Los retos de la ética ambiental frente a la “nueva normalidad” mundial
- Opinión
El arribo de la pandemia provocada por el virus SARS-Cov-2 ha replanteado el funcionamiento del sistema capitalista en su conjunto. La creencia en la eficacia y eficiencia de la propiedad privada proliferó como dogma en el desempeño de las naciones, a tal magnitud que forma parte del modelo mental de gran parte de la población. Sin embargo, el único soporte teórico de estas ideas deviene de una construcción abstracta, mecánica, estática y lineal de la realidad en los modelos neoclásicos del enfoque tradicional de la economía, instaurando esta alegoría hacia el capital privado al nivel de comportamiento afectivo y de creencia, siguiendo la clasificación de Max Weber[1] (1978). El papel del Estado de Bienestar y el Estado Social fueron sustituidos en las últimas décadas por la idea de un Estado administrador de riesgos que, ante su ineficiencia, debía delegar sus actividades a la iniciativa privada.
El adelgazamiento del Estado en múltiples esferas cobra relevancia ante la emergencia sanitaria. La gran mayoría de países en el mundo colapsó ante la creciente ola de contagios, mientras que la iniciativa de salud privada carece de la capacidad para afrontar un problema de tal magnitud. La participación de ciertas empresas en la elaboración de la vacuna para combatir el COVID-19, las más grandes del sector farmacéutico a nivel mundial, sigue siendo un débil sustento ante la apología del capital privado. Estas ideas que devienen del conjunto de emociones y del estado sentimental de los actores que diseñan la política pública puede clasificarse como las ideas caducas de la política económica (Jeannot, 2018) y del capitalismo.
Así como la incesante apología del capital privado y, en otro extremo, la gloriosa e inequívoca participación del Estado, forman parte de las ideas caducas de la política económica, existen otras que se manifiestan a la luz de la crisis actual: la concepción del medio ambiente dentro de la dinámica de las sociedades. La filosofía liberal que domina a las sociedades desde el siglo XVIII considera que las cosas y el entorno de los individuos tienen valor en función de la utilidad que provea y les permita lograr un conjunto de metas definidas. La persistencia de estas ideas, menciona Charbonnier (2020), no permite construir verdaderas medidas de protección ambiental. Esta teoría del valor antropocéntrica explica que sólo debemos tener responsabilidades morales con los miembros de nuestra especie, pero no con el resto. El viejo orden que predomina es la idea del ser humano al centro de toda dinámica.
Sin embargo, la ruptura que se nos presenta ante la contingencia es la oportunidad para desterrar ideas caducas de nuestro modelo mental hacia una nueva relación con el medio natural que nos rodea. El pensamiento que debe desecharse es la noción mercantil y monetaria de los recursos naturales. En efecto, incluso los acuerdos que suponen ser la mejor respuesta sistemática ante la crisis ambiental, como el Acuerdo de París, la Cumbre o la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, tienen aún en su génesis una visión económica determinista. Sus objetivos principales son la descarbonización de la economía y evitar el incremento de la temperatura del planeta no mayor a 2 grados centígrados.
Los mecanismos que se consideran para lograr los anteriores cometidos radican en la implementación de impuestos verdes, cuyos ingresos son redistribuidos entre los afectados. Otros instrumentos son la creación de mercados de carbono, cuya idea esencial es que los países que excedan el nivel de emisiones contaminantes tendrán que pagar a países con niveles inferiores de contaminación los derechos de contaminación que no utilizan. Este comportamiento es común en países industrializados quienes acceden a comprar las cuotas de emisiones a países de menor industrialización. En una dinámica similar de operación, los sistemas de compensaciones costo-beneficio intentan minimizar el daño de las comunidades a causa de las inversiones productivas. Por ejemplo, si la instalación de una empresa cervecera en una región abundante en agua y fuentes de energía demuestra, en términos monetarios, generar mayores beneficios a la región que los costos de extracción de recursos, entonces, la inversión se autoriza y se procede al pago por el daño causado a las regiones.
Las ideas caducas detrás de estos mecanismos es la visión monetaria de los recursos ambientales, al pensar que, a través del dinero, puede remediar los daños al planeta y las afectaciones culturales que conlleva la destrucción del paisaje y territorio. Sin mencionar que este modelo mental plasmado en las agendas internacionales considera que los flujos energéticos son constantes y la calidad de la energía puede remediarse a través del reciclaje, es decir, se desechan las leyes naturales de la materia y energía, nos referimos a las leyes de la termodinámica, en particular, la ley de la entropía que menciona que la pérdida de la calidad de la energía es irremediable.
La ética antropocéntrica del ser humano hacia la naturaleza considera que, mientras se satisfagan las necesidades humanas, poco importan la salud de los ecosistemas. El dogma energético (Georgescu-Roegen, 1979) en el cual vivimos descansa sobre una dinámica social insostenible, cuyas respuestas están desarticuladas de las características particulares de cada nación y la capacidad de respuesta de la estructura artefactual[2]. Un primer elemento factible para transitar el pensamiento actual es la construcción de una ética ambiental como elemento vital de cambio.
La ética ambiental no antropocéntrica refiere a la consideración del medio ambiente susceptible a criterios morales más allá de la valoración subjetiva de los individuos vinculados a un fin particular. Los trabajos pioneros en esta disciplina remontan a Aldo Leopold (1939) y la ética de la tierra como principio de la evolución social, quien además pugna por la concepción del individuo en retroalimentación con el medio ambiente, orientando su comportamiento hacia la cooperación con el resto de sus semejantes en un marco de conciencia ecológica. Otro aporte es el trabajo de Baird Callicott (1984) quien a través de profundo debate filosófico concluye que la naturaleza es puede ser objeto de consideraciones morales y posee valor intrínseco bajo un razonamiento formal, despejando los discursos ideológicos donde el medio ambiente no tiene valor epistemológico por sí-mismo. Rolston III (1982) argumenta que la construcción de una ética ambiental parte de considerar a la naturaleza no como un agregado inerte, sino es un sistema complejo de múltiples relaciones al interior, a su vez, la capacidad de influir sobre la conducta de los individuos que lo constituyen. Los ecosistemas deben considerarse como creadores de valores propios, valores culturales y valores sistémicos, superiores a cualquiera que pudiera crear el ser humano en solitario.
Todas las reflexiones anteriores forman parte de un debate filosófico real, sin caer en un misticismo moral del cual se desprendan ideas en un vacío. La urgencia por desechar ideas caducas de la política económica y el capitalismo actual, en un contexto de cambio como el que vivimos por la pandemia, es la oportunidad de redefinir nuestra nueva normalidad que mejor dicho debe considerarse el fin de una realidad con altas repercusiones sociales. La construcción ética del medio ambiente podremos dar un paso hacia un sistema incluyente basado en acciones reales, dejando la noción del medio ambiente como proveedor infinito y transitar hacia un cuidado real. En particular toma relevancia en América Latina donde las afectaciones del perfil exportador basado en recursos naturales han causado un sinfín de conflictos ambientales y destrucción ecológica.
Referencias bibliográficas
Callicott, J. (1984). Non-Anthropocentric Value Theory and Environmental Ethics. American Philosophical Quarterly, 21, pp. 299-309.
Charbonnier, P. (2020). Abondance et liberté: une histoire environnementale des idées politiques. La Découverte, Paris.
Georgescu-Roegen, N. (1979). La décroissance: entropie, écologie, économie. Éditions Sang de la Terre, Paris.
Jennot, F. (2018). Ideas caducas en la política económica. Disponible en <www.eumed.net/ce/2017/3/ideas-politica-economica.zip>
Jennot, F. (2020). Material de estudio avanzado. Inédito, sin públicar
Leopold, A. (1939). The Land Ethic, A Sand County Almanac. 1: 201-226.
Rolston III, H. (1982). Are values in Nature Subjective or Objective? Environmental Ethics. 4: 125-15.
Weber, M. (1978). Economy and society: An outline of interpretive sociology. University of California Press.
- Gabriel Alberto Rosas Sánchez cursa el Doctorado en Ciencias Económicas. Universidad Autónoma Metropolitana, México. Se especializa en temas de economía ecológica, pensamiento económico y sistemas complejos adaptativos aplicados a la economía.
[1] Para este autor, el comportamiento humano puede clasificarse en 4 categorias: racional, tradicional, creyente y afectivo. Las últimas dos que se mencionan en el texto son acciones guiados por ciertos valores éticos. El comportamiento creyente es un pensamiento consciente, mientras el afectivo lo guía la estructura emocional.
[2] Es el conjunto de creencias, instituciones como reglas e incentivos a la vez, herramientas, instrumentos, tecnologías, todos estos legados por la cultura nacional (Jeannot, 2020).
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