Contra el apocalipsis nuclear

24/10/2017
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EE.UU. mantiene bases militares en Japón, Guam y Corea del Sur como manifestación de su contención de la China.

 

 A un público rehén del aparato mediático occidental le es fácil satanizar a la República Popular Democrática de Corea y sacralizar a EE.UU., pero en su actual conflicto, que tiene en ascuas al mundo con el peligro real de un apocalipsis, debemos saber cuál de las dos potencias actúa al margen o conforme al derecho internacional; cuál de los dos Estados está a favor de la paz regional y mundial.

 

Corea combatió a los japoneses que invadieron la península desde fines del s. XIX hasta la Segunda Guerra y destruyeron al país, prohibieron su cultura y esclavizaron a su población. En la Guerra de Corea (1950-1953), los coreanos, con ayuda de voluntarios chinos y pilotos soviéticos, derrotaron por primera vez a EE.UU., que destruyó la totalidad de Pyongyang y diezmó por lo menos a la quinta parte de la población, en la primera guerra de alta intensidad después de Hiroshima y Nagasaki. La segunda derrota de EE.UU. fue Vietnam. Al finalizar la guerra, no se firmó un tratado de paz sino un armisticio, y Corea quedó dividida entre la República Popular Democrática de Corea (Norte) y la República de Corea (Sur), en el Paralelo 38, un conflicto que sigue siendo el primer y más grande fracaso de la ONU en el mantenimiento de la paz.

 

EE.UU. mantiene bases militares en Japón, Guam y Corea del Sur como manifestación de su contención de la China y la Unión Soviética (hoy Rusia) en el Lejano Oriente y como excusa para defender a Corea del Sur (capitalista) de Corea del Norte (socialista). Pero esa contención es un inútil anacronismo en el s. XXI, en tanto que los intentos del Sur y del Norte para reunificarse han sido saboteados sistemáticamente por Washington y sus aliados del Sur.

 

La RPD de Corea no tiene un soldado fuera de sus fronteras; sus aviones y naves no violan espacios extranjeros; jamás ha agredido a ningún país; no tiene colonias ni neocolonias; no lleva a cabo maniobras militares en mancuernas para amenazar a nadie; intentó una solución negociada del conflicto y entró al Movimiento de Países No Alineados el mismo día que ingresó Panamá (agosto de 1975, Lima).

 

EE.UU. puso a Corea del Norte en su lista de países terroristas atacables con bombas atómicas cuando Pyongyang carecía de defensa antinuclear y solo contaba con un sistema de subterráneos. EE.UU. mantiene misiles nucleares y 26 000 tropas en Corea del Sur, con la que realiza maniobras conjuntas cada año contra el Norte.

 

EE.UU. ha instalado en Corea del Sur un sistema de Defensa Terminal a Gran Altitud (THAAD), que apunta contra la RPD de Corea, China y Rusia. EE.UU. bloquea y sanciona unilateralmente a Corea del Norte desde antes que lo hiciera el Consejo de Seguridad, y es este país el primero en aparecer en la Lista Clinton.

 

En síntesis, Corea intenta defenderse de un rapaz imperialismo y solo desea que EE.UU. se retire de Corea del Sur, no obstruya la reunificación, que la península se desnuclearice y desmilitarice y se firme un tratado definitivo de paz con Washington.

 

Estos son los objetivos que la comunidad internacional ha pedido, como lo han sugerido numerosos premios Nobel de la Paz, incluido recientemente el movimiento mundial por la desnuclearización.

 

La guerra atómica o nuclear no es guerra sino autodestrucción y suicidio, y ningún Estado —de la ideología que fuese— tiene derecho a destruir la existencia de los siete mil millones de ciudadanos del planeta, la totalidad de las especies vivientes y los vestigios de la humanidad. Pero eso es justamente lo que ocurrirá si, deliberadamente o por accidente, algún estúpido o de aquí o de allá oprime el apocalíptico botón.

 

Se sabe que alguna vez EE.UU. ordenó, en otro contexto, un ataque nuclear a la URSS, y que solo la desobediencia del militar responsabilizado salvó al planeta de una catástrofe final. Pero nuestra existencia no puede ni debe depender del estado de ánimo de algún psicópata, de un desquiciado o de algún analfabeta.

 

El aparato mediático de Occidente (radio, prensa y TV) debe cesar su apoyo a los guerreristas y halcones y más bien coadyuvar a desarraigar la noción alucinante de la psique colectiva, de que una guerra nuclear no solo es posible sino deseable. Debemos desnuclearizar y desmilitarizar nuestras mentes, como paso previo para declarar al mundo entero como un planeta de Paz.

 

Julio Yao Villalaz

Analista internacional, ex embajador especial a la RPD de Corea (1977) y expresidente de Serpaj-Panamá.

 

opinion@laestrella.com.pa

 

 

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