De la integración a la independencia
04/06/2013
- Opinión
En su genial novela El año de la muerte de Ricardo Reis, José Saramago señala “A esta ciudad le basta saber que la rosa de los vientos existe, este no es el lugar donde los rumbos se abren, tampoco es el punto magnífico donde los rumbos convergen, aquí precisamente cambian los rumbos”.
Trasladando las palabras de Saramago al sistema mundo, como diría Immanuel Wallerstein, podríamos decir que cambiarán los rumbos el día que construyamos un sistema mundial multipolar que contribuya a crear un mundo democrático, justo y equitativo.
En ese necesario cambio de rumbos, la integración es un objetivo estratégico para lograr la independencia de América Latina. En ese sentido, es importante fortalecer los distintos niveles de integración y consolidar un bloque suramericano y latinoamericano.
América del Sur vive un momento importante en términos de integración regional, capitalizada más claramente en la Unasur (Unión de Naciones Suramericanas). Un bloque que más allá de las diferencias políticas o económicas de los países que lo integran, ha logrado levantarse como espacio de acuerdos y entendimientos desde la diversidad y ha generado un proceso integrador diferente.
Unasur es la propuesta más importante de integración desde toda América del Sur. Las que surgieron antes, además de ser regionales fueron condicionadas por el libre comercio, porque apostaban a eso, no a la integración.
El Mercosur (Mercado Común del Sur), por ejemplo, fue una propuesta surgida desde el libre comercio desde el neoliberalismo. Si bien luego fue procesando cambios positivos con la irrupción de gobiernos progresistas y es una confluencia fundamental, todavía le falta mucho para consolidarse como Mercosur Suramericano, que sea eje de un modelo de integración productiva de Américas del Sur dentro de Unasur.
La CAN (Comunidad Andina de Naciones), en cambio, surgió como una propuesta integradora distinta, pero finalmente terminó absorbida por la hegemonía neoliberal en los años 90.
Unasur surgió de una forma diferente, y se posicionó como una propuesta de integración desde lo político, llevando adelante acciones trascendentes para solucionar conflictos, consolidar una mirada de defensa de la democracia en común, fortalecer políticas de defensa y sociales integradoras, e inclusive posicionándose como un bloque a tener en cuenta a nivel mundial en el desarrollo de un mundo multipolar.
Unasur ha demostrado que, dentro de las diferencias, se puede llegar a ciertos acuerdos que parten de un punto central: para competir, para ser escuchados en un mundo que va a ser de bloques, tenemos que participar como un todo más compacto, que en este caso es el bloque de América del Sur.
Por ejemplo, el acuerdo del Consejo de Defensa en Unasur, de transparentar gastos militares, de parar la instalación de bases militares estadounidenses, son temas que se han resuelto, con discrepancias pero finalmente llegando a ciertos consensos. También a nivel económico, hubo algunos acuerdos, desde los presidentes, quienes creían que Unasur debía jugar un papel importante para enfrentar la crisis económica internacional en conjunto. Lamentablemente los ministros de Economía han desentonado.
Ahora es necesario consolidar Unasur como bloque de poder e interlocución mundial. Y dentro de ese proceso es fundamental consolidar la institucionalidad de Unasur en sus diferentes instancias, y particularmente la Secretaría General.
Néstor Kirchner, cuando fue secretario general, puso las bases políticas de la Secretaría. Ecuador, cuando fue Presidencia Pro Tempore puso las bases materiales y constitutivas, y le dio institucionalidad. Enma Mejía y Alí Rodríguez consolidaron la institucionalidad. Rodríguez, además, aportó una base teórico-práctica a Unasur con su propuesta sobre los recursos naturales como eje integrador. Es necesario consolidar la gestión de Unasur desde la Secretaría, para fortalecer las acciones del bloque a nivel regional y mundial.
Por su parte la Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), surgió con la necesidad de consolidar un espacio amplio que promueva un proceso integrador desde la pluralidad latinoamericana, desde procesos más diversos y complejos, pero sin la tutela de Estados Unidos.
Mientras la OEA (Organización de Estados Americanos) surgió como la opción de un determinado momento histórico en que los países vivían sometidos al “liderazgo” de Estados Unidos, que en realidad era una imposición desde ese país, Celac y Unasur surgieron desde los propios países latinoamericanos y suramericanos. La OEA fue un proceso de imposición, Unasur y Celac son, con todas sus dificultades, procesos de integración.
El Alba (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América), que surgió como una propuesta frente a otro intento de imposición estadounidense como el Alca (Área de Libre Comercio de las Américas), ha implementado procesos de complementariedad y solidaridad creando propuestas de integración productiva interesantes. Es necesario establecer un puente entre el Mercosur y el Alba, buscando instancias de cooperación y complementación. Uruguay podría ser un país puente entre el Mercosur y el Alba promoviendo la cooperación y complementación. Uruguay debe fortalecer el Mercosur y fortalecerse en el Mercosur, y paralelamente consolidar su presencia en el Alba y actuar como puente Alba-Mercosur.
Un gran reto en Unasur y en todos los niveles de integración, es involucrar a las organizaciones sociales y a los movimientos sociales en una confluencia desde abajo, desde los pueblos. Obviamente no todas las organizaciones sociales representan al pueblo en general pero sí son instancias importantes que dan base social a los procesos integradores. Si no se produce una integración desde los pueblos, si no hay una integración cultural y de procesos culturales conjuntos de los países, es muy difícil consolidar un proceso integrador de largo plazo.
El mayor enemigo de la integración es el modelo de desarrollo. En este momento los procesos de integración están en medio de dos modelos de desarrollo que se encuentran en disputa. Un modelo de desarrollo que es más soberano, vinculado a la producción nacional, con la idea de cambiar la matriz productiva y dejar de ser solo países primarios exportadores, con una visión desde el sur, desde nuestros países. El otro modelo, por ahora hegemónico, apuesta al libre comercio mal entendido, donde quienes dirigen el mercado terminan siendo las grandes corporaciones, la política comercial se basa en los tratados de libre comercio con las grandes potencias, tratados neocoloniales que van contra la integración y la política económica favorecen la especulación financiera, las importaciones y el consumismo. Ese modelo de desarrollo a veces disfrazado de progresista es el mayor enemigo de la integración. Si no es derrotado a nivel regional y dentro de cada uno de nuestros países no habrá integración y seremos cada día más dependientes. Ahí seguramente recordemos aquella frase del final de Ensayo sobre la ceguera de Saramago cuando dice “Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos que, viendo, no ven”.
Kintto Lucas
Embajador Itinerante de Uruguay para UNASUR, CELAC, ALBA y la Integración
https://www.alainet.org/de/node/76520
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