Washington y Obama en jaque
11/09/2013
- Opinión
Como una pifia histórica ayudó a desarmar el ataque a Siria. Qué el episodio revela sobre el poder internacional en el siglo 21
Un mirar superficial pudiera atribuir al secretario de estado de los EUA, John Kerry, el inoportuno gesto que tornó difíciles y arriesgados los planes de la Casa Blanca para una guerra contra Siria. En la mañana de este lunes (9/9), al hablar de repente en Londres, Kerry sugirió que el ataque anunciado por Obama pudiera ser cancelado, en caso que el presidente sirio, Bashar Assad, entregase “todas sus armas químicas, sin demora” y permitiese “la verificación completa” del acto por comunidad internacional. En el instante siguiente, intentó neutralizar el efecto de su propia frase, tal vez por percibir el riesgo que implicaba. “El [Assad] no lo hará, eso no puede ser hecho”, dice. Minutos después, la portavoz del Departamento de Estado corrió en su socorro, afirmando que él dijo apenas “una argumentación retórica”, sobre la “imposibilidad de Assad abrir la mano de las armas”. Pero, era tarde.
Muy rápido, el canciller de Rusia, Sergei Lavrov, que se opone a la guerra, aprovechó la brecha. Aseguró que su país recomendaría a Siria colocar los arsenales sobre supervisión de inspectores internacionales. El círculo se cerró cuando el propio canciller sirio, Walid al-Moulen, que estaba en Moscú acogió la propuesta y saludó “ la sabiduría del liderazgo ruso, que intenta prevenir una agresión norteamericana contra nuestro país”... En los instantes siguientes, y con la velocidad de internet, la idea recibiría el aval del secretario-general de la ONU, Ban Ki-Moon, del primer ministro británico, David Cameron, y de diversos parlamentarios en Washington. En la noche, un Obama refutando, fue obligado a ceder, parcialmente. En cinco entrevistas a la TV, que habían sido programadas para defender el ataque a Siria, él dijo desconfiar del compromiso sirio, pero se declaró dispuesto a ordenarlo. Otras dudas pudieran surgir, pero atacar Damasco, en las nuevas circunstancias, se había se tornado insustentable. La cuestión es: ¿todo habrá sido, asimismo, resultado de un rejuego de John Kerry?
Una serie de acontecimientos aconseja a decir que no. Desde mediados de la semana pasada, los planes de un ataque a Siria sufrían desgaste creciente. La aprobación, en el Congreso norteamericano, de la resolución de guerra propuesta por Obama se volvió, por lo menos, dudosa. En el plano internacional, se profundizó el desgaste del presidente de los EUA, de los gobernantes y de los medios dispuestos a seguirlo.
Por atrás de estas dificultades, hay tres hipótesis que merecen ser analizadas con atención. Diez años después de mentir intencionalmente al mundo sobre en Iraq, Washington no reúne, hoy, condiciones políticas para desafiar a la ONU – einiciar un conflicto cuyo real objetivo es la afirmación de su poder geopolítico. Permanece temerario, para gobiernos que se declaran democráticos, contrariar de modo frontal y abierto la opinión mayoritaria de las respectivas sociedades. No será aceptada, sin contestación, la idea de que los Estados tienen el derecho de actuar movidos por “informaciones” que dicen poseer – pero se niegan a compartirlas con los ciudadanos.
Todas estas hipótesis fueron reforzadas por hechos concretos, en los últimos días – incluso en el escenario interno de los Estados Unidos. Allá, una opinión pública cansada de guerras y manipulaciones, y un establishment político profundamente dividido, corroerán una estrategia esdrújula de la Casa Blanca. Consistía en afirmar que existen “pruebas conclusivas” sobre la responsabilidad del gobierno sirio por el ataque químico a un suburbio de Damasco, en 21/8; pero en evitar la presentación pública de tales comprobaciones – que serían sigilosas e, por tanto, exhibidas apenas en comités de senadores y diputados.
Ya, el sábado, un balance del New York Times revelaba que Obama enfrentaría una “batalla tensa y en contracorriente” para aprobar en el Congreso su pedido de autorización para la guerra. Había tres factores para eso. Una parcela importante del Partido Demócrata se oponía por convicción al conflicto – de la misma manera que el propio presidente condenó la guerra contra Iraq cuando senador, fuera de la Casa Blanca y, por tanto, menos sumiso a las presiones de la máquina de Estado. Otro sector, que incluía demócratas y republicanos, tendía a votar contra el Ejecutivo por presión directa de los electores.
Todos los sondeos de opinión pública realizados en las últimas dos semanas, desde que el presidente anunció la disposición de atacar a Siria, revelan que una sólida mayoría de ciudadanos se oponen a esta actitud. El diario estimaba que son especialmente sensibles a tal posicionamiento los parlamentarios que no tienen su reelección asegurada – y tendrán que enfrentar las urnas en poco más de un año. Esta previsión fue confirmada en 9/9, de modo enfático, por Justin Amash, diputado del estado de Michigan por el Partido Republicano. En los encuentros públicos, dice él, “percibo que no hay apenas desaprobación a la guerra, pero, perjudicial desaprobación – sea de electores demócratas o republicanos”...
La arrogancia de la Casa Blanca, que no se declaró obligada a ofrecer señales efectivas del supuesto envolvimiento de Assad en el ataque contra civiles, ayudó a cimentar el rechazo popular a la guerra. El domingo, un texto de la agencia Asociated Press, insospechada de favorecer al gobierno sirio, frisaba la laguna. “El público – decía el texto-- no vio una única pieza de evidencia concreta capaz de conectar el gobierno del presidente Assad a los ataques con armas químicas. Ninguna imagen de satélite, ninguna trascripción de las comunicaciones militares sirias: nada”.
La tercera razón para los recodos internos de Obama es el empeoramiento de las disputas entre las élites políticas norteamericanas y la consecuente dificultad de Washington para ejercer poder global. Al invocar la ayuda del Congreso para la guerra, en 31/8, el presidente imaginó que tendría amplio apoyo del Partido Republicano – conservador, implicado en los conflictos contra Iraq y Afganistán, nostálgico de los tiempos en que los EUA actuaban como potencia única. Una parte de los republicanos de hecho lo apoyó. Reivindicó, inclusive, que los ataques no se limitasen a “castigar” a Assad, pero consiguieran derrumbar o, al menos, debilitar su régimen. Pero, otro sector, todavía más primitivo, se radicalizó de modo irreconciliable contra el presidente, en los últimos años – a punto de considerarlo un “socialista” que no merece apoyo en ninguna circunstancia...
En arena internacional, Obama y sus aliados sufrieron un traspié similar. Confiado en el poder bélico incomparable de los Estados Unidos, el presidente actuó como George W. Bush en 2003 y se creyó con legitimidad para lanzar unilateralmente, y sin aval de la ONU, una guerra de pretexto “humanitario”. En un editorial de rara sinceridad publicado en 5/9, la revista Economist apoyó al presidente, pero exponiendo la verdadera razón que está atrás de su iniciativa. “Los argumentos para la intervención en Siria son más estrechos y menos utópicos que en Iraq. Primero, está el cálculo de los intereses norteamericanos. La arena internacional es, por naturaleza, anárquica. (…) Como policía del mundo, los EUA pueden definir las reglas de acuerdo con sus intereses y preferencias. Si se arrepienten, otras potencias avanzarán (…) China ya provoca a América; Vladimir Putin comenzó a confrontarla – y no solo sobre Siria. Y cuestionable es que Siria fuera de interés vital para los EUA, antes de este ataque; pero no después del desafío directo de Assad a la autoridad de Obama”.
En pocos días, quedaría claro que Washington mantiene supremacía militar global, pero, se arriesga a perder, de forma acelerada, algo más decisivo el poder político para imponer “sus intereses y preferencias”. En 29 de agosto, el Reino Unido, un aliado histórico en las campañas militares norteamericanas, ya se había negado a atacar a Siria, después del sorprendente voto contrario de su parlamento. Tres días después, el papa Francisco anunció – digiriéndose a los católicos, en el Vaticano, y también por el twitter – su oposición a la guerra. Exhortó: “guerra nunca más. Nunca más guerra”. Argumentó: “Cuánto sufrimiento, cuánto dolor, cuánta devastación, trae el uso de las armas, en su rastro”.
Por algún tiempo, Obama y Kerry contaron con una compensación parcial: el presidente francés, François Hollande, ofreció, en 30/9, apoyo a la intervención en Siria. Pero, sus condiciones de mantenerla, comenzaron a evaporarse, enseguida. También en Francia, apenas el 25% de la población apoya el ataque. Aunque la Constitución permita a Hollande ir a la guerra sin apoyo del parlamento, crecerán las señales de que el presidente no conseguiría huir de esta tesis. Por eso, ya en la reunión del G-20, en San Petersburgo (5 y 6/9), él vacilaba. Sugería que tal vez fuese mejor adelantar el ataque para después de un informe de los inspectores de la ONU sobre las armas químicas. No se sabe cuando él saldrá y es muy improbable que implique al régimen sirio...
En tales circunstancias, era natural que John Kerry, impulsivo y extravagante, acabara cometiendo alguna pifia. Obama intentaba someter rápidamente, al Congreso, la moción en favor de la guerra. Cuanto mayor era la demora, más eran los riesgos de que el apoyo interno e internacional fueran debilitados por los hechos. La entrevista del secretario de Estado, en Londres, fue un auténtico festival de absurdos. Tal vez para aliviar las presiones sobre Hollande, él afirmó, por ejemplo, que los EUA planeaban un ataque contra Siria “increíblemente pequeño” [incredibly small]. Desconcertó a todos los que conocen las incertidumbres de los conflictos bélicos – pero, en especial a los conservadores norteamericanos, que exigen “firmeza” contra Assad. Desde ese punto hasta el gesto infantil y comprometedor, pronunciado a seguir, fue un paso. Ágil, empeñado en recuperar al menos parte de la antigua influencia geopolítica, el gobierno Putin no dejó escapar la oportunidad. ¿Qué vendrá ahora?
Los riesgos de un ataque a Siria no pueden ser todavía, descartados. Como admite el editorial del Economist, no es de armas químicas que se trata –sino de poder geopolítico. Por eso, la caza de pretextos proseguirá: ahora, probablemente en forma de condiciones para la inspección de los arsenales que el gobierno Assad no tendrá condiciones de cumplir. Otra posibilidad es un nuevo acto provocativo. Las imágenes de las víctimas de Damasco, en 21/8, sugieren de hecho que fueron provocadas por armas químicas; ¿pero quién las lanzó? Un testimonio de Carla Negroponte, de la comisión de la ONU que investigó atentados a los derechos humanos en Siria, es elocuente: “con lo que sabemos hasta ahora, son los opositores al régimen los que utilizaron gas sarín". Conocidos por sus lazos con Al Qaeda, ¿los “rebeldes” no pudieran animarse a nuevas aventuras, capaces de instigar el envolvimiento directo de los EUA?
Pero, el tiempo ahora corre contra Washington: la lógica de las guerras es la acción irreflexiva, las “urgencias” reales o producidas. Además de eso, hay factores más profundos en movimiento. En este martes (10/9), salió a luz un nuevo e impactante sondeo sobre la opinión pública norteamericana. Comprobó el rechazo a la guerra – seis de cada diez entrevistados se oponen hasta a los mismo ataques aéreos “limitados” al que se refiere Obama. Indicó que, según el 80%, los objetivos de la guerra contra Siria “no están claros”. Pero, reveló, también, un nítido desacuerdo de la propia población con el papel imperial que los gobernantes quieren preservar para los EUA. La idea de que su país debe ejercer “liderazgo en la solución de los conflictos externos” es rechazada por el 62% de los norteamericanos y apoyada por apenas 34%. La desaprobación es de 19 puntos porcentuales más alta que en la época de la guerra contra Iraq (43%), hace diez años.
Obama asumió la Casa Blanca, en 2009, prometiendo pasar la página de intervencionismo y arrogancia, que marcó la era Bush, y rescatar los valores positivos que los EUA imaginaban tener proyectado, en décadas pasadas. Llegó él mismo hasta recibir el Premio Nobel de la Paz. Por eso, concesión tars concesión, se inclinó de tal modo al establishment político – particularmente al llamado “complejo industrial-militar” – que se redujo a una pieza muy funcional al engranaje. Un presidente negro, nieto de africanos y de pasado progresista, se mostró al final más útil que su antecesor para comandar tareas como el asesinato extra-judicial de millares de personas, por drones; la ampliación ilimitada de las redes globales de espionaje; la persecución a los que la denuncian.
Muy rápido, el canciller de Rusia, Sergei Lavrov, que se opone a la guerra, aprovechó la brecha. Aseguró que su país recomendaría a Siria colocar los arsenales sobre supervisión de inspectores internacionales. El círculo se cerró cuando el propio canciller sirio, Walid al-Moulen, que estaba en Moscú acogió la propuesta y saludó “ la sabiduría del liderazgo ruso, que intenta prevenir una agresión norteamericana contra nuestro país”... En los instantes siguientes, y con la velocidad de internet, la idea recibiría el aval del secretario-general de la ONU, Ban Ki-Moon, del primer ministro británico, David Cameron, y de diversos parlamentarios en Washington. En la noche, un Obama refutando, fue obligado a ceder, parcialmente. En cinco entrevistas a la TV, que habían sido programadas para defender el ataque a Siria, él dijo desconfiar del compromiso sirio, pero se declaró dispuesto a ordenarlo. Otras dudas pudieran surgir, pero atacar Damasco, en las nuevas circunstancias, se había se tornado insustentable. La cuestión es: ¿todo habrá sido, asimismo, resultado de un rejuego de John Kerry?
Una serie de acontecimientos aconseja a decir que no. Desde mediados de la semana pasada, los planes de un ataque a Siria sufrían desgaste creciente. La aprobación, en el Congreso norteamericano, de la resolución de guerra propuesta por Obama se volvió, por lo menos, dudosa. En el plano internacional, se profundizó el desgaste del presidente de los EUA, de los gobernantes y de los medios dispuestos a seguirlo.
Por atrás de estas dificultades, hay tres hipótesis que merecen ser analizadas con atención. Diez años después de mentir intencionalmente al mundo sobre en Iraq, Washington no reúne, hoy, condiciones políticas para desafiar a la ONU – einiciar un conflicto cuyo real objetivo es la afirmación de su poder geopolítico. Permanece temerario, para gobiernos que se declaran democráticos, contrariar de modo frontal y abierto la opinión mayoritaria de las respectivas sociedades. No será aceptada, sin contestación, la idea de que los Estados tienen el derecho de actuar movidos por “informaciones” que dicen poseer – pero se niegan a compartirlas con los ciudadanos.
Todas estas hipótesis fueron reforzadas por hechos concretos, en los últimos días – incluso en el escenario interno de los Estados Unidos. Allá, una opinión pública cansada de guerras y manipulaciones, y un establishment político profundamente dividido, corroerán una estrategia esdrújula de la Casa Blanca. Consistía en afirmar que existen “pruebas conclusivas” sobre la responsabilidad del gobierno sirio por el ataque químico a un suburbio de Damasco, en 21/8; pero en evitar la presentación pública de tales comprobaciones – que serían sigilosas e, por tanto, exhibidas apenas en comités de senadores y diputados.
Ya, el sábado, un balance del New York Times revelaba que Obama enfrentaría una “batalla tensa y en contracorriente” para aprobar en el Congreso su pedido de autorización para la guerra. Había tres factores para eso. Una parcela importante del Partido Demócrata se oponía por convicción al conflicto – de la misma manera que el propio presidente condenó la guerra contra Iraq cuando senador, fuera de la Casa Blanca y, por tanto, menos sumiso a las presiones de la máquina de Estado. Otro sector, que incluía demócratas y republicanos, tendía a votar contra el Ejecutivo por presión directa de los electores.
Todos los sondeos de opinión pública realizados en las últimas dos semanas, desde que el presidente anunció la disposición de atacar a Siria, revelan que una sólida mayoría de ciudadanos se oponen a esta actitud. El diario estimaba que son especialmente sensibles a tal posicionamiento los parlamentarios que no tienen su reelección asegurada – y tendrán que enfrentar las urnas en poco más de un año. Esta previsión fue confirmada en 9/9, de modo enfático, por Justin Amash, diputado del estado de Michigan por el Partido Republicano. En los encuentros públicos, dice él, “percibo que no hay apenas desaprobación a la guerra, pero, perjudicial desaprobación – sea de electores demócratas o republicanos”...
La arrogancia de la Casa Blanca, que no se declaró obligada a ofrecer señales efectivas del supuesto envolvimiento de Assad en el ataque contra civiles, ayudó a cimentar el rechazo popular a la guerra. El domingo, un texto de la agencia Asociated Press, insospechada de favorecer al gobierno sirio, frisaba la laguna. “El público – decía el texto-- no vio una única pieza de evidencia concreta capaz de conectar el gobierno del presidente Assad a los ataques con armas químicas. Ninguna imagen de satélite, ninguna trascripción de las comunicaciones militares sirias: nada”.
La tercera razón para los recodos internos de Obama es el empeoramiento de las disputas entre las élites políticas norteamericanas y la consecuente dificultad de Washington para ejercer poder global. Al invocar la ayuda del Congreso para la guerra, en 31/8, el presidente imaginó que tendría amplio apoyo del Partido Republicano – conservador, implicado en los conflictos contra Iraq y Afganistán, nostálgico de los tiempos en que los EUA actuaban como potencia única. Una parte de los republicanos de hecho lo apoyó. Reivindicó, inclusive, que los ataques no se limitasen a “castigar” a Assad, pero consiguieran derrumbar o, al menos, debilitar su régimen. Pero, otro sector, todavía más primitivo, se radicalizó de modo irreconciliable contra el presidente, en los últimos años – a punto de considerarlo un “socialista” que no merece apoyo en ninguna circunstancia...
En arena internacional, Obama y sus aliados sufrieron un traspié similar. Confiado en el poder bélico incomparable de los Estados Unidos, el presidente actuó como George W. Bush en 2003 y se creyó con legitimidad para lanzar unilateralmente, y sin aval de la ONU, una guerra de pretexto “humanitario”. En un editorial de rara sinceridad publicado en 5/9, la revista Economist apoyó al presidente, pero exponiendo la verdadera razón que está atrás de su iniciativa. “Los argumentos para la intervención en Siria son más estrechos y menos utópicos que en Iraq. Primero, está el cálculo de los intereses norteamericanos. La arena internacional es, por naturaleza, anárquica. (…) Como policía del mundo, los EUA pueden definir las reglas de acuerdo con sus intereses y preferencias. Si se arrepienten, otras potencias avanzarán (…) China ya provoca a América; Vladimir Putin comenzó a confrontarla – y no solo sobre Siria. Y cuestionable es que Siria fuera de interés vital para los EUA, antes de este ataque; pero no después del desafío directo de Assad a la autoridad de Obama”.
En pocos días, quedaría claro que Washington mantiene supremacía militar global, pero, se arriesga a perder, de forma acelerada, algo más decisivo el poder político para imponer “sus intereses y preferencias”. En 29 de agosto, el Reino Unido, un aliado histórico en las campañas militares norteamericanas, ya se había negado a atacar a Siria, después del sorprendente voto contrario de su parlamento. Tres días después, el papa Francisco anunció – digiriéndose a los católicos, en el Vaticano, y también por el twitter – su oposición a la guerra. Exhortó: “guerra nunca más. Nunca más guerra”. Argumentó: “Cuánto sufrimiento, cuánto dolor, cuánta devastación, trae el uso de las armas, en su rastro”.
Por algún tiempo, Obama y Kerry contaron con una compensación parcial: el presidente francés, François Hollande, ofreció, en 30/9, apoyo a la intervención en Siria. Pero, sus condiciones de mantenerla, comenzaron a evaporarse, enseguida. También en Francia, apenas el 25% de la población apoya el ataque. Aunque la Constitución permita a Hollande ir a la guerra sin apoyo del parlamento, crecerán las señales de que el presidente no conseguiría huir de esta tesis. Por eso, ya en la reunión del G-20, en San Petersburgo (5 y 6/9), él vacilaba. Sugería que tal vez fuese mejor adelantar el ataque para después de un informe de los inspectores de la ONU sobre las armas químicas. No se sabe cuando él saldrá y es muy improbable que implique al régimen sirio...
En tales circunstancias, era natural que John Kerry, impulsivo y extravagante, acabara cometiendo alguna pifia. Obama intentaba someter rápidamente, al Congreso, la moción en favor de la guerra. Cuanto mayor era la demora, más eran los riesgos de que el apoyo interno e internacional fueran debilitados por los hechos. La entrevista del secretario de Estado, en Londres, fue un auténtico festival de absurdos. Tal vez para aliviar las presiones sobre Hollande, él afirmó, por ejemplo, que los EUA planeaban un ataque contra Siria “increíblemente pequeño” [incredibly small]. Desconcertó a todos los que conocen las incertidumbres de los conflictos bélicos – pero, en especial a los conservadores norteamericanos, que exigen “firmeza” contra Assad. Desde ese punto hasta el gesto infantil y comprometedor, pronunciado a seguir, fue un paso. Ágil, empeñado en recuperar al menos parte de la antigua influencia geopolítica, el gobierno Putin no dejó escapar la oportunidad. ¿Qué vendrá ahora?
Los riesgos de un ataque a Siria no pueden ser todavía, descartados. Como admite el editorial del Economist, no es de armas químicas que se trata –sino de poder geopolítico. Por eso, la caza de pretextos proseguirá: ahora, probablemente en forma de condiciones para la inspección de los arsenales que el gobierno Assad no tendrá condiciones de cumplir. Otra posibilidad es un nuevo acto provocativo. Las imágenes de las víctimas de Damasco, en 21/8, sugieren de hecho que fueron provocadas por armas químicas; ¿pero quién las lanzó? Un testimonio de Carla Negroponte, de la comisión de la ONU que investigó atentados a los derechos humanos en Siria, es elocuente: “con lo que sabemos hasta ahora, son los opositores al régimen los que utilizaron gas sarín". Conocidos por sus lazos con Al Qaeda, ¿los “rebeldes” no pudieran animarse a nuevas aventuras, capaces de instigar el envolvimiento directo de los EUA?
Pero, el tiempo ahora corre contra Washington: la lógica de las guerras es la acción irreflexiva, las “urgencias” reales o producidas. Además de eso, hay factores más profundos en movimiento. En este martes (10/9), salió a luz un nuevo e impactante sondeo sobre la opinión pública norteamericana. Comprobó el rechazo a la guerra – seis de cada diez entrevistados se oponen hasta a los mismo ataques aéreos “limitados” al que se refiere Obama. Indicó que, según el 80%, los objetivos de la guerra contra Siria “no están claros”. Pero, reveló, también, un nítido desacuerdo de la propia población con el papel imperial que los gobernantes quieren preservar para los EUA. La idea de que su país debe ejercer “liderazgo en la solución de los conflictos externos” es rechazada por el 62% de los norteamericanos y apoyada por apenas 34%. La desaprobación es de 19 puntos porcentuales más alta que en la época de la guerra contra Iraq (43%), hace diez años.
Obama asumió la Casa Blanca, en 2009, prometiendo pasar la página de intervencionismo y arrogancia, que marcó la era Bush, y rescatar los valores positivos que los EUA imaginaban tener proyectado, en décadas pasadas. Llegó él mismo hasta recibir el Premio Nobel de la Paz. Por eso, concesión tars concesión, se inclinó de tal modo al establishment político – particularmente al llamado “complejo industrial-militar” – que se redujo a una pieza muy funcional al engranaje. Un presidente negro, nieto de africanos y de pasado progresista, se mostró al final más útil que su antecesor para comandar tareas como el asesinato extra-judicial de millares de personas, por drones; la ampliación ilimitada de las redes globales de espionaje; la persecución a los que la denuncian.
Es posible que la aventura siria dispare un fuerte alerta contra este proceso. En el episodio, tal vez, en vez de Bashar Assad, hay sido Barack Obama quien “cruzó la línea roja”. Si fuera así, es posible esperar, de aquí en adelante, mayor resistencia internacional los planes de un gobernante que ya no puede usar máscaras.
Y salta a los ojos, en este punto, un último aspecto, preocupante: la desarticulación de la llamada “sociedad civil global”. Hace diez años, en vísperas de George Bush iniciar la guerra contra Iraq, ella promovió manifestaciones en los cinco continentes. Según ciertos estimativos, reunieron 13 millones de personas. No frenaron la ofensiva militar, pero fueron esenciales para deslegitimarlas. Fueron articuladas en Porto Alegre, en el Foro Social Mundial (FSM) de 2003. Llevaron al propio New York Times, a hablar de la emergencia de una segunda superpotencia mundial.
En la crisis siria, esta “superpotencia” está ausente. El papel más destacado en la oposición a Washington le correspondió a…Vladimir Putin, presidente de Rusia. La misma ausencia se ha repetido en una serie de acontecimientos globales de gran relevancia: desde la crisis financiera a la defensa de los perseguidos por denunciar al espionaje de Washington. El debilitamiento de los FSM, a partir de 2005, no fue corregido ni sustituido por otro espacio o mecanismo de articulación. Hacerlo, será, cada vez más, un desafío estratégico.
Fuente original en português: Outras Palavras http://outraspalavras.net/destaques/xeque-ao-rei-da-guerra/
Traducido al castellano por Felix Contreras.
https://www.alainet.org/de/node/79217?language=es
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