Hillary Rodham Clinton: ¿haciendo historia?

04/11/2016
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¿Qué significaría para Estados Unidos que Hillary Rodham Clinton fuera electa para ocupar la presidencia de aquel país? Hoy por hoy considerada la segunda mujer más poderosa del mundo -sólo superada por la canciller alemana Angela Merkel- según la revista Forbes, la candidata presidencial por el Partido Demócrata se encuentra a punto de culminar un largo proceso que se origina con la independencia misma de la Unión Americana y que es la reivindicación de los derechos políticos de las mujeres.

 

Si bien no es la primera mujer que ha sido postulada para la presidencia estadunidense, es quien más posibilidades tiene de obtener la victoria al haber sido postulada por uno de los dos más importantes institutos políticos del vecino país del norte. Antes de Hillary Rodham, diversas féminas aspiraron a la principal magistratura de Estados Unidos, aunque en representación de partidos políticos pequeños. Fue el caso de Victoria Woodhull, quien, en 1872, fue la candidata presidencial del Equal Rights Party.  A partir de ese momento, otras 29 mujeres buscarían acceder a la Casa Blanca sin éxito. A la fecha, Estados Unidos sólo ha tenido presidentes hombres y ninguna fémina tampoco ha ocupado la Vicepresidencia. Tardíamente, el Partido Demócrata no fue sino hasta 1984 que postuló a Geraldine Ferraro como compañera de fórmula de Walter Mondale (ambos perdieron frente a Ronald Reagan, quien se reeligió en esa oportunidad). Más tardía fue la elección de la ex gobernadora de Alaska, Sarah Palin, para acompañar en la carrera rumbo a la Casa Blanca a John McCain por parte del Partido Republicano en 2008 (si bien ambos perdieron frente a la dupla Obama-Biden).

 

En la actualidad la doctora Jill Stein es la candidata presidencial del Partido Verde (también fue postulada al cargo por el mismo instituto político en 2012); Alyson Kennedy representará en la misma contienda al Partido Socialista de los Trabajadores y Gloria La Riva contenderá al frente del Partido para el Socialismo y la Liberación.

 

Lograr que las mujeres pudieran aspirar a ejercer el derecho al sufragio y a postularse para cargos de elección popular en Estados Unidos, implicó una larga lucha que comenzó tras la independencia del país en 1776. Las mujeres en el recién independizado Estados Unidos, eran letradas, producto de la tradición protestante, por lo que asumían que era natural participar activamente en la vida política nacional. En ese tiempo, el derecho a voto estaba reservado a los habitantes libres que contaran con ciertos requisitos de propiedad, lo que posibilitó que diversas mujeres sufragaran en Nueva Jersey, si bien, en 1807, la legislatura estatal les retiró ese derecho. Pese a retrocesos como el descrito, en 1848, dos ilustres féminas, Lucrecia Mott y Elizabeth Cady Stanton promovieron el voto femenino en la Convención sobre los Derechos de la Mujer que se celebró en Seneca Falls. Y el camino, a continuación, fue sinuoso. Por ejemplo, muchas mujeres apoyaron el derecho a votar para los afroestadunidenses tras la abolición de la esclavitud al concluir la Guerra de Secesión, con la esperanza de que también a ellas se les reconociera ese derecho político. Tristemente no fue así: el conservadurismo de la sociedad no podía lidiar con la incorporación de las minorías a su quehacer cotidiano, y si bien se aceptó que los afroestadunidenses pudieran incursionar en ese ámbito, las mujeres tendrían que esperar.

 

A principios del siglo XX, el activismo de las mujeres encontró en la primera guerra mundial, un escenario propicio para prosperar, sobre la base del trabajo que las féminas desarrollaban en casa para apoyar a las tropas que estaban combatiendo allende las fronteras. Así, las organizaciones sufragistas presionaron al entonces mandatario Woodrow Wilson para que impulsara el voto femenino, algo que ya hacia 1917 ocurría en 16 estados, Nueva York incluido, pero que no estaba sancionado a nivel federal. Cabe destacar que la lucha por el voto femenino tiene muchas aristas, entre ellas las del movimiento a favor de la prohibición de la venta de alcohol. En efecto, la ley seca tuvo en las mujeres un apoyo fundamental, puesto que para ellas era intolerable que sus hombres se gastaran los ingresos que obtenían tras la jornada laboral en los bares y que más tarde llegaran borrachos a sus hogares para maltratar a la mujer y a sus hijos. Tanto en la segunda mitad del siglo XIX como a principios del XX eran frecuentes las irrupciones de mujeres a los bares y/o cantinas con hachas que usaban para destruir el lugar y los barriles u otros envases que contuvieran alcohol.

 

Más allá de la ley seca, el 26 de agosto de 1920 fue aprobada la Décimo novena Enmienda a la Constitución estadunidense, la cual garantizó el derecho de voto a las mujeres, mismo que de todas maneras tardaría en ser avalado por completo por los estados de la Unión Americana –sin ir más lejos, Carolina del Sur aprobó la enmienda apenas en 1973. Con todo, a partir de ese momento, las mujeres pudieron votar en los comicios del otoño de 1920, incluyendo los presidenciales. No se crea, sin embargo, que todas las mujeres de todas las razas, calificaban para el disfrute de este derecho. Por ejemplo, el voto para las mujeres afroestadunidenses, sólo sería garantizado hasta 1965, en el marco del movimiento por los derechos civiles. Esta aclaración es importante porque no es igual el voto femenino blanco, basado en la educación, y en un pensamiento ilustrado y burgués, que el voto femenino negro, el cual era impulsado, desde mediados del siglo XIX por mujeres que habían sido esclavas, que carecían de acceso a la educación, que eran explotadas y sometidas a toda clase de abusos. Por eso se considera que el feminismo negro surgió de la intersección entre la abolición de la esclavitud y el sufragismo en aquella nación.

 

Tras lo descrito, ¿qué tanto ha progresado la Unión Americana en términos de equidad de género, en particular, en el terreno político? Para empezar, Estados Unidos no ha ratificado la Convención para la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer de 1979, siendo el único país desarrollado y uno de los pocos a nivel mundial que no lo ha hecho, al lado de Somalia, Palau, Irán, Sudán y Tonga. Diversas figuras políticas se han pronunciado en Estados Unidos, por ratificar tan importante documento, puesto que no hacerlo, hace ver muy mal a los estadunidenses a los ojos del mundo. ¿Pero qué hay de la política interna?

 

En 1917, Jeannette Rankin fue la primera mujer elegida para la Cámara de Representantes por el estado de Montana. Fue el inicio de una presencia que se tornaría recurrente a partir de 1945. En el momento actual, de los 435 miembros que integran la Cámara de Representantes, 84 son mujeres, esto es, el 19. 5 por ciento, muy lejos de México (37. 2 por ciento en la Cámara de Diputados), y distante de los números que, según la Unión Interpalamentaria, muestran los congresos o parlamentos de naciones como las nórdicas (41. 1 por ciento de escaños a cargo de mujeres).

 

En el Senado estadunidense, el proceso fue más lento. La primera mujer que accedió a la cámara alta en el vecino país del norte, fue Rebecca Felton, demócrata, quien llegó al cargo al morir su esposo, durando en el mismo sólo un día –esto ocurrió en 1922- y que era férrea defensora de los derechos de los hombres y de la esclavitud de los afro-estadunidenses. La primera mujer propiamente electa para el cargo fue Hattie Caraway en 1932. No sería sino hasta 1978 que las mujeres empezarían a tener una representación en el Senado de manera continua hasta el día de hoy, que equivale al 20 por ciento de los escaños existentes –en total son 100 escaños y las mujeres justamente concentran 20.

 

En los hechos, la composición del Congreso de Estados Unidos en términos de género, refleja lo mucho que hay que trabajar a favor de la equidad de género en aquella nación. Por ejemplo, en la historia del país sólo se han producido dos contiendas mujer contra mujer para elegir gobernador, la primera en Nebraska en 1986 y la segunda en Hawai en 2002.

 

Un hecho a destacar es que en la lista de las 100 mujeres más poderosas del mundo que publica año con año la revista Forbes, de las primeras 10 en la lista, 7 son estadunidenses, de la cuáles sólo Hillary Rodham y Janet Yellen –a cargo de la Reserva Federal- tienen perfiles y/o responsabilidades políticas, en tanto que el resto, presiden a prestigiadas firmas de tecnología o automotrices, o bien, a organizaciones filantrópicas –Melinda Gates. En este sentido, no parece que las mujeres estadunidenses dedicadas a la política sean tan exitosas ni poderosas a nivel mundial a comparación de las que se dedican a la actividad empresarial. Por lo tanto, si Hillary Rodham Clinton es electa el próximo martes 8 de noviembre como Presidenta de Estados Unidos, sería, a todas luces, un logro en una sociedad conservadora, con una cultura política masculina, renuente al cambio, racista y excluyente. Dicho esto, a pesar de que Hillary Rodham representa a una minoría –las mujeres-, paradójicamente también representa a una mayoría –la blanca, anglo-sajona y protestante o WASP- con la que muchas mujeres no blancas –o bien, las minorías dentro de las minorías- no se identifican. Clinton ha insistido en la inclusión y la no discriminación, aun cuando muchos perciben que lo hace para exhibir las inconsistencias de su adversario republicano, más que por convicción.

 

Un hecho a destacar es la creciente cantidad de mujeres empresarias que en Estados Unidos han buscado, en los últimos años, incursionar en la política, particularmente a nivel estatal o legislativo. Muchas de ellas pertenecen a, o se identifican con el Partido Republicano. Es el caso de Linda McMahon, Maria Fallin, Tarryl Clark y Susana Martínez, por citar sólo algunos ejemplos. Es interesante hacer notar que algunas de estas féminas postulan agendas excluyentes, trátese de las minorías o respecto a temas como el migratorio. Es decir, no por ser féminas, automáticamente postulan agendas progresistas, anti-bélicas o promotoras de la coexistencia y la tolerancia.

 

Tradicionalmente a las mujeres se les vincula con la fragilidad, la vulnerabilidad, la ternura, la maternidad, la inestabilidad emocional, etcétera, si bien el quehacer político les exige, al igual que a los hombres, entereza, liderazgo, experiencia, y la capacidad para tomar decisiones, por más difíciles o dramáticas que éstas sean. De hecho, es de esperar que si llega a acceder a la Casa Blanca, Hillary Rodham sea más conservadora que su predecesor, a quien muchos consideran como “demasiado liberal.” Ello también obedecerá al tiento con el que deberá proceder en una sociedad que está cambiando, pero que también se resiste a él, por lo que se encuentra muy dividida y habrá heridas que será menester sanar. Por lo tanto, Hillary Clinton puede hacer historia, aun cuando la equidad de género tiene un largo camino por delante, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo.

 

- María Cristina Rosas es Profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México

 

etcétera 03 de noviembre 2016

 

http://www.etcetera.com.mx/articulo/Hillary+Rodham+Clinton%3A+Haciendo+historia%3F/50690

 

 

https://www.alainet.org/de/node/181430?language=en
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