El ALCA en el nuevo contexto internacional.
Crisis económica mundial y anexión al imperio
15/11/2001
- Opinión
Estrategia de anexión y crisis
En su etapa inicial el proyecto ALCA aparecía como un producto de la euforia
imperial que atrapó a los Estados Unidos en los años 90. En esa época de
optimismo imperialista, que aparece ahora tan lejana, luego de la caída del
bloque soviético, Occidente fue atravesado por el convencimiento de que su
dominación planetaria quedaría establecida de manera durable. En América Latina
el neoliberalismo consiguió imponer su hegemonía ideológica legitimadora de un
proceso de desestructuración económica y social de enormes proporciones. En
casi todos los países de la región las burguesías nacionales se redujeron a
niveles ínfimos y buena parte de sus integrantes pudieron sobrevivir
incorporándose a las redes mafiosas, a los negocios especulativos y
gangsteriles, su reconversión en lumpenburguesías formó parte, fue la expresión
periférica de la marea financiera y parasitaria global. Frente a dicha
degradación regional aparecía la superpotencia norteamericana, cuya prosperidad
era presentada como infinita, de muy larga duración según los pronósticos de los
gurús mediáticos y los tecnócratas del FMI y del Banco Mundial.
El proyecto ALCA era presentado como una imposición imperial (¿quienes eran los
insensatos que se atrevían a oponerse al dictado del amo del mundo, a las
"tendencias imparables de la historia"?) y también como una invitación a
integrar el nuevo paraíso de la globalización capitalista (¿quienes eran los
tontos que resistían la "avalancha del progreso"?).
Sin embargo como sabemos la euforia occidental era pura espuma financiera, ahora
hemos ingresado en la recesión global, Estados Unidos ve peligrar sus sistemas
de control y explotación a escala mundial. En este nuevo contexto el proyecto
ALCA aparece como un mecanismo de dominación inscripto en una suerte de carrera-
contra-reloj, "defensivo" del Imperio que busca asegurar su retaguardia
estratégica latinoamericana, anexarla cuanto antes frente a las crecientes
turbulencias económicas y políticas que atraviesan la región, producto del
agotamiento de los modelos neoliberales, inscripto en un fenómeno mas general de
declinación del capitalismo latinoamericano, tal como la historia lo fue
modelando, de manera subdesarrollada, caótica.
Esto confiere una gran radicalidad, profundidad a la crisis regional, ante la
mirada inquieta del Imperio emergen fantasmas que creía aniquilados para
siempre, peligros de nacimientos y consolidaciones de gobiernos autónomos, de
irrupciones populares, de despliegues de rebeldía de las masas sumergidas que la
dinámica desestructuradora del capitalismo ha fabricado. En ese sentido el ALCA
y el Plan Colombia forman parte de una misma estrategia de control directo
económico, político y militar, mas allá, por encima de los restos decadentes de
la burguesías y burocracias locales. Ha cambiado la época, ya no se trata de la
extensión "natural" del imperialismo triunfante sino del manotazo de un Imperio
cuya periferia amenaza salir del sistema.
Fragilidad imperial
Los sucesos del 11 de septiembre de 2001 tienden a ser visualizados como el
disparador de la recesión mundial con centro en la declinación de la economía
norteamericana. El acontecimiento expresa sin duda de manera concentrada,
puntual, una amplia variedad de aspectos (políticos, institucionales, militares,
económicos, sociales y culturales) de un fenómeno mas amplio, complejo, único de
crisis.
Los mercados especulativos recibieron un golpe demoledor en la semana posterior
a los atentados al reabrirse la bolsa en Wall Street, las caídas en los precios
de las acciones provocaron una catastrófica desvalorización de las mismas
deprimiendo tanto a las inversiones como al consumo. Ese solo hecho alcanzaría
para afirmar que lo ocurrido ese día constituyó un revés decisivo para Estados
Unidos. Pero a ello debemos agregar un acontecimiento aun mas grave, los
atentados demostraron la extrema vulnerabilidad de la superpotencia y marcaron
el fin de su impunidad territorial. Durante el siglo XX participó en dos
guerras mundiales, arrojó dos bombas atómicas contra Japón, realizó una guerra
de exterminio en Vietnam (causándole mas de 3 millones de muertos) y numerosas
incursiones militares en todos los continentes sin que nunca su territorio haya
sufrido ni la menor consecuencia. Eso terminó el 11 de Septiembre. Ahora todos
sabemos que la sociedad mas rica del planeta dispone de numerosos y variados
puntos frágiles que pueden ser el blanco fácil de ataques enemigos incluso de
pequeños grupos decididos a golpear al Imperio cuyo sistema de armas,
extremadamente grande, caro y sofisticado no sirve para impedir esas agresiones.
No se trata de un contratiempo táctico producto de errores de cálculo sino de un
verdadero desastre civilizacional que pone al descubierto que al ganar Occidente
la "guerra fría" y proclamar su hegemonía planetaria total ingresaba en una
etapa de fragilización creciente, de impotencia estratégica que ahora lo sumerge
en una inestabilidad muy difícil de superar.
En primer lugar, su población está tomando conciencia que no habita mas en un
lugar protegido impermeable a las calamidades bélicas que atraviesan el planeta.
Ha sido demolido un mito esencial de la cultura norteamericana cuyas
consecuencias sociales serán sumamente negativas en términos de cohesión,
confianza en el sistema, previsibilidad de los proyectos individuales y
grupales. No existe más la retaguardia segura, el hogar común protector,
pacífico, cualitativamente diferente del resto del mundo cuyas tragedias podían
ser observadas desde un televisor y eliminadas de la vista con un solo click.
La sensación de desamparo y su impacto negativo sobre el conjunto de actividades
de la población, por ejemplo económicas, no podrá ser corregido bajando las
tasas de interés o estableciendo algunos incentivos fiscales.
Segundo, su despliegue tecnológico-militar vidriera legitimadora de la
gigantesca industria de guerra (pilar del capitalismo norteamericano) ha
demostrado su inutilidad ante las nuevas amenazas. Estas últimas ya no aparecen
más como grandes maquinarias bélicas ("inaccesibles" para la gente común) sino
como objetos simples en ciertos casos cotidianos (por ejemplo los aviones
civiles de pasajeros o las avionetas para uso deportivo u agrícola) y en otros
invisibles pero manipulables por pequeños círculos o individuos decididos (es el
caso del bioterrorismo y su manifestación actual, la difusión de Antrax). La
historia enseña que la reproducción imperialista es indisociable de su
superioridad militar aplastante, cuando la misma es puesta en duda o
abiertamente burlada, peligra la supervivencia del Imperio.
El gobierno de Bush respondió de manera inmediata, previsible y simple a través
de una demostración de fuerza y luego de un rápido y seguramente desprolijo
descarte de enemigos posibles eligió a la red de Bin Laden y a Afganistán.
Aparentemente eran objetivos fáciles que además le permitirían intervenir en
Asia central una región muy importante a largo plazo por sus recursos
energéticos y su proximidad con China, el gran rival del futuro. Pero al tomar
esa decisión, una suerte de "más de lo mismo", de "fuga hacia adelante",
combinación de brutalidad colonial-militar y maniobra geopolítica, no soluciona
ninguno de los problemas que la actual crisis plantea. No restaura su
invulnerabilidad territorial ni su prosperidad económica cuya desaparición marca
la nueva era que se ha iniciado.
Desaceleración, euforia, crisis
La economía global había sido prospera en el pasado reciente pero los signos de
su deterioro no comenzaron en Septiembre de 2001 ni en Julio de 1997 (en Asia
del Este) sino mucho antes a comienzos de los años 70 cuando se desplegó una
crisis general de sobreproducción que se expresó en turbulencias monetarias, de
precios de materias primas (shock petrolero), etc., instalando lo que se conoció
como "estanflación" (combinación de inflación y estancamiento productivo),
haciendo caer la producción y el empleo en los países desarrollados. A partir
de entonces la tasa de crecimiento del conjunto de las economías centrales, en
torno del actual Grupo de los 7, mostró una clara tendencia decreciente en el
largo plazo empujando hacia una orientación similar a la economía mundial.
Dicha desaceleración engendró excedentes financieros en permanente expansión
inubicables en el circuito de la economía real que inflaron deudas públicas en
el centro y en la periferia, multiplicaron e hipertrofiaron los negocios
especulativos y mafiosos hasta conformar desde mediados de los años 80 una
gigantesca marea incontrolable, alimento e instrumento de una red parasitaria
hegemónica.
La crisis de sobreproducción no fue superada sino frenada, provisoriamente
atenuada, la guerra tecnológica interempresaria y la concentración de riquezas
impulsaron la hipertrofia financiera y fueron exacerbadas por ella, la brecha
entre la oferta potencial y demanda solvente a escala global se fue acentuando
inexorablemente.
Los años 90 presentaron la extraña paradoja del "discurso único" neoliberal,
triunfalista, que insistía en afirmar la victoria definitiva del capitalismo en
el mismo momento en que se sucedían las crisis tanto en el centro como en la
periferia apuntando hacia desordenes cada vez más grandes y profundos.
La euforia ideológica de la burguesía parasitaria constituyó un todopoderoso
bloqueo a la racionalidad en primer lugar de las propias elites dominantes que
marcharon "exitosas", arrolladoras hacia la ruina integral de su sistema.
La década comenzó con el estallido de la burbuja financiera en Japón, engendrado
desde mediados de los años 80 cuando aparecían en esa economía claros signos de
pérdida de dinamismo, cuando su empuje exportador comenzaba a decaer. Como
ahora sabemos Japón, la segunda economía del mundo, nunca pudo absorber esa
crisis, quedo estancando hasta hoy en que se sumerge en la depresión.
Llegó después la crisis mexicana (fines de 1994), mas adelante la crisis de Asia
del Este (1997), Rusia (1998) y Brasil (1999). Todas ellas estuvieron
atravesadas por violentas turbulencias especulativas, irresistibles, que dejaban
en el camino a extendidas zonas subdesarrolladas sin capacidad de recuperación
duradera, seriamente desestructuradas. La degradación general de los países
pobres resultado de la concentración mundial de riquezas y de la depredación
productiva a que los mismos fueron sometidos, principalmente por medio de las
redes financieras, constituyó el capítulo periférico de la decadencia mundial
del capitalismo.
Pero los Estados Unidos y la Unión Europea parecían escapar a ese destino
macabro.
Estados Unidos pudo durante los años 90 (y aun después de la crisis asiática de
1997) mantener altos ritmos de crecimiento del PBI y bajos niveles de
desocupación gracias a una euforia consumista basada en la especulación
financiera que redujo a cero los ahorros personales y sobredimensionó las deudas
de la mayor parte de la población al mismo tiempo que el déficit comercial
crecía cada vez más.
La Unión Europea beneficiaria directa del pillaje del ex campo socialista del
este y de las exportaciones e inversiones hacia Norteamérica pudo gozar también
de esa efímera fiesta.
Pero la euforia euro-americana no podía durar mucho, sus fuentes periféricas se
agotaban y las pirámides especulativas tocaban techo, hacia fines de los años 90
el final aparecía próximo. En previsión de ese horizonte las autoridades
monetarias de las naciones ricas (por ejemplo la Reserva Federal de Estados
Unidos) comenzaban a hablar de un inevitable "aterrizaje suave", de una suerte
de etapa de descanso antes de la siguiente expansión. En realidad intentaban
tomar medidas tendientes a desinflar ordenadamente la bomba financiera antes de
que sea demasiado tarde y se produzca el derrumbe (por ejemplo subían en
cuentagotas las tasas de interés esperando así calmar el delirio bursátil).
El fin de la fiesta financiera
A lo largo del año 2000 aparecieron los primeros síntomas de enfriamiento que se
fueron confirmando y ampliando en los primeros meses del 2001. Los principales
índices bursátiles detuvieron su marcha ascendente, el Dow Jones se estancó y el
fabuloso Nasdaq empezó a declinar desinflándose así el mito de la "nueva
economía" basada en la revolución tecnológica supuestamente infinita del
capitalismo. También empezaron a declinar la producción y los beneficios
industriales y a aumentar la capacidad productiva ociosa de la industria
(síntoma claro del ritmo insuficiente de incremento del consumo como lo indicaba
la desaceleración de las ventas minoristas). La desocupación cuyo bajo nivel
constituía uno de los pilares decisivos de la propaganda neoliberal empezó a
subir desde fines del 2000.
Todo ello ocurrió mucho antes de los hechos del 11 de septiembre de 2001 que no
hicieron otra cosa que afirmar la tendencia declinante de la economía
norteamericana.
Hacia una recesión prolongada
Estados Unidos marcha ahora hacia la recesión que muy probablemente se instalará
para quedarse durante mucho tiempo.
La superpotencia no puede apoyarse en la Unión Europea y en Japón que declinan
igualmente ni en la periferia endeudada y desestructurada. Queda en pié China
que probablemente aprovechará la decadencia del capitalismo desarrollado para
afirmar poder.
El sobreendeudamiento de los consumidores norteamericanos y su inseguridad
marcada por los hechos del 11 de septiembre enfriarán todavía más la demanda.
La contracción de las importaciones de Estados Unidos está operando como un
megafactor recesivo global cuyo efecto multiplicador negativo será muy alto.
Si miramos hacia los años 90 podremos observar que la acumulación-corrupción
financiera y los desórdenes productivos en el centro y en la periferia (que se
acentuarán con la crisis) pesarán en el largo plazo, no constituyen desajustes
coyunturales sino componentes estructurales decisivas del capitalismo mundial.
Si ampliamos la observación hacia las tres ultimas décadas será posible percibir
que la desaceleración económica global siguió su marcha de manera inexorable
hasta acercarse a comienzos de este decenio al "crecimiento-cero".
Pero si extendemos nuestra evaluación al último siglo podremos constatar que
desde su nacimiento, la dominación del sistema financiero sobre el conjunto del
capitalismo descripto por Lenin y Bujarin como fenómeno parasitario, degenerado,
evolucionó atravesando catástrofes, depresiones y expansiones hasta llegar al
último cuarto del siglo XX en que frenó de manera durable el crecimiento
económico apuntando hacia el estancamiento. Todo ese proceso de decadencia de
la civilización burguesa ha estado signado por el encumbramiento del parasitismo
financiero que finalmente devino hegemónico, atrapando a la totalidad de la
economía de mercado, convirtiéndose en la cabeza de su cultura. En los
comienzos del siglo XXI capitalismo, parasitismo y decadencia son exactamente lo
mismo.
La civilización burguesa, occidental, con centro en Estados Unidos, imperialista
desde su origen, luego de un recorrido milenario desde las cruzadas hasta las
guerras de la OTAN contra Irak y Yugoslavia(1) probablemente ha llegado hoy como
otras civilizaciones en el pasado a su período de decadencia porque precisamente
el cáncer parasitario se ha apoderado completamente de ella.
La oportunidad de América Latina
En la segunda mitad de los años 70 (la época de los "petrodólares") se volcó
hacia América Latina un enorme flujo de préstamos originados en excedentes de
capitales que no podía ser invertidos en la economías industrializadas en
recesión, la deuda regional pasó de 80 mil millones de dólares en 1975 a cerca
de 370 mil millones en 1982 cuando estalló la crisis en México. El
estancamiento económico posterior no impidió que la tendencia continuara, según
el Banco Mundial en 1990 el endeudamiento llegaba a los 435 mil millones, aunque
el ritmo de aumento se había moderado el nivel alcanzado fue lo suficientemente
alto como para obligar a muchos países a rematar sus empresas públicas, capítulo
decisivo de la desnacionalización de sus economías que pasaron a ser controladas
por un círculo restringido de grupos financieros transnacionales. Pero tampoco
ese paso detuvo la carrera (en realidad le dio un nuevo impulso), a fines de
1998 la deuda latinoamericana llegaba a los 736 mil millones y a comienzos del
año 2000 superaba los 750 mil millones de dólares. Esa cifra colosal pasó a
constituir un bloqueo decisivo a las inversiones productivas, deprimiendo los
mercados internos, imponiendo un estancamiento prolongado que en ciertos casos
devino recesión e incluso depresión (por ejemplo en Argentina) porque una parte
sustancial y creciente de los ingresos de sus habitantes es destinada al pago de
los préstamos.
En los 70s el endeudamiento fue alentado por la posibilidad de utilizar fondos
internacionales disponibles para implementar grandes proyectos de desarrollo,
todo concluyó en un hiperendeudamiento que precipitó una liquidación masiva de
patrimonios públicos. La fantasía de los 90s fue la sobreabundancia de
capitales dispuestos a volcarse en las economías emergentes, inscripta en la
marcha triunfal de la globalización que los neoliberales describían como el
ingreso a una era de prosperidad universal indefinida. Pero las sociedades
latinoamericanas que venían de sufrir graves deterioros en los 80s se degradaron
aun más, sus mercados internos declinaron víctimas de la concentración de
ingresos y de la exclusión social, los programas de reformas liberales aplicados
en casi todos los países se apoyaron en privatizaciones y aperturas comerciales
que destruyeron los tejidos productivos y eternizaron los déficits fiscales
transformando a esas economías en sistemas de importación y endeudamiento.
Ahora en 2001 la recesión que se inicia en Estados Unidos deprimirá mas todavía
a la región ... en la medida en que siga atada a la trama financiera global y a
los intereses políticos, económicos y militares del amo imperial.
El proyecto ALCA, de concretarse significaría no la entrada libre y ascendente
de mercancías latinoamericanas en el mercado norteamericano deprimido, donde la
deflación avanza al ritmo del estancamiento y luego caída del consumo sino por
el contrario una nueva avalancha de productos provenientes de Estados Unidos que
arrasarán lo poco que todavía queda en pié de los tejidos productivos
regionales. La miseria latinoamericana contribuirá a paliar la crisis
imperialista.
Pero dicha crisis abre la posibilidad que los oprimidos aflojen o rompan sus
ataduras coloniales, el tema es eminentemente político. Suspender los pagos de
las deudas externas, renacionalizar empresas, redistribuir ingresos en favor de
los sectores empobrecidos, reconstruir barreras proteccionistas, desarrollar
procesos de integración regional son evidentemente decisiones económicas pero
las mismas presuponen la constitución de poderes políticos, de gobiernos, de
aparatos estatales capaces de implementarlas. A su vez esta capacidad solo
puede ser forjada sobre la base de la participación activa de las grandes
mayorías, de las bases sociales sumergidas.
(1) Y las tentativas actuales de Estados Unidos por instaurar una suerte de
terrorismo policial global.
https://www.alainet.org/en/node/105545?language=es
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