Como titular de la Secretaría de Desarrollo Social, a partir del 7 de septiembre, tres días más tarde Luis Enrique Miranda realizó su primer gira de trabajo y una definición pertinente en Xochitepec, Morelos, pero no queda claro si ayudará a atemperar las críticas de la oposición que por ahora no está aliada al Revolucionario Institucional y que ve con desconfianza el nombramiento del amigo y compadre de Enrique Peña en una dependencia siempre utilizada con propósito electorales.

La pertinente definición: “Vengo a desempeñar esta tarea con profundo amor para los mexicanos, de donde vengo, sé de la pobreza, es más, tengo la certeza de que es la gran causa de la ingobernabilidad o de los problemas de gobernabilidad que se presentan en el país”.

Muy bien que el nativo de Xocotitlán estado de México, formado burocrática e institucionalmente bajo la sombra del impresentable y enriquecido Arturo Montiel Rojas, e hijo de Luis Miranda Cardoso, expresidente del Tribunal Superior de Justicia del Estado de México, reconozca como la gran causa –aquí sí estructural– de la ingobernabilidad a la pobreza moderada y extrema.

Seguramente sabe de la pobreza más por lecturas que por otras vertientes. Sus detractores le atribuían 20 propiedades en el Registro Público de la Propiedad en 2006, cuando aspiró a la alcaldía de Toluca, misma que perdió ante el panista Rodolfo Sánchez Gómez, pero su amigo Peña lo nombró subsecretario de Gobierno del estado, es decir perdió ganando.

Leo Zuckermann y Denise Dresser recordaron en La Hora de Opinar (7-IX-16) la mansión que construyó a un costado de la Casa Blanca de los Peña-Rivera y de la que Proceso dio amplia cuenta. Más aún, el cocinero de Miranda Nava gana 35 mil pesos mensuales, lo cual significa que es un espléndido patrón, pero la pregunta obligada es: ¿De qué tamaño son los ingresos de Nava como para pagar tal cantidad a uno solo de sus trabajadores? Por cierto, consume exquisiteces propias de los plutócratas que juran que hicieron sus inmorales e inmensas fortunas “lícitamente”.

El conocimiento de la pobreza por supuesto no es vivencial sino intelectual, pero el enfoque que plantea es muy atinado si trasciende el discurso y las políticas, si los programas antipobreza son impregnados por la naturaleza estructural del problema.

Además, el sustituto de Humberto Benítez Treviño en la Secretaría de Gobierno mexiquense y hasta hace unos días “hombre de toda la confianza del señor presidente” en Gobernación, dice que aquí aprendió a dialogar, ahora sí que le enseñaron los representantes de la Coordinadora Nacional, a los que en junio de 2015 sentenció: “No volveremos a dialogar con ustedes”. Muchas movilizaciones después, y sobre todo los nueve asesinados en Nochixtlán a manos de la Policía Federal, oaxaqueña y al parecer de grupos paramilitares de hombres del poder –en otro momento Alejandro Solalinde señaló al cacique Ulises Ruiz (Utopía, 10-VIII-16)–, obligaron a Nava y su entonces jefe, Miguel Ángel Osorio, y el jefe de ambos, EPN, a recular y dialogar sólo para administrar un conflicto que volverá a estallar.

Tiene razón el titular de la Sedesol “Esto no sólo lastima a millones de mexicanos, sino también genera problemas sociales que son producto del agravio de no contar con un piso mínimo de bienestar en calidad de vida, por eso combatir la pobreza es abonar a la paz, la paz que todos deseamos”. Esperemos que trabaje en tal dirección y no para que su partido y el primer priista salgan bien librados en las urnas.

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