Guerra y Comercio en el Imperio
03/11/2003
- Opinión
A propósito del nombre del panel: Guerra y Comercio en el Imperio,
hubiera sido más exacto llamarle guerra y comercio en la época
imperialista actual, pero siempre, de alguna manera llama la
atención sobre la guerra y el comercio como factores entrelazados en
el sistema hegemónico de nuestros días.
Tratándose del imperialismo estadounidense podemos afirmar que este
comercia con la guerra y hace guerra con el comercio. Y esto no es
un simple juego de palabras, sino una realidad que surge de las
peculiaridades de la nueva hegemonía mundial y del gravísimo peligro
que esta Administración de Estados Unidos con su carga de
neoconservadurismo neoliberal y su apetito de dominio global,
significa para el mundo.
El belicismo norteamericano se alimenta por diferentes vías y no
solo es el resultado de una ideología de dominio global, sino que
también se afianza en la peculiar posición de Estados Unidos en la
economía mundial frente a los demás países y en las urgencias
internas para sacar la economía estadounidense de la crisis y ganar
la reelección en el 2004.
La guerra, sea la de Afganistán, la de Iraq, o cualquier otra que
esté en la "cartera de proyectos" del gobierno Bush, está precedida
por y sustentada en el gasto militar. Este gasto militar es el eje
central alrededor del cual se ordena el funcionamiento de la
hegemonía norteamericana porque es allí donde la superioridad de ese
país resulta clara e incluso abrumadora y porque además el gasto
militar está siendo usado con visión electoralista de corto plazo
como estímulo para salir de la recesión. El gasto militar está
actuando como recurso supremo para mantener disciplinadas a Europa y
Japón y para aplicar un "keynesianismo militar" que tienda una
superficial curita sobre una grave infección.
La nueva hegemonía tiene entre sus ingredientes, algunos que deseo
enfatizar: 1) una economía mundial en la que Estados Unidos actúa
como parásito o depredador que absorbe como una gran aspiradora los
capitales y el ahorro de todos; 2) una economía norteamericana que
después de dos años de seria recesión apenas empieza una vacilante y
parcial recuperación inducida por el gasto militar y; 3) un grupo
compacto de neoconservadores fundamentalistas colocados en el poder
en Estados Unidos y dotados de una visión de "derecho natural"
imperial que los ha autodesignado para cambiar gobiernos y atacar,
atacar a cualquiera y en cualquier "oscuro rincón del mundo". Estos
tres ingredientes conducen todos a la justificación de un altísimo
gasto militar mediante enemigos reales o inventados y a las guerras
como su desenlace lógico.
El primer ingrediente es la función parásita de la economía de
Estados Unidos, la que absorbe capitales y ahorros del mundo entero
como una gigantesca aspiradora que sustrae de Europa, de Japón, del
Tercer Mundo, del mundo todo, enormes recursos financieros que
podrían ser usados para el desarrollo propio y que van a financiar
el funcionamiento de un sistema absurdo, en el que Estados Unidos
con superioridad manifiesta solo en capacidad militar, cobra un
pesado tributo al mundo para sostener su consumo despilfarrador. A
cambio de ese tributo Estados Unidos asume las tareas de "defensa".
Es una versión del comercio de trueque en que Europa y Japón
entregan pasividad a Estados Unidos en trueque por "defensa".
El déficit comercial de Estados Unidos era de 35 mil millones de
dólares en 1992 y ha ido escalando hasta alcanzar 420 mil millones
el pasado año. Esto demuestra que, a pesar de su agresiva política
comercial, la competitividad norteamericana cede frente a sus
competidores incluso en el segmento de bienes de alta tecnología. La
"nueva economía" fue el sector que primero recibió el golpe de la
recesión y donde con más intensidad se manifestó la caída.
Estados Unidos enfrenta una reñida competencia de Europa y Japón en
el sector de alta tecnología, en tanto ceden frente a China, Corea
del Sur, Brasil y otros países en manufacturas de uso corriente y
frente a América Latina y otras áreas del Tercer Mundo en
agricultura.
El déficit en la cuenta corriente de Estados Unidos superó los 500
mil millones de dólares en el 2002, en comparación con unos 50 mil
millones en 1992. Este déficit requiere el ingreso de 1 500
millones de dólares diarios procedentes del exterior y alcanzará en
este año entre el 5 y 6% del PIB.
Este país ha dejado de ser el gran inversionista en el exterior para
convertirse en el gran receptor de inversión extranjera. Recibe
casi el doble de lo que exporta. La inversión extranjera en Estados
Unidos, que era en 1995 el 8% de la inversión en el país, es ahora
el 30%.
La deuda externa de este país saltó de 268 mil millones de dólares
en los primeros años de los 90, hasta más de 2,5 millones de
millones (25% del PIB), casi el tamaño de las economías de Alemania
y Francia sumadas.
¡Qué perfecta colección de desequilibrios para merecer un plan de
ajuste del FMI, pero bien sabemos que Estados Unidos es el gran
administrador de los planes de ajuste para aplicarlos a otros!
Por otra parte, el mercado financiero estadounidense es la gran
atracción y refugio para el capital especulativo de todas las
procedencias, e incluso más de 700 mil millones de dólares de las
reservas de los Bancos Centrales de todo el mundo, se encuentran
colocadas en ese mercado financiero ofreciendo financiamiento barato
a largo plazo para los déficits del país más rico del mundo.
Este país más rico puede mantener su gasto militar y su consumismo
exacerbado absorbiendo recursos financieros que se restan de la
recuperación económica de Europa y Japón y de las necesidades
siempre insatisfechas de inversión de capital del Tercer Mundo.
Este pesado tributo que cobra Estados Unidos al mundo incluyendo por
supuesto a Europa y Japón, ¿por qué puede sostenerse?
Por la influencia perversa de lo que Samir Amin llama "el virus
liberal" que contamina las mentes y paraliza incluso a la izquierda
y por los servicios de "defensa" frente a un enemigo "terrorista"
difuso e irreal. No es más que un tributo cobrado sobre la base de
una superioridad militar obligada a sostenerse para intimidar. Esta
"locomotora" de la economía mundial tiene como motor las
transferencias financieras que a modo de tributo le arrebata a
aquellos que se supone sean arrastrados por ella en el crecimiento.
Como parte de la misma lógica, la guerra y la superioridad militar
se aplican para la recrudecida carrera por el control del petróleo,
el gas, el agua, la biodiversidad. ¿La guerra de Iraq no es acaso un
reforzamiento del control sobre los europeos y japoneses que
equivale a sentarse sobre las mangueras que abastecen de petróleo
desde el Medio Oriente el 80% del consumo europeo y el 76% del
consumo japonés? ¿No es acaso el ALCA un proyecto para apoderarse no
solo de los mercados, sino del petróleo, el gas, el agua, la
biodiversidad de América Latina y el Caribe basado no solo en la
superioridad económica, sino en una red de bases militares que tejen
una telaraña sobre la región?
El gasto militar encuentra otras justificaciones adicionales para la
lógica neoconservadora en la recesión que en los últimos años se ha
abatido simultáneamente sobre Estados Unidos, Europa y Japón, con
la mayor intensidad registrada en la posguerra.
Después de dos años de recesión en que se evaporaron más de 2,5
millones de millones de dólares por desplome de la Bolsa, en que la
"nueva economía" se deshizo como pompa de jabón, en que el desempleo
superó el 6% y se produjo una cadena de quiebras fraudulentas de
grandes y hasta entonces brillantes y respetables empresas, la
economía de Estados Unidos parece iniciar una vacilante y discutida
recuperación, sin que el desempleo disminuya y sin que la
recuperación misma aparezca clara en medio del manejo interesado y
tramposo de la estadística.
En este ambiente de economía en retroceso, alto desempleo y
elecciones presidenciales en el próximo año 2004, los halcones
norteamericanos han ensayado de nuevo el viejo procedimiento de
intentar frenar la caída de la economía creando demanda por vía del
gasto militar acrecentado.
No es mi propósito entrar ahora en el viejo y extenso debate entre
economistas acerca del efecto del gasto militar sobre la buena o
mala salud de una economía. A lo largo de muchos años de debates se
han acumulado fuertes argumentos para demostrar que a la larga, el
recurso de utilizar el gasto militar como estímulo produce daño,
estanca el crecimiento, genera inflación y déficit fiscal.
Pero, el largo plazo, la estrategia de largo alcance, no es el
fuerte de los neoconservadores. El largo plazo solo es invocado para
afirmar un ilimitado futuro de hegemonía norteamericana.
En el corto plazo, la urgencia de frenar la recesión de cara a la
elección presidencial, con un masivo gasto militar capaz de crear
una ilusión de recuperación, ha sido más fuerte que todo.
El presupuesto militar para el año 2003 es de 396 mil millones, a lo
que se suman 63 mil millones adicionales solicitados por Bush al
iniciar la guerra, para un total de unos 460 mil millones (4,1% del
PIB). Este gasto es superior en 100 mil millones al del año 2002 y
es el 50% del gasto militar mundial.
Este enorme gasto público --que debe continuar creciendo con
presupuestos anuales por encima de los 500 mil millones de dólares-
- se ha derramado sobre empresas privilegiadas ayudándolas a
sortear la recesión. General Electric vende actualmente más motores
de aviación al Pentágono que los destinados a uso civil. Al
suavizar la tendencia a la baja de las ganancias corporativas en
algunos sectores claves, el gasto militar ha evitado una caída
abrupta y profunda de los títulos de valor en la Bolsa e,
indirectamente, ha sostenido las compras de los norteamericanos.
Por supuesto, el precio a pagar por esta reanimación de corto plazo,
puede ser pavoroso. Un creciente déficit fiscal alimentado por el
gasto militar y la reducción de los impuestos, unido a la enorme
deuda externa e interna, puede ser a duras penas sostenible a partir
de la muy baja tasa de interés actual. Pero, ¿qué ocurrirá cuando
la necesidad de financiar el creciente déficit haga aumentar la tasa
de interés, ponga en evidencia lo insostenible del déficit comercial
y plantee el imperativo de devaluar el dólar con una cadena
subsiguiente de efectos turbulentos?
El recurso de usar el gasto militar para buscar una salida
superficial a la recesión contribuye a encubrir las causas más
profundas que dañan la economía norteamericana como son las
deficiencias del sistema de educación. La urgencia reeleccionista se
une a lo anterior para estimular la visión neoconservadora de
hegemonía y acelerar más el gasto militar que a su vez, exige
enemigos para justificarse y guerra para realizarse.
Los campeones de la guerra siguen manteniendo para el Tercer Mundo
su discurso neoliberal de equilibrio fiscal, mientras que en su país
actúan como fuertes keynesianos a los que no les importa el
desequilibrio porque saben que las reglas del desigual juego las
crean ellos para aplicarlas a los otros.
En cuanto a hacer guerra con el comercio, solo apuntaré algunos
elementos. El primero es que en la maltrecha balanza comercial
norteamericana hay un tipo de producto en que la ventaja comparativa
parece funcionar a la perfección y Estados Unidos obtiene excelentes
ingresos por exportaciones. Se trata de las armas.
Entre 1995 y 2002 ese país exportó 114,732 millones de dólares en
armas; muchas de ellas para abastecer rivalidades estériles entre
países del Tercer Mundo.
La inferioridad comercial no militar de Estados Unidos explica la
Ley de Comercio Exterior de ese país con su agresividad y su
intención de abrir por la fuerza los mercados que no puede alcanzar
por la acción del libre comercio del que se declara primer defensor.
¿Qué es la detallada lista de medidas antidumping, de barreras
técnicas al comercio, de subsidios abiertos y encubiertos, sino
armas para una guerra comercial que se anuncia cada vez con mayor
agresividad?
El actual gasto militar mundial que se aproxima a los 900 mil
millones de dólares anuales equivale a 17 años de lo que ahora
recibe el Tercer Mundo como ayuda oficial al desarrollo.
Naciones Unidas ha calculado que bastarían 80 mil millones de
dólares anuales durante una década para acabar con el hambre, la
pobreza, la falta de salud, de educación y de vivienda en el
planeta. Esa modesta suma anual contrasta con los 200 – 250 mil
millones de dólares que cada año el Tercer Mundo entrega como
servicio de su deuda externa. Es apenas la sexta parte del
presupuesto militar de Estados Unidos o el 8% de los gastos
mundiales en publicidad comercial o apenas la mitad de la fortuna de
las cuatro personas más ricas del planeta.
El gasto militar y la guerra que la Administración Bush hace es no
solo una amenaza mortal, sino que es un bochorno para los humanos.
Un bochorno que tenemos que frenar por razones de supervivencia, de
desarrollo por alcanzar y de ética.
* Osvaldo Martínez es Director del Centro de Investigaciones sobre
la Economía Mundial y Presidente de la Comisión Económica del
Parlamento Cubano. Ponencia presentada en la XXI Conferencia
General del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales- CLACSO- La
Habana, Cuba, 31 de agosto de 2003. http://www.cubadebate.cu/
https://www.alainet.org/en/node/108726
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