido principal generador.

Este deleznable tráfico humano al que alude Inglaterra se da también con similares características desde los Balcanes, Irán, China, Rusia y otros países con graves problemas políticos y económicos. En España, Italia y Francia se reiteran sin que hasta ahora hayan podido solucionarse las migraciones clandestinas, principalmente del Norte de Africa a los que han ido agregándose recientemente aunque con menor carácter clandestino las de ecuatorianos, brasileños y argentinos.

Inglaterra es tal vez el país que, por presiones xenófobas y de la derecha conservadora, está rechazando con mayor dureza a la mayor parte de sus inmigrantes quienes, “son forzados a regresar a sus países arbitrariamente desde el mismo lugar, después de haberles revisado el dinero, las valijas, las libretas de direcciones y su pasaje de regreso buscando evidencias de búsqueda de trabajo en el reino y considerarlos "inmigrantes económicos".[8] En general, aunque en muchos casos las razones migratorias son de carácter político, en su mayoría son hombres y mujeres que huyen de la miseria.

En algunos casos son los mismos países expulsores de trabajadores lo que manipulan sus destinos. En Filipinas, durante las crisis asiáticas de 1997, que derivaron en caída de empleos y pérdidas de poder adquisitivo, los emigrados filipinos enfrentaron la posibilidad de no poder seguir trabajando en el área lo que condujo a su gobierno a través de la Administración Filipina de Empleos en el Exterior (POEA) a reformular su plan de trabajo admitiendo que estaban dispuestos a aceptar términos menos favorables para los contratos e inclusive a rever su idea de no derivarlos a países considerados peligrosos como Argelia. : “La gente no puede ser muy exigente en tiempos de crisis” agregaban teniendo en cuenta solo cuestiones económicas y un absoluto desprecio por otros valores”[9]

POLÍTICAS DE LOS PAISES RECEPTORES

Si bien “ la inserción en la esfera económica permite la seguridad básica, debe conformarse una esfera social para la cultura cotidiana espiritual y emocional, cognitiva y de la conducta”[10]

Sería injusto no reconocer que en muchos países se ha manifestado preocupación por la integración social de los inmigrantes, ya sea a partir de programas de los propios gobiernos o de organizaciones humanitarias dedicadas a paliar las dificultades que estos enfrentan en sus procesos de desarraigo y nuevo arraigo. En muchos casos gozan de la misma ciudadanía y derechos que la ciudadanía nacional y en general se refieren a dimensiones cualitativas y funcionales en relación con el territorio. Pero esto se refiere generalmente a las “viejas” minorías como las define Gianfausto Rossoli[11] pero las minorías “nuevas “ se caracterizan por el estatuto jurídico de extranjeros que conservan sus componentes, por su mayor movilidad geográfica, por una identidad étnico-cultural más confusa y además agravada por una fuerte visibilidad social”[12]

Muchos países, como Italia, tradicionalmente emisores de migrantes se han convertido últimamente en receptores, en parte de trabajadores no calificados pero en estos últimos años con preferencia por expertos, técnicos y profesionales impulsados por prolongadas recesiones en sus países de origen.

Uno de los problemas que con mayor frecuencia se manifiesta en las sociedades receptoras es la xenofobia, es decir la actitud de desconfianza, hostilidad o miedo frente al extranjero y particularmente al inmigrante y al que suele convertir en una especie de “chivo expiatorio” de todas las calamidades que pudieran manifestarse en el seno de la comunidad. Entre estas es común atribuir a su presencia la disminución de las oportunidades de trabajo derivadas de su condición de ilegales o de marginados dispuestos a aceptar condiciones laborales y de remuneración menores que los legalmente establecidos. Sin embargo más que una causa esto es un efecto de las faltas de control de los organismos responsables, un delictivo manejo de la parte contratante y fundamentalmente un infausto resultado de situaciones de necesidad y de angustia extremas.

La Pastoral Social de la Iglesia Católica, comenzando por el Concilio Vaticano II y la Encíclica “ Lumen Gentium” trata el problema y se ocupa reiteradamente por las necesidades de quiénes se ven dramáticamente obligados a pedir hospitalidad y son de hecho relegados a los márgenes de la sociedad que muchas veces solo los recibe a regañadientes.

Los sistemas migratorios, por llamarlos de alguna manera, han acusado en el último medio siglo un perceptible cambio de sentido. “ Países que fueron en el pasado lejano o más o menos reciente polos de atracción para los migrantes europeos se convirtieron progresivamente en centros emisores”[13] Esto resulta particularmente evidente en países limítrofes o próximos como Bolivia y Paraguay con relación a Argentina, Ecuador y Colombia con relación a Venezuela, fenómeno cuyo origen resulta de las asimetrías económicas regionales y que actualmente a pesar de tener una gran riqueza potencial en materia de extensión territorial, recursos naturales y humanos altamente calificados, acusan un creciente deterioro económico expulsor de sus ciudadanos más aptos. Este planteo se expresa en una “dimensión más general en el plano de los derechos humanos, no estrictamente políticos, sino aquellos que se refieren a la búsqueda de un modo de vida que sea coherente con la libertad básica de todo individuo socialmente integrado.” Es necesario “ no solo desarrollar políticas de integración, sino también imaginar políticas que tiendan a evitar el drenaje de los recursos humanos tan necesarios en nuestra América Latina”[14]

LOS SENTIMIENTOS

Esta fuerza centrífuga, impulsada por la ilusoria atracción de mejores niveles de vida, ha venido concentrando en las últimas décadas, ingentes masas de población en la periferia de los centros urbanos latinoamericanos. Hombres y mujeres procedentes de los más recónditos lugares de cada país y de los países vecinos se han desplazado en esperanzada peregrinación hacia las ciudades en las que las promisorias perspectivas terminan en dolorosas e irreversibles frustraciones.

Los migrantes han sido siempre, por lo tanto producto de duras e injustas condiciones de vida pero en las que también ocupaban un lugar, el medio natural que les vio nacer y al que estuvieron ligadas sus primeras vivencias, los lazos de amistad anudados durante la juventud, los afectos familiares, el ambiente en que se fue modelando su vida moral, intelectual, espiritual, sus raíces en definitiva, que como decía Simone Weil se nutren de la participación "real, activa y natural, en la existencia de una colectividad que conserva vivos ciertos tesoros del pasado y ciertos presentimientos del futuro"[15]

Ya que como dice la sicóloga Silvia Falcoff: existen características “comunes en las reacciones emocionales de los sujetos que emigran” porque “todas las personas que emigran sufren la pérdida de los objetos familiares, de las referencias afectivas habituales, del lenguaje propio, del código conocido”[16] agregando que los emigrantes “intentarán por todos los medios reproducir lo más posible las característica de su lugar de origen, se rodearán exclusivamente de personas de su nacionalidad, tratarán de mantener una dieta alimentaria lo más parecida a lo que comía en su lugar de origen”[17] (...) “ la sensación de desarraigo es tan grande que no pueden, despegar de los lazos afectivos”[18] de su país o de su región de nacimiento.

El siguiente párrafo transcripto de un trabajo de recopilación de vivencias y manifestaciones de inmigrantes de diferente procedencia así lo atestigua:

En Bolivia es más arraigado el regionalismo. La diferencia es que cuando salimos afuera, el fuerte influyente del cambio es la melancolía , la nostalgia que sentimos por las cosas nuestras, entonces, cuando sales afuera, cualquier paisano ya sea camba, colla o cochala se lo ve con aprecio. Hay esa desesperación de contacto con los hermanos de tu pais. Casi no te importa mucho que sea camba o que sea colla, lo saludas y listo, estás feliz. Te encontraste con un paisano, no importa de dónde sea, pero es un paisano que te empieza a contar como está tu país, que te empieza a traer la última música que han lanzado tus artistas, que te empieza a comentar como están los amigos de por allá, quiénes se casaron, quiénes nacieron, quienes murieron y todo eso (Arturo)[19]

Esta necesidad de mantenerse vinculado a los orígenes se manifiesta igualmente si analizamos la cantidad de publicaciones que en Buenos Aires responden a este fin. En la Federación Argentina de colectividades (FAC) existen 62 colectividades registradas, de las cuales un 20% tienen publicaciónes propias. Algunas como la bolivianas representan a los más de 2 millones de inmigrantes de esa procedencia.

Los paraguayos una publicación mensual que según su director “ apunta a todo lo que interesa, afecta y conmueve a la comunidad paraguaya residente en la Argentina”

Los croatas y los eslovenos, los coreanos, los árabes, los lituanos también las tienen, sin omitir las más antiguas como el “Buenos Aires Herald” y el “Argentinisches Tageblatt, nacidos en 1876 y 1889 respectivamente

Estas publicaciones no solo se ocupan de las noticias que involucran a su nación de origen sino que también reflejan las inquietudes de esas comunidades en nuestro país.

Estos órganos de prensa tienen por objeto “mantener las tradiciones, fomentar el contacto entre los inmigrantes de una misma colectividad y favorecer el intercambio con otras comunidades extranjeras” y el de “preservar los valores de las distintas culturas”[20]

Esta necesidad se ve agudizada por la circunstancia de tener que enfrentarse a un medio hostil, con remuneraciones mezquinas o mucho más recientemente con la angustia del desempleo, la búsqueda infructuosa del diario subsistir y el humillante desamparo que les ofrece una sociedad en la que han desaparecido los valores esenciales de la solidaridad, la amistad, el compadrazgo, todavía prevalentes en los medios campesinos o semirurales de que proceden.

Un cambio que les arrebata su dignidad original, la que les generaba el contacto cotidiano con la tierra, el cielo y sus propios coterráneos y solo les deja la angustiosa imposición de adaptarse a un sistema que los rechaza, los despoja y los sume en la incertidumbre, que se nutre de desesperanza y que transforma su diaria existencia en un calvario: sin vivienda, sin agua potable, sin desagües, con escasa o nula atención sanitaria, educativa, etc. sin el mínimo aliciente de vislumbrar un futuro mejor para sus hijos.

Y ¿a quién o a quiénes favorece este desarraigo que ha rodeado de extensos cinturones de miseria los principales centros urbanos de nuestra América Latina y de otras grandes ciudades del mundo eufemísticamente llamado en "vías de desarrollo" y que en realidad ha entrado en la vertiginosa espiral de un pareciera decadente e irreversible subdesarrollo?

La pregunta es más que obvia y su respuesta no ofrece dudas. Los caminos del neoliberalismo están contribuyendo a alimentar este derrotero y los hombres y mujeres excluidos del sistema, en su mayoría forzados inmigrantes han debido abandonar sus costumbres, sus antiguos valores para insertarse en una maquinaria que genera riquezas para unos pocos y deja solo migajas para la mayoría.

Quienes sufren el amargo síndrome del desarraigo han perdido así uno de los derechos humanos fundamentales: el derecho a nacer, crecer, vivir, multiplicarse y envejecer en el propio terruño, valorando el legado de sus antepasados, prestándole continuidad y contribuyendo a enriquecer la herencia cultural que constituye el fruto del quehacer colectivo.

Estos problemas se ven agravados por la feminización de la inmigración que como la pobreza afecta particularmente a las mujeres y por extensión a la vida familiar, que ve escindida su cohesión debido a que en muchas de las sociedades receptoras les es más fácil encontrar trabajo especialmente como empleadas domésticas, razón por la cual abandonan el núcleo familiar en la intención de poder generar algún recurso para el resto de sus integrantes.

En la Argentina políticas erróneas y falta de planificación económica llevan ya más de medio siglo despoblando el campo y alentando el éxodo sin buscar otro paliativo que el pretender que la Comunidad Europea y EEUU abandonen sus políticas de subsidios a la producción agraria mientras que Joao Pedro Stédile[21], líder del Movimiento Sin Tierra del Brasil: opina que “Todos los gobiernos de los países desarrollados adoptan políticas de subsidio directo a los agricultores”...”El objetivo principal es mantenerlos en la actividad y evitar el éxodo rural” (...) “ el subsidio total en esos países en 1999 fue de 360 mil millones de dólares. Dividido por el numero de familias de agricultores de aquellos países, la media anual recibida por familia fue de 11.000 dólares”

Por primera vez, no hace mucho tiempo, un lúcido dirigente agropecuario del interior del país Luis Bernetti alertaba: "todo el mundo subsidia al productor agrícola para que se quede en el campo. Acá es al revés y cada vez es mayor el éxodo de productores"... "Tenemos que terminar con los tabúes. Nos hicieron creer que no se puede hablar de subsidios, pero el agro subsidió al Estado durante 100 años" es hora de que las cosas cambien, especialmente para los pequeños productores rurales y para la mano de obra campesina que no deja de emigrar.

Un lector del diario Clarin, Mariano Winograd con similar criterio expresaba su desconcierto ante la posición argentina en contra de la multifuncionalidad del empleo agrario, consignado su oposición y preguntándose "¿Acaso proponemos como ejemplo la catástrofe que hemos provocado en nuestro país, despoblando el campo y promoviendo el desequilibrio demográfico? ¿ Alguién podría querer que Roma, Paris, Budapest o Viena se parezcan a Buenos Aires rodeadas de ranchos que reemplacen al cinturón verde? para agregar finalmente que "la incomprensión de la multifuncionalidad por parte de los argentinos terminó en el Fondo del Conurbano bonaerense". Un fondo creado para paliar mínimamente las carencias de un conglomerado humano que se hacina en Villas Miseria en el Area Metropolitana de Buenos Aires, cuya población de alrededor de 12 millones de habitantes, conforma más de la tercera parte de la población total del país.

De esa población, según datos oficiales, el 28,9% es pobre (del total el 9,5% está en la Capital y 35% en el conurbano) es decir 3.466.000 personas, de las cuales 921.000 son indigentes y no pueden acceder a un mínimo alimentario. Solo en un año, el 2000, 300.000 habitantes de Capital y del Gran Buenos Aires se agregaron al contingente de nuevos pobres.[22]

Se comprueba igualmente que El 13% de la población que vive en la Capital Federal nació en otro país. En el Gran Buenos Aires los extranjeros representan el 16% de la población, (INDEC, Encuesta de Hogares del 2000) sin que existan cifras específicas sobre el origen provincial del resto de los inmigrantes. Otra de las fuentes inmigratorias hacia no solo el Gran Buenos Aires sino a los más importantes centros urbanos del país ha sido el abandono de sus explotaciones por los pequeños productores quienes durante la última década por la apertura económica, la desregulación y la depresión de los precios agrícolas se han visto reducidos en un 25%, es decir al equivalente a 100.000 chacareros que debieron abandonar o vender a precio vil sus campos y orientarse hacia otras actividades. Nuevamente aquí resulta evidente que son las inadecuadas políticas económicas las que conducen a estas situaciones que exigen solución desde las causas y no a traves de paliativos que siempre irán a la zaga de las crecientes necesidades y angustias que generan.

Este corrobora que ese Fondo, que más que sensato, es político en la peor de las acepciones que se le puedan asignar a esta palabra, no es ni será nunca suficiente para proporcionar a sus destinatarios una calidad de vida medianamente digna y debió de haber servido para estimular emprendimientos en las regiones más deterioradas y expulsoras de población del interior del país y evitar al menos parcialmente el incesante éxodo de miles de seres humanos expulsados hoy en día, ya no solo de su lugar de origen sino, lo que es más grave aún, de las estructuras sociales a las que intentaron incorporarse.

Esa búsqueda de equilibrio planteado en algún momento por la Comunidad Europea debería ser la meta tanto en el orden nacional como en el más amplio escenario del MERCOSUR. Su objeto lograr que en el nivel interno puedan revertirse las tendencias migratorias locales y en el internacional que sus países miembros más pequeños y más vulnerables, Uruguay, Paraguay Bolivia puedan insertarse en un pié de aproximada igualdad entre sus pares regionales para solidariamente poder construir una sociedad más justa, más equitativa, más humana que favorezca la defensa del derecho de los hombres a mantener los vínculos con su tierra, con sus gentes, con sus tradiciones a ser ellos mismos en una auténtica reafirmación de su propia identidad cultural y espiritual.

Solo la instrumentación de políticas que generen trabajo y proporcionen servicios a todos los habitantes del país en su solar nativo, garantizarían el Derecho al Arraigo. Un derecho que debiera ser incluido en la Declaración de los Derechos Humanos. 


[1][ Dirk Hoerder,ed. Labour Migrations in the Atlantic economies. The European and North American Working Clases During the Perios of Industrialisation. Westport.CT.1985

[2][ Atilio Borón, · Pensamiento único y resignación política: los límites de una falsa coartada, Tiempos violentos, CLACSO-EUDEBA, 1999

[3][ José Bové y François Dufour: Le monde n’est pas une marchandise, Editions La découverte,2000

[4][ Mario Bunge, Pro y contra, El Grano de Arena nº 74, Organo de difusión de ATTAC

[5][ Gianfausto Rosoli, Migraciones internacionales, nuevas sociedades étnica y sociedades multiculturales

[6][ Documento de los Obispos españoles

[7][ Migraciones inconvenientes, Rafael Díaz Casanova, Venezuela

[8][ Diario CLARÍN, El conflicto por los ilegales: la búsqueda de mano de obra, María Laura Avignolo,corresponsal en Londres

[9][ Miopía in a Time of Crisis, Asia Migrant, Vol. 11, nº 1, 1998

[10][ Dirk Hoerder, Op.cit.

[11][ Gianfausto Rosoli, Migraciones internacionales, nuevas sociedades étnica y sociedades multiculturales

[12][ Ibidem

[13][ Enrique Oteiza – Roberto Aruj, Migración, democracia y derechos huamnos

[14][ Ibidem

[15][ Simone Weil, Raíces del existir

[16][ Silvia Falcoff., El Desafío de las Migraciones, www.nakamachi.com/escandon/desafio.htm

[17][ Ibidem

[18][ Ibidem

[19][ Alejandro Grinson, Relatos de la Diferencia y la Igualdad, EUDEBA, 1999

[20][ CLARÍN revista, 1102.01

[21][ Joao Pedro Stédile, Política agrícola en Brasil ¿al servicio de quién? EL GRANO DE ARENA, órgano de difusión de ATTAC, nº 72

[22][ En un año el número de pobres aumento el 10%, Diario CLARÍN, 03/02/01

https://www.alainet.org/en/node/115832
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