Analizando las declaraciones de la “ministra de aguas” del Uruguay, Eneida de León

¿Qué agua bebemos?

04/03/2016
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La oralidad no es el mejor medio para fijar conceptos, para deslindarlos y es saludable por eso, tener una cierta indulgencia frente a inexactitudes, muchas veces más propias del medio empleado que del pensamiento propiamente dicho.

 

Sin embargo, la oralidad también nos puede orientar, si no la tomamos letrísticamente  sino como estado general de una forma de pensar.

 

La ministra del MVOTMA (Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente) Eneida de León, en un reportaje radial en El Espectador (21/2/2016),[1] ha hecho una serie de afirmaciones “combativas”, como los mismos entrevistadores han calificado con olfato el tono de la entrevista.

 

Lamentablemente, los entrevistadores no incursionaron en la superposición de áreas temáticas que deja ver la reciente creación de una secretaría presidencial, de Ambiente, Agua y Cambio Climático, con las áreas de competencia del ministerio del cual Eneida de León es titular.

 

La ministra presentó su preocupación principal; la de asegurar la imagen de potabilidad del agua corriente, la del agua de OSE. Nos queda la ardua cuestión de si tal imagen coincide con la realidad o no.

 

Las inexactitudes flagrantes de la ministra y cierta falta de rigurosidad en el tratamiento de las cuestiones abordadas nos llevan, lamentablemente, en el sentido opuesto, a desconfiar de la potabilidad; no sistemáticamente, no en todos los casos, pero sí atendiendo a la alta falibilidad registrada.

 

La ministra a lo largo del reportaje nos asegura que el agua de suministro de OSE, en todo el país, es mucho más segura que la que se suministra en Europa y en el resto de América del Sur.

 

“−El agua que tomamos hoy es muy superior a la que tomábamos hace 20 o 30 años.” –“No le diga eso a quien siente gusto feo y ve color turbio en el agua...” responde un entrevistador.

 

Mi hipótesis es que el deterioro del agua corriente en Uruguay es flagrante por una tijera que le ha aplicado la situación y la historia, el espacio y el tiempo: por un lado, las fuentes de agua corriente (y no sólo ella) se han deteriorado; hasta la ministra, bien que a regañadientes, ha aceptado que el “agua bruta” (la que ingresa al circuito del agua corriente) es de peor calidad que otrora; por el otro, el país ha sufrido con la larga crisis (1957-2002) de casi medio siglo un cimbronazo estructural, demográfico, ambiental, de mantenimiento de servicios y calidades, muy difícil de sobrellevar y más difícil de remontar.

 

Si tantas baldosas de las veredas están rotas, si tantas calles apenas tienen iluminación nocturna, si tantas viviendas no reconocen una mejora en décadas, si tantos barrios carecen de los servicios más básicos, ¿por qué las redes de agua iban a conservarse ajenas a ese desgaste generalizado?

 

En algunas ciudades la rotura de caños, por límites de su vida útil son tan frecuentes, que se tendría que proceder a la reinstalación integral de la red… pero por otro lado, cuando uno ve las reparaciones puntuales de dichas roturas prefiere que se siga manteniendo, aguantando, la red vieja, porque el material de la reposición de tramos rotos empeora el cuadro (es decir, salva la rotura pero con un empeoramiento de la calidad del material).

 

Su lectura preferida, nos cuenta EdL, es la policial negra nórdica: “Leo también sobre cianobacterias porque no tengo más remedio. Ya de veterana, en este cargo, empecé a aprender lo que eran las cianobacterias, la eutrofización […] la química, la biología, la genética se han convertido en cosas muy importantes […].”

 

Nunca es tarde para empezar a aprender. Pero cuando uno arranca “ya veterano”, para entender algo hay que empeñarse; si uno lo va a hacer “porque no tiene más remedio”, le aseguro que va a aprender poco y mal…

 

El periodista dice que el agua que recibe OSE para procesar está mucho más contaminada que antes. "El agua está cada vez peor”…

 

-“¿Por qué dice eso?” increpa la ministra. –“Porque el origen del agua está cada vez peor.”

 

−“¿Por qué?”, insiste. –“Porque está más contaminada...”  se defiende el interrogador interrogado. –“Pero la tecnología que se aplica es cada vez mejor, replica la ministra, lo cual puede ser cierto, aunque no necesariamente.[2]

 

La ministra avanza con “precisiones”. Habla de la contaminación del Santa Lucía. Que está rodeado de tambos, de sojo [la oralidad nos juega una mala pasada; pensamos en soja y sorgo...],  que "toda la vida se plantó ahí hace 60, 70 años…”  Aquí una corrección histórica. Lo que podía contaminar a mediados del s. XX era algo radicalmente distinto a lo que puede contaminar en los campos hoy en día. En ese ínterin, hemos tenido la “revolución verde” sagaz nombre puesto por los laboratorios a sus cambios tecnológicos, y la ingeniería genética, rebautizada por sus cultores como biotecnología o, más sintéticamente, biotech.

 

El periodista, que se ve tiene algunas nociones, replica diciendo que hay ahora fertilizantes nuevos.

 

La ministra aclara, y atendamos con precisión a sus palabras:  −"es que no es la fertilización [...] se eutrofiza el agua mucho más por la erosión... es decir, los nutrientes de la tierra que acaban en el agua la contaminan mucho más... la gente piensa en los agroquímicos como algo espantoso; bueno, no es tan así…

 

Evitemos a Cantinflas: EdL nos dice que no son los fertilizantes sino los nutrientes. ¿Qué son los nutrientes? Los fertilizantes son nutrientes, tal vez no todos, no los mejores, pero son nutrientes. ¿Dónde acaban los fertilizantes que no son absorbidos por las plantas? Acaban en el agua. ¿y qué le pasa al agua con exceso de nutrientes? Se eutrofiza. ¿Acaso con este cambio de designaciones avanzamos algo?

 

Remata EdL desoyendo voces que hablan de agroquímicos como “algo espantoso“. Presentamos apenas algunas enfermedades producidas por agroquímicos, que los laboratorios denominan “fitosanitarios” y los ecologistas “agrotóxicos”: “pérdida de embarazos, malformaciones genéticas, mutaciones, cáncer, leucemia, afecciones respiratorias severas.”[3] Y ojalá fueran apenas éstas, que ya son una carga. La lista, sin ser exhaustiva, se extiende: anencefalia, defectos congénitos como anos no perforados, hipospadias o micro pene, defectos en el corazón, espina bífida, son algunas de las atroces consecuencias de la expansión de agrotóxicos en el norte y el litoral argentino que los médicos argentinos Darío Gianfelici y Hugo Gómez Demaio, por ejemplo, han investigado y denunciado.[4] En muchas otras enfermedades se ha identificado a agrotóxicos como factores de riesgo, al estar presente con mayor frecuencia en las personas que padecen, por ejemplo,  linfoma no Hodgkins[5] o enfermedad renal crónica.[6]  Investigaciones han revelado una fuerte correspondencia entre diversas enfermedades y presencia de agroquimicos.[7]

 

Biólogos estadounidenses, Theo Colborn, Dianne Dumanovski y Peter Myers han revelado la pesada presencia de los plaguicidas (junto con otra increíble cantidad de productos químicos con “personalidad” desconocida, largados al mercado porque se les conoce una única propiedad, ventajosa) en las alteraciones endócrinas, que trastorna todo el desarrollo sexual (incluida la mal llamada reproducción) de los seres vivos. Han producido un testimonio estremecedor: Nuestro futuro robado.[8]

 

Existen muchas otras investigaciones que señalan un mayor correlación entre la exposición a agroquímicos y la incidencia de Parkinson, infertilidad, aborto espontáneo, obesidad, retraso de la pubertad.[9]

 

Los agrotóxicos están envenenando a la humanidad, mientras engordan los bolsillos de sus titulares. En Argentina con apenas media docena de años más de ingeniería genética que en Uruguay, ya se rastrea que las tasas de enfermedades tradicionales se han multiplicado por 3 o por 4 (según regiones), es decir en una población que, p. ej., hace 20 años registraba un caso de cáncer anual, ahora registra cuatro.[10]

 

Estoy aquí porque enterré a cuatro familiares”, dice Raquel en un tono casi inaudible. “Mi papá, mi primo y un hermano de mi papá que trabajaban fumigando, además de mi hermano que trabajaba en una escuela rural”. Raquel es maestra y vive en Elortondo, un pequeño pueblo de seis mil habitantes a 300 kilómetros al sur de Santa Fe, donde reinan la soja y las enfermedades provocadas por las fumigaciones.[11]

 

Daniel Verzeñassi (ibíd.), bioquímico e integrante del Foro Ecologista de Paraná, Entre Ríos, Argentina, advierte que “no sólo nos fumigan a través del aire sino del agua contaminada”. Explica que el agua de lluvia arrastra los tóxicos hasta las capas subterráneas de las que se saca el agua para consumo humano. “Los 800 o mil metros que exige el movimiento[12] de distancia de las fumigaciones del lugar de residencia, es necesario pero insuficiente. Somos todos pueblos fumigados”, concluye.

 

Es llamativo el punto de vista de EdL: "A nosotros no nos gusta decir si estamos mejor o peor, si estamos más contaminados o menos, porque no existe eso”.

 

“No existe eso”. Nuestra ministra ha llegado al solipsismo mayor. No opinemos de nada. Porque nada podemos saber…  La ciencia y los científicos, preocupados, que acabamos de enumerar muy incompletamente, no dicen eso.

 

Así y todo conserva su optimismo: “se hacen estudios, unos 50 000 análisis [...] estamos en lucha para lograr revertir la situación de contaminación del agua bruta que es el agua que toma OSE para potabilizar [...] cuando sobreviene un evento así [agua oscurita o con gusto a barro] es doloroso y decimos el agua no es potable, pero no es tóxica.” Pero no es tóxica. Amén.

 

Para alegrarnos, y coincidir, nos alegramos que hable de “revertir” algo.

 

El periodista, tal vez viendo la impermeabilidad de la ministra a la cuestión de la contaminación agroquímica, toma otra vía, también atendible: −¿Qué pasa tomando agua clorada durante 20 años? Recuerda que hay investigaciones que revelan que el cloro es tóxico y causante de enfermedades.

 

La voz, el tono de EdL revela que siente la lógica pregunta como una puñalada trapera: y advierte: −“Si queremos hacer terrorismo…

 

Y en lugar de responder al arduo problema de la ingestión de cloro, cancerígeno, toma el ejemplo de “las tierras contaminadas con plomo. Si nosotros dejamos a un niño 15, 20 años contaminándose con plomo…

 

−Pasó en Uruguay, pasó en la Teja... la interrumpe un entrevistador. La ministra replica:

 

−“¡Pasó en el mundo! Porque hace 40 años nadie sabía que si se enterraban pilas que contaminaban […].” Hay que aclararle a la aprendiz de cianobacterias que no hace falta “15 o 20 años” para  empezar a contaminarse y que hace 40 años se sabía, sí, acerca de la contaminación de las pilas, causada fundamentalmente por mercurio, cadmio, zinc y también plomo (entre paréntesis, la contaminación por plomo se conoce desde hace miles de años, quiero decir, alguna civilización la conoció, aunque no se haya difundido en las sociedades europeo-occidentales modernas hasta recientemente).

 

La ministra tiene unos umbrales de tolerancia llamativos: “−Si usted toma un agua que tienen gusto a kerosén, Salud Pública le dice: no le va a pasar nada (porque usted no va a tomar 20 litros). Es una pena que no ejemplificara con el cloro, que en varios años, seguramente uno toma bastante más de 20 litros…

 

Esa generosidad ante los límites se percibe también con la presencia de colis en el agua: −“Si en Europa el 87, el 85 %, no me acuerdo bien, de los análisis dan bien, entonces el agua es potable.; en Brasil si el 73 % da bien, entonces el agua es potable, nosotros tenemos [de frontera o límite de seguridad] un 98, un 97% que da bien […] si en esos análisis [ya nos aclaró que son miles] hay uno que da mal, se investiga [se clora, se purga]… que pueda haber coli en un análisis, no va a matar a nadie […].”  Habría que preguntarle a esos pequeñines desnutridos que pueblan los aledaños de Montevideo, a ver si una descompostura se supera sin esfuerzo, o si por el contrario…

 

EdL sigue “explicando”: −“Por ejemplo, hace unos años no se sabía que ciertos pescados [peces] contenían mercurio... los médicos le dicen a las embarazadas que ciertos pescados grandes no los coman porque tienen mercurio. Y eso es de la naturaleza. ¡De la naturaleza! No es de la contaminación del hombre.

 

¡Esto sí que es un notición! Que ignoran los investigadores japoneses que descubrieron, hace medio siglo, en la bahía de Minamata la enfermedad itai-itai,[13] por envenenamiento de los peces por metilmercurio y transitivamente de los humanos que ingerían tales peces… una vez pescados. Tampoco lo deben saber los investigadores que han rastreado trazas de cadmio, plomo, mercurio en peces, sobre todo de criadero (hoy en día, la mayor cantidad de peces para consumo humano).

 

Es cierto que nuevas y más afinadas mediciones han ido descubriendo en nuestros cuerpos y en general en los del reino animal (y vegetal) más y más componentes con trazas cada vez más mínimas.

 

Algunas fuentes dan como componentes de nuestros cuerpos a: oxígeno, carbono, hidrógeno, nitrógeno, más los oligoelementos, en primer lugar calcio y fósforo y otra serie de elementos aun en menor cuantía; potasio, azufre, sodio, cloro, magnesio, hierro, cobre, zinc, selenio, molibdeno, flúor, yodo. Y con trazas apenas perceptibles de aun otros metales y metaloides; manganeso, cobalto, litio, estroncio, aluminio, silicio, plomo, vanadio, arsénico.[14]

 

Algunos de estos minerales son muy tóxicos en algunas de sus combinaciones; el plomo, el vanadio, el arsénico, el estroncio…

 

No hemos podido rastrear en sitio-e alguno la presencia de cadmio y mercurio como naturales en nuestros cuerpos. Al contrario, el académico  D. B. Jiménez Soto nos dice del cadmio: “No existe evidencia de que sea biológicamente esencial o benéfico.”[15] Pero volvamos a la afirmación de EdL, de que el plomo existe naturalmente en peces (sobre todo grandes peces).

 

EdL dice una verdad a medias, que suele ser de las falsedades más difíciles de desentrañar: los grandes peces (y los pequeños) tienen plomo en sus cuerpos, pero cuando un médico aconseja no ingerir tales peces a una mujer embarazada lo hace no por las trazas ínfimas de plomo en el tejido cárnico del pez pescado sino porque los grandes peces en mares contaminados suelen presentar por procesos de bioacumulación y biomagnificación una cantidad absolutamente tóxica de minerales como plomo, cadmio, mercurio, cromo, etcétera.

 

En Chile, por ejemplo, algunos establecimientos de acuicultura sobrepasan la cantidad “máxima” de cadmio y mercurio que las autoridades bromatológicas han establecido como seguras.[16] En Ecuador, el ya citado Jiménez Verdesoto en su tesis cuantificando los metales pesados en agua, en el caso del ostión (Crassostrea columbiensis) en Guayaquil, 2012,[17] verifica la presencia de plomo en 0,5 ppm cuando los límites llamados de seguridad fijan un máximo de 0,1 ppm. En cadmio, la situación es más grave: los límites de seguridad establecen 0,005 ppm o, en términos más “redondos”, 5 ppmm. En agua, en el área investigada se rastrea 20 ppmm, es decir cuadruplica los límites.  Pero lo más relevante, a causa de la propiedad de los moluscos, que son organismos filtradores por lo cual tienden a acumular metales en sus tejidos, es que se halló en ellos, en alguno de los sitios de recogida de muestras, 2970 ppm de cadmio, es decir que si seguimos midiendo en ppmm, ¡tenemos que hablar de casi 3 millones de ppmm! Según Jiménez Verdesoto esos valores totalmente desmedidos obedecen a “los desechos de baterías y pilas encontradas”.

 

Una cosa es detectar trazas casi imperceptibles de plomo, cromo o arsénico en combinaciones que los organismos vivos han incorporado para cumplir sus funciones vitales, y muy otra es detectar la presencia de tales metales, en peces por ejemplo,  con un grado de bioacumulación  que nada tiene que ver con su vida “natural” y sí con los desechos que la sociedad humana descarga en aire, mar y suelos

 

En resumen, volviendo a la cuestión de las aguas, luego del pasaje de la ministra por el cloro y el plomo, nos queda la impresión que la situación de nuestra “agua de OSE” está lejos de la idea que teníamos de nuestras aguas corrientes, de nuestra agua potable (idea que de pronto era más fruto de una autocreencia que de la realidad).

 

De todos modos, la situación actual del Uruguay, y del mundo, es mucho más problemática que la de medio siglo atrás. En términos sanitarios, demográficos, y sobre todo de contaminación ambiental. La “industrialización” del campo es un ejemplo patético de la irresponsabilidad ética y médica recubierta de la hoja de parra del “progreso”, como si todo se tratara de “ir mejorando”.

 

No hay peor política que naturalizar los resultados contingentes de los pasos de la sociedad humana, y sobre todo los de sus aventajados empresarios.

 

La condición elemental y previa para resolver un problema es planteárselo. Y eso es lo que me parece que falta en este caso.

 

http://revistafuturos.noblogs.org/

 

 

 

[2]  Hace más de un siglo, las instrucciones para extraer agua mineral incluían el uso de espitas, −a la salida del agua a envases− de cerámica. Horneada a mil grados, aprox. Para evitar materiales, metálicos, por ejemplo, que tuvieran desprendimientos que afectaran la pureza del agua. ¡Y no existían los materiales plásticos!

[3]  Sandra V. Miguez, RAP-AL.

[4] Darío Gianfelici, “El impacto del monocultivo de soja y los agroquímicos sobre la salud”, futuros, no 12, Río de la Plata, primavera 2008; Hugo Gómez Demaio, “Agrotóxicos, niños con retraso mental grave y malformaciones”, futuros, no 13, verano 2010.                                            

[6]  Epidemiología de Enfermedad Renal Crónica en Nicaragua, CAO Compliance Advisor Ombudsman, dic. 2009.

[7]  Experiencia médica, Centro Médico de Córdoba, vol. 28, S.A., Córdoba, 2010.

[8] Our Stolen Future, 1a. edic., 1996. La versión en castellano es de 2006.

[9]  Alexis Baden-Mayer, Organic Consumers Fund, www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=7722.

[10]  Véase p.ej., 3er Congreso de Médicos de Pueblos Fumigados, dic. 2015.

[11] "La guerra química contra los pueblos", R. Zibechi, 20/4/2015 en Programa de las Américas, http://www.cipamericas.org/es/archives/14958.

[12]  Un movimiento que ha surgido en las poblaciones rurales  argentinas, “Paren de fumigarnos”.

[13]  En japonés, literalmente “duele muchísimo”. No es para menos: la presencia de mercurio en el sistema óseo va quebrando los huesos.

[14]  http://www.batanga.com/curiosidades/2009/07/22/los-12-elementos-quimicos... Pese al número señalado en el título nos brindan casi 30 elementos constitutivos. Otras fuentes nos hablan de unos 60 elementos…

[15] Jiménez Verdesoto, D.B., Cuantificación de metales pesados en agua superficial, sedimentos y en el ostión de mangle (Puente Portete del Estero Salado, Guayaquil, 2012. Ponemos en n.17 su enlace-e.

[16]  Y el concepto de “límites de seguridad” suele ser muy discutible por la sencilla razón de que las autoridades públicas suelen acompasar tales “límites” a las condicionantes tecnológicas cuando no lo hacen directamente a las necesidades industriales.

[17]  http://repositorio.ug.edu.ec/bitstream/redug/1683/1/Cuantificaci%C3%B3n%...

pesados%20(Cadmio,%20cromo,%20n%C3%ADquel%20y%20plomo)%20en%20agua%20superficial,%20

sedimentos%20y%20organismos...%20Jim%C3%A9nez,%20David.pdf

https://www.alainet.org/de/node/175803?language=es
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