Entre Hiroshima e Irak, las sombras del horror

02/08/2005
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Estos días recuerda la humanidad ese punto de inflexión que fue la II Guerra Mundial y el inicio de la era nuclear, al ser arrojadas sobre el pueblo japonés dos bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, provocando miles de muertos y heridos y las consecuencias que han quedado hasta el día de hoy. El tiempo marca distancias y olvidos, muchos de ellos intencionados. La memoria y el pensamiento se resisten al olvido y une la trama de la vida e historia de los pueblos. Ausencias y presencias dolorosas aún recorren los espacios y el tiempo de las guerras pasadas y presentes, de esa violencia que desgarra la vida de millones de seres humanos. Como bien lo define el cantante León Giecco: "Es un monstruo grande y pisa fuerte, toda la pobre inocencia de la gente… Sólo le pido a Dios, que la guerra no nos sea indiferente…". El poder, las ambiciones, la locura de los poderosos no tienen límites, ni memoria. Continúan aferrados y dominados por el "monstruo que pisa fuerte". El tiempo fue dejando huellas en las conciencias de los pueblos que no olvidan y resisten a las dominaciones La lucha es desigual y profunda en los caminos de la historia. Es como lo señalara Oscar Wilde: "todos estamos en el mismo pozo, pero algunos miramos las estrellas". Es la necesidad de hacer memoria y resistir. No claudicar con la esperanza, a pesar de ver el recorrido de la humanidad desde Hiroshima a Irak, marcadas por las sombras del horror. Ciudades tan distantes entre sí y semejantes en el dolor, donde escuché las voces del silencio que llegan con la brisa, y los fuertes vientos de la memoria. Recuerdo Hiroshima, y aún lo revivo, al recorrer y conversar con esas niñas de entonces, mujeres de hoy, marcadas por la vida y las arrugas del dolor, cuando sus inocentes ojos vieron desaparecer la ciudad y sus familias, la ternura y el amor. Sólo quedaba la desolación, que nunca las ha abandonado. Sin embargo esas niñas-ancianas, se han transformado en testigos, de ese minuto en que la humanidad con Hiroshima, dejaban de ser. Y el hongo de la muerte se esparcía en los tiempos de la historia y la vida de los pueblos. Ellas recorren y dejan en cada túmulo que guarda los restos de los que ya no están, de aquellos tragados por la bomba atómica y la exclamación del piloto del Enola Gay: " ¡Dios mío. Qué hemos hecho!", un vaso con agua para los espíritus de las víctimas que permanecen y ambulan reclamando un poco de agua para calmar la sed del horror. Ahí está, la sombra grabada en la piedra, que permanece como testigo y observa en el devenir de los tiempos, el paso de las nuevas generaciones. Observa a esas mujeres niñas-ancianas desde su silencio y les dice: "Tú puedas envejecer. Yo no". Puede ver florecer los cerezos, pero no puede disfrutar de su aroma. Dice :"Estoy amarrado a la piedra para toda la eternidad… ¿Recuerdas ese momento?.....Estaba sentado aquí y de todo mi ser sólo ha quedado mi sombra; lo que soy y seré en el tiempo de la memoria... Gracias pequeña, por el agua". El tiempo y las distancias se unen en los caminos del horror y la esperanza, en la resistencia y lucha de los pueblos; en sus contradicciones y conflictos. En la locura de los gobernantes y los intereses políticos, económicos y militares que llevan a la humanidad, una vez más a tensar la cuerda y los límites de lo posible. Nuevamente el monstruo grande que pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente. Las guerras, y las sombras del horror. Desde Hiroshima a Irak, gobernantes que buscan justificar sus horrores y errores y el desprecio a la vida humana y de todo ser viviente. Ahí, en Bagdad, ciudad milenaria y cuna de las civilizaciones, hoy devastada y destruida, invadida por tropas de ocupación, después de cruzar el desierto y asomarnos a los ríos Tigres y Eufrates, nos encontramos con una mujer musulmana, Ayamira, que con gran coraje vive, o vivía en su carromato, frente al refugio de niños bombardeado por las fuerzas de ocupación de EE.UU. y Gran Bretaña donde murieron 600 niños, víctimas de dos "bombas inteligentes" que entraron por el tubo de ventilación. En ese refugio destruido están las sombras de dos mujeres, una con su bebé en brazos y la otra de perfil observando la inocencia truncada, esa inocencia que ya no recibirá la ternura y amor de su madre. Las sombras de Hiroshima e Irak se han reunido en el tiempo, sin distancia, en la memoria de los pueblos, en el clamor de la humanidad para denunciar en un grito silencioso los horrores de la guerra. ¿Hasta cuando seguirán en el pozo, sin saber mirar las estrellas? Entre Hiroshima e Irak, sólo hay caminos de violencia y muerte Nagasaki, Afganistán, Guantánamo, Rwanda, el Congo, Burundi, América Latina, el Tibet... el hambre y la pobreza, la explotación de mujeres y niños. "Sólo le pido a Dios, que la guerra no me sea indiferente, es un monstruo grande y pisa fuerte..." La resistencia de los pueblos también esta ahí, generando siempre la esperanza, porque otro mundo es posible. Buenos Aires, 3 de agosto de 2005.
https://www.alainet.org/en/node/112771
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