Puebla en la invasión francesa
- Opinión
Termina el mes de mayo y con él los festejos conmemorativos del día cinco, por acá en Puebla, fecha emblemática de la lucha de los mexicanos por preservar lo que les había dejado de territorio la invasión estadounidense del 1847 y mostrar al mundo su decisión de ser una nación, como sumatoria de otras nacionalidades precolombinas y de aquellas forjadas durante la colonia, en que España intentó, por todos los medios, borrar la identidad de nuestros pueblos indígenas originarios.
Que mejor momento para comentar un libro de la autoría de mi amigo Adolfo Santiago Durán Sánchez referido a tal acontecimiento: “Puebla en la invasión Francesa”, ilustrado por su hermano Marco Antonio, para lograr con esa conjunción de talentos la obra más precisa, compacta y sentida que conozco –de lo mucho que se escribió y escribe sobre tal acontecimiento- porque en poco más de 45 páginas para ágil y sensible lectura, nos permite precisar, que si bien el 5 de mayo adquiere relevancia internacional por las implicaciones que tuvo para detener y anular la intervención del ejército francés, en apoyo a los separatistas sureños que luchaban contra el ejército del gobierno de Abraham Lincoln, los eventos posteriores, de combate cotidiano contra los “mejores soldados del mundo” y sus corifeos nativos, así como la defensa de Puebla de un asedio francés de dos meses, que culminó con el pírrico triunfo del imperio, al que en 27 días el ejército mexicano al mando de Porfirio Díaz Mori, le arrebata la plaza en un memorable 2 de abril de 1867.
Pero veámosle por partes. En su prólogo nos dice el autor que “el 5 de mayo de 1862 es una etapa gloriosa de la historia de Puebla y de México entero, no tanto porque se haya obtenido un triunfo parcial y temporal sobre la poderosa fuerza invasora francesa, sino porque simboliza el inicio de la consolidación de México como país independiente, que va buscando y hallando un camino propio, no sin tropiezos y desilusiones, pero esperanzador e inspirador para todo el continente”. (Pág. 7)
Aquí maneja un concepto, desafortunadamente alejado de la política internacional actual de nuestra nación, que es la mirada hacia el sur, hacia nuestros pueblos hermanos enfrascados en luchas similares; en tanto nosotros hoy no solo miramos al norte, sino que nos ungimos a su yugo por obra y gracia de los poderosos que de esa manera acrecientan su riqueza, generalmente mal habida y en detrimento de las condiciones de vida del grueso de la población.
El apretado resumen de Durán sobre los acontecimiento previos a la invasión gala muestra a tres naciones –España, Francia e Inglaterra- que vienen a exigir, fuertemente armados en flotillas que se dejan ver en las aguas mexicanas de Veracruz, que la moratoria de pagos decretada por el gobierno de Benito Juárez, sea derogada y negociar pagos, imposibles de realizar por unas arcas nacionales sin recursos, agotados en más de medio siglo de luchas intestinas primero, de invasión-conquista después que cercenan nuestro territorio en más de la mitad de su extensión y posteriormente la guerra intestina liberales-conservadores, que en tres años precisa cual será el camino –lleno de tropiezos- de nuestra nación para ser respetable y respetada en el Planeta. Vale leer estos pasajes, apretada pero magistralmente presentados en el libro que nos ocupa.
Éste nos muestra cómo, antes a la presencia amenazante en costas mexicanas de las flotillas extranjeras, un grupo de exiliados y desterrados conservadores –recién vencidos en la guerra de los tres años- dan la pauta a Napoleón (el pequeño) para sus ansias expansionistas al pedir una monarquía en nuestro país, puerta de entrada al “enemigo” francés del que estaba interesado en conquistar su territorio: el estadounidense.
Queda claro que cada uno de los países reunidos en convención (Londres 31-Oct.-1861) traía sus intereses, generalmente expansionistas o de venganza, junto al pretexto de la cobranza de la deuda externa mexicana. Pero solo uno persistió en sus afanes, teóricamente apoyado por el pueblo mexicano, como les hicieron creer los franceses a los ilusos de Carlota y Maximiliano, que solo encontraron pompa y privilegios absurdos en el grupo conservador y curiosidad y desprecio de la inmensa mayoría de la población.
Pero volvamos al cinco de mayo y los arduos combates en Puebla. Con sencillez y precisión nos va indicando Durán en su libro, como van aconteciendo los eventos en que el Ejército de Oriente –por instrucciones del presidente Juárez- afronta al francés en defensa de la integridad nacional. Allí se aprecian las escaramuzas armadas, los combates desiguales de rifles y armamento moderno, frente a palos, machetes y otras armas rudimentarias. Se siente como el empuje de zacapoaxtlas, xochiapulcos y otros grupos de la sierra poblano-oaxaqueña-guerrense, casi desarrapados y con armas nativas, no solo detienen en lucha cuerpo a cuerpo a zuavos y otros grupos de élite del ejército francés, sino que los hacen retroceder en desorden, hasta vencerlo.
Previo al cinco de mayo -el 4 para ser exactos- se realiza la batalla de Atlixco. Allí una partida del Ejército de Oriente combate, vence y hace huir a fuerzas del conservador Márquez, que intentaba unirse a los franceses para el ataque a Puebla. Pero lo extraordinario de las narraciones del libro –que merece una lectura comentada para que la niñez y juventud sepan su historia- es como los franceses requieren –tras la desafortunada muerte del General Ignacio Zaragoza, héroe del cinco de mayo- de casi un año de lucha para invadir el territorio nacional, logrando solo dominar la tierra que pisan y preparar la toma de Puebla –que ha quedado como un estigma a su poderío-
Habrán de atacar Puebla, tras el sitio ya logrado para cortar pasos de ingreso o salida de personas, alimentos y pertrechos, casi 29 mil soldados franceses y mercenarios, bien pertrechados y armados “hasta los dientes” iniciando el sitio y asedio a sus fuertes un 16 de marzo. Los combates son desiguales pero llenos de fervor patrio por parte de los defensores –aquella actitud entreguista de Santa Anna había sido superada en el espíritu nacional, dada la fortaleza espiritual y decisión inquebrantable del gobierno juarista por vencer al invasor-. Con escasos pertrechos bélicos y alimentos, el General González Ortega logra mantener en manos mexicanas la ciudad, en que se lucha casa por casa, hasta el 16 de mayo de 1863. Durán Sánchez recoge pasajes heroicos acaecidos en estos días. La plaza se entrega ante el hambre de la población y la inmisericordia de franceses que disparan contra grupos de niños y mujeres que, con bandera blanca, intentan dejar lo que queda de la ciudad.
Después…mucho por leer y meditar. Acompañar a Porfirio Díaz en su día de gloria (2-abril-1867) cuando, tras 27 días de asedio con un ejército, cansado pero fervoroso, recupera Puebla de fuerzas invasoras; también, estar al lado de Benito Juárez en su decisión inquebrantable de poner un hasta aquí a quienes querían engullirse a la nación mexicana, constituida y con una meta de libertad y la búsqueda de la justicia en un entorno de autodeterminación, que debemos de reconquistar. Ver: Adolfo Santiago Durán Sánchez. Puebla en la invasión francesa. Errante Editor. Puebla, Pue.
Puebla, Pue. 29-mayo-2016.
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