Diabetes, desarrollo y los gorditos mexicanos
22/04/2013
- Opinión
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en el marco de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación de 1996, acordó caracterizar a la seguridad alimentaria como aquella que existe cuando las personas tienen, en todo momento, acceso físico, social y económico a alimentos suficientes, inocuos y nutritivos que satisfagan sus necesidades energéticas diarias y preferencias alimentarias para llevar una vida activa y sana. En este sentido, hay aspectos clave para lograr que una sociedad goce de seguridad alimentaria: la disponibilidad física de los alimentos; el acceso económico y físico a los mismos; su utilización –concepto referido a la manera en que el cuerpo aprovecha los nutrientes de los alimentos ingeridos-; y la existencia de reservas disponibles todo el tiempo, sobre la base de que es crucial acceder de manera cotidiana y periódica a éstos, de otra forma se generaría una situación de inseguridad alimentaria transitoria, o, en el peor de los casos, crónica.
Conviene anotar que uno de los criterios importantes en el concepto de referencia es que los alimentos sean nutritivos porque se infiere que si no lo son, ello puede contribuir a la inseguridad alimentaria y peor, a generar serios problemas de salud. Por lo tanto, es aquí donde dos aspectos de la agenda se entrecruzan: la seguridad alimentaria y la seguridad sanitaria. A esta última se le define como el conjunto de actividades proactivas y reactivas necesarias para reducir, lo más posible, la vulnerabilidad a incidentes agudos de salud pública capaces de poner en peligro la salud colectiva de las sociedades. Para tal efecto se consideran el crecimiento demográfico, el desarrollo industrial, la mayor demanda de bienes y servicios, el crecimiento en el consumo de alimentos, los requerimientos de más agua, energía, vivienda y otros, lo que trae aparejado el aumento en la densidad de los asentamientos humanos por encima de la capacidad de los servicios y por ende el incremento de ciertas enfermedades y epidemias.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte que el “delicado equilibrio existente entre el hombre y los microbios es el resultado de generaciones de contacto, exposición de los sistemas inmunitarios y pautas de comportamiento humano. Hoy día las circunstancias han cambiado, de modo que el equilibrio se ve influido por factores como los cambios en la demografía y el comportamiento del hombre, el desarrollo económico y el uso de la tierra, el comercio y los viajes internacionales, la evolución del clima y de los ecosistemas, la pobreza, los conflictos, el hambre y la liberación intencional de agentes infecciosos o químicos. Todo ello ha acrecentado el riesgo de que se produzcan brotes de enfermedades”.1
Estilos de vida y consumo calórico
Para entender la relación entre los alimentos y la proliferación de enfermedades, es importante revisar el panorama agroalimentario en el mundo. Tomando en cuenta que la población mundial se duplicó en un espacio de cuatro décadas (1960-2000), se temía que los planteamientos de Tomás Roberto Malthus se cumplieran, en razón de su tan llevada y traída reflexión en torno a la progresión geométrica de la demografía frente a la progresión aritmética de los alimentos. Sin embargo, el pronóstico de que el destino de la humanidad era perecer por inanición no se ha cumplido y ello tiene que ver con un menor crecimiento de la población en el mundo, el cual se estima será del 1.1% para el año 2030, frente al 1.7% que ha prevalecido en lo pasados 30 años. En consecuencia, la demanda mundial de alimentos ha crecido sí, pero con menor rapidez y en ello tiene que ver el hecho de que una parte importante de los mercados consumidores, la que corresponde a los países desarrollados, ya contaban en décadas precedentes con un consumo alto de alimentos y una ingesta de kilocalorías diarias per cápita del orden de las 2 mil 700, en promedio (la FAO recomienda, para fines de nutrición, una ingesta de por lo menos mil 720 a mil 960 kilocalorías por adulto cada día a fin de garantizar un óptimo desarrollo del metabolismo basal, acompañando esta ingesta de una actividad física moderada).2
Con todo, el consumo de kilocalorías ha venido creciendo, en particular en los países de ingresos medios y bajos, y ello obedece, al menos en parte, a la estandarización de las dietas en el mundo. En ello influyen factores como un mayor comercio de los alimentos, al igual que la difusión de hábitos alimenticios como los que imperan en Estados Unidos y los países europeos, donde destaca la comida rápida, procesada y no necesariamente nutritiva. En todo el mundo se tiende a comer pizzas y hamburguesas y acompañarlas con alguna bebida carbonatada o con cerveza. Estos alimentos tienen un alto contenido calórico y no cuentan con todos los nutrientes que requiere el cuerpo humano para garantizar una buena salud en las personas.
A manera de ejemplo, dos rebanadas de pizza y una cerveza aportan alrededor de 500 kilocalorías a quien las consume. Por su parte, una hamburguesa Big Mac tiene un contenido de 742 kilocalorías a la que hay que sumar unas papas fritas (si son medianas representan 333 kilocalorías adicionales) y una bebida como la Coca-Cola de 350 mililitros (137 kilocalorías más). Este tipo de alimentos, en una sola ingesta, prácticamente estaría satisfaciendo los requerimientos energéticos que demanda una persona, en promedio, por día, aunque habría que añadir las kilocalorías correspondientes a los alimentos ingeridos en el desayuno y la cena. Evidentemente no todas las personas se alimentan solo de pizzas y hamburguesas, pero la ingesta de lo que muchos denominan “comida chatarra” tiene que ver con estilos de vida y hábitos de consumo que suelen imperar cada vez en más sociedades del mundo, contribuyendo así a la incidencia de la obesidad y a numerosas complicaciones que ésta trae aparejadas.
En los países desarrollados, la obesidad se relaciona con el aumento en el nivel de vida y el aumento de la disponibilidad de los alimentos, al igual que de los recursos para adquirirlos “pero también (contribuyen) los cambios en el estilo de vida como el consumo elevado de alimentos industrializados altamente densos en calorías y la disminución en la actividad física; además, el tamaño de las porciones ha cambiado mucho. De 1977 a 1978, las hamburguesas, pizzas y papas fritas proporcionaban 18.1% de todas las kilocalorías consumidas [pero] para el período 1994 a 1996 se elevó a 27.7%; como se sabe, además de la gran cantidad de kilocalorías que proporcionan estos alimentos, tienen un porcentaje elevado de grasas”.
Cuadro 1
Los países con mayor cantidad de personas obesas en el mundo en 2012 Obesidad, modernidad y género
El problema de la obesidad, sin embargo, no afecta solamente a los países más desarrollados. Como se observa en el cuadro, de los diez países con mayor cantidad de obesos en el mundo, ocho son desarrollados y dos, México y Chile, son países considerados como de ingresos medios. La obesidad es un severo problema que aqueja al mundo pero, paradójicamente, se acentúa en las personas con menores recursos económicos, las que, en general, tienen una baja escolaridad y, por lo mismo, un conocimiento limitado sobre las opciones de que disponen para hacer frente a esta patología. También es una enfermedad que posee una dimensión de género, toda vez que se acentúa más en las mujeres.4 Este no es un tema menor, dado que se observa por razones aun no del todo claras, que las complicaciones derivadas de la obesidad en las mujeres, no reciben la misma atención ni prioridad que para los hombres por parte de los profesionales de la salud, lo que lleva a que el número de defunciones sea mayor entre las mujeres. Baste mencionar que la enfermedad cardiovascular provoca la muerte de más mujeres que de hombres, en parte porque aquellas no reciben un tratamiento similar al de los hombres cuando sobreviene una enfermedad cardiaca.
Desafortunadamente, numerosas mujeres que padecen enfermedades cardiovasculares son subdiagnosticadas e incluso tratadas de manera equivocada por médicos y profesionales de la salud que asumen que esa es una enfermedad “de hombres”. Asimismo, a las mujeres no se les aplican los estudios clínicos necesarios con fines de diagnóstico y tratamiento en situaciones de infarto grave al corazón u otros padecimientos de coronarias. Lo que es peor: las mujeres obesas tienen menos probabilidades de ser transferidas a tratamientos para enfrentar esta enfermedad que los hombres con el mismo nivel de obesidad.
Como es sabido, hay una satanización de parte de las sociedades hacia las mujeres obesas, en tanto los hombres obesos son aceptados e incluso admirados. Los ejemplos sobran: Alfred Hitckcook, Luciano Pavarotti y Agustín Carstens son o han sido personas respetadas por colegas de sus respectivas profesiones y el público en general. En contraste, una cantante con una voz tan privilegiada como Adelle ha sido motivo de todo tipo de burlas, fundamentalmente por su sobrepeso, cosa que jamás sucedió con, por ejemplo, Pavarotti. Las mujeres y las niñas “gorditas” padecen una suerte de estigmatización social, sobre la base de que se considera que están pasadas de peso porque quieren, porque son débiles, porque carecen de carácter y disciplina, o por una combinación de todos esos factores. En contraste, un hombre gordito u obeso no es calificado de esa manera.5
Así, aunque la obesidad es una enfermedad, también constituye un problema social. La OMS estima que hay mil 600 millones de personas con sobrepeso en el mundo, de las que 400 son obesas.6 Desde 1980, la obesidad se ha duplicado en el planeta. El sobrepeso y la obesidad se definen como una acumulación anormal o excesiva de tejido adiposo que puede ser perjudicial para la salud. Es un enfermedad compleja que involucra factores genéticos y ambientales, siendo el desequilibrio en la ingesta y el gasto energético su principal explicación, si bien hay un tercer elemento muy importante que es la canalización de la energía hacia el almacenamiento en el tejido adiposo, lo que lleva a que se acumulen calorías en la forma de triglicéridos.7
El índice de masa corporal (IMC) es un indicador simple de la relación entre el peso y la talla que se utiliza frecuentemente para identificar el sobrepeso y la obesidad en los adultos y es el indicador usado por la OMS. El IMC se calcula dividiendo el peso de una persona en kilos por el cuadrado de su talla en metros (kg/m2). Así, la definición de la OMS es la siguiente:
Un IMC igual o superior a 25 determina sobrepeso.
Un IMC igual o superior a 30 determina obesidad.
El IMC proporciona la medida más útil del sobrepeso y la obesidad en la población, puesto que es la misma para ambos sexos y para los adultos de todas las edades.
Los “genes gorditos” de los mexicanos
Como se explicaba anteriormente, los factores genéticos son importantes para explicar la incidencia de obesidad en una sociedad. Al respecto, en México “se han identificado algunos genes asociados con fenotipos de obesidad..., que también se han observado en otras poblaciones; esto sugiere que independientemente de la raza tienen un impacto importante sobre el desarrollo de la obesidad.”8
En este sentido, los genes de los mexicanos, son, por así decirlo, “gorditos” o “engordadores”, lo que sin duda es un factor coadyuvante, más no determinante.
Como es sabido, la obesidad es un factor decisivo en la proliferación de las enfermedades no transmisibles (ENT) como hipertensión, diabetes, accidentes cardiovasculares y además disminuye la esperanza de vida, amén de los costos médicos que el tratamiento de todos estos padecimientos conlleva.
Solo a manera de ejemplo, en México el monto de los recursos empleados para el tratamiento de la diabetes y sus complicaciones –uno de los padecimientos que la obesidad suele generar– corresponde al doble del gasto que se destina al programa Oportunidades, el cual ha sido el principal programa social del gobierno federal, lo que implica de manera implícita que la diabetes le resta posibilidades y viabilidad financiera a otros proyectos e iniciativas que requiere la población.9 Los diabéticos absorben casi 40 mil millones de pesos cada año, equivalentes al 7% del gasto nacional en salud. Cada persona que padece esta enfermedad eroga al año unos 21 mil dólares en tratamientos, de los que 12 mil son recursos “de bolsillo”, en tanto 9 mil dólares constituyen la aportacióndel sector salud,10 por lo que es un padecimiento empobrecedor para las familias y que coadyuva al deterioro social y de la calidad de vida de los mexicanos. Lo paradójico de esta situación, es que gastan en alimentos que los enferman, para luego tener que erogar cuantiosos recursos en tratamientos. En este sentido, un hogar de escasos recursos en el país destina un 7.5% de sus ingresos a la compra de refrescos, en tanto las familias de ingresos moderados destinan el 12% para ese fin. Recordando que el 75% de los hogares mexicanos consumen bebidas carbonatas y que el 86% ingiere alimentos procesados, esto explica la incidencia de la obesidad y la proliferación de las ya citadas ENT.11
Si se considera que México tiene diez millones 300 mil diabéticos –equivalentes al 9% de la población total-, el impacto que esta situación tiene en el desarrollo y prosperidad del país es demoledor. Pero eso no es todo: dado que siete de cada diez mexicanos padecen obesidad, están dadas las condiciones para que la incidencia de la diabetes sea aun más grave. Un ejemplo de esta situación es la creciente obesidad infantil en México, acompañada, ciertamente, de una elevada proliferación de niños y adolescentes diabéticos.
Breve historia de la diabetes
La Federación Internacional de Diabetes (IDF por sus siglas en inglés) señala que hacia 2012 había en el mundo 371 millones de personas enfermas a causa de la diabetes, de las que la mitad aun no han sido diagnosticadas y/o no saben que la padecen. Si bien la diabetes es considerada una enfermedad asociada a la modernidad y a los estilos de vida imperantes en el momento actual, lo cierto es que su historia es tan antigua como la humanidad misma.
Así, la primera mención histórica a la enfermedad corresponde al papiro de Ebers en 1550 a. c. En este documento se señala una sintomatología que remite a la diabetes, así como los remedios aplicados. No sería sino hasta el siglo II de la era cristiana cuando Apolonio y Demetrio le bautizan con el nombre de “diabetes” a un padecimiento que entre otras características consiste en diuresis (orina exagerada) de quienes lo padecen. La palabra diabetes significa “correr a través”, en este caso, en alusión al agua ingerida que es procesada por el riñón y se elimina continuamente. Más tarde, entre 81 y 131 de la era cristiana, Areteo de Capadocia detalla ampliamente las características de la enfermedad. A continuación, entre 980 y 1037, Avicena describe a la gangrena como una complicación derivada de la diabetes. En ese mismo período, Al Bagdadi publicó un manual terapéutico en el que incluye un tratamiento a base de ejercicio y dietas.
En plena Edad Media (1493-1541), Paraclesio comenzó a estudiar la orina de los diabéticos. En 1674, Thomas Willis señala que la orina de los diabéticos es como “miel y azúcar” al probarla. Willis atribuyó el sabor dulce a una mezcla de sales y ácidos, pese a lo cual se iba reforzando la idea de que este azúcar estaba relacionado con los alimentos ingeridos, por lo que los cambios en la alimentación permitirían enfrentar la enfermedad.12
En 1779, Robson demuestra a través del análisis químico, la presencia de azúcar en la orina de las personas diabéticas. Ya para 1797, un médico del ejército británico, John Rollo, da a conocer por primera vez una dieta para diabéticos, la cual si bien defectuosa, contenía algunos aspectos que serían retomados por especialistas posteriores. En este sentido, Rollo sugiere abstenerse de ingerir cualquier alimento vegetal, suprimiendo igualmente los hidratos de carbono. Para Rollo, lo más importante era que el diabético se alimentara exclusivamente de productos de los animales, incluyendo cárnicos, sangre, cerdo, vaca y de otros tipos. “El diabético debía controlar el dulzor de su orina, gustándola. Si el sabor dulce desaparecía, se le permitía entonces comer algunos productos vegetales, productos que después podía seguir tomando, siempre que no reapareciera el dulzor de la orina. No es aventurado suponer que con un régimen así seguramente se abreviaba el calvario de los diabéticos del tipo I, los cuales sin duda no habrían de tardar mucho tiempo en presentar el coma cetoacidótico final. Al propio tiempo, sin embargo, debían normalizarse o mejorar forzosamente las glucemias de muchos diabéticos del tipo II, a pesar de que empeoraran en sus cifras de ácido úrico, colesterol y triglicéridos”.13
Cuadro 2
Los 10 países y/o territorios con el mayor número de personas diabéticas adultas (entre 20 y 79 años) en el mundo
Fuente: International Diabetes Federation (14 November 2012), IDF Diabetes Atlas, 2012, 5th, disponible en http://www.idf.org/diabetesatlas/5e/Update2012
A mediados del siglo XIX, un médico francés, Bouchardat encuentra que la presencia de azúcar en la orina se genera por la ingesta de azúcares y féculas, por lo que el consumo de ambos debe reducirse. Recomienda, al igual que John Rollo, la ingesta de carnes y grasas, pero también señala que es muy importante comer verduras y ensaladas, al igual que frutas poco dulces, lo que ayudará a revertir el problema.
En 1859, el célebre Claude Bernard dio a conocer las funciones del páncreas y del metabolismo que experimenta la glucosa en el hígado. Diez años después, Paul Lagenharns documenta la existencia de dos tipos de células distintas en el páncreas, uno de los cuales segrega jugos digestivos o “enzimas pancreáticas” y otro produce cosas que se desconocen. Ya para finales del siglo XIX, Catoni efectúa estudios sobre el metabolismo de pacientes a quienes recluta y aísla para observar cómo se desarrollan sus respectivas dietas. En tanto Frederick Bantin y Charles Best “descubren” la insulina.
Ya a principios del siglo XX, en 1908, Georg Zuelzer da a conocer el primer extracto pancreático inyectable que tiene la finalidad de suprimir la eliminación de glucosa por la orina. Para 1923, cuando una insulina más pura estuvo disponible para los enfermos de diabetes, fue que la calidad de vida de los mismos comenzó a mejorar.
La OMS señala que la diabetes es una enfermedad crónica que aparece cuando el páncreas no produce suficiente insulina o cuando el organismo no utiliza eficazmente la que sí produce. La insulina es una hormona que regula el azúcar en la sangre. El efecto de la diabetes no controlada es la hiperglucemia (aumento del azúcar en la sangre), que con el tiempo daña gravemente muchos órganos y funciones vitales, especialmente los nervios y los vasos sanguíneos. Existen varios tipos de diabetes, destacando la tipo I, la tipo II, y la gestacional. La diabetes tipo I, conocida asimismo como insulinodependiente, juvenil o de inicio en la infancia, tiene como rasgo distintivo la producción deficiente de insulina y requiere la administración diaria de esta hormona en las personas que la padecen. La diabetes de tipo II -no insulinodependiente o de inicio en la edad adulta- obedece a una utilización ineficaz de la insulina. Esta representa el 90% de todos los casos mundiales y se debe en gran medida a un peso corporal excesivo, a una dieta hipercalórica y al sedentarismo. La diabetes gestacional es la que se produce en algunas mujeres durante el embarazo.14
Como se observa en el cuadro 2, la diabetes se acentúa sobre todo en países de ingresos medios. En 2011, de los diez países “más diabéticos” del mundo, la República Popular China (RP China) e India contaban con 151.3 millones de personas aquejadas por la enfermedad. Para 2030, seguirán siendo los dos países “líderes”, con 230.9 millones de personas, destacando el caso de India, donde todo parece indicar que no existen controles adecuados ni acceso a servicios de salud, dado que el número de enfermos por este padecimiento pasará de 61.3 a 101. 2 millones de personas, lo que representará un aumento del 60%.
Gráfico 1
Los países “más diabéticos” del mundo en 2011
Un hecho que llama profundamente la atención en el cuadro 2 y en el gráfico 1, es que de los 10 países con mayor número de diabéticos en el mundo, sólo dos son altamente industrializados (Estados Unidos y Japón), en tanto el resto son de ingresos medios y bajos. México, con 10.6 millones de diabéticos, ocupa el séptimo lugar mundial y en 2030 ascenderá un peldaño para ser el sexto “más diabético” con 16.4 millones de personas, lo que representará un aumento del 64%.
En el cuadro 2, analizando las proyecciones de progresión de la enfermedad, destaca la ausencia de Japón de la lista correspondiente a 2030 y la irrupción de Pakistán. Estados Unidos se mantendrá en el tercer lugar mundial, con una progresión importante pero no tan dramática como la de los demás países. Todos estos datos corroboran, entonces, que si bien los países más obesos del mundo, salvo México, son altamente desarrollados, por alguna razón que habrá que estudiar a detalle, no tienen una incidencia alta de diabetes, claro, con la excepción de Estados Unidos. Esto puede obedecer a factores diversos como un mayor desarrollo y escolaridad, la disponibilidad de agua potable, la promoción de actividades deportivas-recreativas, la existencia de sistemas de salud apropiados para atender a los enfermos de diabetes y de las complicaciones que genera esta enfermedad y a un liderazgo de parte de los gobiernos de estas naciones. En contraste, en los países de ingresos medios y bajos, confluyen elementos como menor desarrollo, escolaridad baja, falta de infraestructura básica –y de agua potable-, sistemas de salud deficientes, carencia de políticas deportivas-recreativas y estrategias inadecuadas de parte de los gobiernos para enfrentar el problema.
La diabetes en México
En el México independiente de las primeras décadas del siglo XIX, la población del país era de unos seis millones de habitantes dispersos en un territorio mucho más grande que el actual. En aquellos años, las enfermedades más graves y que tenían altos índices de mortalidad incluían a la viruela, la que se extendía desde Tehuantepec hasta Zacatecas; la tifoidea, la que generó unas 30 epidemias en esa centuria; el cólera, responsable de tres epidemias; las afecciones intestinales, etcétera.
A principios del siglo XX, la revolución mexicana contribuyó a un deterioro de la salud de la población, entre otras razones, por las dificultades para el abastecimiento de alimentos. En esos años llegó a México la influenza española, además de que afloraron epidemias de sarampión, poliomielitis, tos ferina y nuevamente la viruela hizo estragos. En 1900 la esperanza de vida de la población era de apenas 30 años, la tasa de mortalidad era de 46.7 personas por cada mil habitantes y la mortalidad infantil era de 200 infantes por cada mil nacidos vivos (es decir que uno de cada cinco niños no llegaba a la edad de 5 años). En ese tiempo, la viruela era responsable de la ceguera de más de un tercio de los invidentes del país.
Para la década de los 70 del siglo pasado, México vivió una transición epidemiológica motivada por la urbanización y el declive demográfico, de manera que la incidencia de las enfermedades transmisibles disminuyó –sin desaparecer del todo en algunos de los estados del país- y se acentuaron las ENT. Así, entre 1974 y el 2000 disminuyó la tasa de fecundidad, comenzó a aumentar la población mayor de 65 años y con ello el aumento y la carga de las ENT. “En consecuencia, la transición demográfica por la mejora de las condiciones materiales de vida, la disminución de la mortalidad general en los diversos grupos de edad, la disminución de la tasa de fecundidad y el aumento en la esperanza de vida, han propiciado la transición epidemiológica al observar una población envejecida cada vez en mayor proporción, que está aumentando más rápidamente que cualquier otro grupo de edad en casi todos los países, lo cual como indica la OMS es un éxito de las políticas de salud a pesar de la problemática que conlleva atender a este grupo de población.”15
Como se ilustra en el cuadro 3, en 1980 la diabetes mellitus era la séptima causa de muerte en México. Sin embargo, en tan sólo una década (1990) ya había escalado hasta el segundo lugar y en el presente siglo se instaló como la causa primigenia, manteniéndose en esa posición hasta el momento actual. Así, a lo largo del siglo XXI, la diabetes y sus complicaciones han sido responsables de más de 70 mil muertes, amén de que se registran 400 mil casos nuevos cada año. Es decir que, en la administración de Vicente Fox (2000-2006), la diabetes mellitus cobró la vida de 361 mil 514 personas, en tanto que en la de Felipe Calderón, fallecieron más de 400 mil personas, lo que sugiere un incremento exponencial en 12 años.
Sin embargo, la diabetes no se distribuye equitativamente en el territorio nacional. Según el Atlas de la Salud, los estados de la República Mexicana más diabéticos son el Distrito Federal y Coahuila, con una incidencia de 82. 5 a 94. 9 defunciones por cada 100 mil habitantes (considerada como incidencia muy alta). Asimismo, los estados con alta incidencia (de 70. 0 a 82. 4 defunciones por cada 100 mil habitantes) son Veracruz, Puebla, Guanajuato, Michoacán y Durango. El resto de los estados oscilan entre una incidencia media y alta. Sólo Quintana Roo tiene una muy baja tasa de mortalidad por diabetes (de 20. 0 a 32. 5 personas por cada 100 mil habitantes).
Chiapas, Campeche y Baja California Sur tienen una tasa baja (de 32. 6 a 45. 5 defunciones por cada 100 mil habitantes). 16 Asimismo, el Distrito Federal, el estado de México, Puebla, Veracruz y Jalisco son responsables de casi la mitad de todos los decesos por esta enfermedad en el país. Esta radiografía de la diabetes mellitus es útil, porque permite ponderar diversos factores de riesgo en las
comunidades más diversas, y aplicar, en consecuencia, las políticas públicas sanitarias más apropiadas, dado que, por ejemplo, en Chiapas la diabetes mellitus no parece ser un problema serio de salud pública, si bien en esa entidad, en contraste, la incidencia de enfermedades transmisibles es un verdadero flagelo.
Cuadro 3
Evolución de las 10 principales causas de mortalidad en México en 1980, 1990, 2000 y 2005
Fuente: Irasema Alcántara Ayala y Enrique Gaue Wiechers (coordinadores) (2010), Atlas de la salud en México: bicentenario de la independencia, México, Universidad Nacional Autónoma de México, p. 78.
¿Cuándo el destino nos alcance?
Las perspectivas para México son desoladoras. En menos de 17 años, la diabetes mellitus habrá crecido en un 60%, planteando severos desafíos a la calidad de vida de los mexicanos e impactando negativamente los sistemas productivos, de salud y otros más. A menos que haya un liderazgo de parte del Estado mexicano en materia de salud (tema toral en el que será el Plan Nacional de Desarrollo de la presente administración y en los planes de gobierno de los mandatarios subsecuentes), el número de discapacitados por ceguera, amputaciones, más las defunciones por enfermedades cardiovasculares, será de tal magnitud, que ni siquiera existirá una cantidad medianamente razonable de profesionales de la salud que puedan atender debidamente estos padecimientos –si no es que hasta ellos mismos se verán aquejados por esta terrible enfermedad y sus complicaciones.
En este sentido, es importante insistir en medidas que incluyan:
• Educación para la salud, tanto para niños y adolescentes como para adultos y personas de la tercera edad en todos los niveles socioeconómicos;
• Promoción de estilos de vida sanos (deporte, ejercicio, dietas, ingesta de agua y menos alimentos procesados);
• Prevención y corrección de la obesidad;
• Uso racional de medicamentos para el control de la obesidad, la diabetes, la hipertensión arterial y mejorar su distribución y disponibilidad;
• Creación de grupos de autoayuda para quienes padecen diabetes y sus complicaciones;
• Desarrollar políticas de género para atender de manera equitativa a hombres y mujeres diabéticos (as) y obesos (as);
• Mejorar la infraestructura hospitalaria y de atención a la salud en el país en general;
• Poner énfasis en la disponibilidad, para toda la población y en todas partes, de agua potable, esto para favorecer su consumo y contribuir así a que se evite, en la medida de lo posible, la ingesta de bebidas carbonatadas;
• Creación de más cuadros de profesionales de la salud especializados en patologías y complicaciones de la diabetes (por ejemplo, en
México solo hay unos 200 nefrólogos en las instituciones del sector salud, pese a que la insuficiencia renal es un problema recurrente en las personas diabéticas);
Implantación de impuestos a empresas productoras de bebidas gaseosas, dado el empleo sistemático de la fructuosa -en lugar de la caña de azúcar-, como edulcorante, compuesto que tiene consecuencias muy desfavorables para el funcionamiento del hígado y más perniciosas que el azúcar. Estos impuestos, al igual que ocurre con la carga tributaria a las tabacaleras, podrían ser derivados al sector salud para contribuir al financiamiento de los tratamientos médicos que requieren las personas obesas y diabéticas.
México no se puede sustraer a las tendencias alimentarias en el mundo, máxime en momentos en que las grandes corporaciones tienen una fuerte influencia no solo en los patrones de consumo de las naciones, sino inclusive en sus prioridades alimentarias. Kirsten Appendini y Guadalupe Rodríguez Gómez comentan en un interesante análisis sobre la calidad de los alimentos mexicanos en América del Norte que “… la apertura de mercados en el contexto del [Tratado de Libre Comercio de América del Norte] TLCAN ha significado un doble proceso en lo que se refiere al intercambio de productos agroalimentarios. Por un lado, se están dando procesos de homogeneización que buscan integrar a los consumidores en forma masiva (i. e. estrategias de las grandes corporaciones de la industria alimentaria). Esta estrategia se justifica en la provisión de alimentos baratos para ciertos grupos de población (i. e. las clases trabajadoras y “los pobres”). De manera paralela, hay una tendencia a la diversificación de productos orientados a satisfacer un mercado altamente segmentado (estrategia de las grandes comercializadoras a menudeo, como los supermercados). Los alimentos que entran en esta segunda corriente se diferencian de los anteriores porque se producen en menor escala y se ciñen a las cambiantes prioridades del mercado. Este segundo proceso, marcado por la diversidad, se rige, a su vez, por estrictas condiciones y la constante mejora de normas que garanticen la seguridad alimentaria, estándares y prácticas de calidad en beneficio de grupos de consumidores de ingresos medios y altos, principalmente en los países del Norte.”17
Ciertamente México no figura en ésta última categoría, pero puede comenzar a acuñar políticas que allanen el camino para que en un par de generaciones, la población tenga alimentos nutritivos a su disposición, los pueda adquirir y consumir –seguridad alimentaria- y cuente con una buena salud –y claro, una genuina seguridad sanitaria preventiva del siglo XXI. Una sociedad enferma, simple y llanamente, es un lastre que México no se puede dar el lujo de tener y recrear, dado que eso lo condena al subdesarrollo en la más amplia extensión de la palabra.
Notas:
1 World Health Organization (2007), World Health Report 2007, Geneva, WHO, p. 1.
2 El metabolismo basal es función del tamaño y composición corporal, condicionado a la edad y sexo (y estado fisiológico, por ejemplo, el embarazo) de la persona.
3 Mabel Gracia Arnaiz (2012), “La obesidad como enfermedad, la obesidad como problema social”, en Juan Ramón de la Fuente y Pablo Kuri Morales (editores), Temas de salud global con impacto local, México, Universidad Nacional Autónoma de México/Secretaría de Salud/Academia Nacional de Medicina, p. 38.
4 Mabel Gracia Arnaiz Op. cit., p. 39.
5 Nutrición personalizada (s/f), “Obesidad y género”, disponible en http://nutricionpersonalizada.wordpress.com/2010/05/04/obesidad_genero/
6 Ibid.
7 Ninel Coyote-Estrada (2011), “Trastornos de la alimentación. Obesidad en niños”, en Juan Ramón de la Fuente y Pablo Kuri Morales (editores), Temas de salud global con impacto local, México, Universidad Nacional Autónoma de México/Secretaría de Salud/Academia Nacional de Medicina, p. 13.
8 Ninel Coyote-Estrada, Op. cit., p. 14.
9 María Cristina Rosas (2013), “Seguridad sanitaria en México: a propósito de los riesgos y las amenazas”, en María Cristina Rosas (coordinadora), Repensando la seguridad nacional de México, México, Centro de Estudios Superiores Navales-Secretaría de Marina-Armada de México/Centro de Análisis e Investigación sobre Paz, Seguridad y Desarrollo Olof Palme A. C., p. 122.
10 Blanca Valadez (13 de noviembre 2012), “Diabéticos absorben casi 40 mmpd del gasto nacional en salud”, en Milenio, disponible en http://www.milenio.com/cdb/doc/noticias2011/d29d03dc05c85a911d35ceed6b4ad4a1
11 Ibid.
12 Josep M. Calvet i Francès y Glòria Baliu de Kirchner (1995), La dieta del diabético y su cocina. Libro de divulgación para diabéticos y familiares, Barcelona, Herder, p. 9.
13 Ibid.
14 Organización Mundial de la Salud (septiembre 2012), Diabetes. Nota descriptiva no. 312, Ginebra, OMS, disponible en http://www.who.int/mediacentre/factsheets/fs312/es/index.html
15 Irasema Alcántara Ayala y Enrique Gaue Wiechers (coordinadores) (2010), Atlas de la salud en México: bicentenario de la independencia, México, Universidad Nacional Autónoma de México, p. 59.
16 Irasema Alcántara Ayala y Enrique Gaue Wiechers (coordinadores) (2010), Op. cit., p. 79.
17 Kirsten Appendini y Guadalupe Rodríguez Gómez (coordinadoras) (2012), La paradoja de la calidad. Alimentos mexicanos en América del Norte, México, El Colegio de México, p. 12.
- María Cristina Rosas es profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México
Fuente: etcétera, 22 de abril, 2013
https://www.alainet.org/de/node/75555?language=en
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