Del terrorismo al "islamofascismo"
13/10/2005
- Opinión
Hacía tiempo que George W. Bush no pronunciaba el nombre de Osama Bin Laden. Hacía tiempo que el inquilino de la Casa Blanca eludía cualquier alusión a la cúpula de Al Qaeda, a esos enemigos invisibles y escurridizos que tantos quebraderos de cabeza provocan al mando de las tropas aliadas acantonadas en Iraq o Afganistán, a los servicios de inteligencia occidentales. Dicen las malas lenguas -en este caso concreto, se trata de los analistas políticos estadounidenses- que los asesores presidenciales tiemblan ante la posibilidad de que alguien, algún loco irresponsable, le eche en cara a Bush la ineficacia de los comandos especiales enviados hace ya más de dos años a Pakistán para capturar al "enemigo público número uno" de América. También dicen que el Presidente no debería hablar del Islam, pues sus intervenciones suelen provocar la hilaridad de los arabistas y la inevitable ira de los musulmanes. Con todo, George W. Bush rompió su silencio la semana pasada para condenar a los radicales islámicos o, mejor dicho, a "esta ideología clara y coherente que pretende esclavizar a las naciones e intimidar el mundo".
En un discurso pronunciado en 6 de octubre ante los miembros de la Fundación Nacional para la Democracia (National Endowment for Democracy), el Presidente afirmó rotundamente: "Algunos califican este mal de radicalismo islámico, yihadismo militante e incluso islamofascismo". Al parecer, el "islamofascismo" es igual de malo e incluso peor que el comunismo. Una doctrina que, siempre según Bush, cuenta con apoyos en algunos medios de comunicación árabes que incitan "al odio y al antisemitismo". Aparentemente, el autor del discurso del Presidente y de la famosa y gráfica expresión "el Eje del Mal" olvida que también los árabes son semitas. Pero poco importa; la intervención del pasado día 6 nada tiene que ver con un curso magistral. Lo que pretendía la Casa Blanca era acusar a los regímenes autoritarios de Oriente Medio -Irán y Siria- de querer dañar los intereses estadounidenses y de los países musulmanes moderados, tratando de achacar todos los males a Occidente, Norteamérica y los judíos.
Conviene recordar que el discurso de Bush se centraba en la necesidad de mantener las tropas americanas en Iraq, pese a las reticencias de la opinión pública americana, que denuncia la falta de previsión de Washington antes, durante y después de la ocupación del país asiático. Sin embargo, el "comandante en jefe" estima que la presencia militar aliada es indispensable para obstaculizar los planes de quienes pretenden establecer un imperio islámico (Califato) que se extienda desde España hasta Indonesia.
Hasta aquí la retórica de Bush. Una argumentación poco coherente, que recuerda las intervenciones pronunciadas inmediatamente después de 11-S o, tal vez, las "ordenes divinas" recibidas por el inquilino de la Casa Blanca a la hora de invadir Afganistán o declarar la guerra al "déspota" Saddam Hussein. Para los politólogos allegados a la Administración republicana se trata, sin embargo, de una reorientación ideológica de la guerra global contra el terrorismo, ya que en esta ocasión el Presidente abandona el ambiguo y peligroso binomio "terrorismo - Islam" para insinuar, vaga y torpemente, que la civilización musulmana tiene también otra faz, muy distinta y distante del universo de los yihadistas. Un descubrimiento éste que no deja de sorprendernos. En efecto, hace ya más de una década que los musulmanes moderados de la cuenca Sur del Mediterráneo inventaron la expresión "radicalismo islámico". Con ello, pretendían distanciarse o, mejor dicho, establecer la separación muy clara entre la cultura islámica y la violencia de los Bin Laden de turno.
- Adrián Mac Liman, escritor y periodista, es miembro del Grupo de Estudios Mediterráneos de la Universidad de La Sorbona (París).
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) - ONG Solidarios - www.solidarios.org.es
https://www.alainet.org/en/node/113252?language=en
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