Frente Amplio: ¿traición o desarrollo de la opción progresista?
- Opinión
El progreso es el opio de los pueblos
Anónimo del s XX
Asamblea Popular es un partido político surgido a partir de la separación por izquierda de algunas corrientes frenteamplistas, profundamente decepcionadas con la benevolencia hacia las transnacionales y la liga tan estrecha del Frente Amplio en el gobierno con EE.UU.
El órgano oficial del 26M –que es la columna vertebral de la AP−, La Juventud, en su editorial del 4/2/2016, refiriéndose a la fundación del FA, expresa: “en este 5 de febrero de aquel frente amplio ya no queda nada, después de 45 años ya nada queda en pie de aquella declaración constitutiva sino más bien todo lo contrario.”
Si pensamos lo que pasó hace 43 años, el 9 de febrero de 1973, nos vamos a dar cuenta que la voltereta no ha sido tan de 180o como entiende la AP porque ya entonces el FA tenía rasgos que lo acercaban mucho más a la derecha de lo que el o los editorialistas de La Juventud imaginan. Muy pocos frentistas salieron al cruce del “golpecito” a Bordaberry a cargo de militares y policías que estaban torturando siguiendo instrucciones de militares de EE.UU.[1]
Es cierto que nadie podía imaginar este neomenemismo rebrotado con el gobierno del FA. Pero las condiciones geopolíticas han cambiado rotundamente en estos 40 años y eso es lo que ha disparado las variantes más actuales entonces inimaginables, pero que son apenas variantes. El FA nunca fue la voz de los que no tienen voz, como algunos procuran imaginarlo.
Se trataba más bien de un cambio de elites implícito desde lo que se consideraba izquierda; entonces el PS, el PC y hasta el PDC más sectores disconformes de colorados y nacionales. Ante el marasmo del país.
Pero ¿cuándo se ha presentado una élite como tal tratando de tomar la posta o sustituir a otra? No existe élite que se presente a sí misma como tal. Todas las élites hablan en nombre del pueblo llano, del proletariado, del pueblo en general, de todo el pueblo, según los casos.
El FA no fue excepción; apenas en algún fraseo se puede traslucir el verdadero rol de quienes se ofrecían como alternativa. P. ej., la declaración constitutiva del 5/2/1971 cierra con una aclaración de que sus fines no se limitarán a la contienda electoral puesto que constituirán acciones políticas “que restituyan a la ciudadanía la disposición de su destino”.
La formulación destaca una sensación de pérdida que no es la propia del pueblo llano, de “los pobres del campo”, del proletariado, jamás dueño de su destino; intentos de restitución pueden soñar quienes han visto menguados sus derechos y/o sus posibilidades.
La crisis de la segunda mitad del siglo XX sobreviene cuando los saldos favorables acumulados por la condición proveedora de Uruguay a contendientes en guerra (siempre del mismo bando, lo cual revela la condición dependiente y satelitaria del país) se esfuman.
Lo acumulado durante la 2GM y la Guerra de Corea, dilapidados por una oligarquía tradicional y bon vivant,[2] se agota muy pronto, en la segunda mitad de los ’50. En 1956 se procura atender este agotamiento inminente mediante un decreto para evitar que el peso uruguayo, durante décadas “a la par” del dólar, empiece a despegarse, despeñándose. Se elaboran varios dólares; a 1,52 para importar papel de diario, a 2,10 para importar artículos de primera necesidad (yerba, por ejemplo), a 3 pesos para importaciones de todo lo demás. Pero el dólar de mercado ya había pasado entonces los 4 pesos. Seguirá el despeñadero y la sangría, con el dólar a miles de pesos uruguayos.
En 1957 se produce la paralización de las importaciones; el tesorero rascaba el fondo para buscar los últimos dólares.
Toda la década del ’60 será de lucha y rebelión contra el cada vez más palpable deterioro. “Deterioro de los términos del intercambio” como apostrofaban los cepalinos, pero se trataba de un deterioro mucho más endógeno: el país había vivido por encima de sus verdaderas dimensiones porque el batllismo había construido su deslumbrante utopía en la ciudad-escaparate que miraba a Europa; Montevideo, y pocos puntos más de la geografía de la república, como la costa sureste del país, por ejemplo.
El batllismo no hizo por sí solo esa utopía aunque más tarde cosechó todos sus frutos. En realidad, la historia del ”paisito” presenta una curiosa, formidable, vitalidad desde la segunda mitad del s XIX y hasta bien avanzado el s XX. Cuando Batlle y Ordóñez no había todavía iniciado sus vigorosas transformaciones en la primera década del s XX, o en todo caso simultáneamente con ellas, otros empujes habían caracterizado al Uruguay.
* Industriales alemanes e ingleses desarrollaron técnicas de conservación de carnes que ubicaron a Uruguay en la vanguardia en ese rubro (Liebig primero y Anglo después, al menos desde la década de los ’70 del s. XIX).
* Políticamente también, Uruguay fue constituyéndose en semillero de ideas nuevas entre países de origen colonial, como era todo el continente americano despojado a las naciones originarias. Uruguay fue asiento de fugitivos y refugiados de la Comuna de París de 1848, y otra vez de los derrotados de la de París de 1871. Otras tierras americanas, atlánticas (había solo acceso por barco), no eran tan proclives a recibir a tales “indeseables” y “subversivos”, por diversas razones (el rosismo en Argentina, el Imperio esclavista en Brasil, la colonia española en Cuba) con lo cual se facilitó ese papel acogedor de Montevideo, Uruguay.
El resultado fue que Uruguay terminó teniendo más ediciones en el s. XIX en francés… que en castellano.
*Uruguay también se destacó entonces en las letras; Florencio Sánchez, José Enrique Rodó, Roberto de las Carreras y no sólo varones; fue tal vez más significativo el destaque femenino, especialmente en la poesía; Delmira Agustini, María Eugenia Vaz Ferreira, Juana de Ibarbourou. Para nombrar a los y las más célebres.
Rodó, precisamente, colorado y antibatllista, impregnará buena parte de la América al sur del río Bravo con su arielismo, toda una configuración antiimperialista, de rechazo, bien que aristocrático, al pragmatismo galopante norteamericano. Sánchez y de las Carreras, anarquistas; el batllismo inicial tuvo escasa cosecha entre intelectuales contemporáneos…
*Es el período asimismo de la floración de balnearios, en lo cual Uruguay fue también pionero americano: La Paloma, Piriápolis y Punta del Este, empezaron a asomar en la última década del s. XIX (aunque Punta del Este sea oficializado como pueblo en 1907 y La Paloma en 1939; Piriápolis, a diferencia de éstos, contará con una programación urbana inicial a cargo de su fundador, Francisco Piria, también ferviente antibatllista, y se irá construyendo a lo largo de esa última década del s. XIX y las primeras del s. XX. Su remate será inaugurar hacia 1930 el Argentino Hotel, el más grande de toda la América mal llamada Latina.
* Este somero recuento nos muestra la enorme vitalidad de la sociedad uruguaya de entonces. Es la que llevará al arquitecto italiano Mario Palanti −un Pelli o un Ott de la década del ’20− a construir un Palacio Salvo en Montevideo mayor que un Palacio Barolo enfrente.
El Uruguay se fue modernizando desde una ubicación periférica pero privilegiada por su condición de proveedor de alimentos muy estimados en las metrópolis. Sus elencos de gobierno provenían de ganaderos en primer lugar y de intelectuales, absolutamente eurocéntricos.
Un esquema generacional y familiar que se repitió fue el de padres estancieros e hijos abogados. Lo que avanzado el s XX llamamos “oligarquía” se fue gestando con esos representantes.
El Uruguay batllista desplazó el eje gravitacional decisivamente hacia Montevideo, enfrentando, mejor dicho manteniendo el enfrentamiento entre la capital y a “la campaña”. Batlle diseñó su “estado de bienestar” prescindiendo de lo rural, “concedido” al Partido Nacional; ése fue el divorcio con el cual se creyó superar o al menos evitar la violencia facciosa en el desgarrado país.
Se logró una pacificación que se fue adentrando en las venas sociales del Uruguay. Pero si de algo no se puede hablar es de estado de bienestar, tratándose de la capital y poco más. En rigor, sería más adecuado y honrado asumir la duplicidad estructural del país: capital de bienestar, de “avanzada” del mundo occidental, por un lado y por el otro, “la campaña”, el interior alojando “pueblos de ratas”, significativa denominación montevideana para el lugar al cual la oligarquía rural, vacuna, estanciera (más tarde también lanar) condenaba al pobrerío rural a sobrevivir y vegetar. Los “rancheríos” –otra denominación para la misma, lastimosa realidad− estaban poblados por abuelas y niños porque la generación económicamente activa (la franja 20-60) estaba conchabada; en la servidumbre, las mujeres; en las tareas “del campo” los varones (alambradores, tropeadores, cocheros, esquiladores, etcétera).
El Uruguay fue viendo crecer, sobre todo desde Montevideo, nuevas capas intelectuales y técnicas que sobrepasaban con mucho la vieja intelectualidad constituida por abogados y sacerdotes (estos últimos en Uruguay, de no muy fuerte relevancia).
La Universidad, fundada en 1849 (durante un siglo largo, el único centro de educación superior del Uruguay) fue generando médicos, ingenieros, contadores, maestros, literatos, filósofos, arquitectos, químicos, agrimensores, agrónomos, crecientemente divorciados de los canales del ascenso socioprofesional tradicional.
Es de esas nuevas capas intelectuales que irá surgiendo lo que constituyó la dirección del Frente Amplio.
Por eso el chiste de los convulsionados ’60 era el comentario del arquitecto montevideano: −“En casa todos votamos al FIDEL, salvo la sirvienta, que vota a Chico-tazo.”
Esas capas medias intelectuales, que tendrán expresión periodística e ideológica en el caso de las más politizadas en Marcha (1939), se verán gratamente “proletarizadas” por la actividad del Partido Comunista. El PC logra, mediante su pasión repetidora de la URSS gracias a la percepción, tan real, de la expansión del “campo socialista”, ir adueñándose del movimiento sindical, inicialmente forjado por anarcosindicalistas. A mediados del s XX, el movimiento sindical está casi todo bajo la influencia de una dirigencia “moscovita”. Y aunque los trabajadores de las diversas ramas de producción no le son políticamente afines, sindicalmente, sí, “los camaradas” funcionan como referentes de las capas obreras. Cuando esa dirección sindical pase a integrar el FA, éste perderá el perfil pequeñoburgués que lo caracterizaba y podrá empezar a proclamar que representan “el pueblo”, o a reivindicar al “pueblo como protagonista” (decl. 5/2/1971). Pero basta leer la constitución del agrupamiento para darse cuenta del peso de la nueva intelectualidad respecto del Uruguay estanciero, blanquicolorado y del mismo proletariado urbano.
La Declaración Constitutiva enumera cristianos, blancos, marxistas, colorados, “trabajadores, estudiantes, docentes, sacerdotes y pastores, pequeños y medianos productores, industriales y comerciantes, civiles y militares, intelectuales y artistas, en una palabra, a todos los representantes del trabajo y la cultura” y así expresa el peso de las nuevas capas intelectuales.
En rigor, el reclamo del FA, así como el de los tupamaros (aunque por otra vía, no electoral sino mediante la repetición de la secuencia cubana) era el de sustituir una oligarquía caduca, corrompida, por una nueva, limpia, al servicio del pueblo. El de sustituir a los egresados universitarios que proclamaban, con Jorge Batlle, su rendida admiración hacia EE.UU. por egresados genéricamente socialistas. Como dijimos, un cambio de elites.
El guiso se pegará cuando la opción socialista desaparezca (o casi) del orbe junto con el s. XX. ¿Dónde se recuesta la dirección, la presunta vanguardia, la nueva oligarquía en ciernes ya sin el amparo, ni siquiera la visión utópica (la tópica en harapos) de un mundo nuevo?
El batllismo, luego de su comienzo con el siglo XX inspirado en Suiza –una suerte de gesta de un estado ideal que iba a abolir el presidencialismo y su raigambre, el caudillismo (todo ello diseñado por un caudillo indubitable, el presidente José Batlle y Ordóñez, hijo de otro presidente, Lorenzo Batlle)− había empezado a rendir su pleitesía a EE.UU. en plena década de los ’20, forjando un curioso, o penoso anticolonialismo, un antiimperialismo, referido a lo british, no a “la democracia norteamericana”.[3]
Tendrán que ser los jóvenes nacionalistas demócrata-sociales, como Carlos Quijano, quienes mantendrán la antorcha antiimperialista más veraz en alto en el país en ese mismo tiempo (1928).
Por eso, cuando surge el Frente Amplio, enfrentando a los partidos “tradicionales”, apegados y dependientes a EE.UU. (con diferencias de intensidad), el FA enfrentará al imperialismo estadounidense. Tenía un mundo a la izquierda y a él se referenciaba.
Sin embargo, con la llegada al gobierno la metamorfosis fue rápida y aparentemente incruenta; las adhesiones de los votantes no cedieron… al menos en los primeros pasos.
* El FA se negó a participar de la inauguración de la primera planta de celulosa que el gran capital transnacional implantara en Uruguay, Fray Bentos. Jorge Batlle corrió con los “gastos políticos” de la ocasión. Apenas ganada la elección por el FA, el gobierno flamante se apresuró a reconocer acuerdos no ya con la primera papelera llegada al país sino con las dos primeras…
* El FA había votado en los recintos legislativos contra la participación del país, de sus militares en la MINUSTAH que había pergeñado EE.UU. para retener el control de Haití; lo consideraba una medida imperial y de vasallaje para con los haitianos; una vez en el gobierno, en la primera votación legislativa sobre el mismo tema, más rápido que corriendo, legitimó la MINUSTAH; ahora se trataba de una espléndida medida de apoyo a Haití, no ya a EE.UU…. o tal vez a los militares uruguayos…
* el ingreso arrasador de la agroindustria termina de arrumbar la idea de “Uruguay natural”, o mejor dicho, confirma el significado táctico de dicha consigna. El problema es la contaminación ingobernable que semejante política desencadena.
Estos cambios tan repentinos como penosos –resistidos por lo que considero de más valía dentro del FA− nos permiten, nos obligan a hablar de un neomenemismo. Pero con sus inflexiones propias, que marcan su origen. No tiene esos rasgos de identificación con el neoconservadurismo más rampante, como podría ser el de gobiernos tipo Piñera o Macri.
La raíz de izquierda no se pierde totalmente, se la puede rastrear con medidas populistas, de
inclusión, semejantes a las que el peronismo ha ejercido a menudo en Argentina; reconocimiento de consejos de salarios y de ajustes salariales periódicos, atención a la situación de emigrados retornantes, combate a los trabajos “en negro”, aumento del nivel de vida de amplios sectores; ampliación de ingresos en blanco; saneamiento del régimen jubilatorio.
Con respecto a la experiencia K, hoy en total entredicho en Argentina, la diferencia es geopolítica; mientras que el peronismo K, por sus propias ínfulas como potencia, ha creado con su política de inclusión y medidas populistas una opción que difiere al menos en acentos de los dictados imperiales (lucha contra los fondos buitres, que ha tenido acogida hasta dentro de la ONU; autonomía en política exterior que ha llevado a una relación directa de Argentina con Irán para espanto de la hiperderecha estadounidense y del sionismo), en el caso nuestro, con un país con mucha menos relevancia material, el seguidismo hacia los poderes imperiales es mucho más marcado.
Tendrá que ser el ocasional o transitorio socialista (1983-1998) Tabaré Vázquez el que cierre el círculo y retorne a las buenas migas con “el amigo american[o]”. Nada de qué extrañarse de quien al retorno de una capacitación en Israel, indudablemente identificado con dicho estado, propuso una alianza uruguayo-israelí que presentaba como el camino para Uruguay-potencia-nuclear. La enorme, insondable tragedia de Fukushima trajo al menos una inesperada consecuencia: el parlamento oriental rechazó dicho proyecto de nuclearización.
Aquella identificación con EE.UU y por consiguiente con la aceptación tácita de su política imperial (que es asesina y destruye países, como lo venimos viendo a lo largo del s XXI con Afganistán, Irak, Liberia, Somalía, Libia, Palestina, Haití… ) se ve hasta en nuestra vida cotidiana –claro que esto no surge con los gobiernos del FA−, vida cotidiana marcada por diversas expresiones del american way of life; presencia del dólar, éxito de las cadenas de comida-basura con enorme status social (en EE.UU. es más bien comida “plebeya”), coca-cola, cine made in USA ocupando el 99% de las pantallas y por lo tanto de nuestras mentes, anglificación de nuestra lengua incluso cotidiana; todo sale, aunque no sepamos qué entra.
Tal vez la expresión más acabada de la mímesis del Uruguay actual con EE.UU. sea el restaurante de la City (exCiudad Vieja) 1792, así designado en referencia al año de la fundación de la Bolsa de Valores de EE.UU.
El Frente Amplio repite la geopolítica del ciclo batllista.
La pregunta es qué puede pasar, no ya durante las buenas coyunturas, aquellas que le dieron al batllismo tanta capacidad de realización y que han hecho a su vez vivible y con expectativas crecientes el ciclo de la primera década del siglo XXI con el Frente Amplio, sino, qué puede pasar con épocas de “vacas flacas”, con un modelo de país puesto al servicio de la gran red cleptocorporocrática global, como bien define Gustavo Salle la estructura de poder mundializado hoy vigente. Una estructura que se preserva a despecho de toda sociedad o economía local, de toda población periférica.
La crisis de “la gobernanza batlllista”−usando la neohabla que no renueva sino lo irrelevante para dejar la red de poder como está−, significó un torbellino para el país con un sueño guerrillero que devino pesadilla y una izquierda no guerrillera cuyas falencias hemos procurado reseñar.
¿Cómo enfrentar nuestro presente?
La globocolonización se lleva la fertilidad natural de nuestro suelo y nos deja agua podrida. ¿Podremos convivir con esta miseria biológica creciente, eso sí muy bien fundamentada por los titulares de la biotech –hasta hablan de “agricultura inteligente”−, o nos aguarda resistir una pérdida de calidad de vida cada vez más marcada?
Entiendo que esta última opción se nos está presentando, a pasos agigantados, y no sólo al Uruguay, más bien al planeta entero…
Y pienso que los versos de Leo Masliah nos señalan la realidad mejor que un documental…
Agua podrida pescado buseca / Agua podrida tapada de mugre.
...
Agua podrida con gasas al lado. / Agua podrida con gente al costado.
...
Agua podrida cuajada, cortada. / Agua podrida habitada poblada.
[1] Entiendo que no es petulancia decir que un ensayo mío, escrito en agosto de 1973 (durante la huelga general contra el segundo tiempo del golpe de estado), que presenté con seudónimo en lo que resultó ser el último concurso de ensayos del semanario Marcha, se titulaba, “Izquierda, ¿baluarte de la derecha?”. Por un jurado supe, años después, que llegó a semifinales e incluso por qué y quién fue el miembro del jurado que lo vetó; una figura señera de la izquierda, conspicuo integrante de la más bien exclusiva República de los Doctores. I¿bD? examinaba los afanes de integrantes del PCU por avenirse con militares golpistas y otros abordajes de ”izquierda”, hacia el COSENA, p.ej.
[2] Tal vez el ejemplo más contundente de esa irresponsabilidad que reveló la ineptitud radical de la oligarquía de entonces fue la “ley de autos baratos” mediante la cual el personal político y aventajados ciudadanos podían comprar un último modelo en EE.UU.; Buicks, Cadillacs, Studebakers de porte enorme, máquinas insaciables de nafta. Que tuvieron corta vida en el país, carente de una buena red de calzadas, rurales o urbanas. Con la crisis, no hubo tiempo ni tino para mejorar pavimentos ni volver a importar “colas chatas”; sus amantes más tenaces lograron preservar algu-nos ejemplares, que se veían en Montevideo cuando habían desaparecido de todo el mundo (salvo de La Habana).
[3] En Argentina es muy claro: todo anticolonialismo o antiimperialismo que se limite a Gran Bretaña y no visualice a EE.UU., por ejemplo, es de derecha.
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