Otra geografía
03/04/2003
- Opinión
I. La torre de Babel: entre el maquillaje y el clóset
Siglo XXI. El nuevo siglo repite arriba la vocación de su antecesor:
las propuestas políticas se fundamentan en la dominación o la exclusión
del otro. ¿Qué hay de nuevo? Como antes, hoy se recurre a la guerra, a
la mentira, a la simulación, a la muerte. El poder repite la historia y
nos trata de convencer de que ahora sí va a hacer la plana con buena
letra.
El proyecto de mundo del neoliberalismo no es más que una reedición de
la torre de Babel. Según el relato del Génesis, empeñados en alcanzar
las alturas, los hombres consensan un proyecto descomunal: construir una
torre tan alta que alcance el cielo. El dios de los cristianos castiga
su soberbia con la diversidad. Hablando lenguas diferentes, los hombres
no pueden continuar con la edificación y se dispersan.
El neoliberalismo intenta la misma edificación, pero no para alcanzar un
cielo improbable, sino para librarse de una buena vez de la diversidad,
a la que considera una maldición, y para asegurar al poder el nunca de
dejar de serlo. El anhelo de eternidad surge en los inicios de la
historia escrita con quienes son poder.
Pero la torre de Babel neoliberal no se emprende sólo en el sentido de
conseguir la homogeneidad necesaria para su construcción. La igualdad
que destruye a la heterogeneidad es igualdad con un modelo. "Seamos
iguales a esto", nos dice la nueva religión del dinero. Los hombres no
se parecen a sí mismos, ni unos a otros, sino a un esquema que es
impuesto por quien es el que hegemoniza, el que manda, el que está
arriba de esa torre que es el mundo moderno. Abajo están todos los
diferentes. Y la única igualdad que hay en los pisos inferiores es la
de renunciar a ser diferentes u optar por serlo en forma vergonzante.
El nuevo dios del dinero repite la maldición primigenia pero a la
inversa: sea condenado el diferente, el otro. En el papel del infierno:
la cárcel y el cementerio. Al boom de las ganancias de las grandes
empresas trasnacionales, lo acompaña la proliferación de prisiones y
camposantos.
En la nueva torre de Babel la tarea común es la pleitesía al que manda.
Y quien manda lo hace sólo porque suple la falta de razón con exceso de
fuerza. El mandato es que todos los colores se maquillen y muestren el
deslucido color del dinero, o que vistan su policromía sólo en la
oscuridad de la vergüenza. El maquillaje o el clóset. Lo mismo para
homosexuales, lesbianas, migrantes, musulmanes, indígenas, gente "de
color", hombres, mujeres, jóvenes, ancianos, inadaptados y todos los
nombres que toman los otros en cualquier parte del mundo.
Este es el proyecto de la globalización: hacer del planeta una nueva
torre de Babel. En todos los sentidos. Homogénea en su forma de
pensar, en su cultura, en su patrón. Hegemonizada por quien tiene no la
razón sino la fuerza.
Si en la torre de Babel de la prehistoria la unanimidad era posible por
la palabra común (el mismo idioma), en la historia neoliberal el
consenso se obtiene con los argumentos de la fuerza, las amenazas, las
arbitrariedades, la guerra.
Puesto que vivir en el mundo es hacerlo en contigüidad con el diferente,
las opciones que tenemos son entre ser dominante o dominado. Para lo
primero el cupo está lleno y la membresía es hereditaria. En cambio,
para ser dominado siempre hay vacantes y el único requisito es renegar
de la diferencia o esconderla.
Pero hay diferentes que se niegan a dejar de serlo. Para quienes viven
en la torre y no están en la cúspide, existen formas de enfrentar a esos
"inadaptados": la condena o la indiferencia, el cinismo o la hipocresía.
En las leyes de la torre neoliberal la posibilidad de reconocer la
diferencia está penada. El único camino permitido es la sumisión de esa
diferencia.
En la época moderna el Estado nacional es un castillo de naipes frente
al viento neoliberal. Las clases políticas locales juegan a que son
soberanas en la decisión de la forma y altura de la construcción, pero
el poder económico hace tiempo que dejó de interesarse en ese juego y
deja que los políticos locales y sus seguidores se diviertan... con una
baraja que no les pertenece. Después de todo, la construcción que
interesa es la de la nueva torre de Babel, y mientras no falten materias
primas para su construcción (es decir, territorios destruidos y
repoblados con la muerte), los capataces y comisarios de las políticas
nacionales pueden continuar con el espectáculo (por cierto el más caro
del mundo y el de menor asistencia).
En la nueva torre, la arquitectura es la guerra al diferente, las
piedras son nuestros huesos y la argamasa es nuestra sangre. El gran
asesino se esconde detrás del gran arquitecto (que si no se autonombra
"Dios" es porque no quiere pecar de falsa modestia).
En el relato bíblico, el dios cristiano castiga la soberbia de los
hombres con la diversidad. En la historia moderna del poder, dios no es
más que el agente de relaciones públicas de la guerra (que sólo puede
llamarse moderna por el número de muertes y la cuota de destrucción que
cobra por minuto).
II.- La geografía de las palabras
Si la prehistoria terminó hace tres años o hace 20 siglos no parece
importar mucho. Allá arriba, quienes son el poder y el destino, se
empeñan en convencernos de que la historia se repite, a pesar de lo que
digan los calendarios. La aniquiliación del diferente es moda siempre
actualizada. Y, aunque en esencia, nada hay de diferente entre las
catapultas del Imperio romano y las "bombas inteligentes" de Bush, ahora
el avance tecnológico funciona como el nuevo capellán de las tropas de
ocupación (pinta de bondad lo que no deja de ser un crimen a distancia)
y el escenógrafo espectacular (los bombardeos por televisión se
convierten en un entretenimiento de piroctenia "fascinante" -CNN dixit-).
Sin importar si nos damos cuenta o no, el poder construye e impone una
nueva geografía de las palabras. Los nombres son los mismos, pero ha
cambiado lo nombrado.
Así, el error es doctrina política y el acierto es herejía. El
diferente es ahora el contrario, el otro es el enemigo. La democracia
es la unanimidad en la obediencia. La libertad es sólo la libertad para
elegir la forma de esconder nuestra diferencia. La paz es el
sometimiento pasivo. Y la guerra es ahora un método pedagógico para
enseñar geografía.
Donde faltan las razones, pululan los dogmas. El dogma primero respalda
a la causa, después la deforma y la convierte en destino. En el
largavistas del poder, el horizonte es siempre el mismo, inmutable y
eterno. El lente del poder es un espejo. Lo diferente será siempre
inesperado y a lo inesperado siempre se opondrá el miedo. Y el miedo
siempre se hará fuerte en el dogma para aplastar lo inesperado. En el
largavistas del poder, el mundo es plano, deslavado y sucio.
Si un estadista no puede ser recordado por su obra humanitaria, entonces
que sea recordado por su obra criminal. Y así, la historia del poder se
repite: los "próceres" de ayer hoy visten todas sus bajezas y rencores.
Los "iluminados de Dios" de hoy, serán los herejes de mañana.
Las palabras cambian y también las imágenes. Antes, en la geografía de
las estatuas, el dogma se hacía piedra para honrar a sus fanáticos. Hoy
es en las portadas de las revistas, periódicos y noticieros televisivos
y radiales, que el dogma guarda memoria de sí mismo en las hemerotecas,
y se asegura de servir de coartada para los continuadores de las
pesadillas fundamentalistas.
En la moderna teoría del Estado, los seres humanos nacen diferentes. Su
incorporación a la sociedad consiste en un proceso de educación que
sería la envidia del reformatorio más cruel. El esfuerzo de todo el
aparato de Estado se dirige a "igualar" a ese ser humano, es decir, a
homogeneizarlo bajo una hegemonía: la del que manda. El grado de éxito
social, entonces, se mide según se acerque o se aleje de un modelo. La
homogeneidad no es que todos seamos iguales, sino que todos tratemos de
ser iguales a ese modelo. Y el modelo es aquel que se construye por
quien es poder. La hegemonía no es sólo que uno mande, sino, además,
que todos nos esforcemos por obedecerlo.
Ahí está la homogeneidad, no todos tenemos las mismas riquezas (y ni
hablar de que unos pocos las tienen a costa de otros muchos) ni las
mismas oportunidades, pero sí tenemos el mismo amo y la misma voluntad
de obedecerlo (que es otra forma de decir "servirlo").
Cuando se nos hace el símil de la sociedad con la familia y se nos dice
que debe haber reglas para la convivencia, se "olvida" que el problema
son "esas" determinadas reglas. Ahí, las palabras cambian su geografía,
no dicen ya lo que dicen, sino lo que quieren ellos, los que son poder,
que digan.
En algún momento de la historia moderna la legalidad suple la
legitimidad y cuando la legalidad es rota por los de arriba es que las
leyes deben adecuarse. Cuando es rota por los de abajo, es que las
leyes deben aplicarse... para castigar su incumplimiento.
III.- La geografía del poder
En la geografía del poder uno no nace en una parte del mundo, sino con
posibilidades o no de dominar cualquier parte del planeta. Si antes el
argumento de superioridad era la pertenencia a la raza, ahora es la
geografía. Quienes habitan el norte no lo hacen en el norte geográfico,
sino en el norte social, es decir, están arriba. Quienes viven en el
sur, están abajo. La geografía se ha simplificado: hay un arriba y un
abajo. El lugar de arriba es angosto y caben unos cuantos. El de abajo
es tan amplio que abarca cualquier lugar del planeta y tiene lugar para
toda la humanidad.
En la moderna torre de Babel una sociedad se dice superior si conquista
a otras, no si tiene más adelantos científicos, culturales, artísticos,
mejores condiciones de vida, mejor convivencia.
En la época moderna, el poder lleva a cabo guerras múltiples de
conquista. Y no me refiero a "múltiples" en el sentido de "muchas",
sino en el sentido de "en muchas partes y de muchas formas". Así, las
guerras mundiales hoy son más mundiales que nunca. Pues si el vencedor
sigue siendo uno, los vencidos son muchos y en todas partes.
Con el argumento de las bombas se adjudican los espacios: quienes las
arrojan están en el norte, en el "arriba" de la torre: quienes las
reciben, están abajo, en el sur.
Pero no son las bombas las que modifican la geografía. Las bombas
cambian el reparto de la geografía, su dominio. Así, en ese espacio
limitado por puntos y rayas, ahora domina uno, mañana domina otro. Es
lo que se llama "geopolítica". En realidad los mapas geográficos no
señalan riquezas naturales, personas, culturas, historias, sino quién o
quiénes son los dueños de ellas.
Para el poderoso, la humanidad entera es un niño que puede ser dócil o
rebelde. Las bombas le recuerdan al infante humano la conveniencia de
ser uno y la inconveniencia de ser otro.
Hoy, los civiles en Irak, hombres, niños, mujeres y ancianos, de pronto
tienen algo en común con el próspero empresario norteamericano. Este
fabrica los misiles crucero, aquellos los reciben. Los ejércitos de
Estados Unidos y Gran Bretaña son sólo los amables carteros que unen dos
puntos tan lejanos geográficamente. Así que lo que debemos agradecer a
personas como Bush, Blair y Aznar es el que se hayan tomado la molestia
de haber nacido en nuestra época. Sin personas como ellos, sería
impensable la geografía moderna.
Pero esa guerra no es contra Irak, o no sólo contra Irak. Es contra
todo intento, presente o futuro, de desobedecer. Es una guerra contra
la rebeldía, es decir, contra la humanidad. Es una guerra mundial en
sus efectos y, sobre todo, en el NO que provocan.
IV. El destino de Polifemo
La guerra del eje tragicómico Bush-Blair-Aznar y sus tramoyistas en las
"democracias" occidentales, tuvo ya su primer fracaso. Intentó
convencernos de que Irak está en Medio Oriente, y no. Como lo dice
cualquier libro de geografía que se respete, Irak está en Europa, en la
Unión Americana, en Oceanía, en América Latina, en las montañas del
sureste mexicano, y en ese "No" mundial y rebelde que pinta un nuevo
mapa donde la dignidad y la vergüenza son casa y bandera.
Las movilizaciones en todo el planeta comprueban, entre otras cosas, que
esta es una guerra contra la humanidad.
Si alguien ha entendido bien que Irak está hoy en cualquier parte del
planeta son los jóvenes. Cuando otros miran un mapa y se consuelan
midiendo los miles de kilómetros que separan Bagdad de los lugares
propios, los jóvenes han comprendido que esas bombas (las explosivas y
las de desinformación) no sólo quieren destruir territorio iraquí, sino
el derecho a ser diferente.
Y cuando un joven pinta un "No" en un cartel, en un graffitti, en un
cuaderno, en una voz, no sólo está diciendo "No a la guerra en Irak",
también está diciendo "No a la nueva torre de Babel", "No a la
homegeneidad", "No a la hegemonía". Porque los jóvenes rebeldes usan el
"No" como pincel, y con él en la mano y en la mirada pintan y adivinan
otra geografía.
Como el cíclope de la literatura griega, Polifemo, el poder hace del
odio al diferente su único ojo. Es en verdad muy fuerte y parece
invencible. Pero, también como a Polifemo, al poder un fantasma llamado
"Nadie" le lanza el desafío.
Porque, cuando el poderoso se refiere a los otros, con desprecio los
llama "nadie". Y "nadie" es la mayoría de este planeta. Si el dinero
quiere reconstruir el mundo como una torre que satisfaga su soberbia, el
"nadie" que hace andar la rueda de la historia quiere también otro
mundo, pero uno redondo, que incluya a todas las diferencias con
dignidad, es decir, con respeto. No es al cielo al que aspira la
humanidad, sino a la tierra.
Y así "nadie" erosiona los cimientos de la nueva torre de Babel.
Porque la tierra es redonda para que ruede.
En el mundo que está por hacerse, a diferencia de éste y los anteriores,
cuya hechura se adjudica a dioses varios, cuando alguien pregunte
"¿quién hizo este mundo?", la respuesta será: "nadie".
Y para adivinar ese mundo y empezar a construirlo es necesario ver muy
lejos en la geografía del tiempo. Quien está arriba es de mira corta y
se equivoca cuando confunde a un espejo con un largavistas. Quien está
bajo, "nadie", ni siquiera se para en las puntas de los pies para
adivinar lo que sigue.
Porque el largavistas del rebelde ni siquiera sirve para ver unos pasos
adelante. No es más que un calidoscopio donde las figuras y los
colores, cómplices unas y otros con la luz, no son herramientas de
profeta, sino una intuición: el mundo, la historia, la vida, tendrán
formas y modos que no conocemos aún, pero deseamos. Con su
calidoscopio, el rebelde ve más lejos que el poderoso con su largavista
digital: ve el mañana.
Los rebeldes caminan la noche de la historia, sí, pero para llegar al
mañana. La sombras no los inhiben para hacer algo ahora y en el aquí de
su geografía.
Los rebeldes no tratan de enmendar la plana o rescribir la historia para
que cambien las palabras y la repartición de la geografía, simplemente
buscan un mapa nuevo donde haya espacio para todas las palabras.
Un mapa donde la diferencia entre las formas de decir "vida" no esté en
la boca de quien las dice, sino en la totalidad con las que se
pronuncian.
Porque la música no se compone de una sola nota, sino de muchas, y el
baile no es sólo un paso repetido hasta el hastío.
Así, la paz no será sino un concierto abierto de palabras y muchas
miradas en otra geografía...
Desde el Irak de las montañas del sureste mexicano, y viendo el cielo
ensombrecerse con los aviones y helicópteros militares de la Operación
Centinela.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, marzo de 2003. La Jornada (México), 3 de abril de 2003
México, marzo de 2003. La Jornada (México), 3 de abril de 2003
https://www.alainet.org/en/node/107252
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