Transgénicos: Víctimas y pruebas
06/04/2004
- Opinión
Si usted fuera a una tienda y viera un anuncio de galletas que dice
"no hay pruebas de que sean malas para la salud", ¿las compraría? Yo
no. Y creo que nadie más.
Sin embargo, este es el argumento que utilizan las multinacionales
productoras de transgénicos y los científicos que los defienden, para
decir que quienes se oponen a esos productos no son racionales. Y los
gobiernos de varios países latinoamericanos compran esas "galletas"
(sepa usted a qué precio y con qué dinero) y para justificarse hacen
leyes que paradójicamente llaman de "bioseguridad", en teoría para
regular los transgénicos, pero que la única seguridad que protegen es
la de la inversión de las multinacionales.
Por ejemplo, en Estados Unidos -el mayor productor de transgénicos en
el mundo- los estudios y evaluación para decidir si se permite un
cultivo transgénico los hace la propia empresa que los produce. Con
estas leyes en la práctica todos estaremos obligados -o al menos
expuestos- a comer esos productos que nadie puede afirmar que sean
sanos, sino solamente que no hay pruebas de que sean malos. Como las
empresas no están precisamente buscando esas pruebas, somos las
víctimas entonces las que tenemos que demostrar que hay problemas, en
lugar de que el puñado de inescrupulosas multinacionales que producen
transgénicos y los políticos que las protegen tengan que asumir su
responsabilidad por poner en circulación productos potencialmente
dañinos.
Hay poquísimos científicos estudiando los posibles impactos de los
transgénicos sobre la salud y el ambiente, y los que lo hacen, no
vinculados con la industria, son calumniados y atacados ferozmente
por una comunidad "científica" de biotecnólogos y afines, en su
mayoría financiados directa o indirectamente por las trasnacionales
biotecnológicas.
A contrapelo de esta realidad, científicos que trabajan en forma
independiente, como el doctor Terje Traavik, de Noruega, han
encontrado en 2004 resultados alarmantes: alergias en campesinos
debido al polen del maíz transgénico; recombinaciones de virus
contenidos en vacunas transgénicas, en células animales y humanas que
ocasionan híbridos de virus con efectos impredecibles, así como
actividad del gen de virus contenido en los promotores de los
transgénicos, sobre células animales, que puede activar o desactivar
otros genes dentro de los organismos, con efectos desconocidos.
La contaminación de los cultivos es inevitable una vez que los
transgénicos llegan al campo, ya que los cultivos se cruzan
abiertamente, emiten polen, entran en contacto con insectos, viento,
etc. Sin embargo, de nuevo son las víctimas las que tienen que probar
que hay contaminación y correr con los gastos y problemas que esto
implica.
Por ejemplo, para poder detectar si hay contaminación transgénica en
un cultivo dependemos de que las compañías que los producen entreguen
la información y los elementos que permiten saberlo. Las empresas son
renuentes a entregar esta información, pero cuando lo hacen, por
ejemplo a empresas que les compran caro los derechos de uso para
detección, es imposible garantizar que sea correcta, ya que la
construcción transgénica está mostrando ser inestable, y una vez en
circulación (más aún si se trata de contaminación y por varias
generaciones), puede haber cambiado, por lo que no es posible
reconocerla.
Un estudio reciente realizado por tres científicos de Inglaterra
(Ricarda Steinbrecher, Allison Wilson y Jonathan Latham. Genome
Scrambling, Myth or reality?, Econexus, UK, febrero de 2004) hace una
extensa revisión bibliográfica y da cuenta de que las alteraciones
imprevistas del genoma en los transgénicos son altamente frecuentes,
no sólo alterando la propia secuencia transgénica, sino también otros
genes de los organismos donde se insertan.
Se encontraron este tipo de alteraciones, por ejemplo, en los
cultivos transgénicos más difundidos en el mercado, como la soya
tolerante a glifosato Roundup Ready, de Monsanto, el maíz insecticida
Yieldgard Mon810 y Mon 863 de Monsanto, el maíz Liberty Link T25 de
Aventis (Bayer), y el maíz Bt176 de Novartis (Syngenta).
Esta inestabilidad dificulta o hasta puede hacer imposible su
detección por algunos métodos -que además son los únicos que los
científicos protransgénicos aceptan como válidos-, pero sobre todo
significa que no se sabe qué efectos pueden tener esos cambios en las
plantas contaminadas, ya que hay genes extraños y de la propia planta
que podrían estar alterados y producir, entre muchas otras
posibilidades, deformaciones, esterilidad, o activar elementos
alergénicos en la planta.
Es decir, los transgénicos no aportan nada -producen menos y usan más
químicos que los convencionales-, pero pueden estar dañando en forma
irreversible las plantas que, a decir de Aldo González, indígena
zapoteco de Oaxaca, "sí sabemos que son sanas: 10 mil años de prueba
lo demuestran".
* Silvia Ribeiro es investigadora del Grupo ETC
https://www.alainet.org/en/node/109724
Del mismo autor
- Guerra y alimentos 29/03/2022
- La disputa sobre quién nos alimenta 16/02/2022
- Científicos llaman a parar la geoingeniería solar 31/01/2022
- Vacunas transgénicas: experimento masivo 28/09/2021
- Cumbre de los dueños de la alimentación 07/07/2021
- Datos biométricos y capitalismo de vigilancia 14/05/2021
- COVAX: la trampa 29/04/2021
- Maíz, transgénicos y transnacionales 29/04/2021
- Prohibir cubrebocas con nanomateriales 12/04/2021
- El legado de la pandemia 16/02/2021