¿A quién sirve el caos climático?

30/06/2015
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Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 505: Francisco y los movimientos populares - Tierra, Techo y Trabajo 24/06/2015

El cambio climático es una de las consecuencias más brutales del sistema dominante industrial de producción y consumo.  Tanto por sus impactos sobre la gente común, que afectan principalmente a los más pobres y vulnerables, como por el hecho de haber desequilibrado un ecosistema global que es el resultado de millones de años de estabilización y que es base de toda la vida en la Tierra.

 

Los efectos del caos climático son cada vez más graves: violentas tormentas, sequías, inundaciones, migraciones.  Sus causas están claras, pero como cuestionan las bases mismas de la “civilización petrolera” y los intereses de las empresas que más se benefician con ella (industrias de energía, petroquímica, agronegocios), la oposición a cambiarlas es férrea.  Como el desastre va en aumento, la estrategia es aparentar que toman medidas para paliar la crisis –peligrosas falsas “soluciones”– que les aseguran formas de lucrar con el desastre.  Esto es lo que las industrias y gobiernos a su favor preparan como resultado del nuevo acuerdo global sobre cambio climático que se prevé tomar en París en diciembre 2015.  Es gravísima la falta de medidas reales para combatir las causas del caos climático, y a ello se suma que las falsas soluciones tienen impactos muy serios, incluso desequilibrar más el clima.

 

La causa principal del cambio climático es la expansión del industrialismo basado en petróleo, gas y carbón, mayormente para generación de energía, sistema alimentario agroindustrial y urbanización salvaje.  La responsabilidad histórica es brutalmente desigual: diez países, principalmente Estados Unidos y países europeos, causaron más de dos tercios de los gases de efecto invernadero (GEI) emitidos desde 1850.  Por su entrada al industrialismo salvaje, desde 2010 el principal emisor es China, ahora con 23% de las emisiones globales, seguido de Estados Unidos, con cerca de 16%.  Sin embargo, traducido a emisiones por persona, Estados Unidos emite en promedio 17 toneladas por persona y China 5,4.

 

Estados Unidos, con 4.3 por ciento de la población mundial, consume 25 por ciento de la energía global.  Otra faceta de la creciente injusticia económica en el planeta, donde el uno por ciento más rico de la población tiene el 50 por ciento de la riqueza mundial y en el otro extremo, el 80 por ciento de la población mundial más pobre, apenas tiene el 5,5 por ciento de toda la riqueza mundial (Oxfam, 2015).

 

Estamos ante un modelo profundamente injusto de explotación de la gente y la naturaleza, que solo beneficia a una pequeña minoría, pero está llevando el planeta a romper todos los límites ecológicos de sobrevivencia, de los cuales el clima es uno de los más evidentes y graves.

 

Urge cambiar ese modelo y reducir drásticamente la emisión de gases de efecto invernadero, única solución real.  Pero con el poder económico de las industrias beneficiadas y los enormes subsidios que reciben de los gobiernos –a quienes retornan el favor apoyando sus campañas políticas– cambiar o reducir emisiones no está en su agenda.

 

¿Agricultura climáticamente inteligente o más contaminante?

 

Los sistemas de agricultura y alimentación son una de las mayores paradojas.  El sistema alimentario agro-industrial, desde las semillas y agrotóxicos, pasando por transportes, procesamiento, empaques, refrigeración, hasta la venta en grandes supermercados, provocan de 44 a 57 por ciento de los gases de efecto invernadero.  Sin embargo, solamente alimentan a un 30 por ciento de la población mundial, aunque usan entre 70 y 80 por ciento del agua, de combustibles de uso agrícola y de las tierras. 

 

Nos inundan de mentiras sobre la baja productividad e insuficiencia de los sistemas campesinos de producción y mercados locales, pero lo cierto es que estas formas de producción, distribución y consumo, incluyendo la recolección y las huertas urbanas alimentan al 70 por ciento de la población mundial, pese a que los campesinos solo tienen el 25 por ciento de las tierras a nivel global y usan del 20 al 30 por ciento de los combustibles y agua de uso agrícola.  Si los campesinos tuvieran tierra suficiente y políticas públicas de apoyo, el manejo campesino y agroecológico de los suelos, puede absorber el exceso de gases de efecto invernadero en 50 años además de proporcionarnos mejores alimentos a todos, disminuyendo la desigualdad (ETC Group, 2014; La Via Campesina y Grain, 2015).

 

Por el contrario, la receta que plantean empresas de agronegocios, algunos gobiernos y la FAO, se llama “agricultura climáticamente inteligente” y empeorará el problema.  Se trata de más transgénicos, ahora “resistentes” a sequías, inundaciones y estrés ambiental.  Características que la industria roba de cultivos campesinos, pero quiere imponer con semillas transgénicas, que además aumentarán el uso de agrotóxicos y la contaminación.  No funcionarán contra el cambio climático, pero eso no impide que las intentarán vender.  El paquete de la “agricultura climáticamente inteligente” incluye además apropiarse de los suelos para secuestro de dióxido de carbono, como técnica separada de la vida campesina, sólo para cobrar créditos de carbono y comerciarlos en mercados especulativos, creando más vulnerabilidad a quiénes se presten al engaño.

 

La trampa de las petroleras

 

Por su parte, la industria petrolera prepara una maniobra para seguir explotando combustibles fósiles, seguir emitiendo gases y además cobrar por “secuestrarlos”.

 

La industria de energía es la más poderosa del globo.  De las doce mayores empresas del planeta, ocho son de petróleo y energía, dos son comerciantes de alimentos y dos fabricantes de automóviles (Revista Fortune, 2015).  Las mayores empresas globales coinciden con los mismos sectores que según los expertos son los principales causantes del cambio climático: energía, sistema agroalimentario, transportes y urbanización.

 

Las industrias de energía manejan una infraestructura de 55 billones de dólares en todo el planeta.  Tienen reservas no explotadas estimadas en 25-28 billones de dólares.  Según el Fondo Monetario Internacional los gobiernos subsidian a esas industrias con 5,3 billones de dólares anuales, o como calculó el diario británico The Guardian, 10 millones de dólares por minuto, durante todos los días del año 2015.  Un monto mayor que los gastos de salud sumados de todos los gobiernos del mundo (FMI, 2015).

 

Esa suma incluye subsidios directos e indirectos, como los enormes gastos de salud y ambiente imputables al uso de combustibles fósiles.  El informe del FMI fue rebatido por fuentes empresariales, alegando que son subsidios al consumo y que otros combustibles también tienen impactos.  Pero en cualquier caso se trata de cifras exorbitantes de subsidios públicos para las empresas más contaminantes y ricas del planeta.

 

Con tales cifras en juego en infraestructura, reservas y subsidios, es obvio que la industria de la energía no renunciará a sus inversiones aunque el planeta se caliente hasta morir.  Por eso, la geoingeniería les resulta una solución “perfecta”: no tienen que cambiar nada, pueden seguir calentando el planeta y encima cobrar por enfriarlo, vendiendo más tecnología.

 

Las propuestas de geoingeniería incluyen manipular el clima a través de tapar el sol (para bajar la temperatura), remover los gases de la atmósfera y enterrarlos en fondos geológicos, cambiar la química de los océanos, blanquear las nubes, entre otras.  Todo en geoingeniería implica altos riesgos, por lo cual está bajo una moratoria en Naciones Unidas.  Por ello la maniobra es comenzar legitimando algunas propuestas, aunque no funcionen, para luego imponer el paquete de las más riesgosas, alegando que es demasiado tarde para otra cosa.  Lo que empujan ahora se llama CCS y BECCS (por sus siglas en inglés): “captura y almacenamiento de carbono” y “bioenergía con captura y almacenamiento de carbono”.

 

CCS es un cambio de nombre de una técnica que ya existía en la industria petrolera: Enhanced Oil Recovery (EOR, recuperación mejorada de petróleo).  Se trata de inyectar dióxido de carbono (CO2) a presión en pozos de petróleo ya explotados, para empujar las reservas más profundas hacia la superficie.  No se ha desarrollado porque la instalación de esta tecnología es cara y lo extraído no compensa la inversión.

 

Ahora, con el mágico cambio de nombre a CCS, las petroleras afirman que almacenarán CO2 en los pozos de petróleo y otros fondos geológicos, retirando el carbono de la atmósfera y por tanto es una medida contra el cambio climático, que debe ser apoyada y recibir créditos de carbono.  Sostienen que así podrán contrarrestar emisiones de dióxido de carbono de industrias contaminantes (minería, carboeléctricas y otras) y el resultado serán “emisiones netas cero”.  O sea, por un lado emiten más y por otro, entierran y almacenan CO2, lo que según sus cuentas alegres, dará cero.  Con BECCS (bioenergía con captura y almacenamiento de carbono) calculan “emisiones negativas”, porque con extensos monocultivos de árboles u otras plantas, absorberán carbono y agregando CCS, la suma daría negativa, según ellos.

 

No hay ninguna prueba de que esto funcione, pero sí se sabe que los riesgos ambientales, sociales y de salud para instalar CCS son altos: no hay certeza de que el CO2 permanezca en el fondo; si hay escapes, serán tóxicos para plantas, animales y humanos; contaminará los mares y según el área, puede contaminar acuíferos.  Las megaplantaciones para “bioenergía” ya son una pesadilla: hay movimientos contra ellas en todos los continentes, contaminan, compiten con la producción alimentaria, por tierra y agua, desplazan comunidades, devastan ecosistemas.

 

Si consiguen apoyo para estas tecnologías de captura y almacenamiento de carbono, se desatará una nueva ola de acaparamiento de tierras, ahora también subterráneas.  No todos los terrenos son aptos para almacenar carbono y los que se estiman serlo, serán acaparados por esta poderosa industria.  Avizorando el negocio, los promotores de CCS han elaborado “Atlas de almacenamiento geológico de CO2”, mapeando los lugares aptos en varias regiones, ya existen esos mapas para Norteamérica, Europa, México y Brasil.

 

Shell afirma públicamente que las petroleras salvarán al mundo del cambio climático, con CCS y BECCS, para lo cual se les debe pagar.  Sería el colmo de la perversión: pagar a los culpables del caos climático, para que extraigan más petróleo y nos pongan en más riesgos.  Y cuando en pocos años se muestre que esta fallida tecnología no funciona, nos dirán que la geoingeniería y el Manejo de la Radiación Solar (nubes volcánicas artificiales y otros medios de tapar el sol) son la única salida, pese a que desequilibrará los vientos y lluvias en los trópicos, con riesgo alimentario para 2 mil millones de personas.

 

La situación es grave y parte de la resistencia es conocerla, no dejar que engañen con estas propuestas y seguir afirmando las redes y soluciones verdaderas desde abajo, en campo y ciudad.

 

Más información:

ETC Group, “Con el caos climático, quién nos alimentará”, 2014

http://www.etcgroup.org/es/content/con-el-caos-climatico-quien-nos-alimentara

Monitor de geoingeniería: www.geoengineeringmonitor.org

Via Campesina y Grain, La solución al cambio climático está en nuestras tierras, 2015

http://www.grain.org/article/entries/5160-la-solucion-al-cambio-climatico-esta-en-nuestras-tierras

 

- Silvia Ribeiro es investigadora del Grupo ETC.  www.etcgroup.org

https://www.alainet.org/de/node/173294?language=es
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