Otra fresca mañana
Medios y conflictos en la sociedad
04/08/2005
- Opinión
La fresca mañana de Buenos Aires permite sentir, junto a la brisa, la energía de algún tango con pocas notas y bastante brillo. Los colectivos pueblan como manada las avenidas, los pibes llevan las manitos escondidas en los puños de los guardapolvos; los porteros sacan las tierras de ayer mientras pispean las medialunas calientes que convocan desde las panaderías. Varias personas apuran el paso; los canillitas, en tanto, trajinan las esquinas sin gritar, mostrando las tapas de los diarios.
Podría ser un lindo país la Argentina. Pero lo que tiene que pasar, pasa. Como en una conspiración para rasgar la belleza emergente, de todas las radios brotan aromas pestilentes. Castigan los ánimos y golpean las esperanzas. Mil aguafiestas vocean, escupen a coro: "Los activistas del hospital han tomado como rehenes a los pacientes", "No se realizan transplantes a los niños por culpa del conflicto", "Estos reclamos por salarios generan inflación y desconfianza entre los inversores", "¿Porqué no se escucha el pedido de la gente que quiere trabajar? ¿Gobiernan los piqueteros, los sindicalistas?", "Llama la atención la politización del conflicto", "Nadie garantiza el derecho de los usuarios".
Y realizan una serie de consideraciones que incluyen las perspectivas desestabilizadoras, "encuestas" entre las capas medias que anhelan despegarse de los manifestantes, evaluaciones de tipo macroeconómico sobre la necesidad de escuchar la voz de los empresarios que padecen las medidas, y un clásico del periodismo argentino: "No hay que desequilibrar el gasto público".
Algunos oyentes filtrados por las producciones, conspiradores también, les dicen que sí, pero que se quedan cortos. En lugar de arremeter contra los que les niegan financiamiento, aplastan su nivel de vida y perjudican su capacidad de compra, condenan a los trabajadores en lucha. Sucede que esa manga de locos pretende ¡aumentos de sueldos! ¡quieren ganar más que yo! ¿de dónde pretenden que salga el dinero?
Claro: los escasos periodistas decentes que logran salir al aire, los pocos sindicalistas que consiguen un micrófono para comunicarse con sus afiliados, los cada vez menos dirigentes piqueteros que captan la atención de los medios, no pueden centrar el problema. Alegan la justicia de sus reclamos, informan sobre el avance de la miseria, dan cuenta de situaciones injustas. Pero no se los escucha, son apremiados, no logran disponer del tiempo necesario para señalar que quienes generan inflación son los creadores de precios, que tras una década de congelamiento un verdadero aumento salarial no vendría mal, que la posibilidad de industrializar el país sólo pasa por el despliegue del mercado interno, que las luchas son protagonizadas por los trabajadores y que los militantes gremiales también lo son y, en suma, que todo es un gran error intencionado: porque el gasto público argentino es uno de los más bajos del mundo y esa continuidad sólo genera recesión.
Todo suena disonante. El eje del debate nacional está trazado sobre líneas falsas. El pueblo argentino no le teme a los esfuerzos; el bajón profundo se origina en la inutilidad de esa carga, en la innecesariedad del ajuste perpetuo, en la estupidez de la argumentación. El gran problema argentino, planteado por el FMI y las grandes empresas y admitido parcialmente por autoridades nacionales y provinciales, ha vuelto a ser un ítem mal definido, equívocamente desagregado y jamás adecuadamente mensurado. Una gleba de mentirosos lanza epítetos por radio, televisión y prensa gráfica, disfrazados de comentarios y pretende instalar la condena a las demandas sociales como preocupación popular.
La Nación argentina ha sido privada de sus recursos genuinos mediante la enajenación de sus principales fuentes de ingresos: las empresas públicas. Y de la combinación de acciones desnacionalizadoras y desindustrializadoras.
El "déficit fiscal" fue lanzado en marzo de 1976 como epicentro discursivo. Se concretó numéricamente en la década menemista. Las privatizaciones, también resultado del endeudamiento artificial, condensaron y simplificaron la economía argentina.
En ese marco, los medios de comunicación quedaron en pocas manos. Sus lineamientos editoriales se asientan casi exclusivamente en los intereses de los vencedores en el proceso de concentración, y su aplicación a rajatabla descree de las más elementales normas del periodismo. No ya alternativo, popular o como se lo quiera llamar. Del periodismo.
Entonces, en lugar de denunciar el brutal saqueo que implicó el corralito y su derivación, la "compensación bancaria", en lugar de informar sobre el continuo drenaje de divisas al exterior por parte de las privatizadas, lejos de admitir el nivel de ganancias récord de la última década como contraste de la caída continua de ingresos populares y por lo tanto, de situar allí los problemas económicos nacionales, aquellos propagandistas gimen, claman, lloran por el "caos" que originan las más que razonables exigencias. Se escandalizan por la falta de "disciplina fiscal" del gobierno y las provincias, pero jamás añaden que los subsidios a firmas privadas improductivas y desnacionalizadoras constituyen el elemento central de todo gasto.
En la base del "análisis" se encuentra la teoría del "recalentamiento" de la economía. Algo que, como todos saben, es "muy negativo". ¿Qué es el "recalentamiento"? Aquello que el ex ministro Domingo Cavallo combatió durante sus varias gestiones. La existencia de un mercado interno. Desde el momento en que existe demanda sobre un producto --dicen estos "técnicos"-- el producto tiende a aumentar. Por lo tanto, lo mejor es que exista un mercado interno limitado, que pocos pueda comprar bastante, que muchos queden fuera y que la economía nacional se concentre sobre bancos, servicios y exportadores, quienes nos permiten dejar de lado la diabólica tentación consumista, ya que no producen bienes de producción y consumo destinados al mercado local.
Imagine, lector, una propuesta de esta naturaleza lanzada por los medios en el seno de las poderosas economías europeas. Por ejemplo.
Sin embargo, la bananez de las estrellas periodísticas argentinas es lo suficientemente profunda como para presentar semejantes hipótesis cual verdades excluyentes. Y el acorralamiento ideológico de los sectores populares, lo suficientemente férreo como para que muy pocos se animen seria, franca y públicamente a esta discusión. Pocos quieren quedar como los que generan inflación, desestabilizan o piden aumentar los costos de la política. Es que, además, una parte de la dirigencia argentina que se proclama popular es timorata, temerosa, cobardona: se la pasa dando explicaciones a la oligarquía por haber comprado un paquete de yerba "selección especial" en lugar de encarnar las necesidades de un pueblo, plantear las verdades básicas y exigir la devolución de las fuentes genuinas de financiamiento nacional.
La fresca mañana de Buenos Aires permite observar, además, a los pibitos que andan buscando un rayo de sol para quitarse la helada que caló sus cuerpitos en la noche impiadosa. A los cartoneros. A las familias mendicantes. A los desocupados haciendo cola, ya no para ser rechazados en un improbable empleo sino para obtener un seguro social de 150 mangos (sobre una canasta familiar de 1.500 pesos). Esa es la mañana que han contribuido a gestar -también-- las corporaciones mediáticas que controlan el espacio comunicacional argentino; y suyas son las voces que abruman con zonceras desmentidas hace mucho tiempo por la realidad tangible.
- Gabriel Fernández es Director Periodístico Revista Question Latinoamérica. Director La Señal Medios. Revista Question Latinoamérica No. 9, mayo 2005
https://www.alainet.org/en/node/112655
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