Reflexiones irreverentes de un ecuatoriano mal hablado
- Opinión
Los pueblos del Abya Yala
Lo más parecido al paraíso prometido por la religión católica estuvo en lo que ahora son las tierras americanas. Caciques cojonudos reinaban en naciones soberanas que respetaban la naturaleza. Tempranamente un monje inglés ubicó a la Utopia en estas tierras señalando que sus habitantes no conocían ni la propiedad privada ni el Estado. Para la voracidad de la empresa privada que sostuvo la conquista el "nuevo mundo" era tierra virgen, en la que estaba permitida la muerte y el latrocinio. Derribaron el Templo del Sol en el Cuzco y El Templo Mayor de Tenochtitlan, con lo cual enterraron miles de años de nuestra Historia. Cuando un sacerdote jumento quemó los códices de la sabiduría maya y azteca, nos estaban pinchando los ojos con el fuego de la ignorancia. Desde entonces sólo hemos escuchado la voz de los sátrapas. Es hora de volver a la grandeza de nuestras raíces.
La conquista
Sangre, dolor y enfermedades trajo la ignara tropa de conquistadores. Con la riqueza de América apuntalaron la civilización del lucro y el egoísmo que ahora prevalece. De no haber habido la "solución de continuidad" que hubo en la historia de nuestros ancestros habríamos llegado a las estrellas sin naves, con la ciencia del corazón, sabiduría con la que los hombres de metal que vinieron del "viejo mundo" se limpiaron el culo. Nos quitaron la tierra y nos dominaron por el hambre. Es hora de volver a la ciencia que tiene en el corazón su laboratorio.
La religión
La religión católica, apostólica y romana convirtió en microbio al ser humano, lo denigró y lo sembró en la inferioridad. Los curas hijueputas han sido una plaga peligrosa y persistente que nos ha chupando la sangre desde hace más de quinientos años. Con sus letanías de odio persiguieron las creencias panteístas que los pueblos originarios tenían. Creer en el sol o en una montaña era tener una religiosidad racional que ponía al ser humano junto a la deidad y no debajo de ella. A más de crearnos ese sentimiento de inferioridad y de culpa -que nunca experimentaron nuestros pueblos originarios-, nos hicieron ver al trabajo como una maldición, para colmo, a la que estábamos condenados sin beneficios ni esperanza. Junto a la espada, la cruz puso de rodillas a los pueblos precolombinos y todavía mantiene su heraldo de ignorancia sobre los actuales pueblos mestizos. Es hora de volver a la religiosidad de nuestros ancestros y enterrar la religión de nuestros verdugos.
La colonia
El conquistador construyó una pirámide que tenía en la base a los indios, los negros y los mestizos, en el medio a los criollos y en la cima a los chapetones. Inventaron una etiqueta para cada raza: indio de mierda, negro vago y cholo apestoso. Identificaron al blanco con Dios y a lo no blanco con el Diablo. Trescientos años de desprecio son más dolorosos que Cien Años de Soledad. Es hora de entender que no hay razas inferiores, que lo que hay son clases sociales dominantes.
La independencia
La atronadora voz de la razón llegó desde la Enciclopedia a los oídos de los hombres más visionarios de América. Hidalgo, Nariño, Espejo, Miranda marcan la ruta que han de seguir Bolívar, Sucre, O’Higgins en América Latina. Los criollos se llenan de gloria apoyando la gesta independentista y llevándola a feliz término. En sus alforjas escondían el áspid de la cabrona dominación política y económica. Su lema fue: "todo para nosotros, nada para los indios" Fundaron en 1830 una república que lejos estuvo de considerar "ciudadanos" a los que no tenían la piel blanca y la alforja llena de dinero. Es hora de enterrar para siempre lo que todavía nos queda de colonia.
La República
Los mismos que lamían las botas de los chapetones asaltaron el poder político de las repúblicas independientes. Patriotas de un sólo hervor. Con el poder en la mano engranaron un mecanismo perfecto de explotación al indio, al negro y al mestizo. Pisotearon los ideales de Bolívar y prefirieron ponerse a la sombra de un águila voraz que comenzaba a planear sobre el hondón americano. Bolívar murió solo e incomprendido y las huestes de ese malparido de Santander se adueñaron de los destinos de nuestros pueblos. Desde entonces reina la oscuridad. "Es la hora de los hornos" -como dijo la luminosa frente del último de los mártires de la independencia-, "y sólo se ha de ver la luz".
La herencia colonial
Salvo nuestras costumbres, nuestras tradiciones entremezcladas con las de los conquistadores, los llapingachos y la tripa mishki nos tatuaron en el alma un complejo de inferioridad que nos cuesta trabajo superar, heredamos la emputante idea de que trabajar es malo, que lo más "cool" es vivir sin trabajar. Nos embarraron la piel de blanco haciéndonos avergonzar de nuestro color. Desde entonces aprendimos a mentir, a no decir lo que pensamos, a mirarnos en el espejo y maquillar lo que somos, a adular al que tiene más, a querer ser lo que no somos, a odiar a nuestros semejantes, a desconfiar, a sobornar, a vivir sin esfuerzo, a incumplir la palabra dada. La herencia colonial nos tiene atrapados en el temor de sentir orgullo de lo que somos impidiéndonos la liberación mental y facilitando la dominación política de los que representan esas ideas. De ahí que podemos ver a los putos esclavos votando por los putos esclavistas cada cuatro años, en un círculo vicioso de mierda. Va llegando la hora de superar esas taras y esos complejos.
El liberalismo decimonónico
La fuerza expansiva del capitalismo viajaba a una velocidad vertiginosa por el mundo entero. Lo mismo en Europa como en Norte América el humo de las fábricas y de las locomotoras comenzaban a contaminar el ambiente del mundo. La democracia liberal ponía su marca en casi todo el planeta, excepto al sur del Rio Bravo, en dónde la independencia sólo fue un cambio formal de dominación. Ahora los terratenientes, dueños del poder político, soñaban con modernizar nuestras naciones sobre las espaldas de la servidumbre indígena. Contra tal huevonada se alzó la ideología liberal que, en el caso del Ecuador, tuvo mártires desde el comienzo de la vida republicana. El liberalismo modernizante de El Quiteño Libre mantuvo su chispa civilizadora hasta finales del siglo XIX, cuando la espada de Alfaro rasgó el prolongado velo de la oscura noche colonial. El Ecuador llegaba a la modernidad casi con un siglo de retraso, cuando el capitalismo mundial y norteamericano entraban ya en la fase monopólica de su desarrollo. La traición del liberalismo plutocrático al liberalismo machetero de Alfaro, hizo posible que el neocolonialismo yanqui cayera sobre nuestras espaldas sin que, hasta ahora, sus afiladas garras suelten nuestras carnes. Pero, hoy, más que ayer, vamos comprendiendo que en esa cabrona coyunda está nuestro verdadero problema.
El liberalismo machetero de Alfaro
Alfaro fue un caudillo que supo defender sus ideas con el fusil en la mano. Tenía conciencia de patria porque, al igual que Bolívar, tenía fiebre por construir un Estado Nacional fuerte, moderno, en el que el beneficio de la libre empresa llegara hasta los sectores populares. Un capitalismo de amplia base montonera, fue su ideal. Tenía una concepción avanzada de la democracia. “No vamos a perder con papeles lo que hemos ganado con las bayonetas”, dijo una vez, que ubicado en la época que lo dijo quería decir a estos curuchupas care vergas no les vamos a devolver lo que tanto nos ha costado conquistar. Pero, así como Bolívar no pudo ver realizado su sueño, a Alfaro la traición le llevo al cadalso y, también, su sueño se vio truco. Los nuevos amos del Ecuador, colusionados con los viejos, se dedicaron, durante todo el siglo XX, a sacarle la “ishpa pura” al pueblo ecuatoriano.
Surge el socialismo
Creo que es cierto aquello de que el siglo XX comenzó con la Primera Guerra Mundial. Treinta millones de muertos fue el aporte que los trabajadores hicieron a la ambición desbocada de las viejas y nuevas potencias del capitalismo mundial. Su eslabón más débil se rompió en la Rusia zarista dónde surgió, con fuerza, la esperanza proletaria. Sus ecos llegaron a América Latina y, como parte de ella, al Ecuador. Alumbrado por las Cruces Sobre el Agua, en 1926 se fundó el Partido Socialista Ecuatoriano. Curuchupas fanáticos y liberales metalizados se pusieron a temblar. Después de un siglo surgía un partido que comenzaba a hablar en nombre del pueblo indio, negro, mestizo y blanco empobrecido. Pronto la mano invisible del sistema se puso a pensar cómo podían contrarrestar la peligrosa irrupción de los irredentos.
El caudillismo velasquista
El caudillismo velasquista fue la respuesta. Cada vez que el pueblo tensaba la cuerda de la protesta, aparecía la figura de este caudillo ilustrado para neutralizarla. Le bastaba un balcón y algunas frases de adulo a la “chusma” para triunfar. Cinco veces se encaramó en el poder del Estado y cuatro de las cinco rodó por el abismo de la defenestración. Subía con el corazón a la izquierda y los oscuros sabuesos de la oligarquía conservadora y liberal se encargaban de recordarle que el puesto exacto de su credo político estaba a la derecha. Como en un sol negro todo gravitaba a su alrededor, inclusive esa izquierda perfumada que nunca supo descifrar las verdaderas aspiraciones del pueblo.
La “Revolución” de los gorilas
En la década de los setenta una ola nacionalista recorría el continente, traía charreteras. En el Ecuador los yanquis se cansaron de Velasco Ibarra al mismo tiempo que destaparon los pozos petroleros del Oriente que, desde la década de los cuarenta, los tenían taponados. Lejos de las veleidades velasquistas prefirieron la seguridad de los gorilas adiestrados y se vieron obligados a aceptar una ley de hidrocarburos copiada del nacionalismo militar peruano. El “bomba” Rodríguez, con bombos y platillos, dio inicio a la deuda eterna que, hasta ahora, nos aplasta como a cuyes y no nos deja respirar. Todos los gobiernos, después de los militares, fueron perfeccionando el deporte nacional del endeudamiento externo, convirtiendo, a las viejas y a las nuevas generaciones, en esclavas. Dice la propaganda “democrática” que eso no es cierto, que la deuda es necesaria, pero los que no militamos en el pendejismo ciudadano sabemos que con deuda nunca alcanzaremos la libertad.
La partidocracia corrupta y corruptora
En nombre de la democracia, los partidos políticos de la derecha, en complicidad con una izquierda boba electorera y arribista, se tomaron el poder del Estado durante un cuarto de siglo. La nación se convirtió en la empresa particular de banqueros, comerciantes, industriales, contrabandistas y narcotraficantes. En 1999 le costó al ciudadano común y corriente más de ocho mil millones de dólares salvar ese colosal mecanismo de corrupción. Se salvó a los delincuentes de cuello blanco, acostumbrados al caviar y la champaña. Sobre la tragedia de más de tres millones de ecuatorianos que tuvieron que refugiarse en la migración para salvar sus vidas y las de sus familias, bailaron estos hijueputas. La lucha inter oligárquica nos llevó a ver desfilar por Carondelet siete presidentes en una década. El populismo oligárquico de Bucaram y el zafio de Gutiérrez intentaron quitarle la corona a la oligarquía, pero una clase media muy bien adiestrada por los sectores dominantes se opuso, impidiendo que la lucha transformadora y revolucionaria del pueblo ecuatoriano arrasara con todos, tarea en la que la izquierda histórica y boba tuvo gran responsabilidad. Con el fin del siglo soplaba sobre los cielos de América los aires renovados del Progresismo Latinoamericano. En la figura de Rafael Correa Delgado el Ecuador dijo presente.
La década ganada
La lógica política del Progresismo Latinoamericano es quitarle una tajada del pastel a las clases dominantes para dárselo a los sectores dominados. Nadie puede oponerse a ese planteamiento que, en el fondo, es como decir del lobo un pelo. El progresismo descalifica la opción de un radicalismo revolucionario que corte de un tajo el desarrollo capitalista y plantea disputarle al capital sus privilegios jugando con sus mismas reglas. A comienzos del siglo XXI esta lógica tuvo el impresionante avance de triunfar en Venezuela, Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador y amenazaba con extenderse a todo el continente. La contradicción interna del progresismo consiste en que sin dirección revolucionaria no sirve sino para fortalecer el capitalismo local y por su intermedio el capitalismo corporativo mundial. Ejemplo de esto son los casos dramáticos de Brasil, Argentina y Ecuador. Venezuela y Bolivia demuestran que este proceso, dirigido con clara conciencia socialista, avanza hacia metas históricas superiores. Lo extremadamente grave de esta situación es que el imperio norteamericano y sus lameculos locales se han dado cuenta que la violencia reaccionaria no es un buen negocio para ellos, motivo por el cual ahora la contrainsurgencia imperial es también una lucha por el dominio político “democrático”, para lo cual no escatiman esfuerzos en desgastar y asfixiar los procesos progresistas, siendo la lucha contra la corrupción, el pretexto perfecto para desprestigiarlos.
El correismo transformó sólo en un sentido horizontal el Ecuador. Después de un siglo de la Revolución trunca de Alfaro, la Revolución Ciudadana intentó culminar su labor. La obra material sin precedentes en la historia nacional así lo demuestra. La red vial, la construcción de las hidroeléctricas, la reforma del Estado en todos sus niveles, el intento de modernizar y elevar la educación nacional se enmarca en el objetivo de consolidar un Estado Nacional tambaleante que estuvo siempre al servicio de las élites, no de fundar un Estado plurinacional y popular. Correa fue un caudillo con suficiente energía para obligarle a la oligarquía, no a levantar sus negocios, sino a reclamarles esa parte del pastel que se negaban a compartir. Su falta de formación revolucionaria hizo que el proceso no se radicalizará lo suficiente para convertirse en irreversible. De ahí que la revolución Ciudadana, como proceso, también quedó trunca, viéndose reflejada ahora en una obra material inerte y en una conciencia política más desarrollada de los que la piojosa oposición de la derecha llama sus “borregos”.
El presente
Cuando uno se lanza en paracaídas no se puede cometer ni un error, porque podemos terminar hechos kaka en el suelo. La Revolución Ciudadana cometió dos errores imperdonables: 1) descuidó la construcción de un partido ideológica y orgánicamente poderoso, dejando todo en manos del caudillo y 2) perdió la sensibilidad de saber conectarse con los sectores populares. Sin partido y sin apoyo del pueblo se vio obligada a confiar en la capacidad de su líder y en una clase media volátil que siempre estuvo dispuesta a trepar que no a sacrificarse por la causa. Las puertas abiertas del movimiento Alianza País permitieron la entrada del oportunismo que traía en sus bolsillos la corrupción y la ausencia de apoyo popular convirtió a Alianza País en un muñeco de trapo, sin vida propia. Para salvar los muebles tuvieron que confiar en un esquirol de la derecha camuflado de progresista. Si no encontró la mesa servida, Lenin Moreno debió iniciar una purga interna para salvar el proceso, pero de forma inmediata se entregó a la derecha y al imperio, con lo cual hirió de muerte a la Revolución Ciudadana y ha permitido que el imperialismo le sature con juicios penales por corrupción a Rafael Correa. Después de la traición que Leonidas Plaza hiciera al liberalismo machetero de Alfaro, está la traición que Moreno hizo al progresismo de Rafael Correa. Si no queremos pasar otro siglo en manos de la más corrupta derecha -como sucedió después de la muerte del Viejo Luchador-, tenemos que actuar de inmediato
El futuro
Si no se puede rescatar el Progresismo latinoamericano de manos de la derecha y del poder imperial, las fuerzas populares tendrán que pensar en la lucha armada como única alternativa. Cambiarle el collar al perro no lo convierte en felino. Estamos entrando en ese punto crucial en el que los de arriba ya no pueden ser sostenidos por los de abajo y los de abajo ya no quieren sostener a los de arriba. Si en nuestro lado no comprendemos esto, los enemigos lo comprenderán y bañarán el continente de sangre. El triunfo de Bolsonaro en Brasil es una advertencia. El progresismo es la válvula de escape que necesita la sociedad actual. Aceptarlo es una actitud revolucionaria que se opone a la fanática ceguera de las élites, tampoco hay espacio para un infantilismo revolucionario que sólo nos puede conducir al suicidio y peor para un “pachamamismo” trasnochado que pretende borrar, de un plumazo, quinientos años de historia. Es hora de rescatar los ideales y la esencia del Progresismo Latinoamericano.
Estos años de contraofensiva neoliberal han logrado, de alguna manera, borrar de la conciencia popular la idea de que es posible arrebatarle una tajada al pastel de las élites, porque los errores del progresismo han permitido envolverle en un colosal escándalo de corrupción, pero a pesar de eso, sigue siendo posible retomar sus ideales. Caudillos de la primera etapa tienen que ser sustituidos por nuevos dirigentes que estarán dotados de una ideología progresista, pero con clara tendencia de izquierda.
En el caso del Ecuador esa ideología nueva hunde sus raíces en el pensamiento ancestral de los pueblos andinos que va siendo reconstruido bajo la óptica de una nueva epistemología y cuyo fin último es edificar una forma de vida yuxtapuesta a la que nos ha impuesto el primer mundo, en la que, desde su estructura, produzcamos más valores de uso que de cambio. Esa es la nueva Utopía, el nuevo ideal revolucionario que, comenzando por privarle de una tajada del pastel a las clases dominantes, terminará transformando la sociedad para bien de toda la humanidad. La Historia no es un círculo vicioso, es una espiral que se abre al infinito desde las formas más elementales a las más complejas. Entender y llevar a la práctica esta concepción es la nueva tarea de los revolucionarios.
2-08-2019
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