Partidos políticos y liderazgos

11/12/2003
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  • Opinión
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Cuando hay relevos en las direcciones partidistas se tiende a hacer grandes especulaciones a propósito de si el cambio de un líder significa necesariamente un cambio de la política del partido. Esto es una buena oportunidad para reflexionar acerca de la relación entre la estructura del partido político y los líderes. Un partido político debe ser por excelencia una organización con vocación de permanencia en el tiempo, es decir trasciende a los individuos, esto lo diferencia de una clientela que subsiste mientras lo haga el intermediario que le da vida a la misma; con una ideología o por lo menos con una mirada compartida acerca de la sociedad, el Estado y el futuro de los mismos y que aspira a poner en práctica una vez logra llegar al gobierno o a las instituciones de representación popular a través de sus representantes; con una legitimidad dada por sus afiliados, adherentes y votantes. En una democracia un partido político no puede ser sino una estructura que se rija internamente con reglas de funcionamiento democráticas. En los partidos democráticos modernos se dan corrientes o tendencias, que no significan divisiones, sino énfasis diferenciados con relación a cómo abordar los problemas políticos; en sociedades, como la uruguaya, están organizados en lo que allí denominan 'lemas' y tienen vida propia al interior del partido con sus dirigentes reconocidos. En casos, como el colombiano, esas tendencias o corrientes se han dado históricamente, pero se mimetizan y se identificaron alrededor de personalismos, o en el seguimiento a líderes o caudillos. En cuanto hace a los líderes, son de la mayor importancia en una organización, cualquiera que ella sea. Un líder es un dirigente, que además de contar con aceptación y representatividad interna en su organización -debe haber sido electo democráticamente-, tiene carisma -asociado a atributos que lo hacen tener capacidad de influir en los demás ya sea por su formación, su origen, su buen juicio, la oratoria, su facilidad para comunicar, su conocimiento, etc- y sobretodo refleja el querer y sentir de los miembros de su organización, que se ven representados y convocados en él. En el pasado el líder tendía a identificarse más con la idea del caudillo –no siempre con una práctica democrática, sino más bien con una relación vertical de lealtades incondicionales con sus seguidores-. El líder contemporáneo, por su parte, tiende a ser más bien un buen conciliador, un conductor y coordinador de equipos de trabajo y quien logra a través del diálogo democrático al interior de su organización, superar las diferencias y lograr posiciones que recojan la mayor diversidad de puntos de vista. Por supuesto, esto no significa que no tenga la capacidad de tomar decisiones cuando las circunstancias lo requieran. Por lo anterior, es muy importante que los partidos políticos cuenten con buenos líderes que lo conduzcan. Pero deja mucho que pensar cuando un partido político se termina identificando exclusivamente con un líder y dependiendo de él. Cuando esta situación se da, estamos ante una débil organización partidista y una fuerte presencia de rezagos caudillistas, propios de la premodernidad política. Sería deseable que en nuestro país se institucionalizara la costumbre de las tendencias políticas al interior de los partidos, con liderazgos públicos identificados y con el compromiso de aceptar las reglas del juego interno en la toma de decisiones. No con la tradición colombiana, que cuando a un dirigente político no le gustó una decisión de su partido, entonces opta por irse a fundar otro a su acomodo. Así podríamos contar con buenos líderes políticos visibles y con partidos sólidos pero no monolíticos, que permitieran configurar un pluripartidismo moderado, a través del cual se expresara la diversidad sociedad. * Alejo Vargas Velásquez. Profesor Universidad Nacional.
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