Francia: Margen de maniobra
- Análisis
Pobre Macron. Pobre. Confrontado a las reivindicaciones de los chalecos amarillos, a las que se suman las del personal hospitalario, la de los pescadores artesanales, las de los pequeños agricultores, las de los estudiantes secundarios y universitarios, las de los sindicatos y un celemín de otras exigencias sectoriales, Emmanuel dispone –según el periodismo sumiso y los expertos de ocasión– de un estrecho margen de maniobra.
Desde luego no puede subir el salario mínimo por la sencilla razón que –dicen los economistas– aumentar los salarios “destruye empleo”. Argumento curioso en un país en el que no se llega a fin de mes con el salario mínimo y ostenta una tasa de desempleo que supera el 10% de la población activa desde hace décadas.
Tampoco puede restaurar el Impuesto a la Fortuna porque “no hay que inquietar a los inversionistas ni a las empresas”. Extraño argumento, visto que el ISF no lo pagan ni los inversionistas ni las empresas. Y que las multinacionales y los inversionistas pagan pocos impuestos, si es que pagan.
No puede aumentarle los impuestos a la ‘clase media’ ni a los miserables, habida cuenta que eso fue lo que encendió la pradera. Ni disminuir los servicios públicos, exigencia principal de moros y cristianos: los servicios públicos forman parte del Contrato Social.
No obstante, además de hacer acto de contrición, explicando que al tratar a los franceses de faignants (holgazanes) cometió un error que lamenta, por el cual se excusa y pide humildemente perdón, Macron debe distribuir poder adquisitivo, que es lo que demandan trabajadores y pensionados, agricultores, enfermeras, pescadores y para decirlo claramente, el 80% de la población.
Esto es lo que los ‘expertos’ presentan como la cuadratura del círculo, la ecuación imposible a la que se enfrenta Emmanuel Macron esta tarde.
Sin embargo la solución es más sencilla de lo que parece. No creas que hago como los míster de fin de semana, capaces de hacer ganar a ‘la roja’ contra el Perú en Miami y de calificar para el Mundial de Rusia si solamente les hubiesen preguntado cómo. Pasa que leo los informes económicos de ‘los que saben’, lo que además de sabroso ofrece la gozada de poder echárselos en cara. En el año 2012 la OCDE se rajó con un informe en el que, entre otras cosas, dice lo que sigue:
“En estos últimos decenios, la parte del trabajo, es decir la parte de la remuneración del trabajo (salarios y ventajas accesorias) en el ingreso nacional total, disminuyó en casi todos los países de la OCDE. Su valor mediano pasó de 66,1% (del PIB) a principio de los años 1990, a 61,7% a fines de los años 2000, y en ciertos países ese retroceso había comenzado hace más de treinta años”.
Los currantes –activos o pensionados–, perdieron pues, en promedio, ingresos equivalentes al 4,4% del PIB de sus países respectivos. En Francia eso representó, en el año 2017, la módica suma de € 100 mil millones.
Según lo que avanzan las almas pías que aconsejan a Macron, la dificultad para su excelencia estriba en financiar unos… seis mil millones de euros de gasto social complementario.
Eso es una miseria que sería interpretada como un nuevo insulto. Para ponerlo en la perspectiva adecuada, precisemos que € 6 mil millones representan un pinche 0,2% del PIB galo, que en el 2017 alcanzó los € 2,265 billones.
Servidor, sin ser experto, estima que Macron y la burguesía que sirve con tanto celo tienen ante sí una disyuntiva dolorosa: o le ceden un 2% del PIB a los miserables, o verán llegar la revolución social. Ese 2% se traduce en 45 mil 300 millones de euros que habría que transferirle a los salarios y a las pensiones.
El pobrerío ni ahorra, ni se va a invertir en el extranjero. Suele gastar ese dinero para vestir a sus hijos, ofrecerles una mejor alimentación, vacaciones, un ordenador o una tableta. Al hacerlo le pagan al Estado un 20% de lo que recibieron bajo la forma de IVA. Y de paso reactivan el comercio y el empleo.
Desde aquí oigo gritar “¡Keynesiano de mierda!”
Si los eminentes economistas que llevaron a Francia a este drama tienen otra solución… que se la comuniquen a Macron ahorita, rápido: le quedan solo 4 horas para hacer su discurso desde el Eliseo.
Como dijo un diputado hoy por la mañana, Macron dispone de un arcabuz de un solo tiro. Si Júpiter –para decirlo en el refinado lenguaje que acostumbran sus consejeros– la caga… la cosa se pondrá color de hormiga.
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