De Tito Livio a George W. Bush

La guerra a marcha forzada

16/09/2002
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El capitalismo está en crisis. Es que ha eclosionado, como cuando estalla una pompa de jabón, la última de las etapas de acumulación, en esta caso sobre bases ficticias, que no estaba asentada en las viejas industrias pesadas ni, siquiera, en el tradicional camino imperial, de imponer precios a los productos industriales que coloca y, además, a las material primas que recibe. Las ganancias de la última década, de características volátiles, no fueron concretadas por el esfuerzo de aquellas enormes plantas de obreros sudorosos y ganancias siderales, sino en la construcción ficticia de la llamada "nueva economía". En la última década, detrás del optimismo de la "nueva economía", había una sobrecapitalización financiera artificial, desproporcionada, que terminó por estallar, pues en la base de esa nueva modalidad de acumulación, no había más que empresas de papel, llenas de expectativas de grandes ganancias, creadas en la mayoría de los casos precisamente porque hacia ellas se habían volcado los capitales financieros más volátiles. Es evidente que el vertiginoso crecimiento de los años noventa había tenido bases extraordinariamente frágiles y, esa "nueva economía", no era como se quiso hacer creer, el impulso que iba de la mano de una nueva era de prosperidad. Los problemas financieros, empiezan a manifestarse ya con toda su agudeza. En Estados Unidos han acudido a la protección judicial por quiebras empresas cuyo valor es de unos 260.000 millones de dólares, tres veces más del promedio correspondiente a la década de los noventa. En lo que llevamos de año las pérdidas en las bolsas norteamericanas equivalen al PIB de toda América Latina, lo que no sólo es una muestra de su magnitud, sino de la aberración del orden económico capitalista de nuestros días. Sin duda, que en este deterioro del sistema, se asientan también las nuevas modalidades que está mostrando EE.UU. que se expresa, especialmente en el último año, a través de su política exterior, que ahora se dirige con armas y bagajes a comenzar otra guerra contra un pueblo que sufre, al igual que el afgano, una dictadura atroz, lo que no es más que un justificativo para la agresión. Bush y EE.UU., invocando sus valores y formas de vida, quieren reducir a escombros a un país, sin importarle que con esa acción se esté conculcando el basamento que dice defender Bush y sus halcones. El gobierno de Irak y su presidente Saddam Husseim, que es un dictador implacable, crean condiciones favorables para otra aventura bélica del Pentágono, que pretenderá concretar otra batalla sin bajas propias, lanzando bombas y misiles contra un pueblo que deberá pagar con sangre y dolor las consecuencias de la profundización de una crisis, quizás la final, del capitalismo. Acción que se concreta también, en alguna medida, para recrear otra burbuja de reactivación que se producirá con el incremento de actividad en la industria bélica, a través de la cual el gobierno norteamericano hace que ingresen fondos a la economía ahora paralizada. De alguna manera en los meses posteriores al ataque a Afganistán, ese fenómeno fue evidente y a las fanfarrias del ataque y la victoria sobre los talibanes, se sumó a las que se escucharon por la reactivación económica. La masacre contra el pueblo afgano, uno de los más desvalidos del mundo, se justificó con el repudiable atentado terrorista del 11 de setiembre del año pasado y en la existencia de los talibanes al frente de un gobierno medieval, despótico e inaceptable para la visión occidental de los derechos humanos. Bush ahora quiere repetir la jugada. Atacando a Irak, con lo que, de alguna manera, "vengará" el fracaso de su padre que, pese ha concretar otra guerra desigual, la "tormenta del desierto", no pudo lograr la caída de Husseim y, además de intentar ahora, a través del florecimiento de la industria bélica, insertar dólares en una economía cuyos síntomas son más que preocupantes. Sin embargo el esquema guerrero no está completo. Husseim es distinto al taliban Omar y Iraq no es un país que, como los soldados afganos, responden con tiros de rifle el ataque de aviones de última generación. Parecería que la guerra que Bush se relame por iniciar, no será una tarea tan fácil, ya que los justificativos que se manejan para la agresión no están avalados por una acción terrorista, unificadora, como la del 11 de setiembre. Excepto el gobierno de Tony Blair, ideólogo de la "tercera vía", en razón de sus complicidades históricas con EE.UU., el resto de los países europeos reclaman mesura y ponderación y, a diferencia de lo ocurrido con Afganistán, no están dispuestos a otorgarle a Bush una carta blanca para emprender una acción bélica a gran escala. Tampoco Kofi Annam, secretario general de las Naciones Unidas, se mostró partidario de un ataque militar para destituir al gobierno iraquí. Sin embargo las presiones se hacen cada vez más intensas, especialmente cuando el ejército de EE.UU. ya se encuentra desplegado para la acción y, de alguna manera la industria de la guerra debe seguir justificando la inyección gigantesca de capitales en su actividad, mecanismo a través del cual EE.UU. podría revertir un panorama económico que está al borde de ser recesivo. En el campo de las relaciones exteriores - dice Ignacio Ramonet (1), de cuya opinión extractamos los siguientes párrafos - la hiperpotencia estadounidense rige la política internacional. Actualmente, en nombre de la guerra infinita contra el terrorismo internacional, tiene fuerzas especiales desplegadas no sólo en Afganistán y Pakistán, sino también en Filipinas, Yemen, Somalia, Georgia y Colombia. Interviene en todas las crisis de todos los continentes ya que es la única potencia que actúa sobre el tablero mundial: desde el Cercano Oriente hasta Kosovo, de Timor a Taiwan, del Congo a Angola, de Colombia a Cuba y Venezuela (en donde participó en el golpe de Estado del 11 de abril...). Además, Washington pesa decisivamente en el seno de las instancias multilaterales que determinan el curso de la globalización liberal: G-8, FMI, Banco Mundial, OCDE, OMC... La consecuencia principal de esta megasupremacía es que Washington considera que dispone de un poder sin límites. Y se permite declarar a su antojo 'enemigo de la humanidad' a cualquier dirigente, régimen o país. En nombre de esa superioridad ha decidido atacar a Irak, y convertir esta agresión ilegal en una 'causa noble' a la que todos los países del mundo tienen la obligación de asociarse. Si no quieren verse acusados de 'estar con los terroristas'... 'Vae victis!', avisaba Tito Livio. Pero la verdadera lección de este nuevo poder sin límites la ha expresado el senador demócrata Patrick Leahy: 'No podemos emprender una guerra en defensa de nuestros valores, y renunciar a ellos al mismo tiempo'. (*) Carlos Santiago es periodista, secretario de redacción de Bitácora (1) Director de "Le Monde Diplomatique"
https://www.alainet.org/en/node/106380
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