Libia: La batalla infinita
- Opinión
La exitosa ofensiva lanzada por grupos del Estado Islámico en Libia, marca el estado de inoperancia de los grupos armados que de alguna manera responden tanto a los parlamentos de Trípoli como de Tobruk (el elegido tanto por la Unión Europea, como por los Estados Unidos). A pesar de los acuerdos respaldados por la ONU y firmados en la ciudad marroquí de Sjirat, el 17 de diciembre último, estos grupos no logran unificarse ni encontrar una política común para poner coto a las bandas que pululan por todo el país, que tanto pueden representar el brazo armado de organizaciones de contrabandistas, redes de tratantes de personas, carteles de la droga, como responder a grupos como al-Qaeda para el Magreb Islámico o para Estado Islámico.
Ni siquiera Mohamad Fayez al-Serraj, el presidente del Gobierno de unidad de Libia, designado por la Naciones Unidas, puede escapar de la violencia del país. El sábado 9, cuándo con una fuerte escolta de más de 15 vehículos quiso abandonar la ciudad de Zlintan, a donde había llegado a dar el pésame por los muertos en el atentado del jueves, fue retenido por los vecinos que lo insultaron, acusándolo de traición, mientras su escolta era atacada con piedras. Al-Serraj, apenas pudo escapar de sus connacionales, volvió a su refugio en Túnez, donde estableció su residencia por temor a atentados.
La falta de acuerdo entre los dos parlamentos, que reclaman para sí la legitimidad, para conseguir unidad en el terreno militar estriba fundamentalmente en la intransigencia de Trípoli para aceptar al controvertido Jalifa Hafther, el hombre de Tobruk, como jefe del “estado mayor”.
El ex general Hafther, responsable de la derrota en la batalla de Maatin al-Sarra (1987) en el marco de la guerra libio-chadiana (1978-1987) que prácticamente decidió el triunfo del Chad, tras traicionar al Coronel Muhammad Gadaffi se exilió en los Estados Unidos, donde vivió durante 20 años y se cree fue cooptado por la CIA. Retornó a Libia en 2011 intentado ponerse a la cabeza de las bandas golpistas, anhelo que, a casi cinco años del inicio de la embestida de la OTAN contra la Revolución Libia, no ha alcanzado.
El estado de disolución del país, ha permitido que distintos grupos salafistas se instalen en el país, entre ellos el poderoso Estado Islámico, que está marcando la verdadera agenda no solo de los dos parlamentos, sino también de la restructuración de la economía y la política de Libia, y la política de Occidente en Libia.
El Estado Islámico, desde su incorporación al conflicto libio en 2015 cuando tomó la ciudad de Darna, en la frontera con Egipto, no ha parado de conquistar territorio y protagonizar verdaderas matanzas, la última fue el jueves 7 de enero cuando protagonizó dos atentados: el primero en un puesto de control en la ciudad petrolera de Ras Lanuf, al este de país, cuando un atacante se inmoló causando seis muertos, entre ellos un niño de pocos meses.
El segundo fue contra una base militar en la localidad de Zlintan, situada al este de Trípoli, que habría dejado entre 50 y 80 muertos, además de 200 heridos. Según algunas fuentes militares, un camión cargado con explosivos conducido por un suicida, embistió contra los portones de entrada a la base, que es también centro de entrenamiento por la Guardia Costera, que lucha contra la inmigración irregular, una de las fuentes de financiación más importantes no solo de Estado Islámico sino también de muchas de las bandas armadas que actúan en el país. La explosión llegó a escucharse hasta en la ciudad portuaria de Misrata, a 45 kilómetros al este de Zlintan.
Al mismo tiempo, el Estado Islámico, el lunes 4 atacó los más importantes puertos petroleros del país, Sidra y Ras Lanuf, donde la resistencia de la guardia privada, entiéndase mercenarios organizados por empresas occidentales como la estadounidense Blackwater, provocó duros combates en torno a los depósitos de crudo, cuyo final hasta ahora es incierto. Se sabe que siete depósitos de petróleo se estaban incendiando en las terminales marítimas. Las instalaciones petroleras y sus depósitos al noreste del país, tienen capacidad de almacenamiento de unos dos millones barriles.
La descoordinación en la defensa de las terminales petroleras dejó veintena de muertos, evidenciando además la desorganización no solo de la seguridad privada sino también de las fuerzas que pretende comandar Hafther.
Intentando repeler el ataque llegaron al complejo petrolero milicias del Gobierno de Trípoli, pero no las fuerzas leales a Tobruk, que están bajo el mando directo del ex-general Hafther. La Compañía Libia Nacional de Petróleo (CNP) había solicitado ayuda a las milicias de Hafther, que nunca llegaron al lugar.
Según la inteligencia francesa, el Estado Islámico cuenta con unos 3 mil miembros en Libia y se presume que, tras los duros golpes que está recibiendo en Siria y una vez iniciado el desbande, el frente libio podría ser un de los destinos para los miles de combatientes del Califa Ibrahim. En su primer año de acciones, 2015, el Estado Islámico realizó una treintena de atentados en Libia en 2015.
Más sangre por más petróleo
El Estado Islámico, que ya conoce sobre el alto rendimiento que se obtiene con el petróleo robado en Siria e Irak, ahora pretende usar la misma estrategia de financiación en Libia. Los constantes asedios a zona petroleras no solo se realizan para debilitar todavía más la economía del país, sino para intentar hacerse con la mayoría de los pozos y refinerías, ante la mirada de Europa y los Estados Unidos, a quienes parece no haberles molestado los escandalosos negociados que Necmettin Bilal Erdoğan, el hijo del presidente de Turquía, realiza con el Califa Ibrahim. Ahora en Libia, el Estado Islámico parece estar intentado algo similar, buscando una fuente de financiación concreta.
Los califados han convertido a Sirte, el lugar de nacimiento y martirio del coronel Gadaffi, en su capital en la costa del Mediterráneo, y desde allí ha lanzado los diferentes asedios contra las principales instalaciones petroleras del país. Ahora también están intentando ocupar la ciudad de Sabratha, a mitad de camino entre Trípoli y la frontera tunecina. Sabratha, fundada por los fenicios hace 2500 años, es un yacimiento arqueológico que uno vez tomado por el Estado Islámico correrá seguramente la misma suerte que las ruinas de Palmira en Siria.
Los modestos esfuerzos de Naciones Unidas y de la comunidad internacional (entiéndase Estados Unidos y la Unión Europea), tan agiles a la hora de atacar a Gadaffi, para detener las acciones de los grupos salafistas y las bandas delictivas en el país, hace sospechar que la de Libia está destinada a convertirse en una batalla infinita.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC
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