América Latina desde la teoría de la dependencia
- Análisis
Desde hace cuatro décadas vivimos bajo la sombra del capitalismo neoliberal. Ese período comenzó con el thatcherismo, se reforzó con el desplome de la Unión Soviética y persiste en la actualidad. Modificó el funcionamiento de la economía con atropellos a las conquistas sociales, que facilitaron la gran ampliación de actividades y territorios sometidos a la lógica de la ganancia.
Todas las corrientes de pensamiento coinciden en resaltar los efectos negativos de esa etapa para América Latina. Pero la teoría marxista de la dependencia aporta importantes instrumentos adicionales para esa evaluación.
Este enfoque fue desarrollado por Ruy Mauro Marini, Theotonio Dos Santos y Vania Bambirra en los años 70. Alcanzó gran predicamento, con una interpretación del subdesarrollo centrada en la pérdida de recursos padecida por la periferia. Ilustró especialmente cómo la reproducción dependiente acentuaba la inserción internacional subordinada de la región. Esa tradición permite evaluar ocho características del escenario actual1.
Extractivismo y primarización
El primer rasgo dominante de la economía latinoamericana es la primarización y el extractivismo. Desde los años 80 rige un patrón de especialización exportadora, que recrea la antigua especialización de la región como proveedora de productos básicos. Se han consolidado los cultivos de exportación en desmedro del abastecimiento local, a través de un empresariado que maneja los negocios rurales con criterios de inversión y rentabilidad.
Por su parte, las empresas transnacionales han introducido la explotación en gran escala de la minería, con extracciones a cielo abierto que multiplican las calamidades ambientales. Se ha intensificado, además, la succión de todas las variantes del petróleo (convencional, shale oil, subsuelo marítimo).
Este perfil de actividades centradas en el agro, la minería y la energía es más visible en Sudamérica, pero acentúa la vulnerabilidad de toda la región frente al vaivén de los precios de las materias primas. Esta fragilidad salta a la vista en el estancamiento actual de las cotizaciones del petróleo, el cobre y la soja. Ninguno de esos productos mantiene los elevados niveles de la década pasada.
Para colmo, la nueva ofensiva exportadora de Estados Unidos amenaza varios mercados de la zona, mientras China incrementa su presencia en la región. El gigante oriental persiste como el principal demandante de insumos básicos, pero selecciona compras e incentiva la competencia con proveedores de otros continentes.
Estos datos ilustran el agravamiento de los problemas estructurales que estudiaba la teoría de la dependencia. La primarización y el extractivismo son las denominaciones contemporáneas del subdesarrollo, generado por la sumisión de la región a los precios externos de las commodities.
A diferencia del pasado, los estudios de este problema ya no se inspiran en simples presupuestos de desvalorización de las exportaciones básicas. Registran, por ejemplo, la dinámica ascendente de esas cotizaciones durante la década pasada.
El movimiento de esos precios es investigado tomando en cuenta su patrón cíclico. Ese vaivén refleja la menor flexibilidad de los productos primarios a la innovación tecnológica, en comparación a sus pares del universo fabril. Por su mayor rigidez, esos insumos tienden a encarecerse suscitando procesos reactivos de industrialización de las materias primas.
El doble movimiento de presiones encarecedoras y reacciones de abaratamiento explica la oscilación periódica de esos precios. Pero esas fluctuaciones siempre afectan a la región. Por su condición dependiente, América Latina nunca aprovecha los momentos de vacas gordas y siempre padece los períodos de vacas flacas.
Otro problema evaluado con mayor atención es el adverso manejo de la renta. Han surgido importantes estudios sobre esa remuneración a la propiedad de los recursos naturales, que puede ser interpretada como una plusvalía extraordinaria generada en la propia actividad primaria o absorbida de otros sectores.
La gravitación de esa renta ha crecido en forma excepcional por su carácter estratégico para la acumulación. Las grandes potencias disputan duramente el botín de los recursos naturales y América Latina continúa sufriendo la confiscación sistemática de ese excedente. Esa apropiación retrata la dinámica actual de la renta imperialista y de los procesos de acumulación por desposesión.
A diferencia de otras economías no metropolitanas (como Australia o Noruega) que aprovechan la renta para su desenvolvimiento, América Latina tiene vedado ese usufructo. Como ocupa un lugar subordinado en la división global del trabajo, drena en forma sistemática el grueso de esos recursos hacia el exterior.
La primarización y el extractivismo exportador reproducen un escenario clásico del dependentismo. El análisis de la renta y del patrón cíclico de los precios de las materias primas complementa la clarificación que introdujo ese enfoque.
Regresión industrial
El segundo rasgo del escenario actual es el repliegue de la industria. En Sudamérica descendió el peso del sector secundario en el PBI y en Centroamérica quedó confinado a los eslabones básicos de la cadena global de valor. Por eso circulan tantas reflexiones sobre la “desindustrialización precoz” de la región, que destacan las diferencias con la deslocalización imperante en las economías avanzadas. Se ha profundizado el distanciamiento con la industria asiática y muchas fábricas cierran antes de haber alcanzado su madurez.
Ese deterioro afecta principalmente al modelo forjado para abastecer el mercado local, durante la sustitución de importaciones. La industria tradicional de los países medianos se encuentra en franco retroceso. En Brasil el aparato industrial perdió la dimensión de los años 80, la productividad se ha estancado, el déficit externo se expande y los costos aumentan por la obsolescencia de la infraestructura. En Argentina el declive es mucho mayor. La recuperación de la última década no revirtió la aguda caída previa, persiste la alta concentración en pocos sectores, el predominio extranjero y la baja integración de componentes locales.
Pero también el modelo de las maquilas mexicanas afronta graves problemas. Continúa ensamblando partes de las grandes fábricas estadounidenses, pero ha perdido gravitación frente a los competidores asiáticos. Estas tendencias se acentuarán, si Trump impone sus exigencias en la renegociación del tratado de libre comercio (TLCAN).
Todas las medidas que adopta el millonario para revertir el desbalance comercial estadounidense afectan la producción latinoamericana. Pretende debilitar a los rivales brasileños con escándalos tipo Oderbrecht y apuntala el predominio yanqui en los servicios, el tráfico de datos y las comunicaciones. Busca especialmente disputar con China el control del aparato fabril de la región.
Desde hace años el gigante asiático despliega un modelo de compras de materias primas y ventas de manufacturas, que erosiona el tejido industrial. Frecuentemente utiliza los convenios de libre-comercio para bloquear cualquier protección al ingreso de sus productos.
Las dos grandes potencias cuentan, además, con el auxilio de los gobiernos de la restauración conservadora. Esos regímenes aceleran la disminución de aranceles, en el mismo momento que Estados Unidos y China discuten el incremento de sus tarifas. Los presidentes derechistas de Sudamérica avanzan incluso en la suscripción de un convenio de libre-comercio con la Unión Europea, que afectará severamente al Mercosur.
La regresión industrial de la región actualiza todos los desequilibrios del ciclo dependiente que estudiaron los teóricos de la dependencia. En los años 70 resaltaban el sistemático drenaje de recursos que afectaba a ese sector, a través del giro de utilidades. El mayor predominio de los capitales foráneos acentuó en las últimas décadas esa obstrucción al proceso local de acumulación.
La globalización productiva genera una creciente especialización latinoamericana en insumos básicos o en el mero funcionamiento de las armadurías. Por el lugar marginal que ocupa de la cadena de valor, América Latina no cumple ningún papel significativo en el diseño, la innovación o la gestación de nuevos productos.
Pero a diferencia del escenario descripto por los teóricos de la dependencia, el retroceso actual de la industria latinoamericana coexiste con un despunte de sus equivalentes asiáticos. Esa divergencia se verifica en el enorme ensanchamiento de la brecha que separa a Corea del Sur de Brasil o Argentina.
Ese distanciamiento obedeció en sus inicios al gran atractivo capitalista de explotar la fuerza de trabajo barata del Sudeste Asiático. Pero la brecha de salarios derivó posteriormente en una inserción diferenciada de ambas regiones en la división global del trabajo. Corea del Sur quedó integrada al eslabón superior de un vasto entramado oriental, que recrea en bloque la ventaja comparativa de una fuerza de trabajo devaluada y disciplinada.
Mientras que América Latina era funcional al viejo modelo sustitutivo de importaciones, el Sudeste Asiático optimiza la actual internacionalización capitalista de la producción.
La interpretación dependentista de esa bifurcación pone el acento en la forma de extraer plusvalía. Esa mirada contrasta con la simplificada visión neoliberal, que atribuye las divergencias de ambas regiones a una ventajosa inclinación asiática por la apertura comercial.
Muchos autores heterodoxos han demostrado la falacia de ese argumento. Pero suponen ingenuamente que la divergencia entre ambas zonas obedeció a la implementación de políticas económicas contrapuestas. Estiman que los asiáticos optaron por un buen camino desechado por sus pares latinoamericanos. Con ese presupuesto de libre albedrío, olvidan todos los condicionamientos estructurales que impone la maximización de la ganancia en la división global del trabajo
El razonamiento dependentista aporta un buen soporte para comprender el retroceso industrial de la región. Pero el distanciamiento de América Latina con el desenvolvimiento asiático no se explica sólo con el instrumental de los años 60. Esa bifurcación exige indagar la nueva dinámica de la globalización productiva.
Modalidades de explotación
El dramático deterioro de los indicadores sociales retrata un tercer plano de la realidad latinoamericana. Bajo el neoliberalismo no sólo se agravó el desempleo y la informalidad laboral. Las brechas sociales nuevamente se ensancharon en la región más desigual del planeta. Esa polarización explica la aterradora escala de la violencia social que impera en las ciudades. De las 50 urbes más peligrosos del planeta 43 se localizan en América Latina.
La expulsión de campesinos generada por la transformación capitalista del agro ha sido determinante de esa degradación. Contribuye a engrosar la masa de excluidos urbanos que encuentra poco trabajo y percibe ínfimos ingresos. La enorme expansión de ese segmento explica el nuevo papel de la narco-economía, como refugio de supervivencia.
Otro correlato de la especialización en exportaciones básicas es la concentración de actividades en el turismo. En varias economías pequeñas de Centroamérica la creación de empleos está prácticamente restringida a ese sector.
La ausencia de puestos de trabajo multiplica la emigración y la consiguiente dependencia familiar de las remesas. Enormes contingentes de jóvenes desempleados tienen simultáneamente vedado el arraigo y la emigración. Trump acentúa esa adversidad declarando la guerra a los desamparados. Insulta a los mexicanos, construye muros y desprecia a los países del Caribe.
Las teorías económicas convencionales suelen omitir esos padecimientos. En cambio la tradición dependentista, prioriza la denuncia de todas las desgracias generadas por el capitalismo dependiente. Ilustra cómo el modelo neoliberal potencia la miseria reforzando la informalidad laboral. A diferencia de las economías desarrolladas, la pobreza desborda en América Latina al segmento precarizado y afecta a una enorme porción de los trabajadores estables.
La clase media de la región sólo aglutina en la región a un reducido conglomerado de la población. En comparación a los países avanzados aporta un colchón muy exiguo, al abismo que separa a los acaudalados de los empobrecidos. Está constituida principalmente por pequeños comerciantes o cuentapropistas y no por profesionales o técnicos calificados.
Ese infra-desarrollo refleja la estrechez de la industria y la escasa gravitación de los servicios de alta tecnología. La expansión de los sectores medios en algunos países durante la década pasada fue sobredimensionada y omitió su coexistencia con la enorme desigualdad.
Es evidente que el modelo actual amplía la brecha de salarios entre América Latina y las economías centrales. Esa disparidad corrobora la continuidad del escenario dependentista. Tal como señalaba Marini, esa disparidad de sueldos se acentúa por la inclinación de los capitalistas locales a compensar su debilidad internacional, con mayor opresión de la fuerza de trabajo.
Las grandes diferencias nacionales de salario se han afianzado bajo el capitalismo neoliberal. Pero no convalidan el tradicional contrapunto entre formas de explotación en el centro y modalidades de superexplotación en la periferia.
La globalización productiva ha diversificado la estructura internacional de los salarios, con nuevas estructuras de valores altos, medios y bajos de la fuerza de trabajo. Las empresas transnacionales toman en cuenta esas diferencias, para definir sus inversiones y optimizar el fraccionamiento del proceso de fabricación en distintos países.
Los grandes cambios generados por esa reorganización de la actividad laboral afectan a todas las economías. América Latina acompaña, por un lado, la tendencia a la segmentación de los asalariados entre un sector formal-estable y otro informal-precarizado. Los países centrales incorporan, por otra parte, la retribución de una parte de la fuerza de trabajo por debajo de su valor. La actualización del razonamiento dependentista exige conceptualizar esas transformaciones de las últimas décadas.
Determinantes del endeudamiento
El creciente peso de la deuda constituye un cuarto rasgo de la economía latinoamericana actual. Esa pesadilla sigue afectando a la región, a través de la vieja secuencia de desequilibrios fiscales y déficits externos, que engrosan los pasivos y precipitan las crisis.
Bajo el capitalismo neoliberal se registraron períodos de distinta gravedad de ese encadenamiento. En la década pasada la apreciación de las materias primas y el ingreso de dólares permitieron cierto alivio. Posteriormente ese respiro desapareció y el endeudamiento resurgió con gran intensidad.
La relación deuda/producto ha desmejorado significativamente en la mayoría de los países desde el 2015. La presencia de dos actores complementarios de ese proceso -el FMI y los fondos de inversión- es mucho más visible que en el pasado.
La tradición dependentista suele evitar el análisis del endeudamiento en simple clave de especulación financiera. Destaca que el creciente peso de los pasivos expresa la fragilidad productiva y comercial del capitalismo dependiente. La vulnerabilidad financiera complementa esas inconsistencias.
Hay agobio con el pago de los intereses, las refinanciaciones compulsivas y las cesaciones de pagos por el perfil subdesarrollado de economías primarizadas, con poca industria y elevada especialización en servicios básicos. El endeudamiento no se dispara sólo por el “saqueo de los financistas”. Refleja la creciente debilidad de los procesos de acumulación.
Lo mismo ocurre con el déficit fiscal. Ese desbalance no deriva del populismo, el malgasto o la indisciplina de los latinoamericanos. Refleja la condición dependiente de todos los países. El deterioro de las cuentas públicas se ha profundizado, además, por la generalizada fuga de capitales que instrumentan los acaudalados de la región.
Esa emigración de fondos se acrecentó en las últimas décadas por la localización de las grandes fortunas en los paraísos fiscales. La mudanza es también indicativa de la estrecha asociación gestada por los grandes grupos locales (Rocca, Slim, Cisneros, Camargo Correa) con las empresas transnacionales. La concentración y extranjerización de las principales empresas confirma el diagnóstico de las clases dominantes formulado por la teoría marxista de la dependencia.
La vieja burguesía nacional de industriales -que privilegiaba la expansión de la demanda, fabricando para el mercado interno con protección aduanera- se ha extinguido. En la actualidad predomina una burguesía local que prioriza la exportación y prefiere la reducción de costos a la ampliación del consumo. Todos los cuestionamientos dependentistas a la existencia de una burguesía nacional desarrollista han sido validados por esa evolución de las clases capitalistas.
Variedad de crisis
También la dinámica de la crisis corrobora las caracterizaciones de la teoría de la dependencia. Esas convulsiones constituyen una quinta característica del escenario regional.
Bajo el neoliberalismo las crisis han sido más periódicas e intensas a escala global. En ciertos casos (2008-09), provocaron grandes recesiones e involucraron socorros a los bancos solventados con emisión monetaria. En otras circunstancias, golpearon a las economías intermedias (México en 1995, Sudeste Asiático en 1997, Rusia en 1998, Argentina en 2001).
Esta última variedad reaparece en la actualidad y ya impacta sobre Argentina y Turquía. La crisis se concentra nuevamente en los denominados países emergentes, afectados por la valorización del dólar, el aumento de la tasa de interés estadounidense y las tensiones comerciales entre las grandes potencias.
A mediados del 2018 Argentina se ha transformado en el eslabón más débil del entramado regional. La política neoliberal extrema de Macri generó déficit comercial, fuga de capitales y un festival de especulación financiado con créditos externos. Cuando los acreedores cortaron los préstamos temiendo la cesación de pago, el gobierno recurrió a un desesperado auxilio del FMI. Esa decisión ha puesto en marcha un círculo vicioso de ajustes que empobrecen a la población. El potencial contagio de la convulsión argentina a otros países es la principal preocupación de los economistas.
Las crisis han sido una pesadilla recurrente del capitalismo dependiente. Obedecen, en primer lugar, al estrangulamiento del sector externo que generan los desequilibrios comerciales y las salidas de fondos financieros.
Como las economías latinoamericanas dependen del vaivén de precios de las materias primas, en los períodos de valorización exportadora afluyen las divisas, se aprecian las monedas y el gasto se expande. En las fases opuestas los capitales emigran, decrece el consumo y se deterioran las cuentas fiscales. En el pico de esa adversidad irrumpen las crisis.
Esas fluctuaciones magnifican a su vez el endeudamiento. En los momentos de valorización financiera los capitales ingresan para lucrar con operaciones de alto rendimiento y en los períodos inversos se generaliza la emigración de los capitales. Estas operaciones se consuman engrosando los pasivos del sector público o privado.
El segundo determinante de las crisis regionales son los periódicos recortes del poder adquisitivo. Esas amputaciones agravan la ausencia estructural de una norma de consumo masivo. La debilidad del mercado interno y el bajo nivel de ingreso de la población explican esa carencia. La expansión de la informalidad laboral, los bajos salarios y la estrechez de la clase media acentúan la fragilidad del poder de compra.
Las dos modalidades de la crisis -por desequilibrio externo y por retracción del consumo- se han verificado en todos los modelos de las últimas décadas. Irrumpieron durante la sustitución de importaciones (1935-1970) y reaparecieron en la “década perdida” de estancamiento e inflación (años 80). En el posterior debut del neoliberalismo asumieron mayor intensidad por el impacto de la desregulación financiera, la apertura comercial y la flexibilidad laboral.
Los mismos desequilibrios persistieron durante los ensayos neo-desarrollistas de la década pasada. La intervención del estado para sostener el nivel de actividad no ahuyentó el fantasma de la crisis. Los desfasajes de la balanza de pagos y las asfixias del consumo están inscriptos en el ADN del capitalismo latinoamericano.
La teoría de la dependencia siempre estudió esas tensiones con criterios multicausales y subrayó la ausencia de un sólo determinante de la crisis. Las convulsiones que padece la región son desencadenadas por fuerzas diversas, que combinan los desequilibrios externos con las restricciones del poder de compra. La sobreproducción o el declive porcentual de la tasa de ganancia –que impactan más directamente sobre las economías desarrolladas- operan a una escala que desborda el escenario regional.
Imperialismo y subimperialismo
La sexta característica de la región deriva de su continuada subordinación al imperialismo estadounidense. La pretensión de Trump de restaurar la hegemonía de la primera potencia agrava ese sometimiento. El magnate intenta utilizar el poder geopolítico-militar de su país para recuperar posiciones económicas perdidas. En esa estrategia de recomposición imperial, América Latina es tratada como un patio trasero sujeto a la doctrina Monroe.
Trump busca reducir el margen de autonomía de los tres países medianos de la región. Exige que Brasil entregue la explotación petrolera, que México refuerce la penetración de la DEA y que Argentina se sume a las provocaciones anti-iraníes. Como las invasiones directas tipo Granada o Panamá no son factibles (por ahora), el ocupante de la Casa Blanca refuerza las bases en Colombia y auspicia acciones terroristas contra Venezuela.
Los presidentes derechistas de la región -que esperaban una relación de sometimiento tradicional- han aceptado la sumisión extrema que exige Trump. No sólo convalidan las decisiones del Ministerio de Colonias (OEA) y se arrodillan en las Cumbres de Lima. Promueven, además, la disolución de UNASUR por simple pedido del Departamento de Estado.
Este escenario actualiza el legado antiimperialista de la teoría de la dependencia, que combinaba tradiciones de resistencia nacional con proyectos socialistas. Ese enfoque se inspiró en el proceso anticapitalista que inauguró la revolución cubana, radicalizando la batalla contra el agresor estadounidense.
El período de grandes esperanzas en acelerados avances del socialismo, que despertó ese triunfo en el Caribe se cerró en los años 80, con la derrota de los movimientos guerrilleros, el fracaso de la Unidad Popular chilena y la frustración de Nicaragua.
Pero el antiimperialismo reapareció posteriormente en las rebeliones populares que iniciaron el ciclo progresista, con ideas de soberanía nacional y campañas contra el pago de la deuda externa. La continuidad de esa batalla actualmente incluye la denuncia del embargo que sufre Cuba y las agresiones que padece Venezuela.
Las banderas antiimperialistas no han perdido centralidad con la globalización. Las resistencias populares surgen, maduran y se desenvuelven en distintos países o regiones, a través de organizaciones y programas nacionales.
El dependentismo también ha legado una tradición de empalmes entre la teoría económica, la acción política y el compromiso social. Esa complementariedad es decisiva en una región con elevados niveles de movilización popular.
En este mismo terreno político se verifica una séptima característica más peculiar de las economías medianas, que en los últimos años han sido clasificadas en el casillero de los emergentes. Actualmente se verifica una gran remodelación de esos estamentos intermedios.
La vieja relación bipolar (centro-periferia) actualmente adopta ciertos rasgos triangulares, ante la competencia entre economías metropolitanas y nuevas potencias industrializadas por el sometimiento de la periferia. En su amoldamiento a la globalización productiva, las distintas franjas intermedias adoptan modalidades diferenciadas.
Algunas economías se insertan en el gran taller industrial de Oriente y otras recrean su antiguo rol de proveedoras de insumos. El primer grupo asciende y el segundo retrocede de la división global del trabajo, siguiendo las trayectorias contrapuestas que han transitado Corea del Sur y Brasil.
Como la teoría marxista de la dependencia siempre prestó gran atención a los países intermedios, su mirada facilita la comprensión de estas novedosas situaciones. Conviene recordar que Marini analizaba las singularidades de esas formaciones, distinguiendo el status de los países más relegados del lugar alcanzado por Brasil en el escenario regional.
El teórico de la dependencia introdujo el concepto de subimperialismo para retratar ese segmento. Le asignó a esa categoría una dimensión económica de expansión externa y otra geopolítico-militar de protagonismo regional.
La caracterización complementaria de semiperiferia que aportó Wallerstein definió a los países intermedios por su inserción internacional y nivel de desarrollo. Esa noción permite, por ejemplo, distinguir en la actualidad a Corea del Sur de Mozambique.
El alcance del subimperialismo es más controvertido. Se aplica a las sub-potencias regionales con capacidad de acción militar, que cumplen un doble rol de gendarmes asociados y autónomos de Estados Unidos. Turquía e India ejemplifican ese rol en Medio Oriente y el Sur de Asia.
Por el contrario Brasil mantiene un status semiperiférico, sin desenvolver una acción subimperial en Sudamérica. Ese perfil geopolítico es coherente con su regresión manufacturera y su especialización en las exportaciones primarias. Brasil ilustra la inexistencia de estrictos paralelos entre potencias subimperiales y economías semiperiféricas.
Regímenes autoritarios
La multiplicación de gobiernos autoritarios constituye el octavo rasgo actual de América Latina. Ese perfil se verifica tanto en los regímenes derechistas continuados (Perú y Colombia), como en los surgidos de elecciones (Argentina) o golpes institucionales (Honduras (2009, Paraguay 2014, Brasil 2017).
En todos los casos se afianzan sistemas represivos que utilizan el estado de excepción para aplicar la agenda neoliberal. Las situaciones de mayor dramatismo se observan en México (2000 muertes por mes, incontables desaparecidos, 330.000 desplazados) y Colombia (385 líderes sociales ultimados desde la firma del Acuerdo de Paz). La misma tónica adopta el asesinato de militantes populares. Ya hay varios nombres que simbolizan el mortífero accionar de los gendarmes y las bandas parapoliciales (Marielle Franco, Sabino Romero, Berta Cáceres, Santiago Maldonado, Yolanda Maturana).
La persecución de opositores y la proscripción de los principales líderes del ciclo progresista ilustran la misma tendencia, en un marco de creciente fraude y alta abstención electoral. Incluso los gobiernos conservadores con cierto sostén social afrontan escenarios de legitimidad decreciente.
En la mayoría de los países los medios de comunicación fijan la agenda derechista. Identifican la corrupción con el progresismo, ocultando el protagonismo de muchos presidentes neoliberales en los desfalcos del erario público.
El golpismo de Brasil sintetiza todos los rasgos del nuevo modelo autoritario. Los poderosos han gobernado con la complicidad de los jueces, utilizando las infamias difundidas por los medios de comunicación y las amenazas propagadas por los militares. Han vulnerado las formalidades institucionales para instaurar una descarda plutocracia.
Para caracterizar los nuevos regímenes represivos son muy relevantes algunas ideas expuestas por los teóricos de la dependencia. En esos trabajos asignaron una significativa gravitación al pilar coercitivo de los sistemas políticos latinoamericanos.
En la época de las dictaduras analizaron especialmente los modelos de contra-insurgencia, evaluando sus familiaridades y diferencias con el fascismo. En el período pos-dictatorial advirtieron la incompatibilidad del neoliberalismo con la continuidad de las conquistas democráticas. Esa contraposición se ha corroborado en forma contundente en las últimas décadas.
Adversarios y balances
La teoría marxista de la dependencia contribuye a esclarecer las principales características del escenario latinoamericano actual. Permite comprender el extractivismo, el repliegue de la industria, el deterioro social, el endeudamiento estructural, el reinicio de la crisis, la relación con el imperialismo, la especificidad de las semiperiferias y la dinámica de los regímenes autoritarios. Esa clarificación se verifica en la polémica con las dos teorías más influyentes de la región: el neoliberalismo y el neodesarrollismo.
La primera corriente mantiene su predominio en la mayoría de los gobiernos, universidades y medios de comunicación. Persiste como práctica reaccionaria, pensamiento conservador y modelo de acumulación anti-popular.
El neoliberalismo anticipó en Sudamérica (a fines de los 70) su preeminencia internacional. Pero también ha enfrentado en esa región resistencias superiores al resto del mundo. Tuvo una etapa inicial de políticas de ajuste y otra fase posterior centrada en las privatizaciones. Esas orientaciones acentuaron todos los desequilibrios económicos tradicionales.
En la actualidad, los neoliberales continúan repitiendo las mismas recetas de apertura comercial y flexibilización laboral. Idealizan al capitalismo y niegan sus desequilibrios intrínsecos. Suponen que la mundialización aproxima a la sociedad a un idílico estadio de mercados perfectos, distribución óptima de recursos y convergencias entre economías avanzadas y retrasadas.
Desde el atril reiteran todas las fantasías de la ortodoxia neoclásica. Pero en la gestión práctica se han tornado más pragmáticos y eluden el análisis de cualquier episodio que contradiga sus dogmas. Han quedado especialmente desconcertados por la presencia de un presidente estadounidense que emite discursos proteccionismo y un enemigo chino que defiende el libre-comercio.
La confrontación dependentista con las incongruencias del neoliberalismo enriquece la batalla de ideas, contra los principales defensores del orden opresivo imperante en América Latina.
El debate con el neo-desarrollismo transita por otro carril. Aquí prevalece un contrapunto de perspectivas opuestas para superar el retraso de la región. La divergencia actual está centrada en el balance de los modelos heterodoxos ensayados en la última década, para retomar la industrialización con políticas de regulación estatal.
La crítica dependentista destaca que esas orientaciones soslayaron los cambios estructurales requeridos para erradicar el subdesarrollo. En Argentina eludieron al manejo estatal del comercio exterior, en Brasil convalidaron la primacía de las finanzas y a escala regional congelaron los proyectos de integración (Banco del Sur, fondo común de reservas, sistema cambiario coordinado). Por esa razón, las mejoras logradas en el debut de esos modelos se disiparon, cuando se consolidó la adversidad económica internacional.
La teoría de la dependencia permite entender los límites de las experiencias neodesarrollistas. Esos proyectos minimizan la escala e intensidad de los conflictos vigentes bajo el capitalismo. Relativizan el sometimiento de la región a la dominación imperial y apuestan ingenuamente a un funcionamiento amigable de las economías asentadas en el lucro.
Ciertamente el ciclo progresista de la década pasada permitió desahogos políticos, conquistas democráticas y mejoras sociales. Pero no llegó a conformar una etapa pos-liberal. Los gobiernos mantuvieron los privilegios de los grupos dominantes y se asustaron frente a las protestas sociales. Por eso toleraron la demagogia de la derecha y abrieron el camino a la restauración conservadora.
El balance crítico debe extenderse también al proceso más radicalizado de Venezuela, que continúa afrontando la guerra económica y las conspiraciones criminales. El chavismo implementó políticas de redistribución del ingreso, que afectaron a las clases dominantes y mejoraron inicialmente el ingreso de las mayorías. Pero nunca transformó la renta petrolera en el pilar de un proyecto productivo. Todas las iniciativas de industrialización quedaron bloqueadas por el mal uso de las divisas y los compromisos con la boliburguesía.
Las experiencias de los últimos años confirman la necesidad de respuestas socialistas a los problemas de la región. Ese horizonte fue postulado por la teoría de la dependencia en contraposición a las ilusiones de forjar modelos humanitarios, inclusivos o redistributivos del capitalismo. Esos atributos contradicen la lógica de un sistema regido por explotación y la desigualdad.
Ninguna modalidad del capitalismo de estado resuelve los desequilibrios del capitalismo privado. Las mismas contradicciones que generan la competencia, el beneficio y la explotación afectan a ambas variantes. La superación del capitalismo dependiente exige una renovada batalla por el socialismo.
Reinvención del dependentismo
La provechosa actualización del legado de Marini no se extiende a la obra de Fernando Henrique Cardoso. El ex mandatario de Brasil inspiró la versión convencional de la teoría de la dependencia, a partir de una caracterización del nivel de autonomía exhibido por cada país latinoamericano.
Cardoso rechazó primero la contraposición entre dependencia y desarrollo, para auspiciar un desenvolvimiento asociado con las empresas transnacionales. Posteriormente incorporó todos los dogmas del neoliberalismo. Hubo continuidad de pensamiento y no sólo improvisación, en el hombre que quemó todos sus escritos para ocupar el sillón presidencial.
La visión marxista se ubicó en la vereda opuesta. Retomó la revalorización de la lucha nacional que concibió el autor de El Capital en su madurez y reelaboró todos los estudios de la centuria pasada sobre el subdesarrollo. Ese dependentismo maduró en los encuentros con la teoría del sistema-mundo y en los empalmes con el marxismo endogenista. Con ese sustento ensanchado ofreció un gran cimiento para comprender la realidad latinoamericana.
La teoría marxista de la dependencia fue revitalizada por dos figuras recientemente fallecidas. Theotonio Dos Santos indagó múltiples facetas del capitalismo contemporáneo y aportó importantes reflexiones sobre el estado, las clases dominantes y la burocracia. Samir Amin razonó desde Asia y África los problemas de antiguas sociedades orientales sometidas al colonialismo, combinando en forma magistral la historia con la economía. La continuación de esas investigaciones permitirá renovar una concepción insoslayable para develar los enigmas del siglo XXI.
Resumen
Un enfoque renovado de la teoría marxista de la dependencia clarifica las causas del retroceso económico latinoamericano durante el neoliberalismo. Ilustra cómo el extractivismo recrea el subdesarrollo y explica el repliegue de la industria frente a la competencia asiática.
También resalta la coexistencia de la brecha internacional de los salarios, con la segmentación laboral en la periferia y la precarización en el centro. Destaca que el creciente endeudamiento expresa la fragilidad del capitalismo dependiente y la asociación de las clases dominantes con sus pares foráneos. Esclarece, además, la combinación de crisis por desequilibrios externos y asfixias del poder adquisitivo.
Los principios antiimperialistas del dependentismo recobran vigencia frente al intento estadounidense de recuperar hegemonía. Sus conceptos de semiperiferia y subimperialismo clarifican el despunte de los emergentes. Esa escuela ofrece interpretaciones del autoritarismo de los regímenes derechistas y argumentos para confrontar con el neoliberalismo. Permite además extraer balances de la frustración neodesarrollista. La reinvención de esa teoría transita por el camino que pavimentaron Theotonio Dos Santos y Samir Amin.
Claudio Katz
Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
Conferencia expuesta en el Encuentro “La economía de América Latina y el Caribe ante el nuevo entorno internacional”, ANEC, La Habana, 11-9-2018.
1 Las tesis que exponemos sintetizan conceptos desarrollados en dos libros recientes. Toda la bibliografía correspondiente se encuentra en esos textos. Katz, Claudio. Neoliberalismo, Neodesarrollismo, Socialismo, Batalla de Ideas Ediciones, 2015, Buenos Aires. Katz, Claudio. La teoría de la dependencia, 50 años después, Batalla de Ideas Ediciones, 2018, Buenos Aires (próxima aparición).
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