Mística y política

05/04/2003
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Predomina entre los cristianos la idea de que la mística no tiene nada que ver con la política; que serían como dos elementos químicos que se repelen. Basta observar cómo viven unos y otros: los místicos, encerrados en sus urnas contemplativas, ajenos al índice de la inflación, absortos en sus ejercicios ascéticos, indiferentes a las discusiones políticas que se organizan al margen de ellos. Los políticos, agotados por infinitas reuniones, corriendo contra el reloj de la historia, zambullidos en el torbellino de contratos, análisis y decisiones que llenan el tiempo y no dejan espacio siquiera para la convivencia familiar, ¡cuánto menos para la meditación y la oración! Es verdad que una cierta concepción de la mística es incompatible con cierto modo de hacer política. La vida religiosa está imbuida de ese concepto de que contemplativo es quien da la espalda al mundo para postrarse delante de Dios. Incluso, aunque no es cierto que en el Evangelio se encuentren las raíces de ese modo de dar testimonio del absoluto de Dios, sí lo es en antiguas religiones precristianas -como el mazdeísmo- y en las escuelas filosóficas griegas y romanas, que proclamaban la dualidad entre alma y cuerpo, natural y sobrenatural, sagrado y profano. El monaquismo, que nace en el siglo IV como afirmación de fidelidad evangélica ante el comienzo de la corrupción de la incipiente Iglesia constantiniana (léanse las cartas de san Jerónimo), no tuvo otra alternativa histórica que la de nutrirse de la ideología en voga: el platonismo. La idea de una naturaleza humana conflictivamente dividida entre carne y espíritu representó, para la espiritualidad cristiana, lo que la cosmología de Ptolomeo significó antes de las teorías científicas de Copérnico y Galileo: quien se dedica a las cosas del mundo, a la polis, se arriesga a la perdición. La santidad era concebida como negación de la materia, mortificación (muerte) de la carne, renuncia a la propia voluntad, deleite en el éxtasis espiritual. En esa óptica atomística de comprender la relación de la persona con la divinidad había una acentuada dosis de solipsismo: el cuidado por el perfeccionamiento espiritual del yo se superpone a la exigencia evangélica del amor a los demás. Del mismo modo que ni la discusión sobre el sexo de los ángeles deja de tener sus aspectos políticos, tal concepción pagana de la mística -que llevó por caminos desviados a la espiritualidad cristiana- sirvió de matriz a las utopías políticas de la República de Platón, de las dos ciudades de san Agustín, de las propuestas de Tomás Moro y de Campanella. En la Iglesia el equívoco llega a su cenit en la Edad Media, confinado entre las fronteras políticas del poder eclesiástico y en la idea de que el Reino de Dios se establecerá en este mundo. Es interesante constatar que los grandes místicos fueron simultáneamente personas embebidas en la efervescencia política de su época: Francisco de Asís cuestionó el naciente capitalismo (como bien lo muestra la magistral obra de Leonardo Boff, São Francisco, ternura e vigor); Tomás de Aquino defendió, en El gobierno de los príncipes, el derecho a la insurrección contra la tiranía; Catalina de Siena, analfabeta, interpeló al papado; Teresa de Ávila, "mujer inquieta, vaga, desobediente y contumaz" –como la calificó Don Felipe Sega, nuncio papal en España, en 1578- revolucionó, con san Juan de la Cruz, la espiritualidad cristiana. Es una lástima que hoy en día, cuando hay tantos místicos cercanos a la política, no haya una auténtica reciprocidad. * Frei Betto es autor, junto con Leonardo Boff, de " Mística y Espiritualidad", entre otros libros. Traducción de José Luis Burguet
https://www.alainet.org/en/node/107282?language=es
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