La traición de la política
- Opinión
La distinción entre lo político y lo no político es ficticia. Al contrario, hay un continuum entre Estado y sociedad, de tal manera que el homo economicus es un actor político, las empresas son instituciones políticas, el mercado constituye un sistema político, y el dominio de lo político comprende el conjunto de la sociedad, sus formas de organización y de relación social y, por supuesto, sus efectos y condicionantes sobre la forma de gobierno. Como suele decirse la política lo empapa todo hasta el punto de que nosotros podemos dimitir de la política, pero la política no acepta esa dimisión y sigue siempre presente en nuestras vidas.
Sin embargo, la gente común y corriente entiende por política a esa esfera institucional a la que pertenece el gobierno, el parlamento, los partidos políticos. En una democracia la política es para la gente la que hacen los cargos públicos, los ministros y presidentes, elegidos en las urnas.
En este texto cuando me refiero a la política lo hago en sentido estricto a la política institucional en el marco de una democracia representativa, es decir lo que la gente corriente entiende como actores de la política. Me refiero a esa parte de la política que legisla y toma las decisiones.
Aclarado lo anterior, en Europa hace ya algo más de cuatro décadas que la política sucumbió y se rindió ante el poder de la economía. La política que nos debe cuidar y debe tener en el Estado la herramienta funcional para protegernos, nos ha traicionado. Y cuando digo la política lo hago a sabiendas de que hay excepciones, algunos buenos gobiernos, algunas buenas instituciones y algunos buenos cargos electos. Al contrario, una buena parte de quienes se ocupan de la política a nivel de país o de estado no han sabido o querido ser leales a sus obligaciones para con la gente. Han preferido contemporizar y adaptarse a las reglas antisociales de poderosos mercados financieros, para como buenos alumnos tener mejores opciones para gobernar.
En la crisis sanitaria que estamos viviendo se visualiza una parte dramática de lo que estoy afirmando. ¿Saben ustedes por qué el sistema público de salud no estaba preparado para enfrentar en mejores condiciones la pandemia? La respuesta es: porque resulta muy caro. No lo digo yo, lo dicen expertos que opinan que aún no sabiendo la magnitud del problema si había ya muchas señales de que algo grueso venía sí o sí. Pero la política, en lugar de preparar condiciones para proteger a la población prefirió jugar la carta de la suerte y esperar con los dedos cruzados que la pandemia fuera muy ligera. Creo que en la reacción tardía jugó su papel el temor de asustar al capital financiero que siempre busca seguridad y no incertidumbre. Y no hablo sólo del estado español, hablo de toda Europa.
Sólo así se explica que en el estado español cerca de 30.000 profesionales del sistema de salud se contagiaran, precariamente equipados, batiendo un desgraciado record mundial. Las carencias de material adecuado vienen de lejos, pero la política ha mirado hacia otro lado y ha seguido recortando presupuestos de la sanidad. Lejos queda el 7% del PIB que fuerzas progresistas prometieron en 2003 para quedarse en el 5,9% actual. Todo el debate falso sobre las mascarillas ocultaba una realidad: no había para toda la ciudadanía. Por eso durante un tiempo se transmitía la idea de que no es muy necesaria salvo en casos concretos. Ahora que parece que puede haber suficientes son recomendadas y pronto obligatorias. Pero no culpo al actual gobierno que ha heredado un escenario de deficiencias sanitarias. Sólo el último gobierno del PP despidió a 2800 médicas y médicos de la sanidad pública y eliminó 2000 camas. En realidad, doy gracias cada día por no tener un gobierno de derechas
Quien ha erosionado el Estado Social ha sido la derecha española que ha desmantelado parte del sistema público hasta el punto de que según el diario digital Público, el PP de Madrid, rizando el rizo, utilizó tres millones de euros destinados a la construcción de hospitales para la campaña de Esperanza Aguirre. Es sólo una anécdota. La política como ariete de la economía de los mercados parece que ha dejado de ser funcional a la equidad, a la justicia, para convertirse en una tenaza que aprieta a la población para bien del neoliberalismo (Nuevo Liberalismo).
Los poderes económicos mandan y se imponen a la política. Incluso muchas veces compran la política, facilitando “premios” a políticos y políticas en forma de puertas giratorias. Y en este carrusel nefasto de una política sujeta a los intereses del poder económico la socialdemocracia ha claudicado. Lo digo yo que en otros artículos interpelo a la socialdemocracia para que reaccione y se levante. Hago este llamado por realismo, porque no hay otra opción más viable en la Europa y el mundo de hoy. Pero es verdad que mis llamados son escépticos. Tan sólo un hecho de coherencia personal al elegir lo menos malo.
Lo que estoy diciendo es que la política se ha vuelto en oficio de gente sospechosa. Es una profesión para vivir mejor, el bienestar empieza por uno mismo. Lamento decirlo pues soy un apasionado de la política concebida como servicio al pueblo.
Cuidar la vida, todas las vidas, ese debe ser el fin de la economía, de la política, de la sociedad. Y es por consiguiente el motor que puede enfrentar el discurso neoliberal en sus diferentes versiones.
El neoliberalismo lleva consigo la carga de la criminalidad extensiva. Sus políticas castigan a países, regiones y continentes, al hambre, a la enfermedad, a la muerte. Sus políticas impulsan la desigualdad en las sociedades más ricas, hasta el punto de que un gran Sur habita en el Norte, mendigando sobrevivir. Sus políticas convierten en mercancía y negocio todo cuanto toca, incluida la vida de los mayores que viven en residencias sin garantías sanitarias. Sus políticas favorecen la concentración de la propiedad de la tierra dejando en la intemperie económica a millones de campesinos y agricultores. Sus políticas imponen alimentos transgénicos que matan el hambre a la par que te matan a ti. Sus políticas desertizan la tierra, agreden bosques y selvas, roban materias primas, contaminan el agua. Sus políticas mantienen la esclavitud en muchos países africanos en la explotación de minas a cielo abierto o en el subsuelo, Sus políticas procuran guerras, algunas infinitas. Sus políticas matan migrantes en el Mediterráneo.
La política en el marco neoliberal tiene culpables. Pero unos más que otros. En primer lugar, los poderes financieros que imponen reglas contrarias al interés general. En segundo lugar, sus partidos políticos que practican el servilismo más atroz. Pero en tercer lugar las fuerzas que fueron socialdemocracia tienen el pecado de no oponerse, de no resistir, de no llamar a la movilización. La frase tan popular de “son todos iguales” debería servir para reaccionar, para decir “no en nuestro nombre”, pero lamentablemente la política en las instituciones ha contaminado a todo el que participa en las mismas y la rebeldía apenas es un recuerdo.
Sin embargo, frente al rumor desmovilizador que repite una y otra vez el lamento de la que nos vine encima, es más interesantes usar las energías para valorar en positivo una conciencia emergente de que la especie humana sólo podrá sobrevivir cooperando, sustituyendo la actual globalización por otra que una a los pueblos y, desde luego, defendiendo lo público que hoy en día nos defiende.
El historiador y filósofo israelí Yuval Harari dice: “La humanidad se enfrenta a una crisis mundial. Quizá la mayor crisis de nuestra generación. Las decisiones que tomen los ciudadanos y los gobiernos en las próximas semanas moldearán el mundo durante los próximos años. No sólo moldearán los sistemas sanitarios, sino también la economía, la política y la cultura. Debemos actuar con rapidez y resolución. Debemos tener en cuenta, además, las consecuencias a largo plazo de nuestras acciones. Al elegir entre alternativas, hay que preguntarse no sólo cómo superar la amenaza inmediata, sino también qué clase de mundo queremos habitar una vez pasada la tormenta. Sí, la tormenta pasará, la humanidad sobrevivirá, la mayoría de nosotros seguiremos vivos... pero viviremos en un mundo diferente”. Harari resume el dilema entre vigilancia totalitaria y empoderamiento ciudadano. Y añade que toda crisis es una oportunidad: “Esperemos que la actual pandemia contribuya a que la humanidad se dé cuenta del peligro que supone la desunión”.
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